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T

rabajar sobre el Egipto faraónico implica 

pagar un peaje; casi a diario estamos obli-

gados a escuchar sandeces, a desmentir 

fantasías, a batallar con supuestos «exper-

tos»… debo admitir que el precio merece 

la pena, aunque no por ello deja de molestarme que las 

palabras más repetidas al comentar cualquier asunto 

de Egipto sean:

MISTERIOSO

ENIGMÁTICO

Lejos de estos epítetos, Egipto se organizó en una 

sociedad fascinante, desde luego, pero fascinante 

exactamente  por  lo  contrario  de  aquello  que  defien

-

den tantos iletrados por los distintos canales que se les 

permite, y son muchos. Fascinante por su estructura 

social y política, fascinante por su duración, fascinan-

te por el papel jugado por las mujeres, fascinante por 

su modernidad…. ¡Un momento!, ¿modernidad? Sin 

duda: algunos aspectos de la legislación egipcia o de 

su 

consuetudine

 eran radicalmente modernos; desde 

las jornadas de trabajo y los descansos regulados a la 

conciencia de ciudadanía que otras culturas sincróni-

cas ni siquiera soñaron con aplicar

1

. La profusión de 

cartas pertenecientes a la vida privada de aquellos que 

vivieron durante la época faraónica, así como de testa-

mentos y otros registros relacionados con el día a día 

de sus habitantes, así lo atestiguan. Por esta razón es 

aún más molesto tener que seguir escuchando relatos 

fantásticos que no hacen sino minusvalorar la enorme 

capacidad que demostraron los egipcios, su ingenio, su 

sentido del humor, su ─por qué no decirlo también─ 

cinismo, su elegancia. Todo ello arrumbado por la 

creencia absurda y enormemente injusta de que ellos, 

ellos precisamente, jamás pudieron llegar a pensar y 

ejecutar algunas de las maravillas del mundo. Entre los 

egipcios circula una afirmación muy juiciosa que reza 

así: «El Nilo pasa por muchas orillas pero solo aquí 

tuvo lugar la civilización faraónica». Efectivamente, 

desde que Heródoto lanzara aquella frase destinada al 

consumo de su público (griego), «

E

gipto

 

Es

 

un

 

don

 

dEl

 n

ilo

»

2

, los egipcios han tenido que ir soportando 

esta especie de estigma, que da origen a una serie de 

teorías fantásticas basadas en el hecho de que ellos, 

los habitantes de la tierra negra, de Egipto, 

kmt

 para el 

egipcio antiguo que escribimos en jeroglífico (Fig. 1)

3

estaban allí como simples espectadores de lo que la 

naturaleza, o seres especiales venidos de otros lugares, 

llevaban a cabo.

No podemos olvidar que, incluso cuando esta dis-

ciplina empezaba a desarrollarse, los primeros egiptó-

logos realizaban afirmaciones que redundaban en esa 

idea de arcadia feliz donde prácticamente ni siquiera 

era necesario cultivar la tierra de pura feracidad. La 

acusación  de  acientifismo  también  ha  pesado  sobre 

esta sociedad como una losa, ya desde las primeras 

investigaciones, siempre comparando con las civiliza-

ciones clásicas y muy especialmente con la griega. No 

es de extrañar entonces que, teniendo dentro al enemi-

go

4

, se convirtiera en pasto de los grupos acientíficos.

Es sin duda un acto de racismo infinito despreciar 

Terminemos con el 
falso mito de las 
pirámides egipcias

Dra. Mara Castillo Mallén

Asociación Universitaria de Investigación Egiptológica

Dossier

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de este modo una sociedad de la que los griegos, esos 

sobrevalorados de la historia, bebieron ávidamente y 

nunca lo ocultaron. Por las razones arriba aducidas, 

y por muchas otras que no es necesario indicar, me 

gustaría usar este espacio para dar un somero repaso a 

tantos mitos, inexactitudes e invenciones que desgra-

ciadamente han logrado cubrir la historia del Egipto 

faraónico con un velo de irracionalidad y convertir ese 

periodo en una especie de cuento, leyenda y fantasía.

No me resisto a comentar aquí una anécdota que nos 

ocurrió realizando un trabajo de documentación foto-

gráfica en las tumbas de nobles que se encuentran en 

el complejo piramidal de Guiza, concretamente en la 

mastaba de 

idw

, tumba G7102, cementerio este:

Nuestro equipo salía de fotografiar la mastaba y nos 

dimos de sopetón con una persona que nos estaba es-

perando en la misma puerta; sin mediar palabra nos es-

petó en un inglés macarrónico: «¿

Egyptologists

?» Al 

asentir nosotros, señaló hacia el muro que sustentaba la 

entrada a la tumba 

y

. Muy enfadado nos gritó: «

Look, 

look, two materials, two civilitations. STUDY!!!!!!!

