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MEDICINA SIN APELLIDOS.

UN DEBATE SOBRE LA MEDICINA NATURAL

Y TRADICIONAL EN CUBA

Osvaldo de Melo (coord.)

Editorial UH: La Habana. 2013. 237 pp.

                                   

Un libro sobre pseudomedicinas escrito en español por 

autores cubanos creo que debería ser una gran noticia, 

no sólo para aquellos que nos dedicamos al pensamiento 

crítico en medicina, sino para cualquier escéptico y 

amante de la ciencia.

El libro, que consta de 34 pequeños artículos, dos notas 

editoriales, tres anexos y una reseña sobre los autores, 

recoge los textos pertenecientes a una polémica que el 

portal de la revista cubana Juventud Técnica publicó en 

los meses de enero a abril de 2012 sobre la denominada 

«Medicina natural y tradicional» (MNT) en Cuba. 

Entre los autores algunos son bien conocidos por ARP-

SAPC, como es el caso de Arnaldo González Arias. 

Evidentemente hay dos “bandos”: el “racional y crítico”, 

y el “alternativo”, este último, como se reconoce en el 

primer capítulo-prólogo («Empujando ideas» de Ernesto 

Altshuler) en franca minoría, por ese mismo hecho merece 

respeto: sin su participación, un libro de esta naturaleza 

simplemente no hubiera sido posible.

Por mi parte, he de añadir que existe también un grupo 

intermedio, aquel que considera algunas pseudomedicinas 

como dignas de estudio y de ser aplicadas a la práctica 

médica, como es el caso de la acupuntura, que es la piedra 

de toque en donde se retratan los auténticos médicos 

científicos. Lo veremos en los últimos párrafos.

Una ausencia notable en este debate es el psicoanálisis, 

máxime cuando dicha pseudopsicología forma parte de 

la tradición crítica de los antiguos psicólogos soviéticos. 

Me quedo, pues, con las ganas de saber si los actuales 

marxistas-leninistas cubanos siguen considerando a 

Freud como un falso científico o, por el contrario, lo han 

rehabilitado mediante alguna suerte de “psicoanálisis 

científico” o “neuropsicoanálisis”.

A pesar de que no se trata de un libro de autor con un 

hilo  argumental  claro  y  definido,  sí  existe  un  artículo 

seminal que da título al libro y es el origen de la discusión 

(«Medicina sin apellidos»). En él se exponen las ideas 

fundamentales a partir de las cuales se va a desarrollar 

la polémica. Junto a él, la primera réplica “alternativa” 

le corresponde a Felipe Abreu («Medicina natural, 

tradicional y alternativa: una aproximación desde nuestra 

ciencia») en el que se exponen todas las características 

que adornan las pseudomedicinas. Veamos, para empezar, 

las ideas fundamentales de estos autores.

1. «Medicina sin apellidos». Las tesis de Jorge A. 

Bergado es que la medicina no necesita apellidos; es 

medicina a secas, lo demás es charlatanería. En efecto, 

nos recuerda Bergado que la irrupción de enfoques 

terapéuticos foráneos ha hecho necesario distinguir entre 

dos «medicinas» y, sobre todo, identificar esa «otra» que 

nos  invade.  Los  calificativos  han  proliferado:  medicina 

tradicional, medicina natural, medicina bioenergética; 

unos más precisos y otros más vagos, pero todos infelices 

y con la intención de cubrir, con la benevolencia de un 

nombre amable, la verdadera naturaleza y las notables 

insuficiencias  de  casi  todas  esas  medicinas.  Creo  que 

precisamente la abundancia y variedad de nombres 

demuestra el carácter quincallesco de dicha colección de 

prácticas.

