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na tecnología es invisible cuando el grueso de la po-
blación que la disfruta no es consciente de su exis-
tencia. En este sentido, el teléfono móvil, por ejem-
plo, no sería un buen ejemplo, porque aunque la mayoría
desconoce su funcionamiento, al menos lo reconoce como
un producto tecnológico. La mejora genética es completa-
mente invisible; no solo se desconoce su funcionamiento,
sino su mera existencia. ¿De dónde ha salido el trigo del
pedazo de pan de la comida? ¿Y el tomate?
Esta invisibilidad es especialmente triste dado el furioso
debate sobre los transgénicos de las últimas décadas. Re-
sulta profundamente frustrante que tras las encendidas dis-
cusiones, centradas en un mero detalle tecnológico, pocos
sean los que han oído hablar sobre domesticación o sobre
Nikolai Vavilov. Este desconocimiento es el resultado de un
debate, el de los transgénicos, completamente estéril, que
no se ha aprovechado para educar a la sociedad sobre el
funcionamiento de una tecnología vital. Y este desconoci-
miento no es irrelevante, puesto que son los ciudadanos los
que tienen la responsabilidad de legislar sobre esta tecnolo-
gía invisible. Y esto, claro está, es una receta para el desastre.
Las tecnologías invisibles suelen serlo por dos factores: su
éxito y su omnipresencia. Una tecnología deficiente, como
la de los motores de combustión interna, se hace patente
por sus efectos negativos. En este caso, por la contamina-
ción que generan en la ciudad y por el cambio climático. Por
el contrario, la mejora vegetal cumple su función principal:
generar nuevas variedades que permitan producir alimen-
tos económicos. Y es precisamente este éxito el que la in-
visibiliza. No ha habido necesidad de quejarse por la falta
de nuevas variedades altamente productivas de melón o de
maíz harinero, y el detalle suscitado alrededor de algunos
detalles técnicos ha hecho que la discusión pierda la pers-
pectiva global.
¿Cuál es la labor del mejorador genético? Crear nuevas
variedades que mejoren las actuales en distintos aspectos.
¿Qué aspectos? Los que la sociedad le demanda; princi-
palmente, el precio. El consumidor quiere, en primer lugar,
productos más baratos; y en segundo, de mejor sabor. ¿Son
estos los únicos aspectos que deberíamos mejorar? No. La
agricultura representa uno de nuestros mayores impactos
ecológicos. Nuestra sociedad está profundamente ligada a
la ciudad y, desde la ciudad, solemos observar el campo con
una añoranza romántica asociada a nuestros abuelos. Nada
más lejos de la realidad. Los impactos ecológicos que genera
la producción de alimentos son severos: producción de gases
de efecto invernadero, contaminación de las aguas por los
nitratos de los fertilizantes, desertificación y zonas muertas
en mares y ríos. Estos son problemas urgentes que debemos
resolver. ¿Cómo? ¿Disminuyendo la producción? En un
mercado, la disminución de la oferta conlleva aumento del
precio y eso, en este caso, significa hambre para los menos
favorecidos, especialmente en un mundo en el que conti-
núa aumentado la población. Sin embargo, disminuir por
D
ossier
La mejora genética,
una tecnología invisible
Legislar sobre algo que se desconoce, una receta para el desastre
José Blanca
Universitat Politècnica de València
Vavilov en prisión (foto: Wikimedia Commons)
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ejemplo nuestro consumo de carne aliviaría notablemente
muchos de estos impactos. Esta reducción es algo que de-
beríamos promover, pero nadie piensa que en un mundo
cada vez menos pobre este consumo vaya a disminuir. ¿Qué
nos queda? Intentar obtener, tal y como demanda la Or-
ganización de las Naciones Unidas para la Alimentación,
variedades que utilicen los recursos más eficientemente. Por
desgracia, pocos son los esfuerzos que se están haciendo en
esta línea. El consumidor tiene interés en el precio y el ciu-
dadano desconoce el problema, por lo que difícilmente van
a demandar una solución. Somos conscientes de que nues-
tro coche contamina porque lo llenamos de gasolina, pero
no tenemos ni idea del impacto de la ensalada y el filete que
nos comimos a mediodía.
¿Cómo ejerce su labor el mejorador? Haciendo un uso in-
teligente de la biodiversidad agrícola. En este campo, la di-
versidad es riqueza. Si uno quiere mejorar cualquier cultivo,
lo primero que necesita es disponer de distintas variedades.
