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n los años 70, Uri Geller cautivó a medio mundo do-

blando  cucharas  con  la  mente  y  arreglando  relojes 

telequinéticamente, o al menos eso decía. Años des-

pués, el mago y escéptico James Randi demostró pública-

mente el engaño: Uri Geller tan solo estaba usando trucos de 

magia para aparentar tener esos poderes. El enfrentamiento 

Randi-Geller no es sino un capítulo más en la historia de la 

guerra entre magos y farsantes que aseguran tener poderes 

auténticos cuando en realidad están usando trucos de magia: 

años antes, el mago John Nevil Maskelyne se había enfrenta-

do a los hermanos Davenport y el gran escapista Harry Hou-

dini al español Joaquín Argamasilla. 

Cada cierto tiempo, surge algún farsante que utiliza los 

trucos de magia para afirmar que tiene auténticos poderes 

paranormales, y no faltan los magos honrados que, ante tal 

uso ilegítimo de su arte se deciden a desenmascararlos. El 

principal argumento del mago contra el farsante es en reali-

dad la navaja de Ockham: ante dos hipótesis para explicar el 

mismo fenómeno, hay que elegir la más simple. Si el mago 

y el supuesto psíquico, médium o lo que sea son capaces de 

producir el mismo fenómeno, la explicación más sencilla es 

la del mago: hay un truco. Por eso Harry Houdini retaba a 

todos los espiritistas a ver si eran capaces de realizar algún 

efecto que él mismo no pudiera repetir utilizando trucos de 

magia, y por lo mismo el asombroso James Randi ofrece un 

millón de dólares a quien lleve a cabo un fenómeno paranor-

mal en condiciones de laboratorio. Ni Houdini ni Randi han 

encontrado a nadie que supere sus retos.

La polémica surge a la hora de plantearse cómo desen-

mascarar  a  los  farsantes:  ¿es  necesario  explicar  pública-

mente los trucos de los que se valen para aparentar tener 

poderes,  o  basta  con  mostrar  que  uno  mismo  es  capaz  de 

hacer lo mismo sin esos poderes (es decir, usando un truco 

pero sin revelarlo)? Muchos magos apuestan por la segunda 

opción: no es necesario explicar los trucos para desmontar 

a un farsante, basta con decir que hay un truco y reproducir 

su mismo efecto, y a partir de ahí que funcione la navaja de 

Ockham. Los magos viven de sus espectáculos y éstos se ba-

san en los trucos que subyacen a sus efectos: si los trucos se 

generalizan entre la población, nadie tendrá interés en verles 

realizarlos, o eso creen ellos. Algunos escépticos no están 

de acuerdo: si la gente de a pie conoce los trucos, ningún 

impostor podrá engañarles porque si no, siempre quedará la 

duda de la que se aprovechan los farsantes: la mayoría de 

psíquicos usan trucos, pero hay un 0,01% que no. Por lo tan-

to, el interés general en evitar el fraude justifica desvelar los 

trucos de los magos. 

En realidad se trata de una falsa polémica. No hay pro-

blema alguno es revelar ciertos trucos de magia. Es más, los 

magos pueden salir ganando con ello. Y tampoco hace falta 

desvelar todos los trucos de los magos: es innecesario. En 

el mundo actual, los trucos de los magos no son un secreto 

guardado con siete llaves. Son fácilmente accesibles me-

diante precio o gratuitamente a través de tiendas y librerías 

especializadas en magia, libros, DVD, páginas web, etc., e 

incluso hay programas televisivos donde un mago enmasca-

rado exhibe trucos de magia con todo lujo de detalles. Por no 

hablar de las famosas cajas de magia para niños, auténticas 

puertas de acceso al mundo del ilusionismo por las que han 

pasado algunos de los mejores magos del mundo. Y esto es 

¿Decir o no decir

el

 

truco

?