Aquí  [en  Cuba]  se  ha  impuesto  el  calificativo  de 

medicina natural  y tradicional, y en ella se incluyen: la 

fitoterapia, la apiterapia, la medicina tradicional asiática, 

la  ozonoterapia,  la  homeopatía,  la  terapia  floral,  la 

hidrología  médica,  la  helio-talasoterapia,  los  ejercicios 

terapéuticos tradicionales y la orientación nutricional 

S

illón escéptico

Roberto García Álvarez

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naturalista; que han sido aceptados por la Resolución 

Nº 261 de 2009 del Ministerio de Salud Pública. Por 

si a Bergado le sirve de consuelo, también en España, 

el propio Ministerio de Sanidad, en su primer informe 

sobre terapias no científicas del 19 de diciembre de 2011, 

habla de Terapias naturales, entre las que se encuentran 

lindezas como la homeopatía, la acupuntura, el naturismo, 

la iridología, la osteopatía, la musicoterapia, el reiki, la 

medicina ayurvédica, la aromaterapia, la reflexología, la 

terapia floral de Bach, el Qi-Gong… ¡y así hasta 139!

En el resto del artículo, el autor ofrece argumentos 

certeros para demostrar que la definición de ese conjunto 

de especialidades es, además de infeliz, engañosa. Basta 

mirar la lista para darse cuenta de que, más que un sistema 

de prácticas con una unicidad y base teórica, se trata de 

una colección diversa y variopinta de todo lo que no cabe 

en el concepto de medicina con base científica. El nombre, 

por lo tanto, dice poco y tergiversa los propios conceptos.

La conclusión a la que llega el autor, tras el análisis 

mencionado, es que sólo queda una denominación lógica 

y  certera  para  este  conjunto  de  prácticas:  medicina  no 

científica.

2. «Medicina natural, tradicional y alternativa: una 

aproximación desde nuestra ciencia». La primera respuesta 

al artículo del profesor Bergado corre a cuenta del doctor 

Felipe Abreu, cuyos argumentos son los habituales en 

estos casos. Para empezar, afirma que la medicina es una, 

mientras que lo alternativo son los métodos. Cada sistema 

médico tiene sus bases teóricas y filosóficas. Sin embargo, 

sí son ciencias, y no pseudociencias como el Dr. Bergado 

trata de hacer ver. Lo que pasa es que a veces la ciencia 

necesaria para demostrar algunos de los hechos en los que 

estas medicinas se basan es muy avanzada, por ejemplo, 

la teoría de la modificación de la forma de la molécula de 

agua para la homeopatía (y un poco más adelante llega 

a  afirmar  que  las  moléculas  de  agua  cambian  de  forma 

al interactuar con las sustancias que las rodean y luego 

son capaces de mantener y transmitir este cambio a otras 

moléculas de agua). Aunque hablando de proezas, la 

medicina tradicional china tampoco va a la zaga; así, nos 

enteramos por el Dr. Abreu y el Dr. Díaz Mastellari (otro 

de los defensores de las medicinas alternativas y del que 

hablaremos más adelante) que los chinos de hace 23 siglos 

ya conocían la función del corazón como impulsor de la 

sangre por los vasos (venas y arterias), así como la función 

hematopoyética del riñón. En el caso de la terapia floral 

de Bach, que es efectiva y libre de efectos secundarios, 

la  ciencia  del  siglo  XXI  todavía  no  ha  explicado  cómo 

funciona.

Otra característica de las medicinas alternativas es su 

poder estimulador de la autocuración. Así, por ejemplo, 

en el caso de la acupuntura, lo natural no es la inserción 

de la aguja, sino que sólo se utiliza al propio hombre y 

sus reservas para alcanzar el máximo estado de salud 

posible. El organismo se cura por sí mismo, sin necesidad 

de sustancias ajenas a él [¿No es la aguja una sustancia 

ajena al organismo?].

