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n los últimos años estamos asistiendo a un nue-

vo auge de posiciones contrarias a la medica-

lización de la salud mental, en un amplio aba-

nico que va desde las críticas parciales a la excesiva 

prescripción de psicofármacos o la patologización de 

los problemas de la vida cotidiana hasta enmiendas a 

la totalidad de la psiquiatría en cuanto disciplina. A 

esto contribuyen el desconocimiento  acerca de qué es 

y cómo funciona la psiquiatría, y el estigma que gravi-

ta sobre todo lo relacionado con las patologías menta-

les, fundamentalmente sobre los pacientes y usuarios, 

pero también sobre los profesionales.

1. La psiquiatría como disciplina

La psiquiatría es una de las especialidades médi-

cas de más reciente aparición. La primera vez que se 

emplea este término con su significado actual es en la 

obra del alemán Johann Christian Reil 

Sobre la medi-

cina y sus ramas, con especial consideración sobre la 

psiquiatría

, en el año 1808

1

. Reil fue, también, uno de 

los primeros catedráticos de esta rama de la medicina. 

Sin embargo, la enfermedad mental se conoce desde 

la Antigüedad. Tanto Hipócrates

2

 como Areteo de Ca-

padocia

3

, en el mundo clásico, incluyen en sus obras 

médicas descripciones de entidades conocidas hoy 

en día, especialmente la 

melancolía 

(depresión endó-

gena) y la enfermedad maníaco-depresiva (trastorno 

bipolar). Se asumía que la enfermedad mental era un 

padecimiento del cerebro, si bien la etiopatogenia se 

buscaba en la teoría humoral imperante en este para-

digma médico, según el cual sería el desequilibrio de 

los distintos fluidos corporales o humores el que des

-

encadenaría las enfermedades. Así, un exceso de bi-

lis negra afectaría al cerebro provocando melancolía, 

mientras que un exceso de bilis amarilla produciría 

un estado colérico que podríamos identificar con un 

episodio maníaco. 

Al margen de lo erróneo de la premisa, similar en 

muchos puntos a la filosofía oriental del 

yin 

y el 

yang

es interesante destacar la búsqueda del origen de la 

enfermedad en procesos orgánicos y naturales, sin 

recurrir a explicaciones de índole sobrenatural o di-

vina. Por otro lado, en el mundo clásico tampoco se 

descartan los factores ambientales como causa de las 

enfermedades mentales, identificando tanto estresores 

psicológicos como circunstancias relacionadas con la 

dieta, calidad de las aguas, etc. 

Es en el siglo XIX cuando finalmente la discipli

-

na se separa de la neurología, por un lado, y de la 

institución asilar con carácter de régimen meramente 

reclusivo, por otro, para postularse como rama propia 

de la medicina, con sus propias entidades nosológicas 

y cuadros clínicos característicos. Es en este contexto 

en el que Kraepelin describe su 

demencia precoz

4

, que 

hoy llamaríamos esquizofrenia, y Falret y Baillaguer 

aíslan entidades a las que denominan 

locuras circu-

lares

 o 

locuras de doble forma

5

, que corresponderían 

al actual diagnóstico de trastorno bipolar. Kraepelin, 

particularmente, pone de relieve la importancia del 

curso evolutivo de la enfermedad, y diferencia ca-

C

iencia y 

a

ntipsiquiatría

en en siglo XXI

Iria Veiga
Psiquiatra. ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico

De tesis revolucionarias a teoría de la conspiración

D

ossier

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tegóricamente estos dos cuadros (demencia precoz 

y enfermedad maníaco-depresiva o locura circular), 

fundando así el inicio de la moderna nosología psi-

quiátrica. 