Sin esta diversidad, difícilmente podremos elegir las más
adecuadas; este es el principio de la evolución darwiniana.
La selección no es una fuerza creadora, simplemente selec-
ciona entre lo que se le ofrece. ¿Cuáles son las fuentes de
esta variabilidad? En primer lugar, las variedades tradicio-
nales, es decir, las variedades que existían antes de que los
mejoradores genéticos profesionales apareciesen en escena
a principios de siglo XX. Estas variedades, tenidas por mu-
chos como la panacea, se caracterizan, en la mayor parte de
los casos, por tener una variabilidad genética muy limitada,
una buena variabilidad de formas y colores y una muy po-
bre productividad. Estas variedades no pueden ser utiliza-
das directamente en producciones competitivas, porque son
susceptibles a enfermedades y dan poca producción, carac-
terísticas que influyen claramente en su precio final.
La transgénesis es una herramienta que permite crear va-
riabilidad y, además, permite crearla teniendo una idea, más
o menos aproximada, de cuál va a ser el resultado. Pero la
transgénesis es más una promesa de futuro que una realidad
asentada. En parte por la oposición social, y en parte porque
los sistemas de creación de nuevas variedades no se cambian
de un día para otro, esta técnica se usa en una cantidad muy
limitada de variedades.
La fuente de variabilidad que está presente en la práctica
totalidad de las variedades comerciales, y que se ha veni-
do usando desde los años 30 sin que nadie se rasgue las
vestiduras, son las especies silvestres relacionadas con las
cultivadas. Nikolai Vavilov, el mártir soviético, observó a
principios de siglo XX que no todas las regiones del mun-
do albergaban la misma variabilidad. Las zonas habitadas
por las especies silvestres originales, que por domesticación
acabaron produciendo las especies cultivadas modernas, son
mucho más diversas. Las especies que comemos han surgi-
do por un proceso análogo al que sufrió el lobo para con-
vertirse en perro: un proceso de domesticación. El trigo se
domesticó en Mesopotamia, el arroz en China y el maíz en
Mesoamérica; estos tres cultivos fueron el fundamento de
las civilizaciones de esos lugares y siguen siendo la base de
nuestra alimentación hoy en día. El proceso de domestica-
ción conlleva, normalmente, una reducción en la diversidad
genética, a la vez que un aumento en la diversidad morfoló-
gica. Los perros tienen formas mucho más variadas que los
lobos, pero no son más más diversos desde el punto de vista
genético. Vavilov reconoció estas zonas de riqueza genética
y propuso que deberían ser explotadas para mejorar las va-
riedades disponibles en su época. Y esto es lo que han hecho
los mejoradores durante el último siglo: introducir variabi-
lidad útil a partir de las especies silvestres. El equivalente
sería cruzar lobos con perros para adquirir características
positivas de los lobos que se perdieron durante el proceso
de domesticación. El resultado de este esfuerzo ha sido de
un éxito rotundo. Las variedades actuales son más producti-
vas, tienen menos enfermedades, requieren menos mano de
obra y aguantan más una vez colectadas. Gracias a esta me-
jora podemos hoy alimentar a una población mundial que
no ha dejado de crecer. El único problema de estas varieda-
des élite, como buenos fórmulas 1 que son, es que consumen
mucho abono y mucha agua. Y esto es precisamente lo que
demanda la FAO, que los mejoradores consigan variedades
élite pero con bajas necesidades, es decir, respetuosas con el
medio ambiente. Este es el reto que deberíamos estar afron-
tando como sociedad.
Vavilov y sus colaboradores sufrieron una terrible ola de
anticientifismo en el imperio soviético. Muchos, los afor-
tunados, murieron ejecutados; otros, como el propio Vavi-
lov, murieron desaparecidos, tras años de tortura. La causa
final de su muerte, el hambre. Sus asesinos, con Stalin a
la cabeza, no pagaron por sus crímenes, pero el pueblo so-
viético sí lo hizo. La agricultura soviética quedó rezagada y
tuvo problemas endémicos de producción. Mientras que los
norteamericanos, que habían abrazado las ideas de Vavilov,
aumentaron sus producciones durante los años 40 y 50. La
agricultura soviética languideció. Esperemos no repetir los
errores del pasado.
Somos conscientes de que nuestro coche contamina porque lo
llenamos de gasolina, pero no del impacto de la ensalada y el
filete que nos comemos.