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C

onspiraciones. Buen tema… 

Se supone que todos sabemos de qué habla-

mos cuando nos referimos a las conspiracio-

nes, a «los conspiranoicos» como solemos 

decir. ¿Todo el mundo lo sabe? Bueno, quiero creer 

que al menos es así para aquellos que nos movemos 

en el mundo de la racionalidad, o lo pretendemos (eso 

que hoy llamamos, más o menos adecuadamente, el 

escepticismo, el espíritu crítico); y que compartimos 

la convicción —que no es fe sino evidencia mil ve-

ces demostrada (pero no infinitas veces, que eso ya 

sería una verdad absoluta)— de que solo el método 

científico permite aproximarnos a las respuestas que 

constantemente lleva haciéndose la humanidad desde 

tiempos inmemoriales. 

Pero el término 

conspiración 

es muy antiguo, tiene 

sus raíces ancladas en el pasado. De hecho, en latín 

conspiración 

viene de 

cum spirare

, de ahí 

conspirare

Es decir, respirar juntos; o sea, que al compartir el aire 

se supone que estás de acuerdo con el grupo en lo que 

sea; si no, se supone que te vas a respirar a otro sitio, 

o con otro grupo. La etimología enseña mucho.

Y casi desde siempre, las conspiraciones tenían un 

claro sesgo político; y luego económico, claro. Pero 

no es a eso a lo que nos referiremos aquí. Queremos 

aludir a las conspiraciones de otro sesgo que, en cierto 

modo, y con mayor o menor intensidad, atentan contra 

la racionalidad o, si queréis, incluso el sentido común. 

Y  que,  obviamente,  no  aluden  al  método  científico, 

incluso lo desprecian olímpicamente.

Conspiraciones

tan antiguas como el mundo

pero cada vez más dañinas

Manuel Toharia

ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico

¿Por qué la gente quiere creer cosas increíbles?

No todas estas conspiraciones son iguales. Ni en 

seriedad, ni en supuesta credibilidad, ni en sus 

repercusiones sociales e incluso económicas

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Yo  suelo  mirar  esto  de  las  conspiraciones,  y  aún 

más a sus autores o creyentes, los conspiranoicos, con 

cierto buen humor, casi con ternura. ¡Qué imaginación 

tienen los que se inventan eso que ahora llamamos 

—ay el inglés como idioma (casi) universal— 

fake 

news

! Casi tanta imaginación como los que inven-

tan al segundo algún chiste ocurrente sobre cualquier 

acontecimiento. El poder de las redes sociales, claro.

Siempre me he preguntado por qué gente tan ocu-

rrente se dedica a estas cosas, a menudo gratuitamen-

te. Aludo a los chistes, pero también a otras cosas 

más «serias», como lo de los terraplanistas. ¿En serio 

quien puso en marcha ese asunto se lo cree? No dudo 

de que haya seguidores que lo difundan e incluso lo 

crean de verdad, pero… ¿sus autores? A mí me parece 

que son grandes bromistas, a no ser, claro, que sea 

por el poderoso caballero al que aludía Quevedo, don 

Dinero. Ahí ya entran otro tipo de motivaciones.

Y también, puestos a pensar, cabe interrogarse por 

la forma en que estas conspiraciones anticientíficas se 

propagan a veces como la pólvora. O sea, no se trata 

solo de ver el origen de esas falsedades o engaños, 

cuando no simples bromas pesadas, sino que también 

tendríamos que considerar cómo se trasladan de unos 

a otros; cómo pasa una idea un poco peregrina, inclu-

so difícilmente creíble, a ser algo que la gente com-

parte y que muchos se creen a pies juntillas.

Un tema con tantas aristas es normal, creo yo, que 

le dediquemos nada menos que todo un congreso de 

los nuestros.

