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E

l mito de que los medicamentos son la tercera 

causa de muerte tiene un origen que analiza-

remos en este artículo, aunque su popularidad 

vino a partir de que el investigador Peter Gøtzsche 

publicara su libro Deadly Medicines and Organised 

Crime: How Big Pharma Has Corrupted Healthcare 

(‘Medicinas que matan y crimen organizado: cómo 

las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema 

de  salud’),  de  la  editorial  Radcliffe  Pub  (Gøtzsche, 

2013). Desde entonces ha ido aumentando la popula-

ridad de este investigador, del libro y del mito. En el 

libro, en poco menos de media página, el autor afirma:

Nuestros medicamentos nos matan a una esca-

la horrible. Es la prueba inequívoca de que hemos 

creado un sistema que está fuera de control. Hay 

buenos datos disponibles

1

 y lo que concluyo de va-

rios estudios es que alrededor de 100.000 personas 

mueren en 

ee.uu.

 cada año a causa de medicamentos 

que tomaron incluso presumiendo que los tomaron 

de forma correcta. Otras 100.000 murieron a causa 

de errores como tomar una dosis demasiado alta o 

usar un fármaco pese a las contraindicaciones. Un 

estudio noruego cuidadosamente realizado encontró 

que el 9% de aquellos que fallecieron en un hospital 

lo hicieron por las medicinas que les suministraron y 

otro 9% de forma indirecta

2

. Como sobre un tercio de 

las muertes ocurren en hospitales, estos porcentajes 

se corresponden con que alrededor de 200.000 nor-

teamericanos mueren cada año.

Si esta cantidad la comparamos con la tasa de falle-

cidos en 

ee.uu. 

en función de la causa

3

 que ofrece el 

United States Census Bureau

4

, llegamos a la increíble 

conclusión de que, efectivamente, los medicamentos 

son la tercera causa de mortalidad en ese país.

¿Pero en qué se basó el Dr. Gøtzsche para dar esos 

datos? Si analizamos las cuatro referencias de ese pá-

rrafo, nos damos cuenta de que la cifra está sacada 

de un único artículo (Weingart et al., 2000), obviando 

los otros tres estudios que el mismo Gøtzsche refe-

rencia en dicho párrafo (Starfield, 2000; Lazarou et 

al., 1998; Ebbesen et al., 2001). Pero es que, además, 

Gøtzsche no fue a la fuente original en ninguno de 

los artículos, sino que, como mal científico, confió en 

los datos aportados por sus colegas pese a que estos a 

su vez referenciasen a otros cuando daban las cifras. 

Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que el 

artículo de Weingart et al. sacó los datos de contex-

to del artículo escrito por Johnson & Bootman, 1997. 

En este último artículo, que se basa en un modelo de 

probabilidades, se calculan los costes y la mortalidad 

a partir de un artículo previo de los mismos investi-

gadores y que, como veremos, aunque dan la cifra de 

197.000 muertes, ellos mismos reconocen que no es la 

cifra final de fallecidos, sino que está exagerada.

Esta mala práctica de citar artículos sin leerse la 

fuente original también la hizo con su referencia a 

Starfield (2000), quien da unas cifras similares. Para 

dar esos datos, Starfield se basa a su vez en el artículo 

de Lazarou et al. (1998) mencionado anteriormente; 

en el de Leape (1992), que habla solo de los errores 

El mito de la          

tasa 

de  mortalidad              

de los

 

medicamentos

José Manuel Gómez Soriano

ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico

¿

Son de verdad los medicamentos la tercera causa de muerte en EE.UU.

?

D

ossier

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quirúrgicos; y en un tercero (Phillips et al., 1998), que 

analiza los datos oficiales de mortalidad en hospita-

les de 

ee.uu.

 El artículo de Leape habla de 11.900 

muertos por cirugías innecesarias en 

ee.uu.