» 

(lo transcribo en su literalidad y con sus errores porque 

se ha convertido en una especie de broma entre noso-

tros y lo recordamos exactamente). El buen hombre se 

marchó muy digno y nosotros nos quedamos allí sin 

saber si reír o llorar. Este personaje se refería a lo que 

vemos en la figura 2, porque, como es lógico, inmedia

-

tamente y entre risas, fotografiamos lo que debería ser, 

a partir de aquel momento, nuestra principal materia 

de investigación.

Hasta para reprocharnos la 

ocultación de la verdad 

auténtica, 

otro de los mantras que soportamos, este 

buen hombre se equivocaba. Si nos ponemos exquisi-

tos, allí podíamos ver 

tres

 materiales diferentes, ¿

three

 

civilitations

?

Centrándonos ya en la tarea de tratar de desmontar 

en estas páginas algunos mitos profusamente extendi-

dos, deberíamos empezar lógicamente por las archifa-

mosas pirámides de Guiza, y ya anticipamos que no 

solo no son en absoluto las primeras pirámides cons-

truidas en Egipto, sino que muy al contrario, fueron 

las últimas y lo fueron no por ninguna causa esotérica 

sino porque el modelo económico y social que las sus-

tentaba había variado. Siempre me he preguntado por 

la fascinación que ejercen estos edificios en las sectas 

más variadas y también me pregunto por qué específi

-

camente estas y no otras. ¿Quizá las otras están dema

-

siado lejos de los cómodos hoteles cairotas?

Entre las variadas propuestas que se presentan, al-

gunas desgraciadamente por personas vinculadas a la 

ciencia, pero no, desde luego, a la historia y su meto-

dología, siempre aparecen tres «incógnitas»:

y

y

La datación: ¿Cuándo se construyeron las pirá

-

mides?

y

y

La  construcción:  ¿Quiénes  construyeron  las  pi

-

rámides?

y

y

La utilidad: ¿Qué función desempeñaban?

En cuanto a la datación, hay una especie de obse-

sión en atribuir una mayor antigüedad a las pirámides 

de Guiza

5

. No importa que para ello haya que modifi

-

Reivindicando la labor del historiador del 

Egipto antiguo (y la propia civilización egipcia) 

frente a periodistas, escritores, parapsicólogos 

y demás «fabuladores» autodidactas

Imagen de Pete Linforth en Pixabay

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car la cronología de todo un periodo histórico y que no 

afecte únicamente a Egipto, sino que tenga repercu-

siones en la historia de Mesopotamia, Canaán, Grecia, 

etc. etc., porque si movemos un periodo histórico, todo 

debe revisarse. Al parecer lo importante es acreditar 

su  antigüedad,  como  si  más  antiguo  necesariamente 

conllevara ser más prestigioso. Aunque en realidad, la 

necesidad de atribuirles una datación irracionalmente 

arcaica  se  vincula  con  otras  afirmaciones  no  menos 

exóticas que desarrollaremos más adelante.

Esta cuestión no sería grave en principio, porque la 

historia es dialéctica y trabajamos con la documenta-

ción y el análisis de que disponemos en cada momen-

to. En consecuencia, nuevos modelos de análisis nos 

pueden llevar a ver otros enfoques y nueva documen-

tación nos puede desmontar una hipótesis. Por tanto, 

salvo su alteridad con relación a la metodología histó-

rica, no habría nada que objetar; el problema, el monu-

mental problema, es que se pretende datar un elemento 

arquitectónico, creado por una civilización cualquiera 

que esta sea, con dataciones geológicas. Así, se reali-

zan estudios geomorfológicos como si ello condujera 

a  alguna  demostración  cientifico-histórica.  Es  como 

si nosotros calculáramos la edad de una catedral o un 

acueducto romano por la datación de sus sillares (que 

igual en breve tenemos que padecerlo también).

Debemos aclarar que las pirámides no nacieron ais-

ladamente. Forman parte de un conjunto de modelos 

ideológicos, culturales, económicos, etc., que forman 

el núcleo de un periodo concreto en una civilización 

determinada. Es, por tanto, de todo punto imposible 

alcanzar conclusión alguna aislando por completo un 

elemento, por grande que este sea, de las circunstan-

cias, condiciones y sociedad que decidieron su puesta 

en marcha. Si, por lo demás, se utilizan herramientas 

de datación completamente equivocadas, no es de es-

perar una resolución exitosa. No una, al menos, que la 

ciencia pueda dar como válida.

La afirmación ─muy común entre estos grupos─ de 

que los propios egipcios no reconocían haber construi-

do las pirámides es simple y llanamente una falacia. 

