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a  pandemia  del  coronavirus  SARS-CoV-2  ha 

impactado en nuestras vidas de todas las mane-

ras posibles. Nadie ni nada es ajeno al impacto, 

pero sí hay dos situaciones en las que la presencia del 

virus y su enfermedad COVID-19 es muy evidente: 

por un lado la de aquellos que la han sufrido en sus 

propias carnes (en sus diversos grados), y por otro la 

de los sanitarios encargados de atender la avalancha 

de pacientes, de gestionar sus fases clínicas y de rea-

lizar el seguimiento de las secuelas. Y yo, lamentable

-

mente, puedo hablar desde los dos lados de la barrera 

sanitaria, como enfermo y como médico de familia de 

la atención primaria pública madrileña.

El trabajo clínico también ha cambiado mucho. 

Antes de marzo de 2020, las consultas de medicina 

de familia de los centros de salud públicos eran un 

hervidero de gente. Con unas citas de 45-50 pacientes 

diarios en un turno de 7 horas, por cada centro pasa-

ban cientos de pacientes de todo tipo. Juntos los que 

tenían síntomas respiratorios —febrero es una época 

con gran número de catarros, bronquitis y gripes—, 

los pacientes crónicos —sobre todo ancianos—, y 

con ellos numerosos acompañantes sanos, niños, etc. 

El médico de familia, el pediatra, las enfermeras, los 

administrativos, todos compartíamos un entorno muy 

infeccioso, y por supuesto lleno de aerosoles contami-

nados. Siempre había sido así, pero nadie se plantea-

ba los contagios de los numerosos virus respiratorios 

en centros con tanto tránsito de personas. No era tan 

grave sufrir varios catarros sin complicaciones, nadie 

se planteaba otra opción. Llegó el nuevo virus, se di-

fundió en pocas semanas en muchas personas asinto-

máticas o con síntomas indistinguibles de otros virus 

respiratorios, aunque había algún dato alarmante en 

personas más afectadas de «gripe» que ingresaban en 

mayor número que otros años. Y con los antecedentes 

de Italia, el tema era alarmante.

A mí no me dio tiempo a pensar mucho más. El 8 

de marzo me sentí mal, el 16 ingresaba en el Hospital 

Puerta de Hierro, y tres días después estaba a punto de 

ingresar en la UCI para ventilación mecánica. Usaron 

todos los medicamentos disponibles, los que han de-

mostrado ya su inutilidad y los que sí sirven de algo 

La pandemia

a ambos lados

de la barrera sanitaria

Vicente Baos, Médico de familia

En cada paciente, sobre todo si está claramente afectado, me reconozco a mí mismo

Imagen de Anthony Shkraba en Pexels

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(corticoides), y el 26 de marzo salía del hospital muy 

tocado, pero vivo y sin haber estado en la UCI. Mi ex

-

periencia como enfermo de COVID ya la he contado 

anteriormente

1

.

Mis compañeros del centro de salud estaban des-

bordados por la cantidad de pacientes de todo tipo, 

por la atención a las residencias de ancianos de la zona 

donde ya era vigente la orden de no trasladar a los 

hospitales a los que tuvieran mal pronóstico, y porque 

estábamos de baja varios compañeros y enfermeras 

por la COVID-19, aunque yo fui el único que requirió 

ingreso. Todo con un confinamiento domiciliario duro 

donde solo trabajaban los servicios esenciales. 

Afortunadamente me recuperé sin secuelas, y cua-

tro semanas después de salir del hospital estaba de 

nuevo en la consulta. Una consulta diferente, donde 

los pacientes no estaban, hablábamos por teléfono 

y se tomaban decisiones de visitas presenciales y a 

domicilio en los casos imprescindibles. La primera 

consulta que atendí tras mi incorporación fue en un 

domicilio donde encontré a una paciente mía de mu-

chos años en estado preagónico. En pocas horas había 

entrado en ese estado. Murió a causa de un probable 

tromboembolismo pulmonar secundario a una trom-

bosis venosa profunda, para la que no habían pedido 

ayuda antes porque entendían lo mal que estaba la 

situación y no querían «molestar». Las víctimas se-

cundarias a la pandemia, los muertos por «exceso de 

mortalidad» de otras patologías no directamente rela-

cionadas con la COVID-19, son de las más olvidadas 

de la pandemia. Son una estadística mal definida en 

un conjunto trágico.

