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T
rabajar sobre el Egipto faraónico implica
pagar un peaje; casi a diario estamos obli-
gados a escuchar sandeces, a desmentir
fantasías, a batallar con supuestos «exper-
tos»… debo admitir que el precio merece
la pena, aunque no por ello deja de molestarme que las
palabras más repetidas al comentar cualquier asunto
de Egipto sean:
MISTERIOSO
ENIGMÁTICO
Lejos de estos epítetos, Egipto se organizó en una
sociedad fascinante, desde luego, pero fascinante
exactamente por lo contrario de aquello que defien
-
den tantos iletrados por los distintos canales que se les
permite, y son muchos. Fascinante por su estructura
social y política, fascinante por su duración, fascinan-
te por el papel jugado por las mujeres, fascinante por
su modernidad…. ¡Un momento!, ¿modernidad? Sin
duda: algunos aspectos de la legislación egipcia o de
su
consuetudine
eran radicalmente modernos; desde
las jornadas de trabajo y los descansos regulados a la
conciencia de ciudadanía que otras culturas sincróni-
cas ni siquiera soñaron con aplicar
1
. La profusión de
cartas pertenecientes a la vida privada de aquellos que
vivieron durante la época faraónica, así como de testa-
mentos y otros registros relacionados con el día a día
de sus habitantes, así lo atestiguan. Por esta razón es
aún más molesto tener que seguir escuchando relatos
fantásticos que no hacen sino minusvalorar la enorme
capacidad que demostraron los egipcios, su ingenio, su
sentido del humor, su ─por qué no decirlo también─
cinismo, su elegancia. Todo ello arrumbado por la
creencia absurda y enormemente injusta de que ellos,
ellos precisamente, jamás pudieron llegar a pensar y
ejecutar algunas de las maravillas del mundo. Entre los
egipcios circula una afirmación muy juiciosa que reza
así: «El Nilo pasa por muchas orillas pero solo aquí
tuvo lugar la civilización faraónica». Efectivamente,
desde que Heródoto lanzara aquella frase destinada al
consumo de su público (griego), «
E
gipto
Es
un
don
dEl
n
ilo
»
2
, los egipcios han tenido que ir soportando
esta especie de estigma, que da origen a una serie de
teorías fantásticas basadas en el hecho de que ellos,
los habitantes de la tierra negra, de Egipto,
kmt
para el
egipcio antiguo que escribimos en jeroglífico (Fig. 1)
3
,
estaban allí como simples espectadores de lo que la
naturaleza, o seres especiales venidos de otros lugares,
llevaban a cabo.
No podemos olvidar que, incluso cuando esta dis-
ciplina empezaba a desarrollarse, los primeros egiptó-
logos realizaban afirmaciones que redundaban en esa
idea de arcadia feliz donde prácticamente ni siquiera
era necesario cultivar la tierra de pura feracidad. La
acusación de acientifismo también ha pesado sobre
esta sociedad como una losa, ya desde las primeras
investigaciones, siempre comparando con las civiliza-
ciones clásicas y muy especialmente con la griega. No
es de extrañar entonces que, teniendo dentro al enemi-
go
4
, se convirtiera en pasto de los grupos acientíficos.
Es sin duda un acto de racismo infinito despreciar
Terminemos con el
falso mito de las
pirámides egipcias
Dra. Mara Castillo Mallén
Asociación Universitaria de Investigación Egiptológica
Dossier
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de este modo una sociedad de la que los griegos, esos
sobrevalorados de la historia, bebieron ávidamente y
nunca lo ocultaron. Por las razones arriba aducidas,
y por muchas otras que no es necesario indicar, me
gustaría usar este espacio para dar un somero repaso a
tantos mitos, inexactitudes e invenciones que desgra-
ciadamente han logrado cubrir la historia del Egipto
faraónico con un velo de irracionalidad y convertir ese
periodo en una especie de cuento, leyenda y fantasía.
No me resisto a comentar aquí una anécdota que nos
ocurrió realizando un trabajo de documentación foto-
gráfica en las tumbas de nobles que se encuentran en
el complejo piramidal de Guiza, concretamente en la
mastaba de
idw
, tumba G7102, cementerio este:
Nuestro equipo salía de fotografiar la mastaba y nos
dimos de sopetón con una persona que nos estaba es-
perando en la misma puerta; sin mediar palabra nos es-
petó en un inglés macarrónico: «¿
Egyptologists
?» Al
asentir nosotros, señaló hacia el muro que sustentaba la
entrada a la tumba
y
. Muy enfadado nos gritó: «
Look,
look, two materials, two civilitations. STUDY!!!!!!!