Probablemente, su incapacidad para leer históricamen-

te cualquier documento o su tendencia a recoger solo 

aquello que creen que sustenta sus desvaríos justifican 

el disparate. También es común el desconocimiento 

de las localizaciones exactas de los complejos pirami-

dales, porque suelen mezclar en un 

totum revolutum

 

asentamientos como Menfis, Heliópolis y Guiza. Men

-

fis fue la capital del nomo I del Bajo Egipto y, para ubi

-

carnos, estaba situada al sur del delta del Nilo, al sur, 

por tanto de la actual capital, El Cairo. Su bellísimo 

nombre en egipcio durante el Reino Antiguo era «El 

muro blanco» , durante el Reino Medio se la conoció 

como «Balanza de las dos tierras» y como «Belleza 

permanente» o «Estable en belleza» (

Men Nefer

)

6

. De 

la ciudad propiamente dicha no conservamos restos; 

sí de algún templo. Esta ciudad se asocia a una serie 

de necrópolis y zonas de pirámides, que no dejan de 

ser elementos funerarios o directamente tumbas. Gui-

za, Saqqara, Abusir y Dashur están consideradas como 

zonas bajo su influencia, debido a que la realeza y la 

nobleza dispusieron allí sus enterramientos vinculados 

al momento en que Menfis funcionaba de algún modo 

como la capital de Egipto y la administración, así 

como el gobierno se radicaba también en la zona. Por 

tanto, Guiza está relacionado directamente con esta 

ciudad como uno de los centros funerarios elegidos. 

Con respecto a Heliópolis, llamada 

Iunu

 (‘El Pilar’) 

Es sin duda un acto de racismo infinito despre

-

ciar de este modo una sociedad de la que los 

griegos, esos sobrevalorados de la historia, be-

bieron ávidamente y nunca lo ocultaron

Fig. 1 - Jeroglífico correspondiente a la palabra kmt. El símbolo circular 

(un determinativo) tiene el significado de ‘ciudad, territorio organizado 

por el hombre, pueblo con cruce de caminos’, aunque generalmente se 

utiliza para cualquier pueblo o ciudad

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por los egipcios, estaba situada al norte de la capital, 

y en el periodo faraónico fue capital del nomo XIII 

del Bajo Egipto. Fue destruida en dos ocasiones por 

los persas, y ya en época romana estaba abandonada 

y prácticamente deshabitada, sirvió como cantera de 

material para la construcción de edificios y calzadas en 

El Cairo durante la Edad Media y, con el tiempo, debi-

do al crecimiento de la capital, fue incorporada como 

un barrio a la misma.

Nos puede parecer que hay un cierta proximidad 

entre los tres asentamientos, pero esto se debe a que 

pensamos con nuestra perspectiva del siglo XXI. Las 

comunicaciones en el mundo antiguo no eran tan sen-

cillas, ni las construcciones se iban levantando 

sin ton 

ni son

 por cualquier parte. Cada emplazamiento era 

propuesto, analizado, estudiado, presentado a las auto-

ridades competentes y finalmente aprobado o desesti

-

mado. No cabe confusión alguna.

Los egipcios disponían de tres condiciones funda-

mentales para la construcción de dichos elementos de 

propaganda, es decir, disponían de la mano de obra 

necesaria y del tiempo preciso. Una tercera se añadía 

a las dos anteriores: la poderosísima estructura admi-

nistrativa que organizaba el país. A diferencia de lo 

que es habitualmente mantenido desde aficionados y 

seguidores de teorías descabelladas, cualquier obra 

pública en Egipto era llevada a cabo por trabajadores 

que percibían un salario, tenían jefes, un control de las 

horas y días trabajados, etc. De hecho, el sistema fun-

cionarial egipcio era tremendamente complejo, y ello 

nos ha proporcionado el acceso a un gran número de 

documentos que permiten un acercamiento científico 

al sistema constructivo, por ejemplo.

A menudo se argumenta que «no sabemos cómo se 

construyeron las pirámides», y a esta afirmación tan 

rotunda se contrapone que «

ellos

 no saben cómo se 

construyeron las pirámides», porque cualquier estu-

diante de primero de Historia con una asignatura de 

Historia Antigua le podrá proporcionar cuantos datos 

necesite, desde dónde residían los trabajadores, de qué 

nomo procedían, qué recibían de comida y de estipen-

dio, cuánto tiempo estaban trabajando en la obra y así 

ad infinitum

. Bien es cierto que en esta cuestión, como 

en tantas otras en ciencia, hay diversas hipótesis pero, 

créanme, ninguna pasa por la llegada de hombrecillos 

verdes o de cualquier otro color del arco iris

7

.

