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el escéptico
55
Artículo
EL DESCONCERTANTE ASUNTO DEL
CAMBIO CLIMÁTICO
Este ensayo es fruto de intentar llegar a alguna conclusión sobre los problemas epistemológicos asociados
al tema del cambio climático sin caer, por un lado, en la aceptación sumisa y acrítica de las tesis más
mediáticamente extendidas al respecto ni, por otro, en un estólido escepticismo comparable con el de los
que no quieren creer en la llegada del Hombre a la Luna. Por así decirlo, para desembocar en este ensayo
se ha estado pasando por una especie de cuerda fl oja entre Caribdis y Escila.
Juan Manuel Sánchez Ferrer
I
ncluso razonando de manera incorrecta es posible
derivar una conclusión verdadera. Considérese si
no podría encontrarse un ejemplo de ello en la
desconcertante coincidencia existente grosso modo, en
relación a conclusiones sobre el cambio climático, entre
declaraciones varias de cierto tipo de ecologistas —los
ecologistas atávicos
(1)
—, seguidores de la New Age y
antinucleares en general, por una parte, y científi cos
medioambientales que sin duda realizan contribuciones
con el método científi co como referencia, por otra.
El pensar falaz aludido se basa resumidamente en lo
siguiente (al menos en mi opinión):
Cualquier acción que se aparte de lo natural
ha de ser necesariamente perjudicial para la
Naturaleza.
(2)
Dado este lema, los ecologistas atávicos y demás
acostumbran a establecer un razonamiento que puede
esquematizarse con el siguiente silogismo de modus
ponens
: cualquier acción que se aparte de lo natural ha
de ser necesariamente perjudicial para la Naturaleza;
las emisiones a la Atmósfera producto de la actividad
humana (antropogénicas) no son naturales; por tanto,
las emisiones antropogénicas a la Atmósfera seguro
que son perjudiciales para la Naturaleza del alguna
manera (que sería causando un cambio climático).
La conclusión de este silogismo que, por cierto, es
ajeno al lenguaje cuantitativo (no hay referencia a
cantidades ni al grado en que tales emisiones pueden
ser perjudiciales), está en consonancia con lo que la
mayoría de los científi cos medioambientales piensan
(lo que, por supuesto, no implica que estos científi cos
estén equivocados).
De otro lado, no han faltado escépticos, con pretendida
actitud científi ca, sobre el origen antropogénico del
cambio climático, e incluso sobre el propio cambio
climático. Esto ha ocurrido, creo yo, por dos principales
motivos:
Al Gore, reconocido evangelista del cambio climático removió
las conciencias con su película, ganadora de un Oscar, Una
Verdad Incómoda
. (Archivo)
(1) Con el término ecologista atávico intento referirme a aquellos
autotildados de ecologistas que profesan un apego tan desbocado
a la madre tierra que acarician el primitivismo antiprogresista.
(2) De esta misma máxima también se puede deducir, al igual que lo
hicieron Hitler y Goebels, que los humanos que necesariamente
han de sobrevivir empleando recursos artifi ciales (los débiles)
han de ser hostigados sin cuartel. Al respecto ver El problema del
ecofascismo
, de Philippe Pelletier.
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el escéptico
56
Por una parte está que tales hipótesis han entrado en
resonancia reiterada gracias en buena parte al activismo
del sector de ecologistas del tipo destacado antes, que
es un sector caracterizado por atenerse al anterior lema
como dogma de fe fundamental e inamovible; esto los
hace inquietantes, a pesar de la aureola de candor que
parece desprenderse de ellos cuando están en pantalla,
para el que guste de entrada del pensar sopesado; así,
cierto escepticismo por la tesis antropogénica del cambio
climático tiene parte de su origen en una materialización
de la falacia del hombre de paja.
Por otra parte está el propio hecho de que la biosfera es
un sistema inabordable en principio por un solo individuo
homo sapiens sapiens (o, si se prefi ere, humán
(3)
) en su
relativa corta vida. Esto es, en lo que respecta al estudio
detallado de la biosfera no parece hoy en día que sea
posible aplicar uno de los principios fundamentales que
creo que un escéptico ha de procurar seguir hasta el fi nal:
hay que examinar las cosas por uno mismo
(4)
. Ahora
bien, actualmente dicha inabordabilidad de la biosfera
comienza a remitir, ya que se ha desembocado en un
desarrollo de la informática que ha generado algo como
Google Earth. Esta extraordinaria aplicación permite
que cada individuo pueda ver con detalle fi dedigno
casi todos los rincones de la superfi cie planetaria a
través de un conjunto de fotografías de satélite que
en principio es actualizado cada año. Por ejemplo,
puede observarse año tras año, mediante un ordenador
personal, la variación de la extensión de la zona glaciar
de Groenlandia, para así comprobar por uno mismo
el grado de fi abilidad de las noticias de los periódicos
(de los que en principio no nos podemos fi ar, dado que
prima siempre la noticia comercialmente efectiva o la
políticamente necesaria según el ideario de turno), o de
las respetables publicaciones científi cas especializadas o
de divulgación. No obstante, hay que decir que lo que
Google Earth incluye sobre la placa gélida marina en
torno del Polo Norte está a «años luz», en lo concerniente
a detalles, de lo incluido para el resto del planeta Tierra.