»
(lo transcribo en su literalidad y con sus errores porque
se ha convertido en una especie de broma entre noso-
tros y lo recordamos exactamente). El buen hombre se
marchó muy digno y nosotros nos quedamos allí sin
saber si reír o llorar. Este personaje se refería a lo que
vemos en la figura 2, porque, como es lógico, inmedia
-
tamente y entre risas, fotografiamos lo que debería ser,
a partir de aquel momento, nuestra principal materia
de investigación.
Hasta para reprocharnos la
ocultación de la verdad
auténtica,
otro de los mantras que soportamos, este
buen hombre se equivocaba. Si nos ponemos exquisi-
tos, allí podíamos ver
tres
materiales diferentes, ¿
three
civilitations
?
Centrándonos ya en la tarea de tratar de desmontar
en estas páginas algunos mitos profusamente extendi-
dos, deberíamos empezar lógicamente por las archifa-
mosas pirámides de Guiza, y ya anticipamos que no
solo no son en absoluto las primeras pirámides cons-
truidas en Egipto, sino que muy al contrario, fueron
las últimas y lo fueron no por ninguna causa esotérica
sino porque el modelo económico y social que las sus-
tentaba había variado. Siempre me he preguntado por
la fascinación que ejercen estos edificios en las sectas
más variadas y también me pregunto por qué específi
-
camente estas y no otras. ¿Quizá las otras están dema
-
siado lejos de los cómodos hoteles cairotas?
Entre las variadas propuestas que se presentan, al-
gunas desgraciadamente por personas vinculadas a la
ciencia, pero no, desde luego, a la historia y su meto-
dología, siempre aparecen tres «incógnitas»:
y
y
La datación: ¿Cuándo se construyeron las pirá
-
mides?
y
y
La construcción: ¿Quiénes construyeron las pi
-
rámides?
y
y
La utilidad: ¿Qué función desempeñaban?
En cuanto a la datación, hay una especie de obse-
sión en atribuir una mayor antigüedad a las pirámides
de Guiza
5
. No importa que para ello haya que modifi
-
Reivindicando la labor del historiador del
Egipto antiguo (y la propia civilización egipcia)
frente a periodistas, escritores, parapsicólogos
y demás «fabuladores» autodidactas
Imagen de Pete Linforth en Pixabay
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car la cronología de todo un periodo histórico y que no
afecte únicamente a Egipto, sino que tenga repercu-
siones en la historia de Mesopotamia, Canaán, Grecia,
etc. etc., porque si movemos un periodo histórico, todo
debe revisarse. Al parecer lo importante es acreditar
su antigüedad, como si más antiguo necesariamente
conllevara ser más prestigioso. Aunque en realidad, la
necesidad de atribuirles una datación irracionalmente
arcaica se vincula con otras afirmaciones no menos
exóticas que desarrollaremos más adelante.
Esta cuestión no sería grave en principio, porque la
historia es dialéctica y trabajamos con la documenta-
ción y el análisis de que disponemos en cada momen-
to. En consecuencia, nuevos modelos de análisis nos
pueden llevar a ver otros enfoques y nueva documen-
tación nos puede desmontar una hipótesis. Por tanto,
salvo su alteridad con relación a la metodología histó-
rica, no habría nada que objetar; el problema, el monu-
mental problema, es que se pretende datar un elemento
arquitectónico, creado por una civilización cualquiera
que esta sea, con dataciones geológicas. Así, se reali-
zan estudios geomorfológicos como si ello condujera
a alguna demostración cientifico-histórica. Es como
si nosotros calculáramos la edad de una catedral o un
acueducto romano por la datación de sus sillares (que
igual en breve tenemos que padecerlo también).
Debemos aclarar que las pirámides no nacieron ais-
ladamente. Forman parte de un conjunto de modelos
ideológicos, culturales, económicos, etc., que forman
el núcleo de un periodo concreto en una civilización
determinada. Es, por tanto, de todo punto imposible
alcanzar conclusión alguna aislando por completo un
elemento, por grande que este sea, de las circunstan-
cias, condiciones y sociedad que decidieron su puesta
en marcha. Si, por lo demás, se utilizan herramientas
de datación completamente equivocadas, no es de es-
perar una resolución exitosa. No una, al menos, que la
ciencia pueda dar como válida.
La afirmación ─muy común entre estos grupos─ de
que los propios egipcios no reconocían haber construi-
do las pirámides es simple y llanamente una falacia.