Para  justificar  la  antigüedad  y  originalidad  de  es

-

tos elementos constructivos, y de paso dejar claro que 

de ningún modo podían haber sido obra de los egip-

cios, se desestima la construcción de otras pirámides 

e incluso de diversas obras públicas egipcias, algunas 

de las cuales son arquitectónicamente mucho más 

complejas. Desconozco si se trata de que ignoran su 

existencia o de que realmente no les importa. Por solo 

citar un ejemplo, preguntaría cómo se pudo construir 

una obra tan monumental como el templo de Hatshep-

sut en Deir el Bahri. Claro que la zona constructiva 

data en origen del Reino Medio, con la erección del 

complejo mentujotépida. La siguiente fase, la que co-

rresponde propiamente a la reina, pertenece al Reino 

Nuevo y estos dos periodos, salvo por lo que respecta 

a Tutankhamón y Ramsés II, quedan fuera de los inte-

reses esotéricos.

Resulta risible, a la vez que irritante, que al mismo 

tiempo que se defiende denodadamente una interven

-

ción divina, extraterrestre, (…….) ─entre los parénte

-

sis rellenen ustedes mismos con la locura que les pa-

rezca─ se acuse a esos denostados egipcios de «haber 

perdido el conocimiento y la tecnología que poseían» 

(

sic

). Por una parte ignorantes incapaces de la obra, 

por otra responsables de la destrucción del conoci-

miento. En realidad, y como es fútil remarcar, los egip-

cios avanzaron en su tecnología a través del tiempo 

y  fueron  ─como  nuestra  civilización─  abandonando 

Fig. 2 - Tumba de

 idw. 

Fragmento de la entrada.

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aquella tecnología que ya no les era útil. Nosotros no 

hemos perdido la capacidad de hacer mechas de velas, 

es que ya no nos alumbramos con ellas.

La autoría de las pirámides está lejos de ser un enig-

ma: corresponde al pueblo egipcio, y cuando digo 

pue-

blo

  me  refiero  exactamente  al  pueblo:  las  pirámides 

fueron construidas por trabajadores egipcios, hombre 

libres ─no esclavos

8

─ que eran destinados a la cons

-

trucción de obras públicas en el periodo de descan-

so de la tierra con el fin de que cumplieran con sus 

corveas

, es decir, con su obligación de pago de im-

puestos al Estado mediante la obligación de trabajar 

gratuitamente para la administración faraónica, que en 

esa época concreta utilizaba ese modelo

9

. Los traba-

jadores eran desplazados desde sus lugares de origen 

en cuadrillas de trabajo, y cada uno se ocupaba de su 

especialidad; aquel zapatero se ocupaba de las sanda-

lias, aquella panadera fabricaba el pan, la cervecera la 

cerveza, el artesano hacía su tarea y quienes no tenían 

una especialidad trabajaban en faenas que no la necesi-

taban. Empresas que requerían profesiones específicas 

corrían habitualmente a cargo de profesionales acredi-

tados

10

 que ya no estaban cumpliendo sus obligaciones 

con el Estado, sino ejerciendo su profesión trabajando 

para el Estado... ¡y cobrando por ello! El impresionan-

te aparato que se desplegaba alrededor de una ciudad 

de trabajadores evidencia la perfecta organización que 

ya hemos apuntado anteriormente.

Como se puede colegir de lo anterior, las obras pú-

blicas se acometían combinando dos tipos de trabaja-

dores, los temporales y los fijos. Todos ellos percibían 

un salario, si bien los temporales que cumplían con 

sus corveas estaban dotados con una provisión bastan-

te menor, pero que garantizaba las necesidades bási-

cas. Tanto la ciudad de trabajadores como la necrópo-

lis correspondiente se conocen, e incluso disponemos 

de documentos administrativos relacionados con estos 

lugares. De hecho, alrededor de un complejo funerario 

siempre encontramos un tercer elemento, la 

Funda-

ción Funeraria

. Una figura jurídica muy similar a las 

actuales fundaciones, con prácticamente los mismos 

objetivos y que se instituía antes de comenzar cual-

quier  obra,  extendiéndose  en  teoría  indefinidamente 

pero que, con el tiempo, se iba diluyendo. Todas las 

donaciones que recibía el complejo funerario estaban 

destinadas a sufragar los gastos de mantenimiento ma-

terial y espiritual del mismo y se gestionaban a través 

de las citadas fundaciones, responsables del pago a los 

funcionarios que trabajaban allí, desde el más humilde 

obrero hasta el director de las mismas, pasando por 

todos los especialistas funerarios, sacerdotes, etc., que 

eran adscritos a la misma.