, aunque 

hay que tener cuidado con esta cifra, pues Leape la 

extrapola a partir de tratamientos quirúrgicos que no 

han  sido  confirmados  por  otros  médicos,  presupo-

niendo que todos ellos eran innecesarios y que, por 

tanto, las muertes ocurridas en estas operaciones se 

deben a tratamientos que se deberían haber evitado, 

cosa que no tiene por qué ser cierta: un tratamiento no 

confirmado por otro médico no quiere decir que fue-

se innecesario; simplemente significa que no ha sido 

confirmado, pero pudo haber sido incluso un caso de 

vida o muerte. También hay que tener en cuenta que 

los datos están obtenidos en 

ee.uu.

 y que, al ser la 

sanidad mayoritariamente privada, los médicos tienen 

fuertes incentivos para aplicar cuantos más tratamien-

tos mejor y, por lo tanto, estos datos tampoco deberían 

ser extrapolables al resto del mundo. Por otra parte, 

en el artículo de Lazarou et al. analizan 39 estudios 

procedentes de hospitales de 

ee.uu.

, a partir de ellos 

realizan una extrapolación a todo el país, y obtienen 

una cifra de entre 76.000 y 137.000 muertes, conclu-

yendo que las muertes por efectos secundarios de los 

medicamentos suponen entre la cuarta y la sexta causa 

de mortalidad. Una revisión de este artículo (Kvasz et 

al., 2000) concluyó que

El metaanálisis no es válido debido a la heteroge-

neidad de los estudios. Muchos de esos estudios no 

recogen los datos necesarios para los cálculos de in-

cidencia. La metodología usada fue seriamente defec-

tuosa y no se puede extraer ninguna conclusión acer-

ca de ratios de incidencia de efectos adversos de me-

dicamentos en la población hospitalizada de 

ee.uu.

 a 

partir del metaanálisis original.

Pero, incluso tomando como válidos los datos de 

Lazarou et al., la mayor parte de esa cifra se debería 

a suicidios, homicidios, abuso de drogas y accidentes, 

y no al consumo de medicamentos tomados de forma 

correcta, como afirma Gøtzsche. No obstante, no po-

demos tomar las cifras de Lazarou et al. en serio, pues 

se han recogido de estudios basados en unidades de 

emergencia y hospitalización, para después extrapo-

larlos a toda la comunidad de pacientes. Es evidente 

que una persona que llegue a urgencias, como media, 

llegará en una situación más grave que otra que acude 

a su médico de cabecera o a un especialista, y estos 

últimos pacientes suponen un número mucho mayor 

que los que acuden a los servicios de urgencia u hos-

pitalización. Por lo tanto, el estudio está sesgado y el 

número real de pacientes con efectos secundarios de-

bería ser bastante menor.

Si estos datos sesgados no fueran suficientes para 

descartar  las  afirmaciones  de  Gøtzsche,  nos  damos 

cuenta que tanto él como en el artículo de Starfield 

ignoran el artículo de Phillips et al., a pesar de que 

el propio Starfield lo cita. En dicho artículo muestran 

la mortalidad por año en todo 

ee.uu.

 por distintas ra-

zones, y los efectos adversos exclusivamente achaca-

bles a los medicamentos correctamente administrados 

(Adverse effects of drugs in therapeutic use) sería me-

nos de 500 personas, como se muestra en la Fig. 1, 

sacada de su artículo.

Además, podemos observar en la figura que la mor-

talidad por los efectos adversos de los medicamentos 

se ha mantenido constante durante los diez años del 

estudio. No obstante, si incluimos los errores médi-

cos, esta cifra subiría a unas 7.900 personas al año. 

Otras causas relacionadas con el sistema sanitario o 

los medicamentos son: suicidio u homicidio por me-

dicamentos, abuso de medicamentos con fines recrea-

tivos, errores o accidentes quirúrgicos, errores en el 

cuidado de pacientes ingresados o errores en la admi-

nistración en la toma de los medicamentos. No obstan-

te, todas estas causas no son achacables directamente 

a los efectos secundarios de los medicamentos toma-

dos de forma correcta, que es lo que afirma Gøtzsche, 

pues sería como acusar a la medicina natural de las 

muertes producidas por el consumo recreativo de ma-

rihuana, cocaína o heroína, o a la arquitectura de las 

consecuencias de los jóvenes que hacen balconing en 

Gøtzsche no fue a la fuente original en ninguno de los ar-

tículos, sino que, como mal científico, confió en los datos 

aportados por sus colegas.