Probablemente, su incapacidad para leer históricamen-
te cualquier documento o su tendencia a recoger solo
aquello que creen que sustenta sus desvaríos justifican
el disparate. También es común el desconocimiento
de las localizaciones exactas de los complejos pirami-
dales, porque suelen mezclar en un
totum revolutum
asentamientos como Menfis, Heliópolis y Guiza. Men
-
fis fue la capital del nomo I del Bajo Egipto y, para ubi
-
carnos, estaba situada al sur del delta del Nilo, al sur,
por tanto de la actual capital, El Cairo. Su bellísimo
nombre en egipcio durante el Reino Antiguo era «El
muro blanco» , durante el Reino Medio se la conoció
como «Balanza de las dos tierras» y como «Belleza
permanente» o «Estable en belleza» (
Men Nefer
)
6
. De
la ciudad propiamente dicha no conservamos restos;
sí de algún templo. Esta ciudad se asocia a una serie
de necrópolis y zonas de pirámides, que no dejan de
ser elementos funerarios o directamente tumbas. Gui-
za, Saqqara, Abusir y Dashur están consideradas como
zonas bajo su influencia, debido a que la realeza y la
nobleza dispusieron allí sus enterramientos vinculados
al momento en que Menfis funcionaba de algún modo
como la capital de Egipto y la administración, así
como el gobierno se radicaba también en la zona. Por
tanto, Guiza está relacionado directamente con esta
ciudad como uno de los centros funerarios elegidos.
Con respecto a Heliópolis, llamada
Iunu
(‘El Pilar’)
Es sin duda un acto de racismo infinito despre
-
ciar de este modo una sociedad de la que los
griegos, esos sobrevalorados de la historia, be-
bieron ávidamente y nunca lo ocultaron
Fig. 1 - Jeroglífico correspondiente a la palabra kmt. El símbolo circular
(un determinativo) tiene el significado de ‘ciudad, territorio organizado
por el hombre, pueblo con cruce de caminos’, aunque generalmente se
utiliza para cualquier pueblo o ciudad
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por los egipcios, estaba situada al norte de la capital,
y en el periodo faraónico fue capital del nomo XIII
del Bajo Egipto. Fue destruida en dos ocasiones por
los persas, y ya en época romana estaba abandonada
y prácticamente deshabitada, sirvió como cantera de
material para la construcción de edificios y calzadas en
El Cairo durante la Edad Media y, con el tiempo, debi-
do al crecimiento de la capital, fue incorporada como
un barrio a la misma.
Nos puede parecer que hay un cierta proximidad
entre los tres asentamientos, pero esto se debe a que
pensamos con nuestra perspectiva del siglo XXI. Las
comunicaciones en el mundo antiguo no eran tan sen-
cillas, ni las construcciones se iban levantando
sin ton
ni son
por cualquier parte. Cada emplazamiento era
propuesto, analizado, estudiado, presentado a las auto-
ridades competentes y finalmente aprobado o desesti
-
mado. No cabe confusión alguna.
Los egipcios disponían de tres condiciones funda-
mentales para la construcción de dichos elementos de
propaganda, es decir, disponían de la mano de obra
necesaria y del tiempo preciso. Una tercera se añadía
a las dos anteriores: la poderosísima estructura admi-
nistrativa que organizaba el país. A diferencia de lo
que es habitualmente mantenido desde aficionados y
seguidores de teorías descabelladas, cualquier obra
pública en Egipto era llevada a cabo por trabajadores
que percibían un salario, tenían jefes, un control de las
horas y días trabajados, etc. De hecho, el sistema fun-
cionarial egipcio era tremendamente complejo, y ello
nos ha proporcionado el acceso a un gran número de
documentos que permiten un acercamiento científico
al sistema constructivo, por ejemplo.
A menudo se argumenta que «no sabemos cómo se
construyeron las pirámides», y a esta afirmación tan
rotunda se contrapone que «
ellos
no saben cómo se
construyeron las pirámides», porque cualquier estu-
diante de primero de Historia con una asignatura de
Historia Antigua le podrá proporcionar cuantos datos
necesite, desde dónde residían los trabajadores, de qué
nomo procedían, qué recibían de comida y de estipen-
dio, cuánto tiempo estaban trabajando en la obra y así
ad infinitum
. Bien es cierto que en esta cuestión, como
en tantas otras en ciencia, hay diversas hipótesis pero,
créanme, ninguna pasa por la llegada de hombrecillos
verdes o de cualquier otro color del arco iris
7
.