De hecho, incluso los ajuares funerarios de los no-

bles y funcionarios de alto rango que las gestionaban 

salían precisamente de ella. Cabe resaltar que, durante 

al menos el Reino Antiguo, la dirección de dichas fun-

daciones solía recaer en la hijas del faraón reinante, 

y no, no eran cargos honoríficos, sino perfectamente 

ejecutivos. Testimonio de lo anterior son las tumbas 

que circundan la explanada de las pirámides, donde los 

nobles dejan constancia de sus 

cursus honorum

. Por 

ejemplo la famosa tumba de 

idw

, que tanto enfadaba 

a nuestro amigo. Este noble refleja en las paredes de 

su enterramiento las donaciones recibidas para el ajuar 

funerario e indica, con claridad meridiana, que estos 

presentes (que no son tales, sino pagos por su trabajo) 

han salido de la fundación funeraria del faraón, en la 

cual desempeñó cargos de responsabilidad durante su 

ejercicio profesional.

Antes de abandonar los dos primeros parámetros 

que estamos desmenuzando, las dataciones y las cons-

trucciones milagrosas, quiero incidir en otro asunto: 

resulta sorprendente que ninguna de esas teorías des-

cabelladas plantee las mismas dataciones para los 

complejos funerarios de nobles que suelen estar en las 

proximidades de los reales (Fig. 3). ¿Qué ocurre con 

las tumbas de los funcionarios que sirvieron a aquellos 

faraones, desde los de mayor nivel administrativo has-

ta los de los escalones más bajos? Ellos construyeron 

sus tumbas sincrónicamente a las pirámides, como es 

lógico, y por tanto deberían ser muy anteriores a lo que 

sostenemos desde la ciencia histórica. Porque, curiosa-

La afirmación -muy común entre estos grupos- 

de que los propios egipcios no reconocían haber 

construido las pirámides es simple y llanamente 

una falacia

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mente, de ellos nadie parece opinar. Les propongo este 

misterio

 como reflexión.

Encaramos la tercera gran 

incógnita

 para los fabu-

ladores, que no es otra que buscar en estos edificios 

la 

utilidad

, cuanto más peregrina mejor, olvidando la 

función para la cual se proyectaron como si ello fue-

ra lo menos importante. Antes de comenzar debemos 

dejar constancia de que la utilidad de un elemento, 

cualquiera que este sea, en una sociedad concreta, de-

riva de esa misma sociedad. Cabría preguntarse qué 

utilidad tienen esos puentes de arquitectura salvaje y 

desafiante que están poblando todos los rincones del 

planeta. No es desde luego la necesidad de unir dos 

puntos concretos, porque para tal necesidad (para su 

utilidad) es innecesario un derroche semejante de ma-

teriales, diseño y especialmente recursos públicos. 

Lo  mismo  podemos  afirmar  de  otras  construcciones 

públicas o privadas: aeropuertos hiperdimensionados 

con diseños imposibles, museos cuya única intencio-

nalidad no siempre parece ser ofrecer un marco digno 

para las obras que albergan, complejos «culturales»

11

deportivos, hospitales, etc.

Todos los ejemplos anteriores comparten dos crite-

rios fundamentales:

y

y

La sociedad que los demanda.

y

y

Su intencionalidad.

Independientemente de los matices que nos sepa-

ran, los que unen a la práctica totalidad del planeta son 

mucho mayores; somos una sociedad del espectáculo 

y la superficialidad, que se muestra al exterior y ne

-

cesita continuamente reconocerse en la extravagancia 

individualista (la política

 selfie

); no importa si los po-

cos recursos de los que disponga un país concreto se 

destinan a un disparate arquitectónico, lo importante 

es que se vea… y ocultar los barrios de chabolas.

Bien, se comete un grave error al creer que las so-

ciedades anteriores a la nuestra no padecían las mis-

mas pulsiones y el error es aún mayor si esa sociedad 

es el Egipto faraónico. También aquí su modernidad es 

evidente. ¿Cuál era la función de las pirámides?

Ser vistas real e ideológicamente.

Naturalmente,  estoy  simplificando  para  reducir  al 

máximo, y vamos a explicarlo. La propaganda y la 

legitimación ya serían razón suficiente, no importa si 

la  construcción  es  una  tumba  al  uso,  un  cenotafio  o 

una capilla conmemorativa vinculada al templo solar. 

Lo realmente importante es que cumple una función 

propagandística para el Estado y, como muy bien de-

sarrollaba el Dr. Parra en su tesis doctoral

12

, además 

cumplían con una de las obligaciones del Estado: 

CREAR MAAT. ¿Y que es crear Maat? Pues llevar a 

cabo lo que es justo, y es justo proporcionar un medio 

de subsistencia a los trabajadores que deben abando-

nar sus labores en el campo durante el tiempo que la 

inundación impide cualquier acción. Es justo e impide 

revueltas ciudadanas.

