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n junio de 2011 me enteraba de que la Diputación de 

Jaén y el Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda 

(Jaén) habían conseguido 651 000 € de los fondos 

europeos FEDER para construir un Centro de Interpretación 

de las «caras de Bélmez», donde, al parecer, pretender mos-

trar fotos de las famosas caras y las psicofonías allí obteni-

das. Hasta donde he podido leer no hay ni la más mínima 

intención de señalar que son varios fraudes, y de que las 

supuestas psicofonías tienen explicaciones muy naturales. 

Parece ser que se tratará de un museo a la credulidad.

Las «caras» aparecieron y se hicieron famosas en 1971; 

es decir, en los últimos años del franquismo. Todo empezó, 

al parecer, por unas imágenes que surgieron en la cocina de 

una de las casas del pueblo. Una de esas imágenes que por 

azar tienen una cierta semejanza a una cara; en este caso a 

una cara alargada y barbuda que algunos asocian a Jesucris-

to. Al principio, los habitantes de la casa debieron comentar, 

sin darle mayor importancia, que había aparecido la imagen, 

sin duda producto del azar y de la mezcla de vinagre y de 

aceite de la cocina y algún inocente retoque. Los vecinos 

comenzaron a ir a ver la imagen. Pronto la noticia trascendió 

y en muy poco tiempo los fines de semana había coches par-

ticulares e incluso autobuses que iban desde Jaén, Córdoba y 

Madrid a ver la cara. La gente hacía cola para entrar, el fenó-

meno apareció en TVE, y eso provocó que todavía acudiera 

más gente. La publicidad de la tele en aquellos tiempos, con 

dos únicos canales, era muy efectiva. De repente, un pueblo 

desconocido aparecía en el mapa.

Debemos recordar que estamos en el franquismo; es decir, 

un régimen dictatorial, tremendamente represivo, donde los 

cargos oficiales tenían un enorme poder. Y no me cabe la me-

nor duda de que en la gestación del mito jugó un importante 

papel uno de aquellos altos cargos. Parece ser que debido a 

una enfermedad incurable de su hija, este cargo fue a Bélmez 

de la Moraleda a ver si la imagen podía hacer un milagro. 

Estamos ante la plena credulidad de un padre desesperado. 

Estupidez, sin duda; pero entiendo que en su desesperación 

lo hiciera. Con posterioridad, el Ministerio del Interior man-

dó una comisión para que lo investigara y su conclusión fue 

que se trataba de una broma, en principio inocente, pero que 

la bola de nieve había ido creciendo y con la visita del alto 

mando se hizo imparable. El informe entonces no se publi-

có pues el alto cargo salía muy mal parado y logró que no 

se hiciera público, aunque después han salido referencias al 

mismo en algún libro de José Luis Jordán

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.

Lo que pasó a continuación es bien conocido de todos. 

Aparecieron más imágenes. Y aparecieron los «investigado-

res parapsicológicos». Una de las pruebas que hicieron fue 

la de sacar las fotos de las imágenes, precintar con sellos 

notariales la casa, abrir varios días después y entonces veri-

ficar que había nuevas imágenes. La interpretación fue –por 

supuesto– que es que se seguían generando «teleplastias»; es 

decir, imágenes en el hormigón del suelo de la casa debido 

a la intervención de los espíritus, pues la casa estaba cons-

truida sobre un viejo cementerio. Se han propuesto varias 

explicaciones racionales para la aparición sin «intervención 

humana» de esas imágenes; por ejemplo, se ha dicho que se 

habían pintado con un compuesto de plata fotosensible antes 

El Centro de Interpretación de 

«las caras de Bélmez»

Félix Ares

¿El rostro borroso de una mujer? (Foto: Wikimedia Commons)

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de cerrar y que al pasar los días se había «velado» –la plata 

se había vuelto negra con la luz–. La verdad es que a mí me 

gusta aplicar la navaja de Occam que me dice que hay una 

explicación mucho más simple. El sellado notarial se hizo 

con unos sellos que eran muy fácilmente manipulables. Al-

guien pudo abrilos, entrar en la casa, pintar una nueva ima-

gen, y volver a cerrar los sellos. Debemos tener en cuenta 

que no había vigilancia, que tan solo estaban los sellos y que 

se trata de un pueblo muy pequeño donde a altas horas de la 

madrugada no circula nadie. Es decir, que se podían manipu-

lar con cierta impunidad.

Aquello, tras el boom inicial, se fue durmiendo y Bélmez 

volvió a convertirse en un pueblo olvidado. Pero el franquis-

mo había acabado y los programas de radio y de televisión 

sobre temas paranormales habían crecido como hongos y 

fueron ellos los que volvieron a relanzar el tema. Hubo nue-

vas imágenes, más psicofonías,... De las psicofonías casi no 

merece la pena ni hablar, pues no aportan nada nuevo: los 

equipos se ponen al máximo nivel de sensibilidad, por  lo  

que se graban sus propios ruidos –los de los motores, los de 

las cintas que dan vueltas–, emisoras de radio distorsionadas 

pues el filtraje electromagnético de los magnetófonos no es 

perfecto

2

, y sonidos lejanos que se deforman con la distancia 

y solo quedan los tonos graves y, a veces, aunque no en este 

caso, al usar cintas de doble sentido, el magnetismo de una 

pista ha pasado distorsionado a la otra pista que al reprodu-

cirse en sentido inverso crea sonidos muy extraños para los 

oídos no acostumbrados.