Ante estas cosas, yo suelo aplicar una máxima que 

aplicamos más o menos los escépticos de todas par-

tes. Es muy sencillo, veamos: ¿hay engañabobos en el 

mundo? Obviamente sí, del tipo que sea; siempre los 

hubo, siempre los habrá, sea cual sea su motivación. 

Bien, ¿y por qué hay engañabobos? La respuesta no 

puede ser más obvia: porque hay muchos bobos que 

engañar. Y esta máxima es fundamental para entender 

por qué mucha gente se deja engañar: sencillamente, 

son bobos. 

Ojo, lo parece, pero no es un insulto, sino una de-

finición. Te dejas engañar por un engañabobos, ergo 

eres un bobo.

Acudamos  a  la  Real Academia.  Un  bobo  es  una 

persona tonta (o sea, falta de entendimiento o razón), 

candorosa… y en el teatro clásico, personaje que pro-

voca la risa por su ingenuidad y simpleza. Resumien-

do: con poco entendimiento, candoroso, ingenuo, 

simple… Resumiendo aún más: crédulo.

Lo curioso con esto de las conspiraciones es que 

muchas personas que no son nada crédulas en la vida 

común lo son en cambio para muchos otros ámbitos. 

Y esto sí que resulta curioso: personas que aplican el 

escepticismo y la racionalidad en muchas cosas, luego 

pareciera como si abdicaran de esa misma racionali-

dad y de ese mismo espíritu crítico a la hora de creerse 

a pies juntillas alguna de las bobadas pseudocientífi

-

cas que tanto proliferan en el mundo de hoy. 

A mí me parece que algunas conspiraciones, algu-

nas de estas creencias absurdas —al menos, que nos 

Foto de Christopher Dombres. https://www.flickr.com/photos/christopherdombres/6149055823

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parecen absurdas a muchos—, son aspectos de la irra-

cionalidad humana, que es algo de lo que nunca debe-

ríamos presumir, aunque hay quien lo hace. Es obvio 

(¿lo es para todo el mundo?) que deberíamos tender a 

cultivar al máximo nuestra racionalidad, ya que es lo 

único que nos ha permitido ir encontrando respuestas 

a los múltiples interrogantes que nos depara la vida.

Pero, claro, no todas estas conspiraciones —llamé-

moslas mejor 

conspiranoias

, mejor que

  fake  news

porque no todas son noticiosas ni, por tanto, ligadas 

a la actualidad

  son  iguales.  Ni  en  seriedad,  ni  en 

supuesta credibilidad, ni en sus repercusiones sociales 

e incluso económicas.

Desde luego, hay muchas conspiranoias

 

claramente 

increíbles. Resulta asombroso que haya quien se las 

crea; es más, estoy seguro de que sus «inventores» 

no se las creen y solo buscan darse importancia, tener 

muchos 

likes

 en redes sociales, incluso sacar dinero 

de los crédulos-bobos que sí se creen sus dislates. Re-

sulta asombroso que haya gente que todavía defienda 

la viejísima idea, desmontada incluso por los griegos 

más preclaros hace más de veinte siglos, de que la 

Tierra es plana. Y aún más después de Colón, Maga

-

llanes-Elcano y, claro, los actuales satélites e incluso 

viajes de humanos a la Luna en los años setenta. Claro 

que, si a eso vamos, tampoco creerán que fueron a la 

Luna un puñado de astronautas americanos en sucesi-

vas misiones Apolo, entre 1969 y 1972.

Algunas de las webs que hay por ahí resultan tan 

divertidas que, cuando uno está un poco alicaído o 

depre, seguramente no haya nada más divertido que 

echarles un vistazo; son fantásticas, llenas de imagi-

nación... ¿Fantasías? Pues sí, podemos decir que son 

fantasía, ficción. Pero entonces, ¿por qué hay gente 

que se las cree? Desde luego, siempre cabe la duda: 

¿lo creen de verdad? Porque hay muchos que son au-

ténticos cuentistas, literalmente engañabobos. Pero lo 

malo, una vez más, es que también haya bobos que se 

crean esas cosas increíbles. Lo que resulta ya de por 

sí increíble.

