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el esc

é

ptico

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primavera-verano 2013

la realidad le importa bien poco lo que pensemos los huma-

nos. Podemos decir que es el sol quien sale o que es la tierra 

la que gira, pero por más que lo intentemos no podemos 

parar ese movimiento.

Lo curioso del caso es que estas personas, en su vida co-

tidiana no aplican estos principios. Se despertarán sabiendo 

que la ducha estará en el mismo sitio que ayer, y que no ha-

brá desaparecido porque alguien se ha olvidado de pensar 

en ella. Todos aplicamos a diario el método científico, de 

mejor o peor manera:

“La cuestión básica, en mi opinión, es que no existe nin-

guna diferencia «metafísica» fundamental entre la episte-

mología de la ciencia y la epistemología de la vida cotidia-

na. Historiadores, detectives y electricistas —en definitiva, 

todos los seres humanos— utilizan los mismos métodos 

básicos de inducción, deducción y evaluación de los datos 

que los físicos o los bioquímicos. La ciencia moderna in-

tenta llevar a cabo esas operaciones de manera más cuida-

dosa y sistemática —utilizando controles y ensayos estadís-

ticos, insistiendo en la repetición, etc.—, pero nada más.”

Por suerte gozamos de más sentido común en el día a día 

que en nuestras elucubraciones filosóficas. Zenón demostró 

que el movimiento no existe, pero Diógenes, sencillamen-

te, se levantó y echó a andar. Como dijo Euler, citado en el 

libro:

“Cuando mi cerebro provoca en mi alma la sensación de 

un árbol o de una casa, yo afirmo, sin dudar, que un árbol 

o una casa existen realmente fuera de mí, de los cuales 

conozco la ubicación, el tamaño y otras propiedades. De 

conformidad, no hay hombre o animal que cuestione esta 

verdad. Si a un campesino se le metiera en la cabeza con-

cebir una duda tal y dijera, por ejemplo, que no cree que 

el alguacil existe, aunque lo tuviera delante, lo tomarían 

por loco, y con razón. Pero cuando un filósofo formula ta-

Sobre El mito del cerebro creador

Me asombró leer, en el último número de 

El escéptico, una reseña de El mito del ce-

rebro creador, de Marino Pérez Alvarez. Me 

asombró por tres razones.

La primera es la crítica que hacen a lo 

que llaman “cerebrocentrismo”, como si 

los procesos cerebrales ocurriesen en todo 

el cuerpo y, no solamente en el cerebro. 

(¿Será por esto que la Inquisición quemaba 

el cuerpo íntegro del hereje que sostenía 

que el creador es el ser humano y no Dios, 

en lugar de contentarse con decapitarlo?)

 La segunda razón es la ausencia de ar-

gumentación y, en particular, la ausencia de 

crítica racional a la neurociencia cognitiva, 

que es la fase contemporánea de la psico-

logía, como lo sabe quienquiera se moleste 

en revisar las revistas de psicología cientí-

fica.

La tercera razón es que los comentaristas 

sostienen que lo que llaman “materialismo 

filosófico” supera tanto al monismo como al 

dualismo (psiconeurales). 

Las historias de la filosofía y de la psico-

logía nos enseñan que, desde el siglo VI 

a.C., el materialismo filosófico ha sostenido 

el monismo psiconeural, o sea, la hipótesis 

de que lo mental es nada más y nada me-

nos que  la función específica del cerebro, 

en particular la creación de ideas nuevas.

En resumen, la reseña en cuestión es fal-

sa en el mejor de los casos, confusa en el 

peor, y en todo caso dogmática.

Mario Bunge

autor de “The Mind-Body Problem” (1980), 

“Philosophy of Psychology”, con R. Ardila 

(1987) y “Matter and Mind” (2012)