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el escéptico
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Especial
Colección «¡Vaya Timo!»
Cápítulo 2 del libro El Tarot ¡vaya timo!
EL AUTÉNTICO ORIGEN DEL
TAROT
Javier Cavanilles
P
or mucho que algunos se empeñen en retrasar hasta
tiempos in-memoriales los orígenes del tarot, hay
un límite que nunca se de bería sobrepasar: el siglo
I. Fue entonces cuando, al parecer, un fun cionario del
emperador chino Ho Ti inventó el papel a partir de una
pasta vegetal mezclada con fi bras de bambú. Aunque
pronto se convirtió en un aliado del ingente aparato
administrativo chi no, el material era aún poco duradero,
incapaz —por ejemplo— de servir de base para fabricar
naipes. La expansión del nuevo des
cubrimiento fue
lenta. El gobierno mantuvo celosamente el secre to de su
fabricación durante cerca de cinco siglos, hasta que la
téc nica se extendió a Corea y Japón y, a mediados del
siglo VIII, al Tíbet y la India. Los árabes supieron del
invento en Asia Central y contribuyeron a su difusión por
todo el arco mediterráneo. El primer documento escrito
en papel en el viejo continente —una carta escrita en
árabe— está fechada a principios del siglo IX. El primer
molino de papel de Occidente abrió sus puertas hacia
el año 1056 en Xàtiva (Valencia), y su propietario era
un árabe. Sin embargo, los juegos de cartas todavía no
existían. El precio de las barajas habría sido muy alto
y su difusión mínima (la mayoría de sus poseedores
sólo podrían jugar al solitario). Por esta razón, es casi
imposible que existieran las cartas de tarot, que no son
más que la evolución de unos juegos de naipes. Aún
falta un poco pa ra que aparezca en Occidente la primera
baraja.
Según todos los datos, el origen de los juegos de cartas
en Eu ropa data de principios del siglo XIV, aunque
su primera aparición tuvo lugar en China y de ahí se
expandió por Occidente. También es muy probable que
la cartomancia (la supuesta lectura del futu ro mediante
cartas) se originase en aquel país. Por un lado, en Chi-
na el papel estaba relativamente extendido entre las
clases más al tas, ya que servía para imprimir moneda;
y por otro, ese dinero se utilizaba como naipes. También
se sabe que existían distintos mé todos populares de
Fotografía del autor. (Laetoli)
adivinación u oráculo, el más conocido de los cuales
era el I Ching o Libro de las mutaciones que, tal como
lo co nocemos hoy, data del siglo VIII a. C. (aunque sus
orígenes se re montan hasta el 2500 a. C.). Esta técnica
se basa en 64 fi guras co nocidas como hexagramas. Cada
uno está compuesto por seis lí neas: tres continuas que
signifi can (o representan el yin) y dos discontinuas que
signifi can no (o yang), combinadas de diversas maneras.
Así, utilizando distintos métodos (lanzando monedas o
utilizando tablillas con los signos pintados), se obtenía
el símbolo que correspondía a una persona y su contrario
o mutación (es de cir, si la tirada indicaba seis síes, la
mutación eran seis noes). A par tir de ahí, y teniendo en
cuenta que cada signo tenía un signifi ca do concreto, se
realizaba la predicción.
Carl Jung fue un gran estudioso del I Ching, al que
en más de una ocasión comparó con el tarot. Aunque
hay muchos puntos en co mún entre ambos métodos,
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también hay importantes diferencias. Son tradiciones
que evolucionaron en partes distintas del mundo y, pese
a su empleo en la adivinación y su estructura (tirada +
lectura), son más los puntos que los separan que los que
tienen en común. El I Ching puede leerse también como
un libro fi losófi co, mientras que en el tarot el simbolismo
desempeña un papel más básico. En el pri mer caso,
además, cada hexagrama tiene un signifi cado concreto,
al go que no ocurre en las barajas de adivinación (más
abiertas a la in terpretación). Pero aunque el papel y las
barajas surgieron en China, y aunque éstas se utilizaron
para adivinar el futuro, el tarot no surgió allí; y tampoco
existe en el mundo un solo documento conocido que
per mita afi rmar que el tarot pasó por el antiguo Egipto
siguiendo los mis mos pasos que el papel, como pretenden
algunos.
