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Hace unos días vi una curiosa película titulada “Las vi-

das posibles de Mr. Nobody”, una cinta de ciencia ficción 

en la que me llamó mucho la atención la escena inicial. En 

ella se ve una paloma enjaulada que ha aprendido a abrir un 

comedero accionando una palanca. Pero cuando a la misma 

paloma le abren el comedero a intervalos de 20 segundos, el 

animal parece preguntarse qué ha hecho para conseguir la 

comida. Voz en off: “si en ese momento estaba aleteando, 

continuará aleteando convencida de que sus actos tienen una 

influencia decisiva en lo que ocurre. Llamamos a esto su-

perstición de la paloma”.

¿De la paloma? Hombre, no digo yo que las palomas no 

sean supersticiosas (que lo son, como muy bien demostró el 

psicólogo conductista B. F. Skinner, y en uno de sus traba-

jos se basa la escena), pero si hay una especie supersticiosa 

esa es la nuestra, tan soberbiamente autodenominada Homo 

sapiens. Tenemos una tendencia muy fuerte a considerar que 

si un suceso B está precedido en el tiempo por un suceso A 

es porque A ha causado B, sobre todo si la conexión temporal 

entre A y B ha sucedido en más de una ocasión. Es un error 

de razonamiento muy frecuente conocido como falacia post 

hoc ergo propter hoc.

En muchos casos las supersticiones son evidentes, y quie-

nes incurren en ellas no suelen poner reparos en reconocerlo. 

Unas pocas coincidencias entre un acto y un resultado ven-

tajoso son suficientes para desencadenar una superstición, en 

muchas ocasiones exclusiva de quien la practica. Es el caso 

del deportista que usa siempre el mismo calzón con el que 

marcó dos goles en una final gloriosa de fútbol. Es lo mismo 

que cuando alguno de mis alumnos se empeña en contestar 

los exámenes con el bolígrafo con el que una vez consiguió 

una calificación mayor a la esperada.

Pero otras veces la superstición no es tan palpable, como 

en el caso de las pseudomedicinas, tan ancladas en el pensa-

miento mágico: si los tiburones no padecen cáncer y su es-

queleto es cartilaginoso entonces tomar cartílago de tiburón 

protege del cáncer. Lástima que en el razonamiento haya dos 

mentiras: los tiburones sí que sufren esa enfermedad, y su 

cartílago no la cura. En este caso la relación no es temporal, 

pero es una falacia similar a la post hoc ergo propter hoc co-

nocida (perdón por tanto latinajo) como cum hoc ergo prop-

ter hoc, que consiste en asumir que dos sucesos mantienen 

una relación causa-efecto si se dan juntos. El “a mí me fun-

ciona” tan popular entre los usuarios de las pseudomedicinas 

sí que es un caso de la falacia post… en el sentido estricto: 

padezco un episodio alérgico, voy a mi terapeuta alternativo, 

sigo sus indicaciones y me curo: es la “medicina” alternativa 

la que me ha curado, ¿no es así? ¡Qué bien funcionan estas 

timomedicinas en enfermedades con episodios agudos que 

se desvanecen por sí solos en unos días, o en enfermedades 

leves que duran menos de una semana!

La mágica ley de las similitudes de la homeopatía es otro 

ejemplo flagrante de superstición pura y dura. Según dicha 

ley, si una sustancia provoca una serie de síntomas en una 

persona sana, la misma sustancia tendrá efectos curativos 

sobre aquella persona que presenta síntomas similares. ¿Por 

qué? “Porque yo lo valgo”, parece ser que afirmó Hahnem-

man, aquel señor que se sacó la homeopatía de la chiste-

ra. De la ley de las similitudes se derivan estupideces como 

utilizar cebolla para tratar el resfriado y la fiebre del heno, 

afecciones que se manifiestan con mocos y lagrimeo, o muro 

de Berlín como remedio contra los sentimientos de opresión 

y angustia.

Más magia representativa, más magia a lo Harry Potter, 

más superstición: las flores de Bach, esa aromática colección 

de  esencias  florales  inventada  por  don  Edward  Bach  para 

luchar contra la causa de un montón de enfermedades: los 

trastornos entre el alma y la personalidad. (Como todo buen 

gurú era un hombre muy modesto: “La gente como nosotros 

que ha saboreado la gloria del sacrificio, la gloria de ayudar 

a nuestros hermanos, una vez que se nos ha dado una joya de 

tal magnitud, nada puede apartarnos de nuestro camino de 

amor y de deber para mostrar al mundo su brillo puro y sin 

adornos”). ¿En qué se basa la terapia de las flores de Bach? 

En la teoría de las signaturas: las plantas llevan el signo de 

sus virtudes inscrito en su aspecto. Valga un ejemplo: la he-

pática tiene unas hojas cuya forma trilobulada recuerda a la 

del hígado (de ahí su nombre). Según esta teoría, por tanto, 

la hepática va fenomenal para tratar los males del hígado.