Otras webs —y me fijo en ellas porque, aunque no 

son la única fuente de información, y de desinforma-

ción, son las más visibles hoy día (los famosos libros 

de fantasía de J.J. Benítez ya no tendrían hoy el mis-

mo éxito que hace unos decenios)— son no tanto in-

creíbles sino, como poco, difíciles de aceptar. Hasta el 

punto de que la Editorial Laetoli ha venido publican-

do desde hace años libros estupendos con el denomi-

nador común de «¡Vaya timo!», y en ellos podemos 

encontrar numerosos ejemplos de este tipo de asuntos, 

hoy tratados profusamente, una vez más, en la red de 

redes. Los libros, a menudo cargados de humor e iro-

nía pero no exentos del máximo rigor que se le debe 

exigir a quien intenta «destripar» mitos y leyendas ac-

tuales, son una excelente fuente de información para 

los estudiosos del porqué de esas actitudes de muchos 

congéneres nuestros.  

Y  aun  así,  muchas  personas  siguen  creyendo  a 

pies juntillas cosas probadamente falsas, incluso de-

fendiéndolas ridículamente con el único argumento 

de que «sí, vale, muchas pruebas y tal, pero yo sé la 

verdad, no paran de engañarnos»… Pregunta obvia: 

¿quiénes son esos entes misteriosos que nos engañan, 

quién se oculta tras ellos?. La respuesta es inmediata: 

la NASA, los rusos, los chinos…

El otro día fui a un mecánico a arreglar el coche 

y el hombre, simpático y aparentemente normal, me 

dijo en un momento dado: «mire, esto... esto de la 

pandemia se lo han 

inventao

 los americanos 

pa

 luego 

forrarse con lo de las vacunas y tal... Esto es como lo 

de la Luna… Van y dicen que fueron a la Luna, pero 

eso es 

pa

 presumir... nunca han ido a la Luna, todos 

sabemos que eso es imposible».

Y yo me quedé de piedra, asombrado por aquella 

salida de tono —estábamos hablando de presiones de 

ruedas, de potencias de motores, y aquel señor sabía 

mucha  física  básica,  supongo  que  propia  de  su  ofi

-

cio― impropia, pensé, de un tipo bastante serio al que 

yo  apreciaba  bastante.  Una  persona  racional,  hasta 

donde yo sé; pero que luego soltaba como si tal cosa 

ese tipo de afirmaciones, que no dudo que compartiría 

con sus colegas en la barra del bar o tomando un café.

Reconozco que no repliqué; ya soy mayor y he per-

dido la combatividad que me caracterizaba cuando 

era más joven. Y no quería que se ofendiera; algunas 

de estas personas pueden incluso reaccionar violenta-

Los que defienden ese tipo de creencias suelen 

ser bastante fanáticos y están muy orgullosos de 

estar en posesión de un secreto que consideran 

casi como un legado sagrado

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mente, y no quería que la salud precaria de mi coche 

se viera comprometida por algo que, en todo caso, es-

taba seguro de que nos iba a enfrentar. Porque esa es 

otra: los que defienden ese tipo de creencias suelen ser 

bastante fanáticos y están muy orgullosos de estar en 

posesión de un secreto que consideran casi como un 

legado sagrado.

¿Hice mal? Quizá, pero cuando me doy cuenta de 

que alguien está absolutamente convencido de algo, 

resulta difícil desmontar sus argumentos, porque no 

los tienen. Es una especie de fe ciega. Cabalgan en un 

tigre pero, como decía Tagore, eso no es lo difícil, lo 

difícil es descabalgar de ese tigre. No hay peor sordo 

que el que no quiere oír.