Especial colección «¡Vaya Timo!»
Presentamos en este número de El Escéptico algunos extractos de varias obras de la colección escéptica
¡Vaya Timo! de la Editorial Laetoli. Damos las gracias a la editorial y a los autores por haber cedido estas
páginas, algunas inéditas, para nuestro disfrute.
El resto de la historia no es menos falsa. Para empezar,
el famo so Libro de Toth, en el que se supone que se
basó el tarot, nunca existió y, de haber existido, sería
probablemente un tratado de me dicina. Otras fuentes
afi rman que el famoso libro era en realidad un papiro
(del que tampoco se conoce copia alguna), de 10 000 o
20 000 años de antigüedad, transmitido de generación en
genera ción entre los sacerdotes. Igualmente imposible:
los egipcios no des cubrieron la escritura hasta el 3100
a. C. El Libro de Toth no es más que una leyenda basada
en una alusión a ese dios en el llamado Pa piro Westar
(aparecido en 1825), un texto escrito entre 1650 y 1550
a. C. que incluye cinco relatos míticos sobre el Imperio
An tiguo (2700-2200 a. C.). Aunque el libro no existió,
Toth fue un personaje muy importante en la visión del
mundo que tenían los egipcios y se codeaba con sus
principales dioses.
Portada original del libro. (Archivo)
No existe en el mundo un solo documento
conocido que per mita afi rmar que el tarot
pasó por el antiguo Egipto siguiendo los
mis mos pasos que el papel, como pretenden
algunos".
Ciertos estudiosos añaden que, en realidad, los juegos
de cartas se iniciaron en Corea o en la India antes que en
China. Pero es di fícil saberlo; entre otras cosas porque
los chinos no tenían una pa labra que defi niera las cartas
en función de los materiales, por lo que es posible que
una baraja pudiera designar tanto fi chas de mar fi l como
cartas de papel o tablillas de madera. Pero ésta es una po-
lémica que no añade nada a la historia del tarot.
El pasado egipcio
El papiro egipcio más antiguo que se conoce data del
año 3000 a.C. Para su fabricación se utilizaba una
planta llamada precisamente papiro, abundante en el
Nilo. Aunque mucha gente lo considera el antecedente
del papel, lo cierto es que es un tipo de papel que cayó
en desuso dadas sus limitaciones (era muy frágil). Los
papi ros se enrollaban y hubiese sido imposible fabricar
libros con ellos, y mucho menos barajas. El lenguaje
pictórico de los jeroglífi cos puede recordar remotamente
al de las cartas del tarot, pero rela cionar este hecho sería
tan ridículo como decir que los graffi tis na cieron en las
cuevas de Altamira.
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Otra de las razones del error fue que los primeros estu-
diosos de las cartas estaban infl uenciados por doctrinas
como el hermetis mo, que surgió en Alejandría entre el
siglo I a. C. y IV d. C. La primera recopilación de esos
textos sobre fi losofía mística, obra de distintos autores,
se produjo a fi nales del siglo I y se le llamó Her metica o
Corpus Hermeticum. Fueron escritos en Egipto y atribui-
dos al mítico sabio Hermes Trismegisto, aunque los ela-
boraran es critores paganos tan infl uidos por el pensa-
miento griego como por el egipcio. En realidad, Hermes
no fue más que una traslación de Toth a la cultura griega
(ambos fueron inventores de la escritura y portadores de
una sabiduría eterna). Curiosamente, los primeros estu-
diosos del tarot jamás cayeron en ello y nunca entendie-
ron el estrecho vínculo entre ambos mitos.
