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Desde tu formación filosófica, ¿que es para ti el 

escepticismo? ¿Te consideras un escéptico? 

La palabra 

escepticismo

 se presta a confusión y es 

importante aclararla. En un sentido filosófico puro, es 

la postura que niega la posibilidad de cualquier forma 

de conocimiento. Este es el tipo de postura que defen-

dió Pirrón en la Antigüedad y que ocasionalmente al-

gunos filósofos defienden hoy. A veces me entretengo 

contemplando hipótesis escépticas, como la del genio 

maligno de Descartes o, más recientemente, la idea de-

fendida por Nick Bostrom, según la cual vivimos en 

una simulación virtual similar a un videojuego. Pero, a 

pesar de que es sano plantearse estas hipótesis escép-

ticas y pensar sobre ellas, no les doy mucho crédito y 

mantengo confianza en que es posible el conocimien

-

to. En los últimos tiempos, los posmodernos defien

-

den la idea de que no es posible ningún conocimiento 

porque todo es una construcción social, no es posible 

la objetividad, todo discurso científico obedece a inte

-

reses particulares, etc. Yo escribí un libro en contra de 

los posmodernos, en el cual me oponía a esa postura. 

En este sentido, no puedo considerarme un escéptico.

Pero si entendemos 

escepticismo

 en un sentido más 

coloquial, sí me considero un escéptico. Bajo esta de-

finición, es la postura que postula no aceptar creencias 

sobre la pura base del dogma o la autoridad. Un escép-

tico postularía que una creencia es aceptable solo si 

tiene el respaldo de la evidencia y no viola ninguna ley 

de la lógica. Es cierto que, como postuló el escéptico 

David Hume, nunca podremos tener absoluta certeza 

a la hora de respaldar una creencia con evidencia em-

pírica (Karl Popper también opinaba algo parecido), 

pues nuestra experiencia del mundo es limitada. Pero, 

a efectos prácticos, podemos asumir que el respaldo 

empírico es suficiente para aceptar juicios que se pro

-

nuncian sobre el mundo.

Insisto en que esta distinción entre escepticismo pi-

rrónico y escepticismo en un sentido más coloquial es 

importante. Pues, además de los posmodernos, hoy es-

tán en boga los teóricos de la conspiración, que apelan 

a un escepticismo extremo (parecido al de los pirróni-

cos) para promover sus ideas absurdas. Estos teóricos 

de la conspiración asumen que el escepticismo implica 

dudar de todo, y así terminan postulando que el hom-

bre nunca llegó a la Luna, que los 

Illuminati 

gobiernan 

tras las sombras, etc. Esta es una versión perjudicial 

del escepticismo, y yo no me adscribo a ella. La mía, 

supongo, es mas afín a la de santo Tomás, el discípulo 

que se negó a creer que Cristo había resucitado hasta 

que él mismo puso el dedo sobre la llaga (de más está 

decir, por supuesto, que esta historia es ficticia, pero 

ilustra bien la sana actitud escéptica).

¿Tienes la impresión de que la postura escépti

-

ca, e incluso la ciencia, está en retirada en grandes 

capas de la población, donde dominan todo tipo de 

creencias absurdas?

 

En los últimos años, Steven Pinker ha defendido 

la idea de que, al contrario de algunas apariencias, el 

mundo ha mejorado en muchos aspectos (menos vio-

lencia, mayor expectativa de vida, menos desigualdad, 

etc.). Es fácil creer que el mundo ha empeorado en el 

siglo XX al considerar el Holocausto, el genocidio en 

Gabriel Andrade:

 

«Escepticismo y ciencia 

deben ir de la mano»

Gabriel Andrade (Maracaibo, Venezuela, 1980) es el autor que más títulos ha 

publicado (seis) en la colección 

¡Vaya timo!