Por  último,  la  ciencia  occidental  (método  científico), 

debido a sus antecedentes positivistas, ya denunciados por 

Lenin, es capaz de estudiar minuciosamente la enfermedad, 

pero es incapaz de hacer lo mismo con la persona en la que 

se produce la enfermedad. Por el contrario, las medicinas 

tradicionales y alternativas, alejadas del cartesianismo y 

el positivismo, tienen una visión holística que nos permite 

entender  mejor  el  Universo  y  aliviar  al  ser  humano 

que sufre. De esta alianza entre marxismo-leninismo y 

pseudomedicinas volveremos a hablar más adelante.

A la medicina tradicional china y al resto de las 

medicinas alternativas se les impone un método para 

demostrar su funcionamiento, el cual no es perfecto, tiene 

sesgos en su concepción y no se ajusta a la realidad de 

estas medicinas. ¿Por qué, entonces, aceptar este método 

como criterio insoslayable de verosimilitud?

Muchas  de  estas  medicinas  alternativas  son  eficaces 

desde antes que la ciencia diera sus primeros pasos, 

y comparten algo: su funcionalidad. Lo que todavía 

no se entiende bien es cómo lo hacen. Para descifrar 

este funcionamiento a menudo hace falta pensamiento 

y tecnología de vanguardia, por demás costosa. Por 

ejemplo,  cuánto  costaría  hacer  en  el  centro  de  trabajo 

del Dr. Bergado un estudio de diez pacientes al aplicar 

tecnecio 99 en puntos de acupuntura para ver el recorrido 

del meridiano x; realizar diez SPECT  [Single Photon 

Emission Computed Tomography] para ver qué regiones 

cerebrales se activan al aplicar un punto de acupuntura 

x; o, para hacerlo un poco más parecido a la realidad, 

qué tal el seguimiento por SPECT de un paciente que se 

está dando diez sesiones de acupuntura para recuperarse 

de un accidente vascular encefálico. Estos son, según el 

Dr. Abreu, sólo unos ejemplos de posibles protocolos de 

investigación.  Obsérvese  que  al  final,  la  última  palabra 

la tienen la ciencia, sea o no de vanguardia, y el método 

experimental y sus evidencias.

Con  este  bagaje  de  medicina-ficción,  no  debe 

sorprendernos que el Dr. Abreu llegue a la conclusión de 

que la homeopatía y la medicina tradicional china pueden 

curar todas las dolencias del ser humano, sólo hay que 

tener el conocimiento necesario y este puede resultar 

esquivo.

 

3. El debate. No es de extrañar que ante argumentos tan 

dispares se generara una acalorada discusión en la que se 

sucedieran las réplicas y contrarréplicas. Pero el libro nos 

depara también otro tipo de sorpresas. En efecto:

4.

 ¿También la ética? Junto a los temas estrictamente 

científicos y pseudocientíficos también los hay de carácter 

ético, algunos explícitamente críticos con el propio 

gobierno cubano y que son aplicables al resto del mundo 

(«Esta discusión es primero ética que científica», Ernesto 

Estévez Rams, pp. 117-119):

¿Por qué se exige, con razón, que una vacuna contra 

el cáncer, desarrollada en el Centro de Inmunología 

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Molecular (CIM) deba pasar años de experimentación, 

pruebas y estudios; mientras las (seudo)terapias y 

medicinas naturales, alternativas o tradicionales llegan tan 

fácilmente a la práctica médica aceptada en policlínicos 

y hospitales? ¿Qué magia opera para que se acepte que 

lo mal llamado natural o tradicional logre pasaporte de 

identidad tan fácilmente? […]

 Cada persona tiene el derecho a creer en lo que quiera… 

Pero nadie tiene derecho a convertir su creencia en una 

práctica pseudomédica sobre otras y, mucho menos, a 

que  se  acepte  oficial  u  oficiosamente.  Por  desgracia,  la 

práctica de la mal llamada medicina natural y tradicional 

en nuestro país está permeada por esa falta de ética de 

fondo. […]

No  hay  nada  que  justifique  el  énfasis  especial  que 

los  Lineamientos  de  la  Política  Económica  y  Social 

del Partido y la Revolución dan a la medicina natural y 

tradicional sobre otras investigaciones y prácticas médicas 

mucho más efectivas y validadas.