Las tumbas, entonces y ahora, no son elementos le-

gitimadores del muerto sino del grupo social que lo 

sustenta: «Mirad lo que hemos hecho, mirad lo que 

somos capaces de hacer. Si seguimos gobernando, si 

nos otorgáis vuestra confianza, todo irá bien».

Esta sería la parte amable, por supuesto; la otra 

parte se formularía como sigue: «¿Veis lo que somos 

capaces de hacer? No intentéis desafiarnos. ¿Veis has

-

ta dónde llega nuestro poder?». Porque, es una pero

-

grullada, pero aclarémoslo: una pirámide, su templo 

adyacente, su necrópolis aristocrática, la ciudad de 

trabajadores, etc., etc., etc., se ven claramente desde 

cualquier parte en varios kilómetros a la redonda

13

.

Francamente, no hay necesidad de buscar explica-

ciones irritantes tales como calificarlas de los modos 

más absurdos que se le ocurra al primer iluminado que 

pase por allí, y aquí dejamos constancia de un pequeño 

Fig 3 - Vista lateral del complejo de pirámides en la explanada de Guiza

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recopilatorio de algunas propuestas incalificables:

y

y

Gasolineras cosmológicas (centros de repostaje 

de naves espaciales).

y

y

Centro de captación de ácido clorhídrico e hidrato 

de zinc (que da hidrógeno).

y

y

Centro recopilatorio de la «energía de la Tierra» 

mediante vibración.

y

y

Central de energías 

wifi

 a nivel planetario, de las 

cuales los obeliscos eran antenas receptoras.

Sería ofender la inteligencia de los lectores siquie-

ra intentar explicarlas. Una sociedad con tal nivel de 

complejidad tecnológica, que fue desgraciadamente 

vencida por todos y cada uno de los países a los que se 

enfrentó… no, no es razonable.

Para  finalizar,  quisiera  entonar  un 

mea culpa

. La 

comunidad científica, particularmente en esta especia

-

lidad, en humanidades en general y en este país en par-

ticular, ha tenido cuanto menos una actitud laxa para 

enfrentarse al intrusismo. Se califica de profesional de 

la egiptología a cualquiera al margen de sus conoci-

mientos o especialidad. Así, encontramos «egiptólo-

gos» que son arquitectos, biólogos, filólogos, etc.

14

 La 

propia definición como 

egiptólogo

 ya es problemática 

y yo jamás la uso, porque en España no existe la dis-

ciplina como tal

15

; nosotros somos historiadores espe-

cializados en historia antigua, con subespecialización 

en Egipto faraónico. Esa sería una buena definición, 

pese a su extensión. Nadie habla de «greciólogos» , 

«romanólogos», o «iberólogos», pero todo el mundo 

entiende que quien escribe un artículo sobre Grecia es 

un especialista.

También ocurre que la creación de la disciplina, en el 

siglo XIX, mezcló de un modo que no ocurre en otras 

tanto la historia propiamente dicha como la historia del 

arte, la filología, la literatura. Todos estos caminos par

-

ten de epistemologías diferentes y aplican en las inves-

tigaciones metodologías bien diversas. Un experto en 

filología griega se ocupa del griego clásico, en Egipto 

un historiador habla de la lengua, del arte… en un 

to-

tum

 

revolutum

 que no ayuda. No obstante lo anterior, 

ello no autoriza a ningún profano a inmiscuirse en un 

terreno del que desconoce lo fundamental: la metodo-

logía de investigación y análisis. A nadie se le ocurre 

cuestionar a un cirujano cardiovascular, pero a los his-

toriadores, y especialmente a quienes nos dedicamos 

al Egipto faraónico, no solo se nos cuestiona sino que 

en la mayoría de los ocasiones se acude a profanos en 

los medios de comunicación y se busca lo exagerado; 

cuanto mayor sea la tontería, más recorrido tiene.

Espero que estas letras hayan servido siquiera mí-

nimamente para llamar a la reflexión y para tratar a 

Egipto al menos bajo los mismos parámetros que a 

otras culturas antiguas. Sin fantasías añadidas. Ter-

mino como empecé: Egipto era fascinante, sin duda 

alguna, pero lo era exactamente por lo contrario de lo 

que se viene defendiendo. Repito: lo era por su moder-

nidad, por su enorme capacidad para generar sistemas 

ideológicos de gran fuerza, por su admirable modelo 

administrativo, por su sistema de trabajo tan complejo, 

por su capacidad para reconocer al otro como un igual; 

por muchas otras cosas que se aprenden trabajando 

seriamente, profundizando en sus documentos, anali-

zando su legado desde un enfoque crítico y científico; 

nunca fabulando, menospreciando su enorme talento y 

asumiendo como natural que sus logros no fueron tales 

sino resultado de que unos seres siderales decidieron 

derrochar su energía y su tiempo en construir determi-

nados monumentos y luego se fueron sin más. Es una 

ofensa imperdonable.