, publicada por Editorial Laetoli, 

dirigida por Javier Armentia y con la colaboración de ARP-SAPC . Esta en-

trevista por correo electrónico, realizada a primeros de mayo de 2019 para 

El Escéptico

 por Serafín Senosiain, editor de Laetoli, tuvo lugar entre Dubái 

y Pamplona.

 

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Ruanda y cosas por el estilo, pero Pinker ha demos-

trado con datos muy precisos que, en realidad, ha ha-

bido un progreso significativo. Estima que los medios 

distorsionan nuestra visión del progreso (o, más bien, 

ausencia de progreso) al concentrarse en historias que 

resaltan hechos violentos, dejando de lado las tenden-

cias de mejoramiento de nuestra sociedad.

Pienso que lo mismo se aplica a las posturas escép-

ticas y a la ciencia. Los medios continuamente hablan 

de «idiotas» que creen en la homeopatía, teorías 

cons-

piranoicas

, el creacionismo, etc. Eso no está mal y es 

necesario que se reseñen en los medios para ridiculi-

zarlos y aumentar la presión social, a fin de que corri

-

jan sus visiones erradas del mundo. Pero, al concen-

trarse en homeópatas, creacionistas y demás tontos, 

los medios dejan de lado el hecho de que en el último 

siglo ha habido un enorme progreso en el cultivo de 

la mentalidad científica y escéptica entre la población. 

Por ejemplo, el psicólogo James Flynn ha documenta-

do que, en el siglo XX, ha habido un aumento signifi

-

cativo en la tasa de cociente intelectual de la población 

mundial. En otras palabras, somos mas inteligentes 

que hace cien años, y en esto la mentalidad científica y 

escéptica (cultivada por la educación) ha sido un gran 

factor. De forma tal que yo mantengo mi optimismo 

y no creo que la ciencia esté en retirada en grandes 

capas de la población. Si de verdad nos detenemos a 

pensar lo ignorante que era la población hace medio 

siglo, estaremos muy agradecidos de vivir en 2019, y 

asumiremos que, en líneas generales, la ciencia y el 

escepticismo van en crecimiento.

Uno de tus libros que más ha gustado es 

El pos-

modernismo ¡vaya timo!

  ¿Qué  relación  estableces 

entre posmodernismo y escepticismo?

Acá es nuevamente importante destacar la diferen-

cia entre el escepticismo en un sentido filosófico puro 

(es decir, el de Pirrón), y el escepticismo convencio-

nal. Pues los posmodernos terminan defendiendo pos-

turas muy similares al primer tipo de escepticismo y 

merecen la crítica del segundo tipo de escépticos. El 

posmodernismo es un movimiento muy variado, pero 

una de sus características más firmes es su oposición a 

la posibilidad de un conocimiento científico y objetivo 

del mundo. A pesar de que su aproximación es muy 

distinta a la de Pirrón, los posmodernos terminan por 

llegar a una conclusión muy similar, a saber, que el 

conocimiento no es posible porque la verdad no existe. 

A la larga, los posmodernos terminan convirtiéndose 

en los tontos útiles de aquellos que promueven teorías 

pseudocientíficas o sencillamente irracionales.

Por ejemplo, Paul Feyerabend es frecuentemente 

citado por los defensores del creacionismo, la homeo-

patía y demás disciplinas pseudocientíficas. Como se 

sabe, Feyerabend fue el tipo que decía que en el co-

nocimiento «todo vale», y que la ciencia no es mejor 

que cualquier otra disciplina a la hora de conocer el 

mundo. Tipos como Feyerabend se presentan como 

grandes pensadores críticos que aparentan ser muy 

escépticos, pero no se dan cuenta de que su escepti-

cismo desmedido termina ayudando a promotores de 

ideas que son tremendamente ingenuas e irracionales. 

Por eso, yo diría que el posmodernismo es un enemigo 

natural del sano escepticismo, que invita a emplear la 

razón y a sustentar los juicios con evidencia empírica. 