Este tipo de asociación mágica entre las formas, esta 

“medicina representativa”, aparece en otras pseudomedici-

nas. Por ejemplo en la auriculoterapia, una variante de esa 

presunta medicina tradicional china conocida como acupun-

tura, pero que se centra en el pabellón auditivo externo, oreja 

para los amigos. “Prestigiosos” auriculoterapeutas aseguran 

que la auriculoterapia consigue “curar muchas afecciones 

(como jaquecas, lumbago, ciática, todas las dolencias ar-

tríticas, depresión, melancolía y tristeza profunda, falta de 

apetito, insomnio, problemas hepáticos y digestivos, impo-

tencia entre otros) de forma eficaz con solo estimular ciertos 

puntos de la oreja”. ¿Cuál es el fundamento fisiológico de 

tan peculiar tratamiento? Que la forma de la oreja recuerda la 

de un feto humano en las fases finales de la gestación.

En general todas las “medicinas” orientales se caracterizan 

por estar basadas en el pensamiento mágico, esto es en la 

superstición. En el 

shiatsu, de origen japonés, un terapeu-

ta “sensible a la distribución de energía del cuerpo propor-

ciona una dimensión extra de conexión y apoyo aplicando 

La superstición de la paloma

Carlos Chordá

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ambas manos (una de ellas escucha, la otra actúa) sobre ca-

nales de acupuntura para reestablecer el Chi, esa energía 

universal que nadie ha sido capaz de detectar, ni definir, pero 

que fluye por los canales de nuestro cuerpo. Impresionante lo 

de la mano que escucha, ojo al dato. Nada por aquí, nada por 

allí, ¡Chi! Por cierto, qué poéticas son estas mandangas que 

vienen de oriente: “Shiatsu es como el amor de una madre, 

la presión sobre el cuerpo estimula la fuente de la vida”. Al-

gunos terapeutas japoneses son más hábiles, o más escrupu-

losos, y te arreglan el Chi sin necesidad de tocarte; canalizan 

la mágica energía universal con una simple imposición de 

manos. Pero entonces ya no es shiatsu, sino reiki. No vaya-

mos a equivocarnos.

En la medicina tradicional china, un conglomerado de es-

tupideces que van del Tui Na (masajes curativos) a la mo-

xibustión (algo así como apagar puros de raíz de artemisa 

sobre el cuerpo del paciente, nunca mejor dicho), la curación 

se consigue equilibrando los opuestos yin y yang, lo que res-

tablece el dichoso Chi.

Si nos desplazamos al subcontinente indio la tontería es si-

milar pero cambia de nombre. Aquí lo que se lleva es el ayur-

veda, de ayur, vida, y veda, conocimiento. No me digan que 

no es bonito. El ayurveda se basa en una colección de libros 

muy sabios sobre fisiología humana de una época tan avan-

zada en el asunto como el siglo VI a. C. En este caso las 

energías vitales son tres, los tres doshasvata (aire o unión 

de aire y éter), pitta (bilis o unión de fuego y agua) y kapha 

(flema o unión de agua y tierra), o lo que es lo mismo magia, 

magia y magia. Superstición en estado puro.

No todas las pseudomedicinas son tan exóticas. Baste men-

cionar la anatheóresis, que con ese nombre tan heleno se re-

fiere a una psicoterapia creada por el español Joaquín Grau, y 

que tiene sus fundamentos en los distintos ritmos cerebrales 

-fundamentalmente  emocionales-  que  condicionan  nuestra 

percepción en el transcurso de nuestra fase de crecimiento, 

desde el momento en que somos concebidos hasta los siete 

a doce años en que la frecuencia cerebral es ya de ritmos 

beta maduros”. Desde la concepción… y más atrás. Según 

el señor Grau, magia potagia: “Si bien es cierto que utilizo, 

en algunos casos, una estrategia basada en vidas anteriores, 

ello tiene una razón puramente escenográfica, no doctrinal

Un último ejemplo, para ir terminando y no aburrir, que 

el tema daría para más, no crean. La iridología, otra forma 

de magiamedicina, esta vez en forma de diagnóstico, tiene 

su puntito de romanticismo: si los ojos son las “ventanas” a 

través de las cuales vemos el mundo, para los iridólogos, ¡ale 

hop! por las mismas “ventanas” se puede mirar al interior 

de la persona y ver así el estado funcional y de salud del pa-

ciente. Unas ventanas muy panorámicas, ya que el iris “nos 

muestra nuestros patrones genéticos, e incluso, nuestra 

tendencia psicológica. El iris es, por tanto, una importante 

fuente de información  revelada a través de sus signos, for-

mas y colores”.

En fin, creo que va quedando claro que vale la pena con-

siderar que si no ponemos un poco de atención, es muy fácil 

que nuestro cerebro, a la hora de establecer relaciones causa-

efecto, no sea más eficiente que el de una humilde paloma. 

Y claro, hay quien siempre está dispuesto a aprovechar la 

coyuntura para sacar tajada. Quedan ustedes advertidos.

Salud.