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dos, podemos ayudarnos mutuamente.”
Es más que posible que cientos de inocentes imancitos
acaben en la basura “por si acaso”. Sin embargo, quizá con-
vendría pararse a pensar un poco antes de finiquitar la colec-
ción que tanto nos ha costado reunir.
Este tipo de mensajes suelen tener varios puntos en co-
mún que nos advierten sobre la posibilidad de que nos en-
contremos ante una broma de mal gusto, un simple bulo
(“hoax”, en inglés):
Siempre están firmados por un médico o un profesor
a título individual (a veces existente, aunque el pobre per-
manezca ajeno a lo que se envía bajo su nombre). Se suele
acompañar con el nombre de alguna universidad u hospital
extranjero, para intentar dar más seriedad al caso.
Suelen contener errores en el nombre del sitio oficial o
en su dirección.
Se apoyan en publicaciones que no citan, solamente de
forma abstracta se refieren a un “estudio de la universidad
XXX” o del “hospital XXX”
Siempre producen cáncer.
Siempre se refiere a objetos comunes en los hogares o
a alguna práctica habitual de la que, curiosamente, nunca se
había sospechado.
Se limitan a textos enviados por correo electrónico
(aunque pueden adjuntar documentos con membretes y fir-
mas rimbombantes). Nunca se trata de enlaces a una web
del hospital, la universidad o la revista que ha publicado el
estudio.
Se apela a la colaboración, al buen rollito, a salvar vidas
mediante la distribución del correo. Jamás un supuesto fir-
mante ha presentado una queja oficial o una denuncia.
Ya con esto, el mensajito en cuestión se torna bastante sos-
pechoso, pero si tenemos un poco de tiempo, podemos com-
probar fácilmente las incoherencias específicas del mismo:
1.
El tal profesor VICENTE TORTOSA PÉREZ
no existe. En la Universidad de Almería no aparece en el
directorio, ni hay ninguna publicación a su nombre. Todas
las referencias a tal personaje se limitan a sitios donde han
colgado este mismo texto.
2.
La Universidad de Almería no tiene ningún campus
en Cuenca, y menos aún un Vicerrectorado.
3.
Lo que hay en el Camino de Pozuelo (y no “del”
Pozuelo) es el Vicerrectorado del Campus de Cuenca y
Extensión Universitaria de la Universidad de Castilla-La
Mancha.
4.
Un tipo de Almería no dice “heladera” ni “freezer”,
sino “nevera” y “congelador”.
5.
No existe ningún artículo sobre imanes de nevera,
ni de investigadores de la Universidad de Princeton ni de la
de Tombuctú.
6.
Los imanes no generan radiación electromagnética,
sino campos magnéticos.
7.
La intensidad del campo magnético de un imán de
nevera es bastante más baja que la de un altavoz de discoteca.
Los nengs estarían todos fritos a cánceres de pancreas.
8.
¿Un imán de nevera origina cáncer y un par
biomagnético cura enfermedades?
9.
El que un imán aumente el campo eléctrico de un
aparato y consuma más, es una solemne barbaridad.
10. Si el 87% (ochenta y siete, ahí es nada) de los
ratones alimentados con comida “irradiada” durante
unos meses hubieran desarrollado cáncer, todos nosotros
estaríamos fritos hace tiempo.
En fin, un hoax en toda regla. Pero para no desentonar,
nosotros también haremos una petición para ayudarnos entre
todos: antes de reenviar una estupidez como ésta, piénsatelo
dos veces, consulta un poco de información y ahórrales a tus
amigos tener que deshacerse de sus microondas, de los ima-
nes de sus neveras o de las botellas de leche por una broma
mal interpretada.
http://www.lajaula.com.py/foro/topico/18278/sacando-los-imanes-
de-las-heladeras-
http://www.intercambiosos.org/showthread.php?t=4849
http://www.instructables.com/community/Do-refrigerator-magnets-
affect-food/
Las mentiras de los antivacunas
Publicado por Mala Ciencia
Por
Carlos González, pediatra y autor del libro “En
defensa de las vacunas“.
Algunos padres, por fortuna muy pocos, no vacunan a sus
hijos, engañados por una activa propaganda antivacunas.
Dos de los libros antivacunas más difundidos en España
han sido escritos por médicos homeópatas, Xavier Uriarte
(Los peligros de las vacunas, 2002) y Juan Manuel Ma-
rín Olmos (Vacunaciones sistemáticas en cuestión, 2005).
Su lectura es un trago amargo; no sólo niegan la eficacia de
las vacunas y exageran (o inventan) sus efectos secundarios;
también niegan que los gérmenes causen enfermedades y
recomiendan contagiar deliberadamente a nuestros hijos el
sarampión, aprovechando el próximo brote.
