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e manera natural, al encontrarse con gente de 

otras regiones del mundo uno quiere mostrar 

aquello por lo cual se puede sentir orgullo en 

su propia región (lamentablemente, muchas veces el 

nacionalismo se toma esto demasiado en serio, y se 

enorgullece erróneamente de muchas cosas). Al com

-

partir con filósofos en Londres, Nueva Delhi o Dubái, 

me han preguntado cuál es el filósofo latinoamericano 

más valioso. Yo siempre respondo: Bunge.

Pero en su caso, hasta cierto punto se aplica aquello 

de que nadie es profeta en su tierra. Recuerdo haber 

visitado Buenos Aires hace algunos años, con la ilu-

sión de poder encontrarme gente que compartiera mi 

entusiasmo por Bunge y sus ideas. Pero me llevé un 

tremendo chasco en la Universidad de Buenos Aires, 

al encontrarme jovencitos con camisas de la imagen 

del Che Guevara que, o bien no sabían quién era Bun-

ge, o sencillamente lo despachaban como un «filósofo 

burgués».

Bunge es más apreciado en universidades con lar-

ga tradición de filosofía analítica. No es circunstancial 

que terminara en la prestigiosa McGill. Lamentable

-

mente, las universidades latinoamericanas no han cul-

tivado esa tradición. En la abrumadora mayoría de sus 

facultades la gran obsesión es el tema identitario. Las 

grandes preguntas que se hacen en ellas son de este 

calibre: ¿quiénes somos como pueblo?, ¿cómo somos 

distintos  a  los  europeos?,  ¿cómo  podemos  construir 

una identidad propia?, ¿cómo nos perjudica el preten

-

der ser occidentales?, etc.

No pienso que estas preguntas sean intrínsecamente 

impertinentes. Pero sí tienen un tufo de nacionalismo 

identitario. Desde 1810, los países que hoy conforman 

Hispanoamérica  se  independizaron  de  España.  Pero 

para estos países se aplicaba lo mismo que Giuseppe 

Mazzini decía respecto a la creación de Italia: «hemos 

creado Italia, ahora tenemos que crear italianos». Los 

nacionalistas  como  San  Martín,  O’Higgins,  Bolívar 

y Martí procuraron crear nuevas identidades para sus 

nuevas creaciones. Y para hacer eso se enfrascaron en 

la idea de que los ciudadanos de esos países tenían que 

alejarse de las modas europeas y crear algo propio.

Eventualmente,  la  actividad  filosófica  de América 

Latina se empapó de este nacionalismo. José Vascon

-

celos escribió un famoso libro, 

La raza cósmica

, ex-

plicando lo maravillosos que somos los latinoameri-

canos, por ser un pueblo mezclado. Esto era música 

para los oídos de los nacionalistas latinoamericanos, 

pues encontraron en Vasconcelos al profeta del nuevo 

orgullo identitario. Desde la filosofía se empezó a cul

-

tivar el rechazo a todo lo yanqui (pues se empezaba a 

ver a EE.UU. como el nuevo ogro que atentaba contra 

la identidad latinoamericana): ese es el gran tema de la 

obra del cubano José Martí y del uruguayo José Rodó, 

dos filósofos importantes de la región. Para asegurarse 

de rechazar las influencias europeas y norteamericanas 

en la identidad latinoamericana, se abrazó el indigenis-

mo como un elemento central de la nueva identidad. 

Ese es el tema de 

Siete ensayos de la realidad perua-

na

, de José Mariátegui, otro pensador muy querido en 

América Latina.

Desde entonces, la filosofía latinoamericana no ha 

salido de ese enfrascamiento identitario. En cualquier 

facultad  de  filosofía  en América  Latina,  Bunge  será 

eclipsado por personajes como Enrique Dussel, Walter 

Mignolo, Boaventura de Sousa Santos (extrañamente, 

este ni siquiera es latinoamericano), y otros por el es-

tilo. Estos filósofos, frecuentemente en una prosa tan 

oscura como la de Heidegger o Derrida (en esto no les 

importa parecerse a los europeos), insisten una y otra 

vez en el mismo tema: somos víctimas del colonialis

-

mo y, para superarlo, América Latina tiene que dejar 

de tomar a Europa, EE.UU. o cualquier otro país occi

-

dental como modelo, y debe buscar su propio camino.