Me alegro por los habitantes de Bélmez de la Moraleda 

el que hayan conseguido 651 000 € de los fondos europeos, 

pero lamento que los empleen tan mal. Hacer un museo a la 

estupidez del tardofranquismo no me parece la mejor contri-

bución al desarrollo del pueblo. Ni qué decir tiene que no es 

la primera vez que una idiotez se convierte en una fuente de 

turismo; baste mencionar la famosa «Sábana Santa» de Tu-

rín, los moais de la Isla de Pascua o las «pistas» de Nazca. Yo 

he ido a la Isla de Pascua a ver los moais porque me parecen 

interesantes –de hecho, las cuatro primeras postales que se 

imprimieron de los moais y que se repartieron desde la isla 

de Pascua se hicieron con fotos de las que soy autor

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– pero 

pocas dudas hay de que una gran parte de los visitantes van 

a ver las imágenes «hechas por extraterrestres». Y otro tanto 

podemos decir de las «pistas» de Nazca: yo he ido, incluso 

hablé con Maria Reiche, porque me parece un tema arqueo-

lógicamente interesante; pero pocas dudas hay de que gran 

parte del turismo va para poder ver las «pistas» de aterrizaje 

de los extraterrestres. Dicho sea de paso, no creo que María 

Reiche llevara razón con su idea de que marcan los caminos 

de las estrellas.

Se me ocurre una forma de seguir recibiendo los fondos 

pero no hacer un «Centro de Interpretación» del ridículo 

sino algo culturalmente potente. La idea que les ofrezco es 

la de hacer más o menos lo mismo: las fotos y las psicofo-

nías, los recortes de prensa de la época... Lo nuevo, lo que 

no tenían pensado, es que deben ofrecer la explicación real. 

Contar cómo se puede crear un mito a partir de unos ele-

mentos minúsculos. Contar la incapacidad manifiesta de los 

«investigadores parapsicológicos» para descubrir un fraude, 

contar la explicación de las psicofonías,... Incluso se me ocu-

rre que se pueden hacer talleres educativos, con experimen-

tos en directo. Uno de ellos puede versar sobre imágenes en 

el cemento. Hacer cemento, extenderlo en una cajita y, una 

vez alisado, con un palito hacer unas imágenes simplemente 

extrayendo cemento con la madera, y después rellenando los 

surcos con un cemento de otro color. Todo se hace sin tintas 

y sin colorantes. También se puede probar que con cemento 

y aceite se obtiene algo muy similar a alguna de las imáge-

nes. Otro taller puede versar sobre psicofonías: demostrar 

que los magnetófonos de la época no eran capaces de ais-

larse totalmente y que recibían emisoras de radio, demostrar 

que con el volumen a tope cualquier ruido se graba y queda 

distorsionado, demostrar que una conversación desde lejos 

pierde los agudos... y que las voces muy graves son muy su-

gerentes de ultratumba. Incluso se podría ver cómo el mag-

netismo de una pista pasa a otra. Un tercer taller podría ver-

sar sobre la capacidad que tiene nuestro cerebro de ver caras 

en todas partes. Podría haber placas de mármol y el ejercicio 

debería ser encontrar caras y decir en qué posición están: de 

frente, de lado, vista desde arriba, tan solo el perfil... De ese 

modo se demostraría que nuestro cerebro tiene una especial 

predisposición por ver caras casi en cualquier sitio: en las 

nubes, en el mármol, en una tostada o en la pared de una co-

cina manchada con aceite y vinagre. Incluso, en ciertas oca-

siones, podría hacerse un cuarto taller de caricaturas. Cómo 

un caricaturista es capaz de captar la cara de uno con unos 

pocos trazos que destacan lo que nos hace peculiares –esas 

caricaturas podrían venderse en la tienda.

Si se hiciera algo así se habría conseguido: 1) Seguir reci-

biendo los fondos europeos. 2) Seguir mostrando las fotos y 

las psicofonías. 3) Dar una explicación de lo que de verdad 

ocurrió y de la ciencia que hay por detrás, con talleres muy 

atractivos.

¿Creen ustedes que un museo con estos talleres tendría 

más o menos éxito que el que se limita a exponer unas fotos 

de unos dibujos bastante cutres y unos ruidos incomprensi-

bles que algunos llaman psicofonías?

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Notas:

1

  Casas encantadas. Poltergeist.  Jordán,José  Luis.  Romanyá  / 

Valls,s.a., Barcelona., 1982.

2

 Este hecho explica por qué algunas psicofonías se graban in-

cluso sin micrófono.

Las fotos se las regalé al «Club de leones» de la Isla de Pascua 

que se encargaron de su distribución. Se imprimieron en Barcelona.