Anteriormente me preguntabas si pensaba que la 

posición escéptica va en retirada en grandes capas de 

la población, y te decía que no. Sin embargo, ahora 

debo matizar, porque sí pienso que el posmodernismo 

ha crecido (y por ende, la ciencia ha retrocedido) en 

un  sector  específico  de  la  población:  las  universida

-

des. Lamentablemente, el posmodernismo sigue en 

boga en los departamentos de filosofía y ciencias so

-

ciales, y muy especialmente entre los estudiantes más 

jóvenes, que quedan impresionados con la verborrea 

ininteligible de mamarrachos como Derrida o 

Žižek

Mucho más que homeópatas o creacionistas (que, a fin 

de cuentas, son personas con muy escasa educación), 

pienso que los escépticos deberían concentrar sus es-

fuerzos en combatir a los posmodernos, pues estos con 

su educación refinada tienen más poder persuasivo. 

Tras  varios  libros  académicos  centrados  sobre 

todo en la religión y la evolución (

La crítica litera-

Los teóricos de la conspiración asumen que el escepticis-

mo implica dudar de todo, y así terminan postulando que el 

hombre nunca llegó a la Luna, que los Illuminati gobiernan 

tras las sombras, etc.

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Gabriel Andrade (cortesía del entrevistado)

ria de René Girard

El darwinismo y la religión

Bre-

ve introducción a la filosofía de la religión

), te has 

dedicado a lo que podríamos llamar «divulgación 

escéptica». De hecho, eres el autor que más títulos 

ha publicado en la colección 

¡Vaya timo!

, seis hasta 

el momento, sobre asuntos como la inmortalidad, 

el citado sobre el posmodernismo, la teología, las 

razas humanas, el islam o la Biblia, por el momen

-

to. El primero fue el libro sobre la inmortalidad. 

Algunos piensan que recientes descubrimientos en 

el campo de la genética pondrían en duda algunas 

de tus afirmaciones. ¿Te parece que esto es así?

Quizás ese libro no debió haber tenido el título 

La 

inmortalidad ¡vaya timo!

, sino 

La vida después de la 

muerte ¡vaya timo!, 

pues son dos cosas distintas. En el 

libro, yo me ocupo exclusivamente de refutar los ale-

gatos religiosos, parapsicológicos y metafísicos sobre 

la existencia de una vida después de la muerte. Pero 

eso no implica que la inmortalidad sea imposible. En 

efecto, los transhumanistas contemplan la posibilidad 

de  alcanzar  conocimientos  científicos  y  tecnologías 

que nos permitan suspender indefinidamente la muer

-

te. En el libro yo no me ocupo de nada de esto, y en 

torno a este tema dejo abierta la posibilidad de que 

en un futuro, efectivamente, la humanidad alcance la 

inmortalidad. De hecho, pienso que sería estupendo, 

pues al contrario de lo que opinan algunos filósofos, 

no pienso que la inmortalidad fuera moralmente obje-

table. Con todo, debo decir que mantengo mi escep-

ticismo respecto la plausibilidad de la inmortalidad 

prometida por los transhumanistas.

Michael Shermer (famosísimo escéptico) ha escrito 

recientemente un muy buen libro examinando algunas 

de las aspiraciones transhumanistas, y llega a la con-

clusión de que, en líneas generales, esto es mucho rui-

do y pocas nueces. Detalla las dificultades técnicas de 

muchos de esos proyectos transhumanistas de inmor-

talidad, y parecen insuperables. Además, Shermer se-

ñala que muchos de los proyectos transhumanistas no 

resuelven satisfactoriamente el problema de la identi-

dad personal (¿cómo seguimos siendo el mismo ente 

ante los cambios?), y de este problema sí me ocupo en 

el libro; yo postulo que los modelos religiosos, parap-

sicológicos y metafísicos de la inmortalidad no logran 

explicar cómo seguimos siendo la misma persona en el 

más allá. Shermer destaca que esto también es un pro-

blema que afecta a las aspiraciones transhumanistas. 