Para justificar la antigüedad y originalidad de es
-
tos elementos constructivos, y de paso dejar claro que
de ningún modo podían haber sido obra de los egip-
cios, se desestima la construcción de otras pirámides
e incluso de diversas obras públicas egipcias, algunas
de las cuales son arquitectónicamente mucho más
complejas. Desconozco si se trata de que ignoran su
existencia o de que realmente no les importa. Por solo
citar un ejemplo, preguntaría cómo se pudo construir
una obra tan monumental como el templo de Hatshep-
sut en Deir el Bahri. Claro que la zona constructiva
data en origen del Reino Medio, con la erección del
complejo mentujotépida. La siguiente fase, la que co-
rresponde propiamente a la reina, pertenece al Reino
Nuevo y estos dos periodos, salvo por lo que respecta
a Tutankhamón y Ramsés II, quedan fuera de los inte-
reses esotéricos.
Resulta risible, a la vez que irritante, que al mismo
tiempo que se defiende denodadamente una interven
-
ción divina, extraterrestre, (…….) ─entre los parénte
-
sis rellenen ustedes mismos con la locura que les pa-
rezca─ se acuse a esos denostados egipcios de «haber
perdido el conocimiento y la tecnología que poseían»
(
sic
). Por una parte ignorantes incapaces de la obra,
por otra responsables de la destrucción del conoci-
miento. En realidad, y como es fútil remarcar, los egip-
cios avanzaron en su tecnología a través del tiempo
y fueron ─como nuestra civilización─ abandonando
Fig. 2 - Tumba de
idw.
Fragmento de la entrada.
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aquella tecnología que ya no les era útil. Nosotros no
hemos perdido la capacidad de hacer mechas de velas,
es que ya no nos alumbramos con ellas.
La autoría de las pirámides está lejos de ser un enig-
ma: corresponde al pueblo egipcio, y cuando digo
pue-
blo
me refiero exactamente al pueblo: las pirámides
fueron construidas por trabajadores egipcios, hombre
libres ─no esclavos
8
─ que eran destinados a la cons
-
trucción de obras públicas en el periodo de descan-
so de la tierra con el fin de que cumplieran con sus
corveas
, es decir, con su obligación de pago de im-
puestos al Estado mediante la obligación de trabajar
gratuitamente para la administración faraónica, que en
esa época concreta utilizaba ese modelo
9
. Los traba-
jadores eran desplazados desde sus lugares de origen
en cuadrillas de trabajo, y cada uno se ocupaba de su
especialidad; aquel zapatero se ocupaba de las sanda-
lias, aquella panadera fabricaba el pan, la cervecera la
cerveza, el artesano hacía su tarea y quienes no tenían
una especialidad trabajaban en faenas que no la necesi-
taban. Empresas que requerían profesiones específicas
corrían habitualmente a cargo de profesionales acredi-
tados
10
que ya no estaban cumpliendo sus obligaciones
con el Estado, sino ejerciendo su profesión trabajando
para el Estado... ¡y cobrando por ello! El impresionan-
te aparato que se desplegaba alrededor de una ciudad
de trabajadores evidencia la perfecta organización que
ya hemos apuntado anteriormente.
Como se puede colegir de lo anterior, las obras pú-
blicas se acometían combinando dos tipos de trabaja-
dores, los temporales y los fijos. Todos ellos percibían
un salario, si bien los temporales que cumplían con
sus corveas estaban dotados con una provisión bastan-
te menor, pero que garantizaba las necesidades bási-
cas. Tanto la ciudad de trabajadores como la necrópo-
lis correspondiente se conocen, e incluso disponemos
de documentos administrativos relacionados con estos
lugares. De hecho, alrededor de un complejo funerario
siempre encontramos un tercer elemento, la
Funda-
ción Funeraria
. Una figura jurídica muy similar a las
actuales fundaciones, con prácticamente los mismos
objetivos y que se instituía antes de comenzar cual-
quier obra, extendiéndose en teoría indefinidamente
pero que, con el tiempo, se iba diluyendo. Todas las
donaciones que recibía el complejo funerario estaban
destinadas a sufragar los gastos de mantenimiento ma-
terial y espiritual del mismo y se gestionaban a través
de las citadas fundaciones, responsables del pago a los
funcionarios que trabajaban allí, desde el más humilde
obrero hasta el director de las mismas, pasando por
todos los especialistas funerarios, sacerdotes, etc., que
eran adscritos a la misma.