Pero sus mentiras más obvias son las falsificaciones de-
liberadas de sus supuestas fuentes. Por ejemplo, a propósito
de las vacunaciones contra el meningococo C en el el Reino
Unido en 1999, Uriarte dice (sin citar ninguna fuente) lo si-
guiente:
« En el curso 1999-2000 se vacunaron 5 millones de ha-
bitantes en Gran Bretaña entre los 2 meses y los 19 años.
Las personas afectadas [por efectos secundarios] llegaron
a 4000. Como efectos adversos que se presentaron cabe
destacar meningitis, encefalitis, mononucleosis infecciosas,
trombocitopenia, convulsiones y reacciones alérgicas. [...]
Datos estos curiosamente silenciados por las autoridades
sanitarias de ambos países [España y Reino Unido]».
Así lo expresa Marín:
«[...] según la dirección general de Salud Pública de Ca-
taluña [...] en Gran Bretaña, en menos de un año, se han co-
municado 4.764 reacciones adversas, tras la administración
de 13 millones de dosis, lo que da una tasa de una reacción
por cada 2.700 (392). Entre las mismas sobresalen: menin-
gitis, encefalitis, mononucleosis, trombocitopenia y convul-
siones».
Y ese «(392)» es, esta vez sí, la fuente, un documento de
la Generalitat de Cataluña que cita a su vez fuentes oficiales
británicas (pero, ¿no quedamos en que «las autoridades de
ambos países» lo han silenciado?). El documento es éste,
fácilmente accesible en Internet.
Y, en efecto, la cifra de efectos adversos es la que cita
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Marín, 4.764 tras 13 millones de dosis de vacuna. Pero la
naturaleza de esos efectos es muy distinta:
«Los efectos adversos pueden ser locales en el lugar de la
inyección (eritema, tumefacción, dolor) y generales (fiebre,
irritabilidad, anorexia, diarrea, cefalea, mialgia, somnolen-
cia). Estas manifestaciones son de intensidad moderada y
se resuelven entre las 24 y las 72 horas después de la vacu-
nación».
Sólo un ejemplo más. Dice Uriarte:
«Algunos estudios nos muestran que los niños mueren
con una frecuencia ocho veces mayor a la normal durante
los tres días siguientes a la administración de la DTP».
Esos «algunos estudios» son en realidad un sólo estu-
dio, que Uriarte cita en su bibliografía:
Walker AM, Jick H., Perera DR, Thompson RS, Knauss
TA. Diphtheria-tetanus-pertussis immunization and sudden
infant death syndrome. Am J Public Health 1987; 77: 945-
51.
Un estudio fácilmente accesible en Internet. Simplemente
leyendo el resumen del artículo, vemos lo siguiente:
«(...) we found the SIDS mortality rate in the period zero
to three days following DTP to be 7.3 times that in the period
beginning 30 days after immunization (95 per cent confiden-
ce interval, 1.7 to 31). The mortality rate of non-immunized
infants was 6.5 times that of immunized infants of the same
age (95 per cent CI, 2.2 to 19)»
«(...) encontramos que la tasa de mortalidad por muerte
súbita del lactante en el periodo de cero a tres días tras la
DTP fue 7,3 veces mayor que en el periodo que comenzaba
30 días después de la vacunación (intervalo de confianza del
95%, 1,7 a 31). La tasa de mortalidad [por muerte súbita]
de los lactantes no vacunados fue 6,5 veces la de los lactan-
tes vacunados de la misma edad (intervalo de confianza del
95%, 2,2 a 19)».
Es decir, los niños vacunados tuvieron, en total, una tasa
de muerte súbita seis veces menor (algo en lo que coinci-
den, por cierto, otros varios estudios). Sólo que algunas de
esas pocas muertes se concentraron en los tres días siguien-
tes a la vacuna, probablemente un artefacto que los autores
analizan en la discusión de su trabajo. Aparentemente Uriar-
te leyó justo hasta ese «7.3 times», que en su libro redondea
a 8. Pero no leyó las dos líneas siguientes, o no consideró
necesario informar a sus lectores de su contenido.
Para información seria sobre la las vacunas y la muerte
súbita, consúltese:
Institute of Medicine Immunization Safety Review. Vac-
cinations and sudden unexpected death in infancy, National
Academies Press, Washington, 2003.
http://malaciencia.es/2011/02/24/las-mentiras-de-los-antivacunas/
www.gencat.cat/salut/depsalut/pdf/spantime.pdf