Tampoco parece que el Libro de los muertos pueda ser el
origen del tarot. Dicho texto no se recopiló hasta el año
1845 en Alema nia, cuando el tarot llevaba años campando
a sus anchas por me dia Europa. Además, ni siquiera se
trata de un libro sino de la re copilación de distintos textos
funerarios aparecidos en algunas tum bas y compuestos
entre el 3000 y el 1640 a. C. No contiene ni pre tende
contener ninguna sabiduría oculta: son simplemente
salmos, oraciones, leyendas… y una apasionante puerta
de entrada al mun do de las creencias de una civilización
perdida. En otras palabras, no hay ningún dato que avale
la hipótesis de que el famoso mazo de naipes se basa
en unos conocimientos codifi cados anteriormente por
sacerdotes egipcios.
Por supuesto, tampoco es cierto que los gitanos fueran los
en cargados de difundir el tarot por Europa. La historia de
esta etnia todavía encierra muchos misterios. Su llegada
al viejo continente se produjo a fi nales del siglo XIV, y a
principios del XVI ya se ha bían extendido hasta Escocia.
Se creía que venían de Egipto —al parecer, ellos mismos
contribuyeron al equívoco—, por lo que en España se
les llamaba egiptianos y en Inglaterra egyptians. Con el
paso del tiempo estas hipótesis han quedado descartadas.
Se cree que pueden ser originarios del Punjab, una zona
limítrofe entre la India y Pakistán, y que hacia el siglo
XI iniciaron su trashumancia hacia Occidente. Aunque
es cierto que también se asentaron en distintos puntos
del norte de África por las mismas fechas, las ba rajas
de cartas ya se conocían en Europa desde hacía varios
siglos. Es difícil saber si utilizaban cartomancia (aunque
existen docu mentos que las relacionan con el uso de la
adivinación), pero so bre lo que no hay duda alguna es
que los gitanos no conocían el tarot y que no tuvieron
nada que ver con su aparición. Así cae por tierra la
hipótesis de que fueron ellos los encargados de traerlo
des de Egipto hasta Europa.
De la baraja al tarot
Como vimos anteriormente, los juegos de cartas se
extendieron desde China hacia India y la antigua
Persia y su primer contacto con Occidente tuvo lugar,
probablemente, entre la séptima y oc tava cruzada (en
la segunda mitad del siglo XIII), cuando los ejér citos
mamelucos —antiguos esclavos turcos— lograron
extender su poder por Egipto, Palestina, Siria y la costa
del Mar Rojo. La primera baraja de cartas que se conoce
es precisamente la baraja de los mamelucos, en la que
aparecen ya los cuatro palos que, más tarde, formarían la
española (bastos, oros, copas y espadas). Está fechada en
1350 y apareció, casualmente, en Egipto. Sin embar go, es
ridículo pensar que en este momento y lugar los antiguos
conocimientos pudieron transformarse en el mítico tarot:
los ma melucos eran musulmanes (aunque muy tolerantes
en lo religio so) y su credo les prohibía representar fi guras
humanas. De hecho, las cartas que conocemos como sota,
caballo y rey (Gobernador, General y Segundo General)
estaban representadas caligráfi camente. Si alguien utilizó
alguna vez esa u otra baraja para leer el futuro es terreno
abonado para la especulación. Lo que está claro es que
aque llo no era un tarot, ya que le faltaba el elemento
fi nal que permite separar las barajas de juego de las de
adivinación: las cartas de triun fo (o arcanos mayores).
En la baraja mameluca existían sólo lo que más tarde
se bautizó como los arcanos menores, que incluyen las
cartas de corte (las fi guras) y otros 40 naipes agrupados
en cuatro palos (cimitarras o espadas, bastones, copas y
monedas) numera dos del 1 al 10.
No es fácil saber cuándo aparecieron por primera vez las
cartas en Europa, pero no viajaron en los carromatos de
gitanos que lle gaban al viejo continente sino que formaban
parte del equipaje de los árabes que, por entonces, aún
dominaban parte de la Penínsu la Ibérica y comerciaban
por todo el Mediterráneo. Además, la fe cha de aparición
de la baraja mameluca puede inducir a engaño, ya que en
1350 los naipes circulaban alegremente por toda Euro pa.