Cuando se vio una luz al final del túnel fue en el 

mes de junio. Los nuevos casos bajaban, los pacientes 

y los sanitarios nos habíamos adaptado a las nuevas 

formas de comunicación (teléfono, envío de fotos de 

lesiones por el correo electrónico) y se iban recupe-

rando las visitas presenciales a los pacientes con sín-

tomas imposibles de valorar por teléfono o a las per-

sonas más vulnerables que te pedían que les vieras en 

«persona» como el mayor favor que les podías hacer. 

Permitir el cara a cara entre un médico y sus pacien-

tes, lo que antes era lo normal, se había convertido en 

algo inalcanzable.

Avisamos a las autoridades sanitarias de que tenía-

mos problemas con las líneas telefónicas, muy escasas 

para la gran cantidad de llamadas entrantes y salientes 

del centro de salud, convertidas ahora en eje asisten-

cial. Hasta el mes de noviembre no se han aumentado 

en mi centro con nuevos terminales. Usábamos nues-

tros propios teléfonos para no colapsar las líneas de 

entrada. Pedimos ayuda y refuerzo de profesionales 

(residentes que habían finalizado, contratos estables). 

No llegó nada y la necesidad de tener vacaciones para 

descansar era importante. El verano fue una pesadilla. 

Desde mediados de julio, la «segunda ola» comenzó 

en forma de marea alta, cada vez más casos nuevos, 

sin  rastreadores,  sin  refuerzo.  Cada  vez  más  hasta 

llegar a finales de septiembre, con Madrid en la más 

alta incidencia nacional. El verano, la «nueva norma-

lidad», el «hay que fomentar la actividad económica», 

las fiestas, los desplazamientos masivos, nos volvie

-

ron a meter en la vorágine que seguimos viviendo.

Los centros de salud trabajan al máximo ritmo, y 

cada vez se atienden más pacientes «presenciales». 

No hay duda de que la comunicación cara a cara es 

mejor, pero también es cierto que la consulta telefó-

nica agiliza y facilita acciones que antes provocaban 

un desplazamiento innecesario al centro: información 

de resultados normales, comentarios sobre evolución 

de patología sin riesgo, acciones burocráticas… Hay 

pros y contras, pero creo que se está encontrando un 

equilibrio que no perjudica a la población ni a los pro-

fesionales.

Mientras la incidencia de la enfermedad siga sien-

do tan alta, debemos seguir con este modelo que bus-

ca reducir la interacción de numerosas personas en es-

pacios reducidos compartidos entre enfermos y sanos, 

posibles  o  COVID  confirmados,  niños  y  ancianos. 

Esto hay gente que no lo reconoce, pero es inevitable 

que sea así.

Los  pacientes de COVID  se  diagnostican rápida

-

Todos compartíamos un entorno muy infeccioso, 

y por supuesto lleno de aerosoles contaminados. 

Siempre había sido así, pero nadie se 

planteaba los contagios de los numerosos virus 

respiratorios

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mente gracias al acceso ilimitado a pruebas diagnós-

ticas, algo en lo que hemos avanzado enormemente. 

En primavera solo conocíamos los casos graves, aho-

ra vemos la enorme variabilidad de daño del virus. 

Desde el asintomático al leve, moderado, severo, a la 

muerte. Un virus capaz de tal espectro de incidencias 

e imprevisible en sus manifestaciones, salvo en lo to-

cante a la edad y las enfermedades de riesgo, es una 

terrible amenaza. Y sigo atendiendo pacientes que no 

eran de alto riesgo y acaban en la UCI, así como a 

ancianos que sobreviven sin secuelas, como es el caso 

de un paciente mío de 93 años.

En cada paciente, sobre todo si está claramente 

afectado, me reconozco a mí mismo. El otro día, re-

visando las radiografías de un paciente mío ingresado 

en la UCI, reconocía mis propias radiografías y pensé 

en lo afortunado que fui.

Nos  queda  bastante  por  ver,  sufrir  y  aprender. 

Como  sociedad,  como  individuos  y  como  profesio

-

nales. Reconozco una gran excitación intelectual ante 

esta enfermedad y sus consecuencias. Conocer, enten

-

der, comprender y aplicar es el reto para los que ama-

mos el pensamiento crítico, y este tiempo está lleno 

de nuevos retos.

1 https://www.vozpopuli.com/altavoz/next/Covid-19-relato-

medico-propia-experiencia_0_1341767497.html

 

Los muertos por «exceso de mortalidad» de 

otras patologías no directamente relacionadas 

con la COVID-19 son de los más olvidados de la 

pandemia. Son una estadística mal definida 

en un conjunto trágico

Imagen de Francisco Àvia_Hospital Clínic en Flickr: www.flickr.com/photos/hospitalclinic/albums/72157713528815433