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verano. Además, de esas muertes al año por efectos 

secundarios por medicamentos administrados de for-

ma correcta o por errores médicos, puede que la ma-

yoría se hayan mantenido con vida durante muchos 

años gracias a esos mismos tratamientos. No obstante, 

incluso sumando los errores médicos y quirúrgicos a 

las muertes anuales achacables a los efectos secun-

darios, los números distan en, al menos, un orden de 

magnitud de las 200.000 muertes que Gøtzsche afirma 

que se producen por esta causa. 

El cuarto estudio (Ebbesen et al., 2001) fue un aná-

lisis realizado a partir de 732 expedientes de enfermos 

que murieron en un departamento de un hospital de 

Noruega. Aparte de que intentar extrapolar los resul-

tados de un único departamento de un único hospital 

es bastante arriesgado y podría tener muchos sesgos 

—como que a ese departamento se redirigiesen las 

personas de mayor gravedad—, obtuvieron una tasa 

de mortalidad debida a los efectos secundarios de los 

medicamentos del 0,95% de los fallecidos en los hos-

pitales, una tasa muy inferior a la ofrecida por Laza-

rou  et  al.  (1998),  que  alcanzaba  el  6.5%  y  que  nos 

daría unos 20.000 fallecidos por los medicamentos, 

los cuales también incluirían las causas no atribuibles 

a su consumo correcto (suicidios, homicidios, uso 

recreativo, errores del paciente en su toma, etc.). No 

obstante, y pese a las críticas de la metodología en el 

artículo de Lazarou et al. que comentábamos antes, 

los autores de este estudio indican que la tasa de mor-

talidad estaría entre 0,9% y 6,5% basándose, precisa-

mente, en el estudio de Lazarou et al. Por otra parte, 

remarcan que los medicamentos que provocaron más 

fallecidos fueron los de enfermedades cardiovascula-

res, los antitrombóticos y las aminas simpaticomimé-

ticas. De estos tres tratamientos, los dos primeros son 

cruciales para la supervivencia de los enfermos; por lo 

tanto, de no ser por ellos, estos pacientes, que sufrie-

ron efectos secundarios fatales, seguramente habrían 

muerto mucho antes por la enfermedad que padecían. 

El otro medicamento pertenece a la familia de las an-

fetaminas, medicamentos que con frecuencia tienen 

un uso recreativo, para suicidarse o como mecanis-

mo de homicidio (Sheehan et al., 2013; Bettencourt et 

al., 1997). En el estudio de Ebbesen et al. no realizan 

ninguna matización ni han hecho ningún esfuerzo por 

distinguir qué pacientes de los estudiados se tomaban 

los medicamentos correctamente y cuáles los utiliza-

ron de forma incorrecta, incluyendo el suicidio o el 

uso recreativo.

Como hemos visto, aunque Gøtzsche se basa en 

varios  artículos  para  hacer  su  afirmación  de  que  la 

medicina es la tercera causa de muerte en 

ee.uu.

, solo 

tiene en cuenta el trabajo de Weingart et al. (2000), 

que es justamente el que aporta las cifras más altas, 

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ignorando el resto. Pero como hemos explicado, no 

es un estudio original, sino que se limita a reprodu-

cir los datos de Johnson & Bootman (1997), que a 

su vez, lo único que hace es extrapolar, mediante un 

modelo probabilístico, la tasa de fallecidos a partir de 

un estudio anterior (Johnson & Bootman, 1995). Pero 

para poder extrapolar y saber si dicha extrapolación 

es apropiada, aparte de que el modelo debe ser cohe-

rente y ha de evitar los posibles sesgos, se ha de partir 

de unos datos de excelente calidad y luego hay que 

tratarlos adecuadamente. Este aspecto es tan crucial 

que un pequeño error en la fuente puede generar va-

riaciones terriblemente altas en los resultados finales, 

ya que estos van a ser multiplicados por el número 

de pacientes que fallecen por diversas causas en todo 

ee.uu.