De hecho hasta principios de 2009 Google Earth no había
incluido nada sobre los hielos árticos (pero actualmente
es posible ver con Google Earth la extensión de los
hielos árticos en diferentes etapas comprendidas entre
1979 y mayo de 2008, «apretando» sobre un icono que
ha de aparecer sobre el espacio de pantalla reservado
para la zona ártica, una vez activada la opción «Hielos
del mar ártico» incluida en un submenú del «panel de
capas» incluido a su vez en las opciones principales de
la susodicha aplicación). Resulta un contratiempo serio
el bajo grado de detalle ofrecido por Google Earth en
lo que respecta a los hielos árticos, para los que quieran
corroborar de manera incontrovertible si son fi ables las
fotografías de los periódicos que indican que para los
períodos estivales ha menguado notablemente la zona
de los hielos en torno al Polo Norte. De hecho, leyendo
los periódicos nos podemos encontrar con auténticas
falsedades sobre los efectos del cambio climático en las
zonas polares del planeta. Por ejemplo, en la edición del
3 de septiembre de 2008 de El Periódico de Catalunya
Fotografía de satélite en la que lo más septentrional no abarca más allá del extremo norte de la Bahía de Hudson; no obstante, se
presentó en diversos medios como indicativa del deshielo del Océano Ártico. Al respecto ver, por ejemplo, el periódico mejicano
El Universal —acudiendo a universal.com.mx por el título Confi rma NASA deshielo en la capa polar del Ártico, de marzo de
2008—, o a ADN.es —en lo que respecta a su edición del 2-XI-2008, por el título La NASA confi rma el deshielo del océano
Ártico
—, o a la publicación valenciana Vista al mar —por el título Noticias del deshielo por el calentamiento global, acudiendo a
Vistaalmar.es, lo que a su vez incluye, dicho sea de paso, un enlace a la página de turismo de la Generalitat Valenciana— (NASA
/ Agencia EFE)
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57
quedó publicada una noticia cuyo título es el siguiente:
«Un explorador viaja al Polo Norte en piragua». Este
título da entender inequívocamente que actualmente el
Ártico está sufi cientemente deshelado como para poder
acceder remando al Polo Norte —concretamente desde
las islas Svalbarg (o Spitzberg), que están a medio camino
yendo desde el Cabo Norte al Polo Norte—, pues si un
explorador viaja al Polo Norte en piragua se presupone
automáticamente que no será cargando con ella como de
un saco se tratara. Es un título efectista que no responde
a ninguna realidad actual, y es que no hay fotografías
de satélite que lo verifi quen así como ningún informe
serio. En mi opinión, los que han divulgado este bulo
periodístico seguramente se han aprovechado del efecto
psicológico que en su día produjo una noticia aparecida
en agosto de 2000, según la cual se había observado
una laguna donde se supone que el hielo cubre el Polo
Norte. Esta noticia no pudo confi rmarse con fotografías
de satélite, aunque en principio, según científi cos fi ables,
posiblemente sea fi able. Para salir del paso de la falta
de confi rmación vía satélite, se dijo que en el Ártico
continuamente se forman aberturas kilométricas en el
hielo que después se cierran en poco tiempo.
Creo que vale la pena destacar, a continuación, otro caso
de noticia periodística también poco recomendable para
los que gustan de informaciones ciertas. Como fotografía
del deshielo en el Ártico, una buena cantidad de medios
llegaron a publicar en su momento una fotografía de
satélite en la que aparece un mar, por decirlo de alguna
manera, que presupuestamente está libre de hielo (dado
el titular que sugiere un deshielo alarmante del Ártico).
¡Resulta que hojeando un atlas puede darse cuenta uno,
fi jándose un poco, de que lo más septentrional de la
fotografía no abarca más allá del extremo norte de la
Bahía de Hudson (en Canadá)! Aquí se trata de un caso
de venta de gato por liebre, dado que el extremo norte de
la Bahía de Hudson está al sur del Círculo Polar Ártico
(concretamente a unos 65º Latitud Norte) mientras que el
extremo sur del Océano Ártico está a 80º Latitud Norte
(aproximadamente la misma latitud que la del extremo
norte de las islas Svalbarg). Estos datos conllevan que
entre el Océano Ártico y la inmensa Bahía de Hudson
hay unos 1 500 kilómetros de distancia.