2. El psicoanálisis y sus derivados

Paralelamente a la irrupción de la psiquiatría como 

disciplina médica, el psicoanálisis comienza a ganar 

predicamento como tratamiento de los trastornos 

mentales. Cabe introducir varias salvedades en esta 

dicotomía. Por un lado, el tipo de pacientes de los asi-

los de Kraepelin y de la consulta de Sigmund Freud 

eran esencialmente diferentes. Si bien este último se 

aventuró tentativamente en el análisis psicoanalítico 

de las psicosis

6

, su teoría está orientada al tratamiento 

de lo que podríamos clasificar como 

neurosis

: cuadros 

en los que el síntoma fundamental es el sufrimiento 

psíquico en forma de ansiedad, fobias o tristeza, y que 

no comprometen el razonamiento ni las funciones su-

periores. Así, Kraepelin realiza su clasificación sobre 

cuadros severos, que limitan gravemente la funciona-

lidad y la supervivencia de quien los padece, mientras 

Freud se centra en aquellos estados que podríamos 

considerar una variante del sufrimiento psíquico nor-

mal. Una excepción podría ser la extravagante pre-

sentación de la histeria (hoy fragmentada en la clasifi

-

cación de cuadros conversivos y disociativos), que al 

remedar signos del orden de lo neurológico (parálisis, 

amnesias...), se encontraba en tierra de nadie entre 

ambas especialidades emergentes. De esta dicotomía 

neurosis/psicosis se extrae fácilmente la comprensión 

de ambos abordajes teóricos. Por otro lado, Freud pro-

cedía de la neurología y se había formado con Char-

cot, el gran anatomista del cerebro. Su visión psicoa-

nalítica, por tanto, tenía pretensión de conocimiento 

científico falsable, si bien posteriormente su teoría no 

fue corroborada en estos términos.

3. La antipsiquiatría de los años sesenta y setenta

Tras la II Guerra Mundial, el paradigma psicoana-

lítico era el imperante en el tratamiento de la enfer-

medad mental en el mundo occidental. Los pacientes 

graves, recluidos en manicomios, eran tratados con 

una serie de técnicas inspiradas en el modelo médi-

co, pero de escasa eficacia, como la insulinoterapia o 

las «curas de sueño». Continuaban en vigor también 

las lobotomías y la terapia electroconvulsiva, que si 

bien se emplea hoy en día con buenos resultados

7

, era 

utilizada sin una indicación clara y sin procedimiento 

anestésico previo, lo que la convertía en extremada-

mente peligrosa y dolorosa.

En este contexto, ocurren dos hechos que modifican 

completamente la práctica psiquiátrica, y cuyas inte-

rrelaciones son múltiples y complejas, prestándose a 

numerosas interpretaciones. En primer lugar, en 1952 

se sintetiza el primer fármaco con efecto antipsicótico, 

la clorpromazina

8

. Desarrollado en primera instancia 

como antihistamínico y anestésico, posteriormente se 

descubren sus propiedades antipsicóticas, particular-

mente sobre los llamados síntomas positivos: aluci-

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naciones y delirios. Previamente, en 1949, se habían 

descrito los efectos de las sales de litio en el trastorno 

bipolar, siendo hoy en día el estabilizador del ánimo 

más eficaz conocido.

Paralelamente, en los años sesenta surge una fuer-

te crítica a la psiquiatría entendida como especialidad 

médica que trata los padecimientos mentales como 

enfermedades biológicas, causadas por desequilibrios 

bioquímicos.

El primero en acuñar el término 

antipsiquiatría 

fue 

David Cooper

9

 en 1967. Este psiquiatra sudafricano y 

su colaborador, Ronald Laing, que se convirtió poste-

riormente en la figura más destacada del movimiento 

antipsiquiátrico, postulan que el origen de la enferme-

dad mental radica en la sociedad en la que está inser-

to el paciente y en las relaciones disfuncionales que 

este establece con su familia en la primera infancia. 