Y hay conspiraciones que se parecen más a lo que 

indica el origen etimológico de la palabra 

conspira

-

ción

; o sea, de tipo político. Algunas fueron tan sono-

ras, nacional e internacionalmente, que son difíciles 

de olvidar. Aunque no tienen mucho que ver con las 

pseudociencias, al menos no directamente, hay algu-

nas que son escandalosas, como aquella conspiración 

política de cierto presidente americano, apoyado solo 

por los jefes de gobierno del Reino Unido y de España 

—el de aquí se hizo bastante popular por «hablar cata-

lán en la intimidad»—, que inició la guerra contra Irak 

por su seguridad absoluta, curiosamente sin pruebas 

reales, de que dicho país y su dirigente principal, Sa-

dam Hussein (antiguo colaborador de la CIA) poseían 

armas de destrucción masiva. Esas pruebas jamás fue-

ron encontradas, pero el petróleo irakí volvió a manos 

«seguras» y no tan inestables como las del, por otra 

parte, nada recomendable Sadam y sus amigos.

Otra conspiración política, y esta la pagó cara el 

gobierno de la derecha española porque había elec-

ciones generales a los pocos días, fue la de atribuir el 

atentado de Atocha a ETA cuando a los dos días había 

ya pruebas policiales concretas de que dicho atentado 

procedía del terrorismo islamista. Interesante porque 

incluso hoy nadie ha pedido perdón a los españoles, y 

ya puestos al mundo entero, por lo de la guerra de Irak 

sin motivos, o basándose en un motivo inventado, o 

por lo de atribuir a ETA por una supuesta convenien-

cia electoralista un atentado que ya se sabía que tenía 

un origen totalmente diferente. Y no solo eso, todavía 

hay algunos que hoy siguen defendiendo más o menos 

veladamente que aquello sigue sin estar claro.

Pero bueno, dejando de lado esta zona tan oscura 

como hedionda de las conspiraciones políticas y vol-

viendo a las que más nos interesan en este congreso, 

que son las pseudocientíficas, sí conviene añadir que 

en todos estos casos, los políticos incluidos, se apela a 

la irracionalidad, a las afirmaciones basadas en la au

-

toridad de quien las proclama y no tanto en las eviden-

cias, o se basan en las creencias de unos compartidas 

o no por los demás, apoyadas incluso en algún tipo de 

revelación misteriosa a la que algunos crédulos deci-

den otorgar cierto crédito.

Algunos conspiranoicos son amantes de los suce-

sos de tipo apocalíptico, la mayoría de las veces casi 

inminentes. Debo decir que, cuando soy capaz de 

Mapa de la Tierra plana. Foto de Wikimedia Commons

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distanciarme de los sentimientos complejos que des-

piertan en mí estas cosas —una mezcla de rabia, in-

comprensión, desánimo y, por qué no decirlo, incluso 

diversión—, quizá estas leyendas urbanas catastrofis

-

tas son las que más me gustan. Aquello que ocurrió en 

la transición entre el siglo 

xix

 y el 

xx

, cuando se dijo 

que se iba a acabar el mundo. Un fenómeno recurrente 

un siglo después, algo que recordarán muchos, con 

lo espantosamente catastrófico que iba a ser el efecto 

2000. Y  no  digamos  la  predicción  maya  del  fin  del 

mundo en 2012, alimentada muy oportunamente por 

Hollywood con un filme apocalíptico al respecto.

Tengo un hijo informático que estuvo el año 2000 

de guardia en su empresa, aunque él siempre dijo que 

sus ordenadores y servidores no iban a ser afectados 

porque estaban al día en cuanto a los relojes internos 

(los sistemas informáticos más antiguos tenían un re-

loj imperfecto que al llegar el 2000 se iban a reiniciar 

destruyendo todo el contenido al volver al año inicial, 

o algo así). Por supuesto, no pasó nada ni aquí en Es-

paña ni en el resto del mundo, salvo alguna antigualla 

que no estaba al día, y que lo mejor que debió hacerse 

previamente era actualizarla, sin más.