En 1367 se dictó en Berna (Suiza) una de las primeras
prohi biciones que se conocen sobre su uso (en 1331,
Alfonso XI los ha bía proscrito para los miembros de la
Orden de la Banda). En 1376 se tomó una medida similar
en Lille (Francia) y en 1382 en Bar celona. La lista es
más amplia. Si se aprobaron tales medidas en lu gares
tan distantes y en tan breve plazo, es fácil deducir que
su uso estaba muy extendido socialmente y desde hacía
tiempo. La bara ja de los mamelucos es, simplemente, la
más antigua que se con serva, no la primera.
Aunque nadie sabe a ciencia cierta dónde y cómo
comenzaron a expandirse las barajas por Europa (¿desde
España o Italia?), de lo que no cabe la menor duda es
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de que el tarot nació en Italia en el siglo XV entre lo
más granado de la sociedad. Las cartas eran en tonces de
dos tipos: las realizadas en serie mediante xilografía y
las hechas a mano por artesanos que lo mismo realizaban
murales que ilustraban libros. Éstas se encargaban a
artistas reputados, y de uno de estos encargos nació el
tarot como una evolución de los juegos tradicionales.
Algunos estudiosos creen que pudo originarse en Francia,
ya que existe una famosa baraja de 1392 conservada in-
completa en la Biblioteca Nacional de París y conocida
como el tarot de Grigonneur en honor de su autor, quien
la realizó por en cargo del rey Carlos VI. La historia
es falsa. En realidad, esas car tas datan del siglo XV y
proceden de Italia. Existen documentos que demuestran
que el tal Grigonneur sí confeccionó una baraja para
Carlos VI, aunque no la que se conserva en París.
El tarot nació como un juego. A los cuatro palos
tradicionales se les añadió una serie de cartas (22) que
funcionaban como un quinto palo, aunque en realidad
no lo era. Su principal caracterís tica era que tenían una
unidad propia pese a no estar agrupadas por un símbolo
común. Eran las cartas de triunfo y constituyen lo que hoy
se conoce como arcanos mayores. Por tanto, cualquier
in tento de fechar la existencia del tarot (incluso como
juego) antes de la aparición de ese quinto palo es una
tarea condenada al fracaso.
A diferencia del resto, son cartas únicas y su orden no
era nu mérico (como en los palos) sino jerárquico. En
el tarot de Marse lla —uno de los más extendidos en la
actualidad—, la primera car ta era el Mago, seguida de
la Papisa, la Emperadora, el Emperador, el Papa, los
Amantes y el Carro. En principio, estas siete primeras
cartas remiten al poder temporal en la Tierra. Las
siguientes (la Jus ticia, el Eremita, la Rueda de la Fortuna,
la Fuerza, el Ahorcado, la Muerte y la Templanza) pueden
entenderse como las fuerzas del destino, mientras que las
siete últimas (el Diablo, la Torre, la Es trella, la Luna, el
Sol, el Juicio y el Mundo) representan las gran des fuerzas
de la naturaleza. El conjunto se completaba con el Lo co
(Il Matto), con características un tanto peculiares (y que
sería un quebradero de cabeza cuando el tarot empezara a
adquirir su condición ocultista o sobrenatural). Entre los
primeros mazos hay diferencias en estos triunfos, tanto
en su número como en su pues to, y algunos aparecen en
unas barajas y en otras no.
La aparición de los triunfos (o carte da trionfi ) fue una
simple evolución de juegos ya existentes. Aunque las
reglas no eran siem pre las mismas, se trataba básicamente
de que una persona pusie ra una carta sobre la mesa y el
resto de jugadores tenía que lanzar otras con el mismo
palo o el mismo número. Cuando uno de los participantes
no podía seguir, debía lanzar un triunfo, y el resto de-
bía tirar otros con mayor poder. Ganaba el jugador que
lanzaba una carta que nadie podía superar. A la hora de
contar los puntos, sólo se tenían en cuenta los de las
cartas tradicionales (que más tar de se conocerían como
arcanos menores). El juego incluía el nai pe del Loco,
Antiguo Tarot de Marsella.(Archivo)
Especial colección «¡Vaya Timo!»