Andrés Carmona Campo

Filósofo, mago y socio de ARP-SAPC

D

ossier

(foto: flickr.com/photos/fishbulb1022//)

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así porque el principal truco de magia no es el truco tal cual, 

y eso lo saben los que dentro de la magia llegan a la cate-

goría de genios y maestros: un juego de magia de los que 

provocan la ilusión mágica no depende solo de un truco más 

o menos habilidoso, eso casi es lo de menos, lo importante es 

otra cosa. Magos del montón y de pacotilla que saben hacer 

trucos hay muchos, pero magos buenos de los que merece la 

pena pagar la entrada para disfrutar de su espectáculo no hay 

tantos, y la diferencia está en el auténtico secreto de la ma-

gia. Y ese secreto es el enorme trabajo y esfuerzo que lleva 

crear un número de magia para lograr un conjunto coherente 

y estructurado de percepciones, emociones y cogniciones 

en el público a través de innumerables técnicas manuales y 

psicológicas debidamente manejadas con destreza, intuición 

y experiencia en lo alto de un escenario o alrededor de la 

mesa del mago de cerca. El buen mago sabe dirigir la aten-

ción del público y alterar su percepción y emociones para 

que experimenten el efecto mágico. Y para eso no basta una 

técnica manual o truco concreto, para eso hace falta mucho 

más. Entre otras cosas, una presentación adecuada, la crea-

ción de una atmósfera mágica que decimos los magos, en la 

que se sumerja el público para conseguir la suspensión de la 

incredulidad, y que por unos momentos, por unos instantes, 

el espectador viva, sienta y experimente lo imposible, lo que 

no puede ser. Y a eso contribuyen los trucos pero también la 

pose del mago, el saber estar, el timing, el ritmo y el tempo

la improvisación en el directo (porque la magia es un arte 

escénico del directo). Y todo esto no se puede aprender en 

un solo libro, DVD o vídeo de internet (de hecho, algunos 

de los mejores y más útiles libros de magia ¡no enseñan ni 

un solo truco

1

. Por eso los auténticos secretos de los magos 

siguen a buen recaudo aunque los trucos estén fácilmente 

disponibles:  el  truco  básico  para  realizar  juegos  de  magia 

clásicos como “La Ambiciosa” o “Los aros chinos” están a 

un  click  de  internet,  pero  la  experiencia  de  ver  a  un  Juan 

Tamariz o un Pepe Carrol haciéndolos es algo infinitamente 

distinto ¡incluso conociendo ese truco!

A veces pensamos que los magos son tan celosos a la 

hora de revelar sus trucos que incluso niegan que existan. 

¡Ni mucho menos! Ningún mago niega que haga trucos o 

pretende hacernos creer que lo que hace es auténtico. Todo 

lo contrario: su arte es ilusión, y se basa precisamente en 

que el público sabe que hay un truco. Lo mágico consiste 

precisamente en que se olvide de eso y se deje llevar por la 

ilusión, y conseguirlo es el papel del mago, igual que una 

buena película logra que nos emocionemos y lloremos o nos 

asustemos aunque sabemos de sobra que estamos viendo a 

actores y efectos especiales. 

Es más, muchas veces, los magos nos advierten descara-

damente de que hay truco. Desde antiguo, los magos saben 

que dejar claro que hay truco e incluso enseñar alguno po-

tencia mucho más su espectáculo. Muchas rutinas de magia 

están basadas en la premisa de que el mago explica (por lo 

menos aparentemente) el truco que va a hacer, por ejemplo, 

el juego de la transformación del pañuelo en huevo, o la fe-

nomenal  rutina  de  efectos  “sándwich”  con  cartas  de  “Los 

reyes cazadores” en la que Juan Tamariz rompe las reglas 

de no decir el truco, de no repetirlo y de no avisarlo, por 

no hablar de su inigualable “Pañuelo roto y recompuesto” 

en el que aparenta que el espectador ha roto un pañuelo por 

no seguir sus indicaciones de cómo hacer el truco y luego 

lo recompone mágicamente. Sin la conciencia en el públi-

co de que hay trucos, estos juegos de magia perderían todo 

su valor. Sin embargo no lo pierden, es más, lo potencian. 