, y esta multiplicación puede aumentar las cifras 

en varios órdenes de magnitud. Johnson & Bootman 

(1995) explican que hicieron una encuesta mediante 

una llamada telefónica de 30 minutos a un panel de 15 

médicos con experiencia clínica. En estas entrevistas 

se pidió a los encuestados que proporcionasen su esti-

mación de la probabilidad de tres resultados terapéu-

ticos negativos debidos a alguna terapia con fármacos 

en pacientes en un entorno típico de atención ambu-

latoria general. Se les pidió a continuación que 

esti-

masen el porcentaje de pacientes que experimentaron 

cada uno de los tres resultados terapéuticos negativos 

que requerirían mayor atención y utilización de recur-

sos adicionales de atención de la salud con el objetivo 

de calcular también los costes económicos. Si ya es 

bastante aventurado realizar una predicción con un 

modelo que no ha sido evaluado para comprobar que 

representa convenientemente la realidad, imaginemos 

que dicho modelo se alimenta con las percepciones 

subjetivas de 15 personas. Son bien conocidos entre 

los psicólogos y neurocientíficos los sesgos cognitivos 

que una persona puede cometer no solo cuando estima 

una probabilidad (de hecho, los humanos somos muy 

malos estimando probabilidades), sino también recor-

dando o representando la realidad objetiva. Es más, 

algo que hay que tener en cuenta en esta metodología 

es el sesgo de confirmación, según el cual tendemos 

a recordar aquellos eventos más llamativos y obvia-

mos el resto, como pudiese ser perder a un paciente 

en comparación con los cientos de pacientes a los que 

no les ha ocurrido nada especial. En consecuencia, es 

bastante probable que los médicos sobrestimasen los 

casos adversos más graves y redujesen la importancia 

del resto.

Otro problema del estudio es saber si esos exper-

tos seleccionados son una muestra representativa de 

los profesionales médicos que están en contacto con 

cualquier tipo de pacientes o existe un sesgo que pue-

da hacer que estos expertos estén en contacto con los 

pacientes más graves. Si fuera el segundo caso, habría 

una clara sobrestimación y no podría ser extrapolable 

al resto de enfermos de 

ee.uu.

, como hacen los auto-

res. Si leemos con atención el artículo de Johnson & 

Bootman (1995), vemos que, aunque explica parte de 

su formación, no nos explica detalladamente el centro 

de trabajo donde se encuentran estos médicos; aunque 

leemos:

Most panel members (nine of 15) indicated that 

their primary practice setting was ambulatory; four 

panel members characterized their practice setting as 

part of a managed care organization, and two indica-

ted long-term care as their primary setting

5

.

Con esta información podemos concluir por una 

parte que 15 expertos no pueden abarcar todas las es-

pecialidades; hay algunas con más tasa de mortalidad 

(geriatría) que otras (pediatría o atención primaria), 

y conocer este dato es muy importante. En ninguna 

parte se indica ni siquiera si sus respectivas especia-

lidades son realmente representativas de toda la pro-

fesión médica. Con los datos que aportan los autores, 

únicamente podemos saber que 2 de los 15 trabajan en 

unidades de cuidados de enfermos crónicos o discapa-

citados (long-term care), cuyos diagnósticos tienden 

a ser peores, con mayor consumo de medicamentos 

y mayor mortalidad que la media

6

. No obstante, esta 

proporción no se corresponde con la cantidad de pa-

cientes de cada tipo. De los 125 millones de pacientes 

Todas las noticias y publicaciones se han retroalimentado 

a partir de un único estudio mal elaborado.

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que acuden a consultas externas en 

ee.uu.

7

, se estima 

que solo 12 millones requieren este tipo de cuidados

8

Por lo tanto, la muestra de estos 15 expertos no pue-

de tomarse nunca como representativa de la atención 

médica, y sus estimaciones subjetivas estarán a todas 

luces sobrestimadas.