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que podía jugarse en cualquier momento y funcio naba
como una especie de comodín que permitía al jugador
pasar. Recuerda mucho al joker utilizado en otros
juegos, pero las dos car tas tienen un origen totalmente
independiente. El primero susti
tuye a cualquier otra
carta y tiene en ocasiones un valor decisivo (como en
el repóker), mientras que el segundo carece de valor (no
sirve para ganar) y sólo exime al que lo juega de echar
la carta apro piada (del mismo valor o palo que hay en
la mesa). Es importan te entender bien qué es el Loco,
pues se trata de una de las cartas que mejor refl ejan el
sinsentido mágico-trascendental que algunos quieren
ver en el tarot. De hecho, los triunfos se han numerado
siempre con símbolos romanos, mientras que para il
Matto
se em plea el número 0, de origen árabe.
Hay otro motivo que permite situar el origen del tarot
en Italia y tiene que ver con la peculiar estructura de las
cartas de corte, en las que, además de la Sota, el Caballo
y el Rey, fi gura una cuarta: la Reina, que no aparece en
barajas clásicas de otros lugares. En Milán, en aquella
época, existían barajas en las que las cartas de corte eran
seis (las tres clásicas más sus contrapartidas femeninas).
Es bastante razonable pensar que, por algún motivo, se
quedaran en cuatro. Precisamente en Milán, el astrólogo
Marziano da Tor tosa diseñó hacia 1420 una baraja para
el duque Filippo Maria Vis conti en que se habían añadido
16 cartas que representaban a otros tantos dioses clásicos,
pero que, en lugar de formar un quinto pa lo, se repartían
equitativamente entre los cuatro clásicos. Algunos
historiadores defi enden que esta baraja pudo ver la luz
en 1425 con motivo del nacimiento de la primera hija
del duque. Aunque esperaba un hijo que pudiera ser su
heredaro, Visconti organizó un desfi le (trionfi ) que hizo
que la baraja se asociase a este nombre y se conociera
como carte da trionfi . Con el tiempo, y dado que exis tían
distintos juegos en los que había cartas que funcionaban
co mo triunfos en función de cada partida, el juego pasó
a conocerse como tarot (tarocchi). Hay distintas teorías
sobre la etimología de la palabra (por ejemplo, que es
una alusión al río Taro, situado en el norte de Italia),
pero lo cierto es que nadie ha logrado dar una respuesta
satisfactoria. Sobre lo que sí hay acuerdo es sobre que la
palabra no surgió hasta un siglo después de la aparición
del juego.
Todavía falta mucho tiempo para que el tarot sea lo que es
hoy en la cultura popular, pero ya se daban los elementos
que conver tirán esta baraja en una de las preferidas por
los adivinadores de medio mundo. En primer lugar, el
elemento simbólico que carac terizaba a los trionfi (que
luego se convirtieron en los arcanos ma yores), que eran
como una traslación al papel de las manifestacio nes
cívicas que recorrían las calles de las ciudades italianas
cuando había algo importante que celebrar (como hizo
el duque Visconti con su hija). Su origen se remonta a
la antigua Roma, cuando las ciudades salían a las calles
para recibir a los generales victoriosos. Así, en tiempos
de guerra, primero pasaban los prisioneros, luego los
soldados y, fi nalmente, el general victorioso. En tiempos
de paz, desfi laban los gremios, el poder religioso, el
militar, los represen tantes de la nobleza, las autoridades
políticas… El ritmo al que avanzaban estos desfi les tiene
su traducción en el tarot. Por ejem plo, las primeras siete
cartas son una procesión de autoridades te rrenales. Tras
su paso, desfi lan las cartas relativas a las fuerzas de la
naturaleza y, por último, las que representan el universo
(aunque para ellos se resumiera en el Mundo, la carta
más alta). Estas car tas complementan el mundo ordinario
representado por los palos tradicionales (las espadas, el
ejército; las copas, la Iglesia; los oros, la burguesía; y los
bastos —que a veces tenían forma de cetro—, el poder
político), coronadas a su vez por varias cartas alusivas
a la autoridad real. Nada de esto puede apreciarse, por
ejemplo, en la tradicional baraja francesa (de la que
deriva la utilizada en el pó ker), que también apareció en
el siglo XV, ni en la suiza o la ale mana (que incluían
un palo de bellotas), que son anteriores. Por ello no se
utilizan para leer el futuro.