Como decíamos, los magos lo saben desde hace mucho, pero 

hasta muy recientemente no se sabía porqué era así. En su 

libro Los engaños de la mente

2

, Susana Martínez-Conde y 

Stephen L. Macknik han estudiado lo que la magia puede 

aportar a la neurociencia, y han encontrado la explicación 

de porqué saber trucos de magia hace que al público le guste 

más la magia y no menos. La clave está en las neuronas es-

pejo. Nos dicen que estas neuronas se activan cuando vamos 

a realizar una acción y que también se activan cuando vemos 

a otra persona hacer esa misma acción, y que la activación 

de dichas neuronas es mayor cuanto más experto se es en 

realizar dicha técnica. Eso explica que la experiencia de un 

experto al observar a otro sea mucho más rica que la que 

pueda tener un profano en la materia, y eso es aplicable a un 

pianista cuando oye a otro, o un deportista cuando observa 

a otro, y también cuando alguien que sabe algo de magia 

presencia el espectáculo de un mago: ese conocimiento es 

el que le lleva a disfrutarlo mucho más que quien no sepa 

absolutamente nada de cómo lo hace

3

. Al contrario de lo que 

la intuición le dice a muchos magos, saber algunos trucos no 

hace disminuir el interés en la magia, sino que lo aumenta. 

Es más, me atrevería a decir, aunque no tengo los datos para 

demostrarlo, que la mayoría de espectadores habituales de 

sesiones de magia son aficionados también al ilusionismo y 

no muggles

4

En conclusión, ¿es necesario desvelar los trucos de los 

magos para desenmascarar a videntes, adivinos, psíquicos 

y otros farsantes que los utilizan para estafar a los demás? 

Depende.  En  principio,  como  decíamos  más  arriba,  basta 

con reproducir el mismo efecto y dejar actuar a la navaja 

de Ockham. Y otras veces sí es necesario desvelar algunos 

trucos para demostrar que, efectivamente, esos farsantes uti-

lizan trucos. Lo que no es necesario es desmontar todos y 

cada uno de los trucos de los magos, especialmente los que 

no utilizan los farsantes: no es necesario explicar cómo hace 

un mago el juego de “La cuerda rota y recompuesta” porque 

ningún vidente y curandero usa ese truco para demostrar sus 

supuestos poderes. Sin embargo, a lo mejor sí es necesario 

en alguna ocasión mostrar cómo pueden doblarse cucharas 

o leer el pensamiento para demostrar que no hacen falta po-

deres de ningún tipo para eso. Como en casi todo, la mesura 

y el justo medio nos dan la clave de la virtud. Y en cuanto 

a los magos, no tienen nada que temer: el conocimiento de 

algunos de sus trucos no mengua sino que aumenta el interés 

por su magia. Como prueba y punto final, baste señalar la 

genial rutina de bolas y cubiletes de Penn y Teller con vasos 

¡transparentes!: no solo se ve el truco, sino que lo explican, 

y aún así, la experiencia es maravillosa y maravillosamente 

mágica

5

.  

1-Nos  referimos,  por  ejemplo,  a  las  dos  obras  maestras  de 

Darwin Ortiz: La buena magia y Diseño de milagros, ambos editados 

en español por Editorial Páginas.

2-S. Martínez-Conde y S. L. Macknik (2012) Los engaños de la 

mente, Ediciones Destino, Barcelona.

3-Op. cit., pág. 333-335.

4-Muggles es como llaman en la saga de Harry Potter a quienes 

no son magos.

5-Enlace al juego de las bolas y cubiletes de Penn y Teller:    

http://www.youtube.com/watch?v=BPyvAtQYVok