Bibliografía

Aquellos que sientan la necesidad de acercarse al pe-

riodo del que estamos tratando y aún al previo, que dio 

paso a esta organización social, pueden consultar, además 

de los trabajos de José Miguel Parra relacionados con las 

pirámides y ya comentados anteriormente, las siguientes 

obras:

Kemp, Barry J. 

El antiguo Egipto. Anatomía de una civili-

zación

. Ed. Crítica, 1996

De Juan Carlos Moreno García:

y

y

«Administration territoriale et organisation de l’espace 

en Egypte au troisième millénaire avant J.-C (V) gs-pr» 

Zeitschrift für Ägyptische sprache und altertumskunde

126(2): 116-131 (1999)

y

y

«Production alimentaire et idéologie: les limites de 

El sistema funcionarial egipcio era tremenda-

mente complejo, y ello nos ha proporcionado el 

acceso a un gran número de documentos que 

permiten un acercamiento científico al sistema 

constructivo

background image

el esc

é

ptico

57

Primavera 2020

l’iconographie pour l’étude des pratiques agricoles et ali-

mentaires des Égyptiens du III millénaire avant J.C.». 

Dia-

logues d’histoire ancienne

, 29(2): 73-96 (2003)

y

y

Egipto en el Imperio Antiguo

, Ed. Bellaterra, 2004

y

y

«Penser l'économie pharaonique». 

Annales. Histoire, 

sciences sociales

, 69: 7-38 (2014)

 

y

De David Wengrow:

y

y

«Rethinking ‘Cattle Cults’ in Early Egypt: Towards a 

Prehistoric Perspective on the Narmer Palette». 

Cambridge 

Archaeological Journal

, 11(1): 91-104 (2001)

y

y

The Archaeology of Early Egypt: Social Transforma-

tions in North-East Africa C.10,000 to 2,650 BC

. Ed. Cam-

bridge. 2006

Y, lógicamente, pueden contactarme para cualquier amplia

-

ción de conocimientos.

Notas:

1 Ni desde luego griegos o romanos

,

 ambos muy poste-

riores.

2 Si es que en algún momento Herodoto se acercó 

siquiera a Egipto, porque existen dudas razonables al res

-

pecto.

3 Es interesante observar que este jeroglífico indica 

especialmente la organización del territorio y el estableci-

miento de un orden en los asentamientos. No hace falta lle-

gar a Roma para encontrar sistemas de ordenación dentro 

de aldeas y ciudades. Mucho antes del cardus y decuma-

nus, los egipcios ya tenía una clara visión del urbanismo.

4 Dos ejemplos de este tipo de historiador serían: 

François Daumas, con 

La civilización del Egipto faraónico

donde se asumen hipótesis que hoy nos escandalizarían, 

como la facilidad de cultivo o su carácter lejano de la cien-

cia y vinculado a la religión; y Vere Gordon Childe, con 

Los 

orígenes de la civilización

, un libro enormemente naif, que 

describe la vida en Egipto como un mundo de alegría y 

tranquilidad, y redunda en la facilidad de cultivo. No creo 

que ninguno de ellos hubiera cogido jamás una azada en 

un día de verano al sol de Egipto.

5

 Por citar un ejemplo de científico que desarrolla una 

fijación con las pirámides, Colin Reader, geólogo, forma 

parte del grupo que adscribe a las pirámides una edad 

anterior e incluso va más lejos afirmando que la esfinge de 

Guiza es anterior a las pirámides y, por tanto, anterior a la 

cuarta dinastía.

6 Del modo en que los griegos trataban de pronunciar 

este último nombre surgió Menfis. Actualmente recibe el 

nombre de Mit Rahina.

7

 Para los interesados en profundizar, recomiendo la 

tesis doctoral del Dr. Parra Ortiz, 

Los complejos funerarios 

reales del Reino Antiguo: un punto de vista socio-económi-

co

, en la cual presenta una propuesta interesante sobre el 

modelo de construcción por equipos de trabajo, ya que no 

es factible situar a miles de personas trabajando al mismo 

tiempo y en el mismo lugar, por razones obvias, y también 

propone un modelo de representación a través de las 

construcciones realmente innovador en su momento y muy 

interesante. El mismo investigador ha publicado un obra 

divulgativa, más sencilla, titulada 

Los constructores de las 

grandes pirámides

.