La referencia al juego más antigua conocida aparece en una
car ta del duque Francesco Sforza a su tesorero, fechada
en Milán en 1450, en la que le pedía que le enviara una
baraja de triunfos y, si no era posible, una normal. Ese
mismo año, en Florencia, un edic to incluía las cartas de
triunfos como uno de los juegos legalmen te autorizados.
Las referencias se suceden en años posteriores, e in-
cluso se conserva un sermón en el que se condena el
juego junto al backgamon y otros pasatiempos por ser
inventos del diablo, pe ro en ningún caso se le considera
algo relacionado con la adivina ción. Aunque muchos
estudiosos serios del tarot —que defi enden el valor cuasi
mágico del mazo (por increíble que parezca, los hay)—
insisten en que los autores volcaron su creatividad en los
arcanos mayores y los llenaron de símbolos esotéricos,
la verdad es que nadie debió de pensar entonces que
aquello tuviera más valor que el artístico. Lógicamente,
las iconografías del Inferno de Dan-te o de los Trionfi de
Petrarca pudieron servir de inspiración, pero sólo porque
eran elementos culturales de la época (como también lo
era la iconografía cristiana, tan presente en el tarot y de
la que tan poco se habla). En otras palabras, los artistas
que crearon los primeros tarots no tenían la menor
intención de utilizar una sim bología oculta, que nadie
iba a entender, sino una que fuese fácil mente reconocible
por todos. Al principio, los arcanos mayores no estaban
numerados y su valor dependía de su jerarquía. Si los
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par ticipantes hubiesen sido incapaces de reconocer esta
jerarquía, ha bría sido imposible jugar.
Una razón que explica por qué las cartas italianas pudieron
con vertirse en las más utilizadas en cartomancia es que
tenían varios usos. Un juego muy extendido entre las
clases altas —en el que se utilizaban cartas, pero que no
era un juego de naipes— era distri buir los trionfi entre
los asistentes y luego improvisar poesías en las que se
asociaba la carta y la persona. A veces se distribuían
más de una por persona y el juego consistía en hacer una
rima a partir de ellas. Aunque probablemente a ninguno
de los participantes se le ocurrió jamás pensar que
aquella carta pudiera decir algo real so bre su persona,
refl eja fi elmente la capacidad alegórica de los trion fi .
Si las cartas servían para inventar, el siguiente paso era
hacer pa sar esas invenciones por ciertas. Sin embargo,
todavía tendrían que transcurrir muchos años hasta que
esto ocurriera. De hecho, los li bros más conocidos de la
época en los que se aborda el tema de la cartomancia
(uno escrito en Alemania hacia 1487 y otro en Vene cia
en 1540) dan instrucciones sobre cómo leer el futuro con
ba rajas tradicionales de cuatro palos.