De forma tal que no me retracto de lo que escribí en el 

libro sobre la inmortalidad. 

Ahora bien, aprovecho esta oportunidad para des-

tacar que sí estaría más dispuesto a retractarme de lo 

que escribí en otro libro, 

Las razas humanas ¡vaya 

timo!, 

precisamente sobre la base de algunos descubri-

mientos en genética. En este libro yo enfatizaba mucho 

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el argumento de Richard Lewontin, según el cual hay 

más variedad genética dentro de cada población que 

entre distintas poblaciones, y así no tiene sentido seg-

mentar a la humanidad en razas, pues cada segmento 

sería en sí mismo muy heterogéneo. Pero ahora empie-

zo a considerar que quizás estaba equivocado. Pues, a 

pesar de que Lewontin aporta datos correctos, hizo su 

análisis estudiando genes separadamente. En cambio, 

si se estudian conjuntos de genes, los resultados arro-

jan que sí es posible segmentar nítidamente a la huma-

nidad en grupos raciales. En el libro yo también decía 

que la noción de razas es incoherente, porque no hay 

una línea divisoria clara entre una y otra. Pero ahora 

también empiezo a cuestionar un poco ese argumento, 

pues en el mundo hay muchos conceptos que no tienen 

líneas divisorias claras (por ejemplo, el espectro de los 

colores), pero no por eso debemos prescindir de ellos. 

Tanto en tus primeros libros como en algunos de 

los publicados en la colección 

¡Vaya timo!

, la reli-

gión es un tema constante: 

La inmortalidad ¡vaya 

timo!,

 

Jesucristo ¡vaya timo!

El islam ¡vaya timo!

La Biblia ¡vaya timo!

  ¿De  dónde  viene  tu  interés 

por la religión (o contra ella)? ¿Crees que el movi

-

miento escéptico se interesa en ocasiones por temas 

banales o nimios, mientras que deja a un lado el 

«gran tema» que continuaría siendo la religión?

Supongo que ese interés por la religión viene de mis 

experiencias en la infancia. Mi padre es un ateo decla-

rado, pero puesto que la educación pública venezola-

na es pésima, me envió a estudiar con los Hermanos 

Maristas. Por su parte, mi abuela materna, quien estu-

vo muy cercana a mí, practicaba un catolicismo muy 

estricto. Yo sentí mi infancia como un fuego cruzado 

entre el ateísmo de mi padre y la religiosidad de mi 

abuela. En el colegio nos hablaban del Limbo, la mo-

rada de los niños no bautizados. A mí nunca me bauti-

zaron, y recuerdo vívidamente no tanto el pánico ante 

la idea del Limbo como la vergüenza por ser el único 

niño no bautizado de mi clase. Extrañamente, sí hice 

la Primera Comunión. Cuando el cura del colegio pre-

guntó quiénes no estaban bautizados (se supone que 

para comulgar es necesario estar bautizado), yo opté 

por no decir nada, pues sentía mucha vergüenza. 

Luego, en la adolescencia, vivimos un tiempo en 

EE.UU., y allí estuve en contacto con el islam. Me in-

teresé mucho por esa religión, quizás por su supues-

to énfasis en combatir el racismo (luego descubrí que 

esto tiene muchos matices), y contemplé la idea de 

hacerme musulmán. En fin, nunca lo hice (¡afortuna

-

damente, pues en la 

sharía

 el castigo por la apostasía 

es la muerte!), supongo que fue una de esas cosas que 

los adolescentes hacen tratando de buscar una nueva 

identidad. A medida que me hacía más cosmopolita 

con viajes y libros, fui entendiendo qué diversa es la 

A la larga, los posmodernos terminan convirtiéndose en 

los tontos útiles de aquellos que promueven teorías pseu-

docientíficas o sencillamente irracionales.