5.

 Y, por supuesto, la ideología no podía faltarComo 

era de esperar, tratándose de Cuba, también hay temas de 

carácter netamente ideológico.

La  filosofía  de  la  ciencia  oficial  sigue  siendo  la  del 

materialismo dialéctico. El propio Bergado (en su artículo 

«Respuesta en mi menor», p. 68) lo reconoce y defiende:

“La invalidez de ese postulado [según el cual la ciencia 

surge  con  el  positivismo  filosófico]  fue  brillantemente 

probada por Lenin en Materialismo y empiriocriticismo

lo cual no significa renunciar al método científico como 

camino para aproximarse al conocimiento de la naturaleza 

ni al principio marxista de la práctica como criterio 

de  verdad.  La  filosofía  de  la  ciencia  (y  la  mía)  es  el 

materialismo dialéctico (p. 68)”. 

Aunque pueda parecer extraño, su contrincante, Felipe 

Abreu (p. 32), también profesa, frente al malévolo 

positivismo, el pensamiento dialéctico, y para justificarlo, 

en este caso prefiere citar a Engels:

“Y, en efecto, no hay otra salida ni más posibilidad de 

llegar a ver claro en estos campos [de las ciencia naturales] 

que  retornar,  bajo  una  u  otra  forma,  del  pensamiento 

metafísico [simplificado, estático, fragmentado] al pensar 

dialéctico [complejo, reflejo y sistemático]”.

¿Qué  decir  de  ambas  opiniones?  Al  menos  hay  que 

dejar bien claro que, en contra de lo que afirman Bergado 

y Abreu, no hay que ser positivista para denunciar 

la falsedad de la dialéctica y su pretensión de ser la 

filosofía de la ciencia. Mario Bunge (poco sospechoso de 

positivismo, idealismo y conservadurismo), en sus charlas 

dadas en Beijing, en pleno corazón de la China comunista, 

hizo  unas  reflexiones  perfectamente  aplicables  a  Cuba 

(«Informe  sobre  Beijing»,  de  Mario  Bunge,  Noticias 

Editorial Laetoli, Pamplona, 27-10-2011):

El  núcleo  de  su  filosofía,  la  dialéctica,  es  falso  en  el 

mejor de los casos y en el peor es confuso, y por tanto 

incapaz de ser debatido racionalmente…

De aquí mi exhortación: descarten a Hegel y su dialéctica, 

y pongan al día el materialismo y el realismo con ayuda de 

la lógica y de las ciencias, tanto naturales como sociales. 

Admitan que estas ciencias se han desarrollado fuera de 

cajón marxista y que la mayoría de los filósofos marxistas 

han desempeñado un papel reaccionario al rechazar casi 

todos los avances científicos de su tiempo. Recuerden que 

Engels admiraba a Hegel pero despreciaba a Newton, y que 

se ensañó con Eugen Dürhing, un aficionado desconocido, 

en lugar de escribir un Anti-Hegel. Avancen a partir de 

Marx y Engels: reemplacen el materialismo dialéctico por 

el materialismo científico y sistémico.

Curiosamente, la nota editorial de Juventud Técnica (p. 

160) es bastante más moderada que muchos de los autores 

del libro, puesto que reconoce su parcialidad -y por ello su 

arbitrariedad- en esta cuestión (subrayado mío):

Juventud Técnica se adscribe al materialismo 

dialéctico; es parcial con la ciencia que la abrumadora 

mayoría  de  la  comunidad  científica  mundial  y  nacional 

reconoce como tal; es parcial con la aplicación del 

método científico y está a favor de la medicina fruto de la 

evolución de práctica médicas empleadas durante siglos, 

que  tras  la  explosión  científica  en  biomedicina  liderada 

por Pasteur, Jenner, Flemeing, entre otros, han dado como 

resultado los modernos procederes médicos, responsables 

de la prolongación de la vida media de los seres humanos 

desde  principios  del  siglo  XX  hasta  nuestros  días. A  la 

par, apuesta por la crítica no a la medicina natural, sino 

a las seudociencias que se disfrazan de medicina natural.