En  conclusión,  Peter  Gøtzsche  basó  su  afirma-

ción de que los medicamentos son la tercera causa de 

muerte en 

ee.uu.

 en cinco referencias, de las cuales:

● dos de ellas indican claramente que las tasas de 

mortalidad son muy inferiores a las que él estima;

● una no aporta referencias de cómo ha obtenido los 

resultados, aunque parece ser una extrapolación de la 

otra referencia que utiliza Gøtzsche —los resultados 

de Lazarou et al. (1998)— al número de pacientes en 

Europa, una referencia puesta en duda por su pobre 

metodología; 

● otra, la principal, basa sus cálculos en el modelo 

probabilístico de Johnson & Bootman (1997), cuyos 

datos han sido obtenidos de forma muy subjetiva, sin 

un método riguroso y con claros sesgos metodológi-

cos, extrapolando resultados de expertos que no re-

presentan a toda la comunidad médica ni a todas las 

áreas de la salud, con sospechas fundadas de que di-

chos expertos están expuestos a un mayor número de 

enfermos con problemas graves que la media de los 

médicos de 

ee.uu.

No contentos con todo esto, y aun dando por válidos 

los datos de Johnson & Bootman (1997), en su propio 

artículo indican que la cifra de 197.000 fallecidos que 

da su modelo —y en la que se basa Gøtzsche para ha-

cer su rotunda afirmación—, se refiere a un supuesto 

de posibles pacientes que padecen efectos secunda-

rios graves y a los que no se les aplica ningún tra-

tamiento para corregirlo; pero que, aplicando dichos 

procedimientos, la cifra se reduciría aproximadamen-

te en 120.000 personas. O sea, que la auténtica cifra 

de fallecidos, según Johnson & Bootman (1997), sería 

de unos 89.000, incluyendo todos los sesgos mencio-

nados anteriormente. Esto demuestra que Gøtzsche 

no leyó la fuente original o que, directamente, ignoró 

las conclusiones de los autores para utilizar la cifra 

que más le convenía para sus afirmaciones, ignoran-

do que esa no era la verdadera. Esta cifra, dada por 

Johnson & Bootman (1995), ya es menos de la mitad 

de la que usa Gøtzsche en su afirmación y, aparte de 

su clara sobreestimación, también tenemos que tener 

en cuenta que incluye no solo los efectos secundarios, 

sino todos los errores médicos, desde un error en una 

operación a corazón abierto en la que paciente acaba 

de sufrir un ataque cardiovascular y se hubiera muerto 

de todas formas, hasta errores en el diagnóstico al no 

recetar precisamente el medicamento que al paciente 

le hacía falta para sobrevivir. Y si hacemos caso al es-

tudio de Ebbesen et al. (2001), la mayoría de efectos 

secundarios fatales se dan en los tratamientos cardio-

vasculares y los antitrombóticos, tratamientos que a 

la larga pueden provocar la muerte, pero después de 

haber prolongado varios años la vida de los pacientes. 

Recordemos que los accidentes cardiovasculares son 

la primera causa de muerte en el mundo. Por último, 

me gustaría destacar que esta afirmación se basa en 

datos que han sido obtenidos en 1995, es decir, de 

muchos años atrás, cuando actualmente tenemos tra-

tamientos muchos más efectivos y con menos efectos 

secundarios.

No hay que minimizar el problema de exagerar los 

datos de mortalidad por medicamentos; esta informa-

ción incorrecta ha llegado no solo a opinión públi-

ca, sino también al Parlamento Europeo, a través de 

un memorando escrito para la ue sin otras firmas y 

ni referencias («Strengthening Pharmacovigilance to 

Reduce Adverse  Effects  of  Medicines»)

9

 aunque se 

ha podido seguir la pista hasta una directiva del Par-

lamento Europeo sobre farmacovigilancia

10

 en donde 

aparece (página 52) la referencia a Lazarou et al. y 

dicha cifra. Con estas mismas fuentes se publicó en la 

revista The Lancet una carta abierta (Archibald et al., 

2011) demostrando que, realmente, todas las noticias 

y publicaciones se han retroalimentado a partir de un 

único estudio mal elaborado.

Por lo tanto, si recapitulamos, encontramos que las 

referencias que el Dr. Gøtzsche se basa para afirmar 

Fig. 1: Ratio de muertos por errores médicos, envenenamientos, consumo 

de estupefacientes y homicidios por medicamentos desde 1983 a 1993 en 

EE.UU., basado en los datos aportados por la United States Census Bureau, 

y elaborado por Phillips et al. (1998).