Lo preocupante es que estos autores también quie-

ren aplicar esto a la filosofía y la ciencia. Pues, según 

Bunge:

 

orgullo latinoamericano

sin caer en chauvinismos

Gabriel Andrade

Por una filosofía sin complejos de inferioridad

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su extraña interpretación de las cosas, la filosofía eu

-

ropea también ha sido un agente del colonialismo, al 

propagar ideas eurocéntricas. Bajo este esquema, Des

-

cartes fue prácticamente tan promotor de la coloniza-

ción de América como Hernán Cortés

1

. De forma tal 

que aquellos filósofos latinoamericanos que se preo

-

cupan por los temas clásicos de la filosofía (¿qué es 

lo bueno?, ¿existe Dios?, ¿hay libre albedrío?, ¿cómo 

podemos conocer el mundo externo?) en realidad tie-

nen una mente colonizada. No vale decir que estas pre

-

guntas son universales, pues según estos filósofos tan 

populares en América Latina, lo que presuntamente es 

universal en reali-

dad es eurocéntri-

co. Y así, el pensar 

como Descartes y 

sus sucesores en 

la  ciencia  y  la  fi

-

losofía moderna 

es una forma de 

conquista y colo-

nialismo.

Pues  bien,  un 

motivo por el cual 

yo admiro a Bun-

ge es precisamen-

te por haber resis-

tido esta moda que 

es tan común entre 

filósofos  latinoa

-

mericanos.  Bunge 

jamás  cayó  en  la 

estupidez de decir 

que las preguntas 

de la epistemolo-

gía, la filosofía de 

la mente o la filo

-

sofía de la ciencia 

son  eurocéntricas. 

A diferencia de 

Dussel y sus secuaces, Bunge supo valorar la relevan-

cia de las reflexiones universales, y despojarse de los 

complejos de inferioridad que evidentemente subya

-

cen tras la obsesión identitaria de muchos de estos fi

-

lósofos latinoamericanos. Irónicamente, al hacer esto, 

Bunge ha puesto el nombre de la filosofía latinoameri

-

cana más en alto que los filósofos acomplejados que se 

obsesionan con exacerbar el orgullo nacionalista.

Tras varias décadas de fieras dictaduras y tiempos 

convulsos, América Latina emerge como una región 

con un gran potencial para el desarrollo. Martí no se 

equivocaba  cuando,  desde  Nueva  York,  decía  vivir 

«en las entrañas del monstruo», pues al menos Dussel 

y sus colegas sí tienen razón en advertir que América 

Latina siempre estará en la mira imperial de EE.UU. 

Pero el modo de superar esa vulnerabilidad es precisa

-

mente tomando aquellas cosas buenas, sin importar su 

procedencia. Cuando un filósofo se plantea la hipótesis 

del genio maligno, e invita a reflexionar sobre ella, eso 

es algo bueno, y amerita cultivar esa reflexión. Que 

ese filósofo venga de Europa es absolutamente irrele

-

vante. Descartes no era un conquistador como Hernán 

Cortés.

Bunge ha prestado un gran servicio a América La-

tina, precisamente porque no ha caído en ese chauvi-

nismo ridículo. Al retomar la tradición analítica de la 

filosofía europea, Bunge ha ofrecido a los latinoameri

-

canos muchas herramientas conceptuales para pensar 

más críticamente y, sobre todo, para potenciar la visión 

científica del mundo en nuestra región. Mientras que 

filósofos 

como 

el  argentino  Os

-

car Varsavsky se 

empeñan absur-

damente en dis-

tinguir entre 

cien-

cia burguesa

 y 

ciencia proletaria

 

(sin caer en cuen-

ta cuán cercana es 

esta distinción a 

aquella barbaridad 

de  «física  judía» 

y «física aria»), o 

tipos como Dussel 

enaltecen los «sa-

beres ancestrales» 

indígenas (mu-

chos de los cuales 

en realidad no son 

más que variantes 

del pensamiento 

mágico), Bunge 

nos propone for-

mas de erradicar 

supersticiones y 

de fortalecer el 

sano escepticismo 

que contribuye a la mentalidad científica. Por todo eso, 

Bunge merece nuestros elogios desde América Latina. 

¡Larga vida, maestro!

Dubai, Septiembre de 2019

Notas

1 Enrique Dussel. 

1492: El encubrimiento del otro. Hacia 

el origen del mito de la modernidad

. La Paz: Plural. 1994, p. 

51. Por si quedan dudas, permítaseme citar al propio Dus-

sel  textualmente:  «El  “yo  colonizo”  al  Otro,  a  la  mujer,  al 

varón vencido, en una erótica alienante, en una económica 

capitalista mercantil, sigue el rumbo del “yo conquisto” ha-

cia el “ego cogito” moderno. La “civilización”, la “moderniza

-

ción” inicia su curso ambiguo: racionalidad contra las expli-

caciones míticas “primitivas”, pero mito al final que encubre 

la violencia sacrificadora del Otro. La expresión de Descar

-

tes del 

ego cogito

, en 1636 será el resultado ontológico del 

proceso que estamos describiendo: el ego, origen absoluto 

de un discurso solipsista».