8 La esclavitud era prácticamente inexistente en Egipto. 

El modelo económico no era esclavista como el de Grecia 

o Roma, y la pérdida de libertad se relacionaba con sen

-

tencias judiciales como castigo por algún suceso, habitual

-

mente de tipo económico, como fraude, estafa, 

«meter la 

mano en el dinero público»

, etc. Todo muy, muy actual. La 

otra forma de caer en esclavitud era la guerra; los prisio-

neros que llegaban a Egipto lo hacían en condición de es-

clavos, pero el egipcio inmediatamente utilizaba las estra

-

tegias legales a su alcance para manumitirlos y asimilarlos 

en

 la sociedad como extranjeros, pero libres. En ocasiones 

incluso llegaban a contraer matrimonio con personas de 

la familia de su anterior amo. Una de mis conclusiones 

sobre la elite egipcia es que fue quizá la primera sociedad 

que arribó a la conclusión de que los ciudadanos trabajan 

mucho mejor si creen que son libres. La afirmación 

«Yo 

soy un/a ciudadano/a egipcio/a» es una constante. Por otra 

parte, frente a afirmaciones recogidas en alguno documen

-

tos sobre la llegada de cientos de miles de esclavos, una 

persona con una mente analítica debe plantearse inmedia-

tamente cómo se podría controlar a esa multitud, dónde 

se la ubicaba y cómo se la alimentaba. La propaganda y la 

exageración tampoco son privativas de nuestra sociedad.

9

 Durante el Reino Nuevo este sistema se vio modifi

-

cado por razones que exceden este artículo. Ello generó 

graves problemas económicos a los más humildes y el 

nacimiento de un sentimiento de rechazo hacia los trabaja-

dores extranjeros. Nuevamente sorprende la actualidad de 

estos fenómenos.

10

 Por ejemplo, los marineros que tripulaban los barcos 

propiedad del complejo, tanto los destinados al transporte 

de material como los que tenían como objetivo el comercio. 

Hace pocos años, desde el 

Supreme Council of Antiquities

 

se informó de la localización de un buen número de papi-

ros que recogían precisamente diversos asuntos econó-

micos relacionados con los trabajadores de la pirámide de 

Jufu (Keops en su versión griega) por parte de una misión 

franco-egipcia al mando del Dr. Tallet. Esta noticia es tan 

conocida que hasta fue publicada por la Agencia EFE. Aquí 

conviene dejar claro que la mayoría de noticias que llegan 

a la prensa desde fuentes oficiales suelen hacerlo tiempo 

después de que el hallazgo se haya producido y la ciencia 

haya comenzado su estudio. Esto es así salvo excepcio-

nes que buscar dar mayor difusión a algún hallazgo, por 

diversas razones. Últimamente, por ejemplo, para disipar el 

miedo a viajar a Egipto y tratar de restaurar

 la confianza de 

los turistas.

Precisamente en estos papiros se describen los traba-

jos de marineros destinados al transporte de piedras para 

las obras e incluso se identifica a uno de los responsables 

de un equipo, llamado Merer. Los egipcios trabajaban en 

pequeños equipos supervisados por un jefe; por encima 

había otro inspector que supervisaba a un conjunto de 

equipos, por ejemplo cinco

; por encima un superior que su-

pervisaba a cinco de estos jefes, y así hasta llegar a quien 

hoy llamaríamos Ministro de Obras Públicas, y

 que en el 

caso del Egipto faraónico era una tarea que correspondía 

al visir, es decir, al Jefe del Gobierno.

11 No puedo olvidar la Ciudad de las Artes y las Cien-

cias de Valencia, paradigma de una época (no el único 

desde luego), ejemplo de despilfarro de recursos que muy 

bien podrían haber servido para evitar colegios en barra-

cones. H

oy, cuando estamos escribiendo estas páginas, 

se anuncia con alivio que ¡por fin! 

u

no de sus edificios em

-

blemáticos, cascarón vacío de soberbia, finalmente servirá 

para algo.

12 Op. cit.

13 Os pongo un ejemplo de nuestra historia: ¿no os ha-

béis preguntado cuando vais por Castilla, pongo por caso, 

cómo es posible que en pueblecitos muy, muy pequeños, 

se construyeran iglesias tan enormes? La respuesta es la 

misma: «¿Veis quién tiene aquí el poder? No os atreváis a 

desafiar a la Iglesia

».

14 Un reputadísimo egiptólogo (este sí) con una amplia 

experiencia, me comentaba con ironía en una ocasión: 

«

Es curioso, habiendo tan pocos departamentos específi

-

camente de Historia de Egipto, en las universidades espa-

ñolas, cada vez que vengo me presentan a más “egiptólo-

gos”… lo curioso es que ninguno de ellos tiene una titula-

ción que respalde ese nombre: los unos son musicólogos, 

los otros abogados, 

agentes de viajes, etc. pero

 ninguno 

tiene la carrera de Historia con especialización»

.

15 Otra excusa que presentan los 

amateurs

.