No es caso de remontarse tan lejos en el tiempo, 

pero a todos nos suena lo del Diluvio Universal, que 

inundó todas las tierras y que acabó con la vida de 

personas y animales, algo que pudo evitarse porque 

el dios supremo avisó a un tal Noé, que construyó un 

barco en lo alto de un monte muy alto. Resulta que se 

trata del monte Ararat, un volcán inactivo cubierto de 

nieves perpetuas, de 5137 metros sobre el nivel del 

mar (ni mucho menos el más alto que pudiera sobre-

salir por encima de un diluvio universal), pertenecien-

te a la extensa cordillera de los montes Taurus entre 

Turquía, Armenia e Irak.

No es nada difícil desmontar la leyenda, eso es ob

-

vio. Pero aun así existe desde 2007 un Museo de la 

Creación en el norte Kentucky, muy cerca de Cincin

-

nati, que ya es del estado contiguo de Ohio; reinter-

preta la historia de la vida en la Tierra según los textos 

bíblicos, es decir, que la máxima antigüedad de los 

fósiles existentes no puede ser superior a la creación 

de Adan y Eva, según el Génesis, unos 6000 años. 

La Tierra, según esos cálculos, no puede llegar a los 

10

.

000 años, seguramente menos… Lo de los 4500 

millones de años que calculan los expertos les parece 

una absurda exageración.

Su mayor atracción es una gigantesca Arca de Noé, 

que se encuentra a unos treinta kilómetros al sur; mide 

nada menos que 155 metros de longitud, 26 de anchu-

ra y 16 de altura, y fue construida en 2016. Similar 

a un gran petrolero actual. Entre ambas instalaciones 

reciben un millón y medio de visitantes al año. No es 

de extrañar; una reciente encuesta demuestra que el 

35 % de los norteamericanos, ¡más de 110 millones de 

personas!, creen que los hombres existen desde que 

los creó Dios hace unos pocos miles de años, y en su 

forma actual. Y los dinosaurios, por supuesto, tienen 

apenas 5000 años, nada de cien millones de años.

Sorprendente, ¿no?

De todas maneras, la gente cree lo que quiere creer, 

¿no? Lo de la predicción maya del fin del mundo fue 

otra broma sublime, por fortuna enseguida desacre-

ditada en cuanto pasó el supuestamente fatídico 21 

de  diciembre  de  2012.  Una  predicción  apocalíptica 

convenientemente estimulada, en plan oportunista ob-

viamente, por la famosa película de Hollywood que 

probablemente buscaba más bien aprovecharse de la 

supuesta conmoción del suceso que de fomentar este 

tipo de supercherías. ¿Esto es conspiranoico? No hay 

duda de que fue adrede y buscando algún tipo de be-

neficio político, económico, de poder social, de no

-

toriedad… Claro que sí. Pero el problema estriba en 

quién difunde estas conspiranoias; porque la industria 

del cine, después de todo, está a la que salta para ga-

nar más dinero; no es que sea defendible, pero no son 

creyentes ni engañabobos, más bien se aprovechan de 

la bobería de muchos.

En cambio, los que se lo inventan, sea lo de los 

mayas, que es cosa reciente, o lo del creacionismo 

opuesto al evolucionismo, sí son auténticos conspira-

noicos, y no siempre por interés crematístico. Puede 

ser simple diversión, como en el caso de los terrapla-

nistas —estoy seguro de que nadie en serio se cree 

eso de que la Tierra es plana—; aprovechamiento de 

la credulidad en seres extrahumanos para beneficio y 

Libertad en Madrid, reivindicaba la derecha: 

¿libertad para contagiarse y tener el mayor 

índice de fallecimientos de personas mayores 

de España?

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poder de sus líderes, como las religiones de cualquier 

cuño, afán de notoriedad como los ufólogos o adivi-

nos (no exentos de afán de lucro); o cualquier otra 

razón que les sirva para explotar las debilidades de 

muchas personas. 