De hecho, incluso los ajuares funerarios de los no-
bles y funcionarios de alto rango que las gestionaban
salían precisamente de ella. Cabe resaltar que, durante
al menos el Reino Antiguo, la dirección de dichas fun-
daciones solía recaer en la hijas del faraón reinante,
y no, no eran cargos honoríficos, sino perfectamente
ejecutivos. Testimonio de lo anterior son las tumbas
que circundan la explanada de las pirámides, donde los
nobles dejan constancia de sus
cursus honorum
. Por
ejemplo la famosa tumba de
idw
, que tanto enfadaba
a nuestro amigo. Este noble refleja en las paredes de
su enterramiento las donaciones recibidas para el ajuar
funerario e indica, con claridad meridiana, que estos
presentes (que no son tales, sino pagos por su trabajo)
han salido de la fundación funeraria del faraón, en la
cual desempeñó cargos de responsabilidad durante su
ejercicio profesional.
Antes de abandonar los dos primeros parámetros
que estamos desmenuzando, las dataciones y las cons-
trucciones milagrosas, quiero incidir en otro asunto:
resulta sorprendente que ninguna de esas teorías des-
cabelladas plantee las mismas dataciones para los
complejos funerarios de nobles que suelen estar en las
proximidades de los reales (Fig. 3). ¿Qué ocurre con
las tumbas de los funcionarios que sirvieron a aquellos
faraones, desde los de mayor nivel administrativo has-
ta los de los escalones más bajos? Ellos construyeron
sus tumbas sincrónicamente a las pirámides, como es
lógico, y por tanto deberían ser muy anteriores a lo que
sostenemos desde la ciencia histórica. Porque, curiosa-
La afirmación -muy común entre estos grupos-
de que los propios egipcios no reconocían haber
construido las pirámides es simple y llanamente
una falacia
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mente, de ellos nadie parece opinar. Les propongo este
misterio
como reflexión.
Encaramos la tercera gran
incógnita
para los fabu-
ladores, que no es otra que buscar en estos edificios
la
utilidad
, cuanto más peregrina mejor, olvidando la
función para la cual se proyectaron como si ello fue-
ra lo menos importante. Antes de comenzar debemos
dejar constancia de que la utilidad de un elemento,
cualquiera que este sea, en una sociedad concreta, de-
riva de esa misma sociedad. Cabría preguntarse qué
utilidad tienen esos puentes de arquitectura salvaje y
desafiante que están poblando todos los rincones del
planeta. No es desde luego la necesidad de unir dos
puntos concretos, porque para tal necesidad (para su
utilidad) es innecesario un derroche semejante de ma-
teriales, diseño y especialmente recursos públicos.
Lo mismo podemos afirmar de otras construcciones
públicas o privadas: aeropuertos hiperdimensionados
con diseños imposibles, museos cuya única intencio-
nalidad no siempre parece ser ofrecer un marco digno
para las obras que albergan, complejos «culturales»
11
,
deportivos, hospitales, etc.
Todos los ejemplos anteriores comparten dos crite-
rios fundamentales:
y
y
La sociedad que los demanda.
y
y
Su intencionalidad.
Independientemente de los matices que nos sepa-
ran, los que unen a la práctica totalidad del planeta son
mucho mayores; somos una sociedad del espectáculo
y la superficialidad, que se muestra al exterior y ne
-
cesita continuamente reconocerse en la extravagancia
individualista (la política
selfie
); no importa si los po-
cos recursos de los que disponga un país concreto se
destinan a un disparate arquitectónico, lo importante
es que se vea… y ocultar los barrios de chabolas.
Bien, se comete un grave error al creer que las so-
ciedades anteriores a la nuestra no padecían las mis-
mas pulsiones y el error es aún mayor si esa sociedad
es el Egipto faraónico. También aquí su modernidad es
evidente. ¿Cuál era la función de las pirámides?
Ser vistas real e ideológicamente.
Naturalmente, estoy simplificando para reducir al
máximo, y vamos a explicarlo. La propaganda y la
legitimación ya serían razón suficiente, no importa si
la construcción es una tumba al uso, un cenotafio o
una capilla conmemorativa vinculada al templo solar.
Lo realmente importante es que cumple una función
propagandística para el Estado y, como muy bien de-
sarrollaba el Dr. Parra en su tesis doctoral
12
, además
cumplían con una de las obligaciones del Estado:
CREAR MAAT. ¿Y que es crear Maat? Pues llevar a
cabo lo que es justo, y es justo proporcionar un medio
de subsistencia a los trabajadores que deben abando-
nar sus labores en el campo durante el tiempo que la
inundación impide cualquier acción. Es justo e impide
revueltas ciudadanas.