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experiencia religiosa en la humanidad. Y así, ingenua-

mente, llegué a creer que todas las religiones tienen 

algo de verdad. 

Cuando  empecé  a  estudiar  filosofía  y  comenzaba 

a entender lo irracional que es el relativismo, enten-

dí que no todas las religiones pueden ser verdaderas 

(pues tienen creencias contradictorias entre sí) y em-

pecé a pensar que, de hecho, probablemente ninguna 

es verdadera. Así pues, empecé a preguntarme si mu-

chas de las cosas que mi abuela y mis maestros me 

habían enseñado tienen asidero. Y, por supuesto, des-

cubrí que no lo tienen. Pero debo decir que tuve una 

infancia feliz. Yo adoraba a mi abuela y disfrutaba el 

colegio de los Maristas. De forma que no tengo nin-

gún resentimiento particular contra la religión. Quizás 

estas experiencias plácidas hayan cultivado en mí una 

valoración de la religión, pues pienso que cumple im-

portantes funciones psicológicas y sociales. Pero la 

verdad es la verdad, y creo que no debemos admitir 

creencias irracionales por el simple hecho de que qui-

zás tengan un valor pragmático. 

William James opinaba que ese valor pragmático 

hace a la religión verdadera, pero yo discrepo. Es cier-

to que el movimiento escéptico a veces se interesa por 

temas nimios y deja de lado el «gran tema». He visto 

a algunos escépticos argumentar que la ciencia y la re-

ligión pueden coexistir, pero yo no estoy muy seguro 

de que eso sea posible. Ciertamente, ha habido gran-

des científicos que a la vez fueron religiosos (Galileo, 

Newton, etc.), pero yo diría que, al estudiar detalla-

damente lo que la ciencia enseña, caemos en cuenta 

de que contradice los alegatos religiosos. Por ejemplo, 

considera la evolución: si Dios existe, creó el mundo 

con un propósito, pero todo indica que en la evolución 

no hay propósito. Algunos, llamados «evolucionistas 

teístas», quieren hacer la cuadratura del círculo dicien-

do que, si bien no hay apariencia de propósito en la 

evolución, de algún modo Dios sí dotó de propósito a 

su creación. Eso a mí no me entra en la cabeza. Y creo 

que los escépticos deben dedicar más atención a este 

tema, pues parece que la tendencia hoy es conformar-

se con decir, como alegaba Stephen Jay Gould, que la 

religión y la ciencia se ocupan de cosas distintas y, por 

ende, que no se contradicen, cuando en realidad esto 

es muy dudoso.

En Laetoli publicaste también un libro muy her

-

moso, 

Filosofía para Victoria

. ¿Cuáles son tus filó

-

sofos favoritos? 

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Te resultará extraño, pero yo diría que mi filósofo 

favorito es uno que no incluí en ese libro: Derek Parfit. 

Decidí no incluirlo porque no es tan conocido, y ese 

libro tenía el objetivo de presentar los grandes filóso

-

fos de la historia. Parfit me fascina no tanto por lo que 

enseña (no estoy muy seguro de aceptar las cosas que 

dice), pero sí por las preguntas que hace. Parfit se hace 

preguntas tremendamente intrigantes sobre la identi-

dad personal o la responsabilidad hacia las futuras ge-

neraciones, y admiro la forma tan original que tiene de 

plantear escenarios. 

Tengo dos o tres más filósofos favoritos. Sócrates 

está en mi lista, no tanto por su filosofía, sino por su 

personalidad. Yo siempre simpatizo con los tipos irre-

verentes y con cierto humor negro, y Sócrates era sin 

duda uno de ellos. Incluso a veces me veo retratado 

en su relación tormentosa con Jántipa, su esposa. Ella 

era la primera en hablar pestes de Sócrates, pero le fue 

fiel hasta la muerte. Mi esposa no ha leído ningún li

-

bro mío y peleamos continuamente. ¿Por qué no me 

divorcio? A Sócrates le hicieron la misma pregunta, y 

él respondía que otra gente tiene gallinas que molestan 

con su cacareo, pero aún así las conservan. Alcibíades 

le decía a Sócrates que al menos las gallinas dan hue-

vos, y Sócrates respondía que Jántipa le daba hijos. 