Otro tipo de conspiraciones típicamente anticien-

tíficas se puede englobar bajo el epígrafe común de 

«tecnofobia». No es caso aquí de profundizar en te

-

mas que sin duda serán analizados más profusamente 

en las distintas ponencias del Congreso, pero basta 

citar los alérgicos a los medicamentos, que se supone 

que están fabricados para sacarnos los dineros, en el 

caso más benigno de credulidad, o para irse apode-

rando poco a poco de nuestras mentes y cuerpos, en 

los más más demenciales. No sé si hay que analizar o 

despreciar la influencia de tipos como Miguel Bosé, 

cuando habla de los chips 5G del malvado Bill Ga-

tes que nos iban a implantar con las vacunas anti-Co-

vid… Lo malo es que personas con cierta notoriedad, 

aunque  nulo  prestigio  científico  —actores  famosos, 

cantantes, ciertos políticos estilo Trump o Bolsona-

ro—, se dedican a propagar las maldades del 5G, y 

ya puestos de las malísimas radiaciones electromag-

néticas (se supone que ignoran que la luz del Sol es 

un buen paquete de todo tipo de radiaciones de esas), 

o de los medicamentos, o las vacunas, o lo que sea 

que les suene a tecnología incomprensible, es decir, 

sospechosa.

Volviendo a Miguel Bosé, debo confesar que, aun-

que no le veo desde el colegio, siempre le tuve por una 

persona racional, educada como yo en el Liceo Fran-

cés, aunque es bastante más joven pero fue compa-

ñero de clase de un primo hermano mío. No le juzgo 

como artista, que allá cada cual con sus gustos, sino 

por su salida de pata de banco con lo de las vacunas. 

Cuando me enteré me dije a mí mismo que este chico 

había perdido el oremus; que era una especie de orate, 

vamos.

Pero luego la extrema derecha en Madrid, con apo-

yo no disimulado de la derecha, se manifiesta en Co

-

lón y allí está el ya no tan joven Bosé, manifestando su 

desacuerdo con las mentiras de Sánchez sobre las va-

cunas. Lo que, por cierto, no ha impedido que España 

sea uno de los países del mundo que ha alcanzado el 

mayor nivel de vacunación de su población, muy por 

encima de gigantes como Alemania, Francia, Reino 

Unido e incluso Estados Unidos, donde los trumpistas 

han destrozado los buenos inicios de las campañas de 

Biden. Libertad en Madrid, reivindicaba la derecha: 

¿libertad para contagiarse y tener el mayor índice de 

fallecimientos de personas mayores de España?

Bien, volviendo a cómo se transmiten estas cosas, 

recuerdo que los americanos tienen unas siglas  para 

todo,  para  definir  esta  transmisión:  FOAFT.  Es  de

-

cir, 

Friend Of A Friend Tale

. Historias contadas por 

un amigo que lo sabe por otro amigo. Aquí diríamos 

«historias de 

cuñaos

», que en el fondo viene a ser lo 

mismo. Curiosamente, cuando yo era pequeño eso se 

llamaba «radio macuto», el conocido boca a boca. Cu-

riosamente, eso siempre funcionó muy bien, y ahora 

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

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ha sido sustituido, con ventaja interfronteriza, por las 

dichosas redes sociales. Que, como todo, tienen su 

lado bueno y su lado nefasto.

Lo que es obvio es que, en el fondo, siempre sub-

yace la misma pregunta: ¿por qué la gente quiere 

creer cosas increíbles? ¿Por qué muchas personas son 

incapaces de asumir que hay cosas que no sabemos, 

incluso que no sabremos jamás? Y, ya puestos, ¿por 

qué esa desconfianza hacia el método científico, que 

ha probado ser la única forma racional de conseguir 

conocimientos aplicables, que nos han llevado a pro-

gresos indudables en todos los órdenes de la vida?