Las tumbas, entonces y ahora, no son elementos le-
gitimadores del muerto sino del grupo social que lo
sustenta: «Mirad lo que hemos hecho, mirad lo que
somos capaces de hacer. Si seguimos gobernando, si
nos otorgáis vuestra confianza, todo irá bien».
Esta sería la parte amable, por supuesto; la otra
parte se formularía como sigue: «¿Veis lo que somos
capaces de hacer? No intentéis desafiarnos. ¿Veis has
-
ta dónde llega nuestro poder?». Porque, es una pero
-
grullada, pero aclarémoslo: una pirámide, su templo
adyacente, su necrópolis aristocrática, la ciudad de
trabajadores, etc., etc., etc., se ven claramente desde
cualquier parte en varios kilómetros a la redonda
13
.
Francamente, no hay necesidad de buscar explica-
ciones irritantes tales como calificarlas de los modos
más absurdos que se le ocurra al primer iluminado que
pase por allí, y aquí dejamos constancia de un pequeño
Fig 3 - Vista lateral del complejo de pirámides en la explanada de Guiza
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recopilatorio de algunas propuestas incalificables:
y
y
Gasolineras cosmológicas (centros de repostaje
de naves espaciales).
y
y
Centro de captación de ácido clorhídrico e hidrato
de zinc (que da hidrógeno).
y
y
Centro recopilatorio de la «energía de la Tierra»
mediante vibración.
y
y
Central de energías
wifi
a nivel planetario, de las
cuales los obeliscos eran antenas receptoras.
Sería ofender la inteligencia de los lectores siquie-
ra intentar explicarlas. Una sociedad con tal nivel de
complejidad tecnológica, que fue desgraciadamente
vencida por todos y cada uno de los países a los que se
enfrentó… no, no es razonable.
Para finalizar, quisiera entonar un
mea culpa
. La
comunidad científica, particularmente en esta especia
-
lidad, en humanidades en general y en este país en par-
ticular, ha tenido cuanto menos una actitud laxa para
enfrentarse al intrusismo. Se califica de profesional de
la egiptología a cualquiera al margen de sus conoci-
mientos o especialidad. Así, encontramos «egiptólo-
gos» que son arquitectos, biólogos, filólogos, etc.
14
La
propia definición como
egiptólogo
ya es problemática
y yo jamás la uso, porque en España no existe la dis-
ciplina como tal
15
; nosotros somos historiadores espe-
cializados en historia antigua, con subespecialización
en Egipto faraónico. Esa sería una buena definición,
pese a su extensión. Nadie habla de «greciólogos» ,
«romanólogos», o «iberólogos», pero todo el mundo
entiende que quien escribe un artículo sobre Grecia es
un especialista.
También ocurre que la creación de la disciplina, en el
siglo XIX, mezcló de un modo que no ocurre en otras
tanto la historia propiamente dicha como la historia del
arte, la filología, la literatura. Todos estos caminos par
-
ten de epistemologías diferentes y aplican en las inves-
tigaciones metodologías bien diversas. Un experto en
filología griega se ocupa del griego clásico, en Egipto
un historiador habla de la lengua, del arte… en un
to-
tum
revolutum
que no ayuda. No obstante lo anterior,
ello no autoriza a ningún profano a inmiscuirse en un
terreno del que desconoce lo fundamental: la metodo-
logía de investigación y análisis. A nadie se le ocurre
cuestionar a un cirujano cardiovascular, pero a los his-
toriadores, y especialmente a quienes nos dedicamos
al Egipto faraónico, no solo se nos cuestiona sino que
en la mayoría de los ocasiones se acude a profanos en
los medios de comunicación y se busca lo exagerado;
cuanto mayor sea la tontería, más recorrido tiene.
Espero que estas letras hayan servido siquiera mí-
nimamente para llamar a la reflexión y para tratar a
Egipto al menos bajo los mismos parámetros que a
otras culturas antiguas. Sin fantasías añadidas. Ter-
mino como empecé: Egipto era fascinante, sin duda
alguna, pero lo era exactamente por lo contrario de lo
que se viene defendiendo. Repito: lo era por su moder-
nidad, por su enorme capacidad para generar sistemas
ideológicos de gran fuerza, por su admirable modelo
administrativo, por su sistema de trabajo tan complejo,
por su capacidad para reconocer al otro como un igual;
por muchas otras cosas que se aprenden trabajando
seriamente, profundizando en sus documentos, anali-
zando su legado desde un enfoque crítico y científico;
nunca fabulando, menospreciando su enorme talento y
asumiendo como natural que sus logros no fueron tales
sino resultado de que unos seres siderales decidieron
derrochar su energía y su tiempo en construir determi-
nados monumentos y luego se fueron sin más. Es una
ofensa imperdonable.