La Italia del siglo XV era una suma de distintos territorios
y ciu dades-Estado, y en cada uno de ellos había distintos
tipos de tarots y no siempre se jugaba según las mismas
reglas. No existía lo que podríamos denominar una
norma, lo que desmonta también la idea de un origen
único (como esa milonga sobre Egipto). Cuan do Carlos
V invadió Milán, entre 1499 y 1535, contribuyó a su
difusión por Francia y Suiza, y más tarde por el resto de
Europa. Marsella era por entonces uno de los puertos más
destacados del Mediterráneo y albergaba una industria
papelera bastante impor tante. Muy cerca de allí, en Lyón,
aparece en 1507 la primera re ferencia a la producción
de tarots. El modelo elegido fue uno de procedencia
milanesa que pronto se convirtió en el más popular del
viejo continente. Una de las características que explica
cómo pudo expandirse el juego es, precisamente, que
al carecer de un sig nifi cado oculto bastaba con conocer
las reglas para poder jugar in cluso con personas de otras
lenguas y culturas.
El tarot de Marsella es, probablemente, el primer tarot
estándar que se conoce y su éxito se debe, entre otras
cosas, a que los triun fos están numerados e identifi cados
con su nombre (lo que tam poco era una novedad) para
que no pudieran quedar dudas sobre su jerarquía. La
descripción del mazo más antigua que se conoce data de
1590, pero la versión conocida hoy no empezó a impri-
mirse de manera masiva hasta mediados del siglo XVIII.
Al hacer se popular, el escaso contenido simbólico de
las cartas se perdió to talmente. Si de verdad hubiese
guardado una sabiduría oculta y perdida, es imposible
que se hubiera dado tal variedad de barajas. Además,
las variantes que quedaron en desuso —muchas de
las cuales no han sobrevivido— habrían hecho que se
perdiera la ma yor parte de ese conocimiento. Otro dato
que ahonda en esta te sis es que en la versión de Marsella
los palos tradicionales no esta ban ilustrados. Esto era lo
más común pero había notables ante cedentes, como el
Sola Busca (creado hacia 1491), donde cada car ta tenía
su propio dibujo. Si esas ilustraciones ocultaban un cono-
cimiento milenario, también se perdió. Por eso, años más
tarde, los ocultistas volvieron al Sola Busca para crear su
propio tarot.
A fi nales del siglo XVIII el juego del tarot se había
expandido por parte de Europa con mayor o menor éxito.
No parece que arra sara. Por ejemplo, el primero impreso
en España data de 1736 y es de origen italiano. Donde
más se extendió, y donde aún se juega, fue en Italia,
además de las zonas limítrofes con Francia y Suiza y
en Alemania. Ya faltaba menos para que adquiriera su
carácter má gico y oculto. Lo que luego se conocerá como
arcanos mayores te nía una razón de ser, un porqué, pero
nadie pensaba que ocultara un conocimiento perdido.
Como el resto de barajas, a veces se uti lizaba para la
adivinación, pero nadie pensaba que ésa fuera su ver-
dadera (o principal) utilidad. De hecho, sólo se tiene
constancia de un documento con fecha tan tardía como
1750, datado en Bo lonia, donde se describre el uso de
estos naipes para leer el porve nir. El llamado tarot de
Bolonia
(muy distinto del de Marsella) fue el primero
que se usó para la adivinación, pero no fue el origen de
la tradición cartomántica francesa, la más extendida.
De hecho, llama la atención que Casanova cuente en
sus memorias la histo ria de una joven amante de 13
años que tuvo en Rusia en 1765 y que le ponía enfermo
porque siempre estaba intentando adivinar el futuro con
las cartas. A él no sólo le parecía ridículo sino que su
práctica le desconcertaba. Teniendo en cuenta que el
famoso se ductor nació en Italia, patria del tarot y donde
había cierta tradi ción de leer cartas, su extrañeza hace
pensar que la cartomancia apareció en distintos puntos
de Europa al mismo tiempo pero que no estaba muy
extendida a fi nales del XVIII.
El tarot, tal como lo conocía la mayor parte de la gente
que lo utilizaba, no era más que la evolución de otros
juegos anteriores cuyo origen último hay que buscarlos
en China, no en Egipto. Pe ro todo cambió cuando un
buen día entró en escena una fi gura que nunca puede
faltar en el mundo de lo paranormal: el chifl ado de turno
y sus alegres seguidores.
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