Obviamente, no creo que nadie tenga respuestas 

precisas y verificadas a estas preguntas, que por otra 

parte no pueden ser más ambiguas porque es lo mis-

mo que preguntarse por qué los humanos no somos 

todos igual de listos o de tontos.

Yo suelo dar, cuando así me lo aceptan, una charla 

que suelo titular así, 

¿Por qué creemos cosas increí

-

bles?

 Incluso negando otras bastante más verificadas 

y racionales. Alguna vez, aunque intento eludir el 

tema porque siempre hay alguien que se ofende, me 

refiero al hecho de que, por ejemplo, me resulta in

-

creíble que una señora diera a luz siendo virgen, y que 

además lo era antes, durante y después del parto. Los 

cristianos aluden a la Virgen María, de Madre de Dios 

Hijo (Hijo no sabemos de quién, porque hay otro Dios 

Padre, que no debe de ser su padre, en fin, un buen 

lío); por cierto, los judíos y árabes aluden a Mariam, 

la madre del profeta Jesús, que no era un dios sino un 

simple profeta.

Pues bien, en una de estas charlas se me ocurrió 

hablar de ello en un aula universitaria llena de estu-

diantes de astronomía; por supuesto, lo dije de pasada 

porque el tema iba de ovnis, de bases marcianas en la 

cara oculta de la Luna y cosas así. Pero, tonto de mí, 

no recordé que era una universidad católica. Y aunque 

los jóvenes allí presentes sin duda compartían mi es-

cepticismo, uno de los mayores, que luego se identifi

-

có como profesor de astrofísica y sacerdote, me echó 

la bronca por insultar a su madre.

Con todo respeto le respondí que yo no tenía el ho-

nor de conocer a su madre, pero que estaba seguro de 

que era una santa. Aún más ofendido, replicó que no, 

que era su Madre Celestial, la Santa Virgen, la Madre 

de todos nosotros. Y yo ahí me puse muy serio (cla

-

ro, estaba en la tarima y con un micrófono, y él en 

una butaca del salón), y le dije que mi madre no era 

virgen ni nada, y que estaba casada civil y religiosa-

mente con mi padre. ¡Cómo se puso el buen señor! 

Y entonces, bastante mosqueado, me puse agresivo y 

le espeté: «Bueno, lo de su Virgen María es que a lo 

mejor ya se había inventado la inseminación artificial 

y la cesárea en aquella época… claro, que no hubo 

fecundación porque lo hizo un espíritu que ustedes los 

creyentes llaman santo… ¿De verdad usted cree algo 

tan increíble?».

Perdonadme por personalizar tanto; debo decir, que 

la mayoría del auditorio se echó a reír y hubo un co-

nato de ovación que a mí me avergonzó un poco, la 

verdad. El cura se fue muy enfadado. 

Desde hace muchos años ya sé que esa dicotomía 

entre ciencia y religión (en España, la católica) es una 

dicotomía muchísimo más sutil de lo que parece. No 

son dos campos distintos del pensamiento humano, en 

absoluto. La religión es algo en lo que tú crees por-

que quieres creerlo, sin ninguna prueba. De hecho, si 

tienes alguna prueba, alguna evidencia demostrable, 

deja de ser fe y se convierte en… ciencia.

Para los creyentes, la fe es un don de su dios que 

uno tiene o no tiene, según me decía mi tío el cura. 

Y añadía que éramos libres de creer o no, sabiendo, 

eso sí, que si decidíamos no creer, eso tendría conse-

cuencias en la otra vida, tras la muerte. Mi réplica fue 

sencilla, incluso ingenua: ¿y cómo se sabe que hay 

otra vida después de la muerte? La respuesta era de 

esperar: es cuestión de fe.