Thomas Szas, otro de los más famosos representantes 

de esta corriente, afirma que la enfermedad mental no 

existe en cuanto tal, sino que es una forma de «etique-

tar» y por tanto neutralizar a individuos socialmente 

inadaptados o disidentes. Esta corriente de pensa-

miento se enmarca dentro de movimientos como el 

que da lugar a las revueltas estudiantiles del Mayo 

francés, y muchos de los pensadores de este período 

participan de ambos movimientos, siendo particular-

mente relevante la obra de Michel Foucault, 

Historia 

de la Locura

10

, y las aportaciones de Jacques Lacan

11

4. Dos discursos entrecruzados: moral y eviden-

cia científica

En el argumentario de la antipsiquiatría coexisten 

cuestiones de órdenes diferentes, y esta es parte de la 

dificultad inherente para analizarlo. Por un lado, en el 

momento en el que se genera existe una corriente de 

opinión en contra del trato que reciben los pacientes 

psiquiátricos, privados de derechos y en muchas oca-

siones en condiciones de total indefensión y sin que 

se respete la dignidad básica de las personas, tanto en 

cuanto a entorno material como a cuestiones de inti-

midad, poder de decisión, etc. Además, los regímenes 

fascistas italiano y español emplearon los manicomios 

y a los psiquiatras afectos al régimen como parte de la 

maquinaria represiva contra los disidentes políticos

12

De esta manera, la antipsiquiatría abandera el movi-

miento de la desinstitucionalización psiquiátrica, que, 

bajo el lema «el paciente en la comunidad», trata de 

acabar con los grandes centros de reclusión psiquiá-

trica y devolver a los pacientes a sus hogares o a otro 

tipo de dispositivos que no supusieran su aislamiento. 

Cabe decir que, no por casualidad, este movimiento 

acontece en el momento en el que comienzan a exis-

tir psicofármacos eficaces para controlar los síntomas 

más disruptivos, de manera que esta reintegración en 

la sociedad se hace posible en muchos casos. 

La desinstitucionalización era un proceso nece-

sario y moralmente inapelable, y la antipsiquiatría 

siempre tendrá el honor de haber elegido el bando 

correcto, mientras que mucha de la psiquiatría su-

puestamente científica se atrincheraba en posiciones 

de poder que hoy nos parecen indefendibles. Por lo 

tanto, esta posura parte de una aproximación apriorís-

ticamente más ética y más cercana a los derechos de 

los pacientes.

Sin embargo, es posible, como decía Sartre, hacer 

lo correcto por motivos equivocados. Si bien la visión 

de tratar al sujeto con enfermedad mental como per-

sona íntegra, con dignidad y poseedor de derechos, es 

una máxima inapelable en la práctica médica actual 

(con todas las salvedades individuales que se quieran 

objetar, y que en todo caso serían punibles por ley), 

la tesis de la que parte, la de la enfermedad mental 

como producto de la sociedad, y a veces de la propia 

institucionalización, resulta hoy indefendible. Desde 

los años setenta, la evidencia científica acumulada a 

favor de una base biológica del trastorno mental gra-

ve, siguiendo un modelo de diátesis-estrés, en el que 

sobre una vulnerabilidad biológica se suma el efecto 

de factores ambientales, es difícilmente rebatible

13

Especialmente, desde 2004, con el Proyecto Genoma 

En los años sesenta surge una fuerte crítica a la psiquiatría 

entendida como especialidad médica que trata los padeci-

mientos mentales como enfermedades biológicas, causa-

das por desequilibrios bioquímicos.

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Humano, y en los últimos años en los que son po-

sibles secuenciaciones masivas de genes con escaso 

coste (estudios GWAS)

14

, la carga genética de enti-

dades como la esquizofrenia o el trastorno bipolar se 

cifra en torno a un 80 %

15

.

Por otro lado, la desinstitucionalización tuvo resul-

tados irregulares, dependiendo en muchos casos de la 

administración que la aplicara y con qué criterio. En 

el Estado español, aún hoy persisten grandes centros 

psiquiátricos de corte manicomial, con enfermos de 

larga estancia; no se llegó a crear nunca la comple-

ta red de asistencia comunitaria que permitiese real-

mente atender al paciente en su comunidad, aunque 

hay grandes diferencias entre comunidades autóno-

mas. Es fácil pensar que, para una administración que 

quiere recortar gasto sanitario, las tesis antipsiquiá-

tricas son un argumento extraordinariamente útil: si 

estas personas no son enfermas, sino socialmente 

inadaptadas, no es necesario tampoco que sean aten-

didas dentro del sistema público de salud. Aunque no 

se enuncie de esta manera, la idea inconsciente que 

está detrás de muchas actuaciones en cuanto a plani-

ficación sanitaria es que ni las enfermedades mentales 

son verdaderas enfermedades, ni los enfermos menta-

les son verdaderos enfermos. 