A pesar de esa parcialidad, Juventud Técnica no ha 

limitado la publicación de ningún punto de vista opuesto 

a su línea editorial.

 Un gesto que les honra y que debe ser señalado.

  6.  La acupuntura… ¡siempre la acupuntura!  La 

mayoría de los autores del libro (me refiero a los autores 

críticos con las pseudomedicinas, no evidentemente a sus 

defensores) están de acuerdo en que la homeopatía, las 

flores de Bach, la piramidoterapia, el empleo de péndulos 

para el diagnóstico y un largo etcétera son, en efecto, 

falsas medicinas dignas de rechazarse. Incluso aportan 

buenas descripciones y pruebas al respecto. Pero entre 

todas hay una excepción: la acupuntura.

Es cierto que los autores mencionados rechazan la 

explicación mágico-religiosa tradicional (Tao, Yin-Yang, 

Qi, meridianos, etc.), es decir, la acupuntura tradicional. 

Pero, y aquí está el problema, existen varios autores 

para los cuales la acupuntura también puede explicarse 

mediante  teorías  o  mecanismos  de  acción  científicos, 

de manera que nos encontramos ante lo que puede 

denominarse  una  “acupuntura  científica”.  Tenemos, 

entonces, dos acupunturas: la tradicional, la basada en las 

tradiciones médicas chinas de hace 23 siglos, es decir, la 

acupuntura sin apellidos, y la “científica”: la acupuntura 

con apellidos (científicos).

    El representante de los acupuntores tradicionales 

es el Dr. Marcos Díaz Mastellari («Una especialidad 

de método, no de campo», pp. 73-78; «Respuesta a los 

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comentarios del Dr. Arnaldo González Arias» pp. 79-

81; «Publicaciones en revistas arbitradas de artículos de 

medicina alternativa y el método que se utiliza», pp. 121-

131). Su tesis es clara y contundente: medicina tradicional 

china (acupuntura) y medicina occidental son sistemas 

médicos totalmente diferentes.

Cuando  se  afirma  que  un  determinado  diagnóstico 

de la medicina occidental se corresponde con un grupo 

de diagnósticos de la medicina china tradicional es un 

error, pues entre ellos no existe otro correlato que el 

de la probabilidad. Lo probable, como lo improbable, 

puede coincidir con lo real, pero no lo es ni se tiene que 

corresponder con lo real (p.122). […].

La medicina china tradicional tiene su sistema de 

categorías para la clasificación de las modificaciones de 

la salud de las personas

Sin embargo, casi al final de su último artículo, leo con 

gran pesar que claudica en su recio argumentario y deja 

la puerta abierta a una posible verificación científica de la 

acupuntura, con lo cual se contradice y cae en la trampa 

de los “acupuntores científicos”.

… los presupuestos teóricos tradicionales de la 

acupuntura  no  tienen  un  fundamento  científico,  pero 

estos pueden tener una expresión práctica atractiva que 

justifique su verificación bajo los parámetros actuales de 

la ciencia, porque existen hallazgos que lo justifican (p. 

128).

Qué desilusión más grande, Dr. Díaz Mastellari, yo que 

le creía un acupuntor honrado, de los de toda la vida, qué 

digo, de los de todos los siglos, y al final tiene recurrir, 

para dar credibilidad a sus fantasías mágico-religiosas, a 

la reduccionista, positivista y burguesa ciencia empírica. 