Lo mismo digo yo de mi esposa, de forma tal que, a 

pesar de años de peleas y gritos, nunca he pensado en 

divorciarme. 

Otro irreverente y maestro del humor negro era Vol-

taire, y también está en mi lista de filósofos favoritos, 

a pesar de que no formuló ninguna idea filosófica que 

me haya impactado. Antes me preguntabas por los es-

cépticos y la religión. Yo diría que la mejor forma de 

acercarse a la religión no es arremeter contra ella al 

estilo soviético (en el cual había mucho resentimiento, 

y ciertamente esto no fue efectivo, pues hoy Rusia es 

un país muy religioso), sino al estilo de Voltaire: reírse 

del mundo, incluso hasta el punto de que los objetos de 

burla terminan riéndose también. Por eso mismo, dos 

de mis películas favoritas son 

Religulous 

(de Bill Ma-

her) y 

La vida de Brian 

(de los Monty Python), pues 

en medio de las carcajadas uno se pregunta si lo que 

nos enseñan los sacerdotes tiene siquiera un ápice de 

verdad. Ambas películas son muy 

voltaireanas

.

Por último, incluiría a Mario Bunge. De nuevo, mi 

simpatía por él no está tanto en su filosofía sino en su 

estilo irreverente. Creo, además, que pertenece a una 

vieja  estirpe  de  filósofos  latinoamericanos  que  está 

desapareciendo y que debemos rescatar. La gran obse-

sión de los filósofos latinoamericanos ha sido el recha

-

zo del imperialismo y la construcción de una identidad 

cultural propia en Latinoamérica, separada de Europa. 

A mí todo esto me parece un síntoma de resentimiento 

y complejo de inferioridad. Bunge, afortunadamente, 

He visto a algunos escépticos argumentar que la ciencia y 

la religión pueden coexistir, pero yo no estoy muy seguro de 

que eso sea posible.

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nunca se unió a esta ola y, frente a la vorágine posmo-

derna en el mundo universitario, que es muy notoria en 

América Latina (incluso más que en Europa), defendió 

valientemente los valores ilustrados y racionalistas, y 

eso merece mi admiración.

Eres  un  filósofo  muy  interesado  en  la  ciencia, 

como se ve en tus libros. ¿Qué relación hay entre 

ciencia y filosofía? ¿Y entre ciencia y escepticismo?

Espero que, en un futuro, la ciencia y la filosofía ter

-

minen por estar unificadas, aunque, a decir verdad, no 

he dedicado suficiente atención a este tema y aún no 

lo tengo claro. Digo esto porque el positivismo lógico 

siempre me pareció la postura filosófica más razonable 

(el positivismo lógico aspira a eliminar de la filosofía 

todo lo que no sea científico), pero estoy al tanto de 

que el positivismo lógico tiene sus críticos. No me he 

sentado a pensar detenidamente sobre estas cosas, de 

forma tal que por ahora me conformo con decir que la 

filosofía debe acercarse lo más que pueda a la ciencia, 

pero suspendo el juicio a la hora de considerar si la 

filosofía debe ser exclusivamente científica. Aún no he 

resuelto la cuestión de si la moral reposa o no sobre 

hechos, y si la ciencia puede enseñarnos qué es lo bue-

no. La relación entre ciencia y escepticismo sí la tengo 

más clara: deben ir de la mano, pues ambos reposan 

sobre la necesidad de formarse juicios sobre el mundo, 

a partir del respaldo de la evidencia empírica y el uso 

de la razón.