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onzalo Puente Ojea es un extraordinario ejemplo 

de pensador comprometido. Para sus coetáneos, 

especialmente, pero no solo para ellos (pues su obra 

debe enriquecer y estimular a generaciones venideras), sus 

lúcidos análisis de las relaciones de poder y, sobre todo, 

de las amenazas que se han cernido, ciernen y cernirán 

sobre la libertad de conciencia, constituyen un cuerpo de 

reflexiones que alimentan la más profunda de las rebeldías 

contra tales acechanzas: la de las propias conciencias. Su 

pensamiento tiene, por tanto, una clara proyección política.

Cuando  se  le  pregunta  a  Puente  Ojea  sobre  algún 

político, especialmente si es de izquierdas, infaliblemente 

empieza por ponderar su formación intelectual —más 

allá de títulos académicos—. Esto, que al poco avisado 

puede parecerle una forma de elitismo, es, en cambio, 

todo un método de diagnóstico resultado del análisis y la 

observación atenta a lo largo de muchos años. Un político 

con pocos fundamentos se mueve bien con consignas, 

pero la pobreza de estas no alcanza para afrontar pruebas 

difíciles o complicadas, o situaciones novedosas. Ante 

estas, el político huérfano de lecturas y reflexiones carece 

de criterios y es fácilmente manipulado por intereses que 

sí tienen bien claros los suyos —por pobres o deleznables 

que nos parezcan—. Solo así podemos explicarnos 

muchas políticas “socialistas” aplicadas en España por los 

presidentes González y Rodríguez Zapatero.

Una  actitud  rebelde  sin  mayores  reflexiones  y 

análisis, digamos sin causa  bien  definida,  se  considera 

generalmente característica de la adolescencia. Sin 

embargo, si al avanzar la edad se continúa sin progresar en 

el pensamiento crítico, muy a menudo se cae —arrastrados 

por  la  propia  insuficiencia  fisiológica  y,  a  veces,  la 

suficiencia económica— en el conformismo. En cambio, si 

se alimenta y sostiene el afán de comprensión y la mirada 

escudriñadora, se alcanza una visión progresivamente más 

profunda, más radical, con lo que, si no se han extinguido 

los nobles anhelos, lejos de caer en la desidia, se avanza 

hacia una insubordinación cada vez más sabia y consciente: 

más peligrosa para los intereses que se sienten atacados. 

Este  es  el  caso  de  Puente  Ojea.  Lo  que  digo  se  aprecia 

en el hecho de que fue después de su jubilación cuando 

pudo dedicarse de lleno al estudio y al pensamiento que 

germinaron en una escritura riquísima, en unos análisis de 

una profundidad pocas veces alcanzada en el panorama 

español… y, fruto de esto, en un enfrentamiento con las 

fuerzas alienantes cada vez más inteligente y enérgico. El 

peligro de un intelectual así se advierte en la respuesta que 

habitualmente ha merecido desde los ámbitos culturales 

controlados por los poderes: el silencio, e incluso el 

silenciamiento. 

La radicalidad esencial del pensamiento de Puente Ojea 

consiste no solo en una detección finísima de algunos de 

los aspectos fundamentales en la lucha humana por la 

emancipación, y en la caracterización de algunos de los 

más importantes enemigos del anhelo liberador, sino en 

que sabe explicar la naturaleza de la interesada negación 

de la libertad de las conciencias a través de la exploración 

del desarrollo histórico de esta negación partiendo, en lo 

posible, de sus raíces, esto es, de sus causas remotas. Eso 

explica  la  abundancia  de  escritos  de  Puente  Ojea  sobre 

los orígenes: en concreto, y dado que la alienación de las 

conciencias por medio de las religiones ha sido y es un 

mecanismo casi universal en el proceso de sometimiento 

de unos individuos a otros, ha explorado los orígenes de la 

religiosidad. Los orígenes y la evolución del cristianismo 

(ejemplo,  en  su  conjunto,  de  religión  de  poder  y  al 

servicio del poder), en particular, han sido rastreados y 

analizados por nuestro autor con una erudición, agudeza 

y transparencia no igualadas. De estos estudios de carácter 

histórico (y antropológico) merece destacarse que cada 

El doble compromiso de 

Gonzalo Puente Ojea

Juan Antonio Aguilera Mochón

D

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línea transmite al lector una pista para entender la situación 

actual, y por tanto, para actuar con conocimiento de causa. 

En definitiva, Puente Ojea no se pierde tras una erudición 

inoperante, pues su compromiso es siempre doble:

-Con la verdad.

-Con la emancipación.

Y es insobornable en este doble compromiso, en el 

que los dos aspectos se realimentan positivamente. El 

primero de ellos (con la verdad) es el que, en principio, 

interesa a los modernos escépticos, a quienes tienen en la 

defensa y promoción del pensamiento crítico la principal 

guía de sus acciones. Pues bien, el pensamiento crítico 

de Puente Ojea suele ser modélico porque, para empezar, 

sabe rescatar toda la información relevante mediante un 

olfato que no es sino inteligencia analítica y estudio y 

trabajo  perseverante.  En  este  sentido,  es  impresionante 

el esfuerzo del autor para conocer el estado actual de 

las ciencias, de las ciencias físicas duras, en particular. 