Ciertamente, Dr. Díaz Mastellari, la ciencia tiene todos 

esos defectos y mucho más, no hay que sacralizarla, pero 

es la única esperanza o, parafraseando a Carl Sagan, la 

única luz que nos puede iluminar en el progreso y la 

convivencia. Lo demás son fantasías peligrosas, patrañas 

revestidas de lenguaje grandilocuente e incluso científico, 

que  es  lo  que  hacen  los  “acupuntores  científicos”. 

Veámoslo. 

La “acupuntura científica”, como su nombre indica, es 

la acupuntura comprobada y explicada por leyes y teorías 

científicas. En el libro que comentamos, el representante 

y defensor de esta modalidad de timo pseudomédico 

es el profesor  Luis Carlos Silva («Algunas enseñanzas 

del presente debate», pp. 181-184). En un artículo de 

recensión como el presente carezco del espacio necesario 

para desmontar semejante timo. Me conformaré con dos 

comentarios que guardan relación con el contenido del 

libro (quien desee más información puede acudir a mi 

libro La acupuntura ¡vaya timo!, Laetoli, 2012).

A poco que examinemos el término “acupuntura 

científica”  veremos  que  es  contradictorio,  como  sucede 

con el término “círculo cuadrado”. En efecto, si es 

“acupuntura” es pseudocientífica (puesto que es explicada 

por los principios y teorías de la medicina tradicional 

china) y si es “científica” (es decir, explicada por teorías 

neurofisiológicas o bioquímicas) no es acupuntura, puesto 

que eso ya existe como terapia científica: punción contra-

irritativa o distractora, punción seca en los puntos gatillo 

miofasciales y las múltiples técnicas de estimulación 

eléctrica nerviosa segmentaria. Dicho de otro modo, si lo 

que  se  pretende  es  estudiar  el  efecto  neurofisiológico  y 

bioquímico de un pinchazo o de una corriente eléctrica 

en la piel, eso ya lo contempla la biomedicina con sus 

teorías (puntos gatillo, teoría del «control de puerta» 

del dolor, etc.), técnicas (punción seca, PENS, etc.) e 

indicaciones terapéuticas precisas (dolores miofaciales, 

contracturas musculares, dolor osteo-articular, etc.). 

Los neurofisiólogos y los fisioterapeutas se encargan de 

todo ello. El término de acupuntura no pinta nada, sólo 

confusión y engaño. Que es de lo que se trata.

El profesor Luis Carlos Silva, en su defensa de la 

“acupuntura científica” nos depara el siguiente argumento. 

Oigámosle:

“Personalmente, he tenido oportunidad de trabajar con 

profesionales que exhiben esa vocación verdaderamente 

científica. En un esfuerzo investigativo en el que participé, 

bajo  la  dirección  de  uno  de  los  profesionales  más 

destacados en la materia en España  -estudio aparecido 

luego en una revista de renombre dentro del campo de 

las llamadas medicinas alternativas y del que fui coautor 

(Vas, Perea Méndez y Silva, 2006)- tuve la satisfacción 

de interactuar con ellos y aprender de un profesional de 

este último tipo. No es un investigador aislado, una rara 

avis; baste decir que entre 2003 y 2010, solo en la revista 

a la que he aludido, se han publicado 938 artículos sobre 

acupuntura”.

Así, pues, según el profesor Silva, el ejemplo perfecto de 

“acupuntor científico” viene personificado por el Dr. Jorge 

Vas y sus colaboradores, con los que ha participado en 

sus aquelarres de magia china disfrazados con estadística. 

¿Exagero? De ninguna de las maneras. Veámoslo.