Bibliografía
Aquellos que sientan la necesidad de acercarse al pe-
riodo del que estamos tratando y aún al previo, que dio
paso a esta organización social, pueden consultar, además
de los trabajos de José Miguel Parra relacionados con las
pirámides y ya comentados anteriormente, las siguientes
obras:
Kemp, Barry J.
El antiguo Egipto. Anatomía de una civili-
zación
. Ed. Crítica, 1996
De Juan Carlos Moreno García:
y
y
«Administration territoriale et organisation de l’espace
en Egypte au troisième millénaire avant J.-C (V) gs-pr»
Zeitschrift für Ägyptische sprache und altertumskunde
,
126(2): 116-131 (1999)
y
y
«Production alimentaire et idéologie: les limites de
El sistema funcionarial egipcio era tremenda-
mente complejo, y ello nos ha proporcionado el
acceso a un gran número de documentos que
permiten un acercamiento científico al sistema
constructivo
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l’iconographie pour l’étude des pratiques agricoles et ali-
mentaires des Égyptiens du III millénaire avant J.C.».
Dia-
logues d’histoire ancienne
, 29(2): 73-96 (2003)
y
y
Egipto en el Imperio Antiguo
, Ed. Bellaterra, 2004
y
y
«Penser l'économie pharaonique».
Annales. Histoire,
sciences sociales
, 69: 7-38 (2014)
y
De David Wengrow:
y
y
«Rethinking ‘Cattle Cults’ in Early Egypt: Towards a
Prehistoric Perspective on the Narmer Palette».
Cambridge
Archaeological Journal
, 11(1): 91-104 (2001)
y
y
The Archaeology of Early Egypt: Social Transforma-
tions in North-East Africa C.10,000 to 2,650 BC
. Ed. Cam-
bridge. 2006
Y, lógicamente, pueden contactarme para cualquier amplia
-
ción de conocimientos.
Notas:
1 Ni desde luego griegos o romanos
,
ambos muy poste-
riores.
2 Si es que en algún momento Herodoto se acercó
siquiera a Egipto, porque existen dudas razonables al res
-
pecto.
3 Es interesante observar que este jeroglífico indica
especialmente la organización del territorio y el estableci-
miento de un orden en los asentamientos. No hace falta lle-
gar a Roma para encontrar sistemas de ordenación dentro
de aldeas y ciudades. Mucho antes del cardus y decuma-
nus, los egipcios ya tenía una clara visión del urbanismo.
4 Dos ejemplos de este tipo de historiador serían:
François Daumas, con
La civilización del Egipto faraónico
,
donde se asumen hipótesis que hoy nos escandalizarían,
como la facilidad de cultivo o su carácter lejano de la cien-
cia y vinculado a la religión; y Vere Gordon Childe, con
Los
orígenes de la civilización
, un libro enormemente naif, que
describe la vida en Egipto como un mundo de alegría y
tranquilidad, y redunda en la facilidad de cultivo. No creo
que ninguno de ellos hubiera cogido jamás una azada en
un día de verano al sol de Egipto.
5
Por citar un ejemplo de científico que desarrolla una
fijación con las pirámides, Colin Reader, geólogo, forma
parte del grupo que adscribe a las pirámides una edad
anterior e incluso va más lejos afirmando que la esfinge de
Guiza es anterior a las pirámides y, por tanto, anterior a la
cuarta dinastía.
6 Del modo en que los griegos trataban de pronunciar
este último nombre surgió Menfis. Actualmente recibe el
nombre de Mit Rahina.
7
Para los interesados en profundizar, recomiendo la
tesis doctoral del Dr. Parra Ortiz,
Los complejos funerarios
reales del Reino Antiguo: un punto de vista socio-económi-
co
, en la cual presenta una propuesta interesante sobre el
modelo de construcción por equipos de trabajo, ya que no
es factible situar a miles de personas trabajando al mismo
tiempo y en el mismo lugar, por razones obvias, y también
propone un modelo de representación a través de las
construcciones realmente innovador en su momento y muy
interesante. El mismo investigador ha publicado un obra
divulgativa, más sencilla, titulada
Los constructores de las
grandes pirámides
.