Y, a continuación, su inteligencia para interpretar esta 

información con una sagacidad y probidad extraordinarias. 

Los  escépticos,  expertos en la detección de argucias y 

argumentaciones falaces, sabemos apreciar especialmente 

este rigor interpretativo. Más aún: quienes, siguiendo en 

este caso a Popper, apreciamos en las hipótesis el valor del 

“alcance explicativo”, aplaudimos la potencia explicativa 

de los análisis de Puente Ojea. No quiero ni debo entrar 

aquí en detalles (en todo caso, ya hice un análisis más 

pormenorizado en el monográfico que le dedicó la revista 

Anthropos en 2012), pues tenemos la suerte de contar, 

en este mismo número, con un magnífico texto del mejor 

conocedor de la obra puenteojeana, Miguel Ángel López 

Muñoz, que la resumen mucho mejor de lo que yo podría. 

Por todo lo dicho, el premio Mario Bohoslavsky que ARP-

SAPC le otorgó en 2012 y se le entrega en 2014, y que se 

concede a aquellas personas “que se han distinguido por 

impulsar el desarrollo de la ciencia, el pensamiento crítico, 

la divulgación y la educación científica”, no puede estar 

más justificado.

En cuanto al segundo compromiso señalado (con la 

emancipación), es de justicia reconocer que, para la defensa 

de la libertad de conciencia que supone el laicismo, la obra 

de Puente Ojea incluye textos esenciales. Ha contribuido 

extraordinariamente (en mi opinión, más que ningún otro 

autor español) a dotar de los fundamentos que decía al 

principio al movimiento laicista. Este se lo reconoció en 

su momento mediante su nombramiento como presidente 

de honor de Europa Laica. Aunque en la relación de Puente 

Ojea con esta asociación hubo algún episodio equívoco, 

que no es el momento de relatar, creo que casi todos los 

laicistas reconocen ese valor de Puente Ojea, que sigue, 

rondando ya los 90 años, colaborando con generosidad 

y entusiasmo con las asociaciones laicistas siempre que 

se lo piden y su salud se lo permite. Tampoco hay que 

olvidar que la extensión de las reivindicaciones laicistas 

se plasma en su comprometida defensa del republicanismo 

heredero de la II República. Para nuestro autor, laicismo, 

democracia y republicanismo son indisociables.

Esta generosa disposición colaboradora de Puente Ojea 

es otra característica que lo hace aún más admirable y 

querido. No obstante, en las controversias en el terreno 

corto  (como de hecho en su escritura), puede ser muy 

duro contra quien o lo que considere que atenta contra el 

desarrollo del laicismo o, más ampliamente, de la justicia; 

no oculto que, en ciertas ocasiones (contadas), a algunos 

nos ha parecido riguroso en exceso, o incluso hemos creído 

que se equivocaba, y así se lo hemos hecho saber. A este 

respecto, hay que destacar que nada le disgustaría más que 

ser tratado como una autoridad intocable, reverenciada 

acríticamente, pues nada le repele tanto como la adhesión 

intelectual ciega e incondicional, próxima al dogmatismo. 

También quiero resaltar que, cuando no lo irritan 

posiciones que considera “deplorables”, y sobre todo 

cuando aprecia honradez, es capaz de condescender —

lejos de la pedantería y la suficiencia— con las debilidades 

filosóficas  o  intelectuales  en  general,  pero  sin  dejar  de 

señalarlas con tacto para promover su solución; muestra 

entonces su carácter habitual de persona encantadora. 

Encanto al que se suma, por cierto, su simpatiquísima, 

valiente  y  afectuosa  pareja,  Pilar  Lasa:  es  una  delicia 

escucharla, por ejemplo, contando sabrosas anécdotas de 

cuando Gonzalo ejercía de embajador en el Vaticano. En 

estas distancias cortas se disfruta, además, del fino humor 

y la alegría vital de Puente Ojea, que sorprenden porque 

raramente los deja traslucir en sus escritos. Y se dice uno 

“este gran personaje, cuántas brillantes reflexiones nos ha 

regalado en sus obras, pero ¡cuántas cosas interesantes y 

enriquecedoras de su experiencia vital podría contarnos!”.

Para terminar, quiero expresar mi esperanza egoísta 

de que Puente Ojea, aunque diga que ya ha “colgado la 

pluma”, por una vez no cumpla un compromiso... pero, por 

otra parte, si alguien merece una jubilación, es él. Y lo que 

no podrá jubilar es su sabiduría y espíritu crítico. En todo 

caso, gracias de corazón y de cabeza, admirable maestro, 

entrañable amigo.

El peligro de un intelectual 

como Puente Ojea se advierte 

en la respuesta que habitual-

mente ha merecido desde los 

ámbitos culturales controla-

dos por los poderes: el silen-

cio, e incluso el silenciamiento.