En fin, no sé si lo de las religiones se puede clasifi

-

car dentro de las conspiraciones, aunque me temo que 

sí. Porque, después de todo, cabe pensar que si todas 

las religiones del mundo han hecho más poderosos a 

los que las ejercen desde puestos directivos, eso no 

puede ser más que sospechoso; sobre todo si además 

de poder acumulan dinero. Dos excelentes motivacio-

nes para… conspirar. Conviene repasar la historia de 

la humanidad y sus religiones; a costa de la existencia, 

aceptada que no probada, de un ser supremo, divino, 

sobrenatural, superpoderoso y todo eso. Siempre se 

¿Por qué muchas personas son incapaces de 

asumir que hay cosas que no sabemos, incluso 

que no sabremos jamás?

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el esc

é

ptico

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anuario 2021

han beneficiado los dirigentes o mensajeros de esas 

doctrinas o dogmas, no nos engañemos. Y casi nunca 

de forma pacífica sino a veces de manera terrible, con 

sangre, sudor y lágrimas.

Si, de todo ello a veces salen cosas buenas; todo el 

mundo consigue aspectos positivos de sus actuacio-

nes, en alguna ocasión y a veces sin quererlo. Pero 

cuando se consigue a base de una premisa absoluta-

mente increíble, cabe preguntarse por la moralidad 

subyacente… a no ser que se acepte que el fin justifica 

los medios. Que debe de ser el caso.

Bueno, pues después de todo este es un buen ejem-

plo, desde luego no el único, de los temas que abor-

damos en este Congreso nuestro de conspiranoias 

y conspiranoicos. Cómo y por qué consiguen unos 

cuantos que mucha gente crea cosas improbabilísimas 

y, de hecho, increíbles. A cambio, claro, de algún tipo 

de beneficio, no solo económico pero a menudo rela

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cionado con el poder y sí, con el dinero.

Y todo esto ocurre, y eso siempre me ha chirria

-

do mucho, por la falta de espíritu crítico de muchos 

seres humanos. Cuanto más alienados estamos por el 

progreso, por el dinero, por el consumismo o por lo 

que sea, más acríticos nos volvemos respecto a ciertas 

cosas. Curiosamente, no respecto a otras que, en cam-

bio, se ponen en duda. Como muchos creyentes en la 

astrología de manera acrítica, que en cambio son hi-

percríticos —por ignorancia— acerca de las vacunas 

anticovid. ¿Cómo no va a chirriar algo así?

Eso  es  lo  que  hay  que  combatir.  Pacíficamente, 

faltaría más; con las armas de la racionalidad, con el 

convencimiento de que, con una discusión sensata, 

sin cabreos ni 

a prioris

, se puede conseguir mejorar 

la situación. Por supuesto, no hay peor sordo que el 

que no quiere oír; es obvio que hay bastantes personas 

encerradas en su creencia, por irracional e infundada 

que sea, y que por eso mismo son sordos, ciegos y 

mudos ante el más mínimo intento de racionalización 

de dichas creencias.

Cuando era más joven tenía tendencia a discutir, a 

intentar convencer con mi verbo fluido y sin violencia 

alguna, si acaso una pizca de humor, cuando no de 

ironía fina. Con la edad me he vuelto más pasivo; en

-

tiendo que hay que combatir a los conspiranoicos con 

las armas que nos da la racionalidad, y hasta cierto 

punto sigo haciéndolo. Pero me descorazona cuan-

do me encuentro, a veces en la familia y amistades 

próximas, con la terquedad incomprensible de perso-

nas que en otras cosas me parecen estimables y con 

un más que apreciable nivel cultural… eso sí, en lo 

artístico-literario, nunca en lo tecnocientífico.

Una posible conclusión es que hay que mejorar el 

nivel de cultura científica del personal. Puede que eso 

ayude. Pero mucho me temo que seguirá habiendo de-

masiados congéneres nuestros que, lamento decirlo, 

seguirán siendo bobos y, por tanto, pasto de los enga-

ñabobos.