5. Negacionismo y 

conspiranoia

: por qué cree

-

mos en cosas raras

Sin embargo, la mayor parte de los ataques a la 

psiquiatría que vemos en el momento actual no par-

ten de posiciones abiertamente antipsiquiátricas en el 

sentido de la desinstitucionalización y la lucha por 

los derechos de los pacientes. Este paradigma esta-

ba conformado en su mayor parte por profesionales 

de la salud mental con un conocimiento profundo de 

su campo que, si bien a día de hoy ha sido supera-

do con mucho por las modernas investigaciones, era 

coherente con su época y el «estado del arte» en ese 

momento histórico. Lo que nos encontramos hoy en 

día es más bien un 

totum revolutum

 de posiciones an-

ticientíficas  en  las  que  se  aúnan  antivacunas,  nega

-

cionistas del sida y conspiranoicos de la industria far-

macéutica. Se niega la enfermedad mental no desde 

una posición filosófica, sino desde la desinformación. 

De hecho, es frecuente que las personas que niegan el 

origen biológico de la enfermedad mental sostengan 

además otras ideas erróneas sobre la salud, como por 

ejemplo la asociación entre autismo y vacunas. No 

se trata, por lo tanto, de la postura antipsiquiátrica 

clásica, sino más bien de la fascinación que provocan 

las teorías de la conspiración en el público contem-

poráneo. 

Como toda buena conspiración, algún elemento de 

verdad permite cimentar mejor la mentira. Las crí-

ticas a la industria farmacéutica por sus intentos de 

influir en el diagnóstico y el tratamiento, que en oca

-

siones ha producido problemas de sobrediagnóstico 

(véase el 

tdah

, pero también el asma bronquial en 

la década de los ochenta y noventa), no quiere de-

cir que estas entidades patológicas sean inexistentes. 

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Por otro lado, en los argumentos de quien sostiene 

que existe una enorme conspiración de la industria 

farmacéutica para vender psicofármacos subyace un 

profundo desconocimiento de cómo funciona el siste-

ma nacional de salud español, bastante restrictivo con 

los fármacos que se aprueban y que concede al clíni-

co una amplia autonomía como prescriptor, primando 

incluso la no prescripción o la mínima posible. Al tra-

tarse de un sistema público y universal, su lógica es 

la opuesta de la de los sistemas de seguros de Estados 

Unidos o países de su entorno, en los que las compa-

ñías aseguradoras y farmacéuticas tienen mucha más 

capacidad para influir sobre los clínicos.

El problema de la excesiva medicalización de la 

vida cotidiana es otro argumento clásico de las teo-

rías antipsiquiátricas. De nuevo, un poquito de verdad 

aliña bien una mentira. Si bien es cierto que la ten-

dencia a tratar con medicamentos estados afectivos 

normales (el duelo por la muerte de un ser querido, el 

estrés...) es un problema que todos los profesionales 

de la salud mental reconocemos, esto no quiere decir 

que los estados depresivos graves no existan o que la 

esquizofrenia sea simplemente una reacción al estrés. 

De hecho, en muchos casos la tendencia a medica-

lizar esos procesos normales satura las consultas de 

salud mental e impide que se atienda correctamente 

los casos de verdadera patología.

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.

Con el Proyecto Genoma Humano, y en los últimos años en 

los que son posibles secuenciaciones masivas de genes con 

escaso coste, la carga genética de entidades como la esqui-

zofrenia o el trastorno bipolar se cifra en torno a un 80%.