8 La esclavitud era prácticamente inexistente en Egipto.
El modelo económico no era esclavista como el de Grecia
o Roma, y la pérdida de libertad se relacionaba con sen
-
tencias judiciales como castigo por algún suceso, habitual
-
mente de tipo económico, como fraude, estafa,
«meter la
mano en el dinero público»
, etc. Todo muy, muy actual. La
otra forma de caer en esclavitud era la guerra; los prisio-
neros que llegaban a Egipto lo hacían en condición de es-
clavos, pero el egipcio inmediatamente utilizaba las estra
-
tegias legales a su alcance para manumitirlos y asimilarlos
en
la sociedad como extranjeros, pero libres. En ocasiones
incluso llegaban a contraer matrimonio con personas de
la familia de su anterior amo. Una de mis conclusiones
sobre la elite egipcia es que fue quizá la primera sociedad
que arribó a la conclusión de que los ciudadanos trabajan
mucho mejor si creen que son libres. La afirmación
«Yo
soy un/a ciudadano/a egipcio/a» es una constante. Por otra
parte, frente a afirmaciones recogidas en alguno documen
-
tos sobre la llegada de cientos de miles de esclavos, una
persona con una mente analítica debe plantearse inmedia-
tamente cómo se podría controlar a esa multitud, dónde
se la ubicaba y cómo se la alimentaba. La propaganda y la
exageración tampoco son privativas de nuestra sociedad.
9
Durante el Reino Nuevo este sistema se vio modifi
-
cado por razones que exceden este artículo. Ello generó
graves problemas económicos a los más humildes y el
nacimiento de un sentimiento de rechazo hacia los trabaja-
dores extranjeros. Nuevamente sorprende la actualidad de
estos fenómenos.
10
Por ejemplo, los marineros que tripulaban los barcos
propiedad del complejo, tanto los destinados al transporte
de material como los que tenían como objetivo el comercio.
Hace pocos años, desde el
Supreme Council of Antiquities
se informó de la localización de un buen número de papi-
ros que recogían precisamente diversos asuntos econó-
micos relacionados con los trabajadores de la pirámide de
Jufu (Keops en su versión griega) por parte de una misión
franco-egipcia al mando del Dr. Tallet. Esta noticia es tan
conocida que hasta fue publicada por la Agencia EFE. Aquí
conviene dejar claro que la mayoría de noticias que llegan
a la prensa desde fuentes oficiales suelen hacerlo tiempo
después de que el hallazgo se haya producido y la ciencia
haya comenzado su estudio. Esto es así salvo excepcio-
nes que buscar dar mayor difusión a algún hallazgo, por
diversas razones. Últimamente, por ejemplo, para disipar el
miedo a viajar a Egipto y tratar de restaurar
la confianza de
los turistas.
Precisamente en estos papiros se describen los traba-
jos de marineros destinados al transporte de piedras para
las obras e incluso se identifica a uno de los responsables
de un equipo, llamado Merer. Los egipcios trabajaban en
pequeños equipos supervisados por un jefe; por encima
había otro inspector que supervisaba a un conjunto de
equipos, por ejemplo cinco
; por encima un superior que su-
pervisaba a cinco de estos jefes, y así hasta llegar a quien
hoy llamaríamos Ministro de Obras Públicas, y
que en el
caso del Egipto faraónico era una tarea que correspondía
al visir, es decir, al Jefe del Gobierno.
11 No puedo olvidar la Ciudad de las Artes y las Cien-
cias de Valencia, paradigma de una época (no el único
desde luego), ejemplo de despilfarro de recursos que muy
bien podrían haber servido para evitar colegios en barra-
cones. H
oy, cuando estamos escribiendo estas páginas,
se anuncia con alivio que ¡por fin!
u
no de sus edificios em
-
blemáticos, cascarón vacío de soberbia, finalmente servirá
para algo.
12 Op. cit.
13 Os pongo un ejemplo de nuestra historia: ¿no os ha-
béis preguntado cuando vais por Castilla, pongo por caso,
cómo es posible que en pueblecitos muy, muy pequeños,
se construyeran iglesias tan enormes? La respuesta es la
misma: «¿Veis quién tiene aquí el poder? No os atreváis a
desafiar a la Iglesia
».
14 Un reputadísimo egiptólogo (este sí) con una amplia
experiencia, me comentaba con ironía en una ocasión:
«
Es curioso, habiendo tan pocos departamentos específi
-
camente de Historia de Egipto, en las universidades espa-
ñolas, cada vez que vengo me presentan a más “egiptólo-
gos”… lo curioso es que ninguno de ellos tiene una titula-
ción que respalde ese nombre: los unos son musicólogos,
los otros abogados,
agentes de viajes, etc. pero
ninguno
tiene la carrera de Historia con especialización»
.
15 Otra excusa que presentan los
amateurs
.