En un próximo número de El Escéptico analizaré un 

famoso “mega-metaanálisis” llevado a cabo por un no 

menos famoso médico alternativo, el Dr. A. J. Vickers, 

reconvertido, para la ocasión, en investigador metodólogo 

de epidemiología y bioestadística. Pues bien, Vickers y 

sus colaboradores, al examinar la calidad de los diferentes 

estudios para realizar su metaanálisis, admiten perplejos 

que hay dos que son totalmente atípicos, ya que los tamaños 

de los efectos para el dolor de cuello son ¡cinco veces 

mayor que la media! ¿Y sabe, profesor Silva, quiénes son 

los autores de semejante exageración? ¡Oh, casualidad!, 

el Dr. Jorge Vas y sus colaboradores. Por lo tanto, no soy 

yo quien denuncia las exageraciones de esta rara avis de 

la profesionalidad científica, sino los propios acupuntores. 

Y no está de más recordar que el citado Jorge Vas es el 

responsable de la unidad de dolor del Centro de Salud 

sevillano de Dos Hermanas (perteneciente al Sistema de 

Salud Andaluz) en donde se practica toda suerte de magia 

china: electroacupunura, moxibustión (con resultados 

que hacen la competencia a los mismísimos chinos), 

aplicación de ventosas y reflexoterapia auricular, y todo 

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con cargo al erario público.

Finalmente,  argüir  como  prueba  de  cientificidad  la 

publicación de 938 estudios en una revista dedicada a 
las medicinas alternativas (BMC Complementary and 
Alternative Medicine
) no es de recibo, sobre todo si son 
como los de Vas y colaboradores.

Evidentemente, no es éste el lugar para analizar esos 

938 estudios. Pero conviene que el lector sepa que la 
mayor parte de los ensayos clínicos sobre acupuntura o 
son negativos o no cumplen los protocolos de un ensayo 
clínico riguroso. En el libro que estamos comentando, el 
Dr. Emilio Carpio Muñoz («De la acupuntura a la ciencia 
moderna. Réplica al artículo de Dr. Rigoberto Hermida», 
pp.  163-169,  que  es  el  mejor  artículo  del  libro  sobre 
acupuntura), resume certeramente la cuestión:

“La Biblioteca Cochrane contiene numerosas revisiones 

sistemáticas sobre el efecto de la acupuntura para 
diferentes dolencias. Las conclusiones de muchas de 
ellas, sin mencionar los matices, son las mismas de hace 
años: los efectos encontrados, cuando tienen significación 
estadística, son tan pequeños que carecen de relevancia 
clínica, y es muy difícil descartar que se deban a un 
efecto placebo. La mayoría de los estudios tiene poca 
calidad metodológica y, en resumen, no hay evidencias 
sólidas que indiquen que la acupuntura tenga un efecto 
diferente al placebo para ninguna dolencia. Permítaseme 
citar textualmente, porque la considero un buen ejemplo 

de lo que se puede encontrar en este tema, la conclusión 
de una de estas recientes revisiones sistemáticas sobre la 
acupuntura (Bausell, 2007): «Los ensayos controlados 
muestran  beneficios  estadísticamente  significativos,  sin 
embargo, estos beneficios son pequeños, no cumplen con el 
umbral predefinido para que se consideren con relevancia 
clínica, y es muy posible que sean debidos, al menos 
parcialmente, al efecto placebo producto del incompleto 
enmascaramiento. Los ensayos clínicos de lista de espera 
de acupuntura para la osteoartritis sugieren beneficios con 
significación estadística y relevancia clínica, muchos de 
los cuales pueden deberse a la expectación o al efecto 
placebo»”.

Quien desee más detalles para mostrar la ineficacia de la 

acupuntura puede consultar mi libro La acupuntura ¡vaya 
timo!
, Laetoli, 2012, en donde se hace un recorrido por los 
estudios más importantes.

Conclusión

Es evidente que, por la variedad de temas, rigor 

expositivo,  lenguaje  claro,  implicaciones  ideológicas  y 
pasión en las respuestas, nos encontramos ante un libro 
fascinante, tan fascinante que sin querer me he envuelto 
en su polémica. Estoy seguro de que a sus futuros lectores 
les pasará igual y, además, aprenderán.

Víctor Javier Sanz Larínaga