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esa cantidad de fallecidos por los fármacos se fun-

damenta en el artículo de Lazarou et al. (1998) cuya 

metodología y extrapolaciones están más que discuti-

das, en trabajos cuyas estimaciones de fallecidos es-

tán considerablemente por debajo de las ofrecidas por 

Gøtzsche, y en otros varios basados en el de Johnson 

& Bootman (1995). Por lo tanto, y aunque no lo cita 

directamente, este trabajo es la clave del mito, y es el 

que vamos a analizar a continuación.

Con esto no queremos negar lo evidente: los me-

dicamentos tienen efectos secundarios y, en ocasio-

nes, estos provocan la muerte de los pacientes. Estos 

efectos, junto con los errores en la medicación, en el 

diagnóstico o en el tratamiento deben reducirse en la 

medida de lo posible. Pero es muy importante basar-

se en datos reales, reproducibles y contrastados para 

poder tomar las medidas apropiadas. Aparte de que 

exageraciones como las que hace Gøtzsche en su li-

bro pueden asustar y alejar al paciente del tratamiento 

adecuado y abrazar otras opciones sin ningún tipo de 

aval científico o eficacia demostrada, como las pseu-

doterapias.

No obstante, y aceptando la cifra más pesimista de 

Johnson & Bootman (1995), 89.000 fallecidos al año, 

también tenemos que analizar si el coste de consu-

mirlos es menor que sus beneficios. Es decir, pese a 

los posibles efectos adversos de los medicamentos, 

¿es mejor utilizarlos porque nos dan mayor esperan-

za de vida? Si analizamos la mejora de la esperanza 

de vida de las personas de cáncer en estos últimos 40 

años vemos claramente que, gracias a los nuevos tra-

tamientos, en el Reino Unido superan la enfermedad 

154.244 personas más que en 1971 («Cancer Survival 

for Common Cancers», 2015), o sea, que con solo los 

nuevos tratamientos de cáncer doblamos la supervi-

vencia a los efectos secundarios y errores médicos de 

la estimación más pesimista del resto de tratamien-

tos para todas las enfermedades conocidas en una 

población mucho mayor como es la de ee.uu. Y eso 

suponiendo que los tratamientos contra el cáncer de 

1971 fueran totalmente ineficaces. La Figura 2, obte-

nida del Cancer Research uk, nos da una imagen muy 

completa de los avances en la medicina oncológica en 

estos últimos 40 años.

Si a eso le sumamos las enfermedades virales, in-

fecciosas, cardiovasculares, la hipertensión, el coles-

terol y un largo etcétera, que mataban a millones de 

personas al año, podemos comprobar fácilmente que 

los beneficios de la medicina superan ampliamente a 

la tasa más pesimista de mortalidad producto de los 

efectos secundarios de los medicamentos, los diag-

nósticos incorrectos y demás errores médicos, así 

como su uso inadecuado.

Agradecimientos

Isidoro Martínez 

Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudo-

científicas (APETP) 

ARP-Sociedad por el Avance del Pensamiento Crítico 

(ARP-SAPC)

Bibliografía:

Archibald, Kathy, Robert Coleman, and Christopher 

Foster. 2011. “Open Letter to UK Prime Minister David Ca-

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Notas:

1 Weingart, S. N., McL Wilson, R., Gibberd, R. W., & 

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2 Ebbesen J, Buajordet I, Erikssen J, Brørs O, Hilberg 

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partment of internal medicine. Arch Intern Med. 2001; 161: 

2317–23

https://jamanetwork.com/journals/jamainternalmedici-

ne/fullarticle/649279

3 http://www.cdc.gov/nchs/fastats/deaths.htm

4 http://www.census.gov/

5 La mayor parte de los miembros (9 de 15) indicaron 

que su entorno habitual era de tipo ambulatorio; cuatro 

trabajaban para una mutua privada; y dos se dedicaban a 

una atención más continuada.

6 https://www.cdc.gov/nchs/data/hus/hus15.pdf#019

7 https://www.cdc.gov/nchs/fastats/physician-visits.htm

8 https://www.caregiver.org/selected-long-term-care-

statistics

9 http://europa.eu/rapid/press-release_MEMO-08-

782_es.htm?locale=EN

10 http://ec.europa.eu/health/files/pharmacos/pharm-

pack_12_2008/pharmacovigilance-ia-vol1_en.pdf