Volviendo a Google Earth, esta aplicación informática
permite conocer detalladamente la evolución de dos
glaciares destacables de Groenlandia situados en
torno del centro de la mitad sur de su costa este: el
glaciar Kangerdlugssuaq y el glaciar Helheim. Con
las fotografías implicadas en Google Earth es posible
vislumbrar directamente que en las últimas décadas
han ido retrocediendo en más de tres kilómetros sendos
límites entre la parte de hielo compacto y el hielo
fragmentado (que está mezclado con agua líquida) por
infl uencia térmica del océano en el que ambos glaciares
desembocan.
En lo que respecta al Océano Ártico propiamente, los
análisis de las fotografías de satélite de la última década
constatan disminución de su masa gélida, pero no de
manera completamente progresiva (de 2007 a 2008 hubo
un aumento de hielo estival debido a que el invierno
2007-2008 fue especialmente frío). Precisamente, en
verano-2007 se produjo el máximo deshielo en el Ártico
desde que llegan noticias del mismo. Y, de hecho, se ha
remarcado que ello provocó en Europa Occidental, un
verano de 2007 de los más fríos que se recuerdan en dicha
zona (por mi parte, recuerdo que en pleno agosto-2007
estuve a punto de activar la calefacción de mi domicilio),
considerándose que el agua fría producto del deshielo
ártico se difundió hacia zonas más meridionales como
son las costas de Europa Occidental.
La fotografía de satélite (o mejor dicho, el mosaico de
fotografías de satélite) más espectacular que he encontrado
sobre el deshielo en el Ártico es una de la Agencia
Espacial Europea (ESA). Dicha fotografía apareció en
varios periódicos con dos líneas dibujadas sobre ella,
presumiblemente para permitir apreciar claramente dos
pasos navegables (aunque uno de naturaleza abrupta)
Ahora con Google Earth se puede ver directamente la reciente
história de los hielos árticos y la variación de su extensión a
lo largo de varios años (NASA / Google Earth)
(3) El fi lósofo Jesús Mosterín ha ido utilizando el término “humán” en
lugar de “humano”, evitando así darle género masculino a algo que
de hecho engloba los dos géneros.
(4) Ver el prólogo de La Sabiduría de Occidente, de Bertrand Russell;
o ver también, como complemento al mismo, la entrevista de
Javier Sampedro a Jesús Mosterín bajo el título La apuesta por
el individuo
, aparecida en 2006 en El País.com, sobre la obra de
Mosterín La apuesta por el individuo.
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58
surgidos simultáneamente en el verano de 2007. Cuando
surgieron, estos dos pasos permitían la comunicación
náutica directa entre el Atlántico Norte y el Pacífi co
Norte sin necesidad de pasar por el Canal de Panamá. Por
lo visto, en tiempos históricos jamás había pasado que
se pudiera navegar directamente de Europa a Japón por
dos vías simultáneamente abiertas. Ahora bien, en dicho
mosaico fotográfi co queda un espacio consistente en un
círculo regular con el Polo Norte como centro geométrico,
presumiblemente por considerarse innecesario incluir
fotografías de la zona inmediatamente circundante del
Polo Norte; pero al menos un medio dio pie a pensar que
dicho círculo corresponde a una gigantesca zona interior
de mar liberado de hielos.
Se sabe que hasta la década de 1971 desplazarse en pleno
verano en trineo por esa zona era asunto delicado, porque
en muchos lugares podía romperse súbitamente el hielo
sustentador a causa de la carga asociada al transporte
en trineo, pero ahora los análisis de las fotografías
de satélite confi rman que el grosor del hielo ártico ha
disminuido todavía más, con lo que cabe esperar que los
viajes estivales en trineo hoy en día sean asunto mucho
más arriesgado que hace cuatro décadas.
Otro tanto incluso más imponente ocurre con los glaciares
e hielos fl otantes de la zona antártica, como se concluye
sometiendo a análisis concienzudo las fotografías de
satélite de los mismos, aunque sin apenas necesidad de
recurrir a teorías preestablecidas. Estas fotografías de la
zona ártica y de la antártica son la base del argumento
más directo de que efectivamente hay cambio climático.
El candidato más a mano a ser causa de este cambio
climático es precisamente el dióxido de carbono de las
emisiones antropogénicas.
En la primera parte de este ensayo se desarrolla un
argumento a favor de conjuntar en lo posible, por así
decirlo, las posturas científi cas más cercanas a la tesis
antropogénica del cambio climático con las alejadas de
la misma. Se argumenta que desde un punto de vista
epistemológico tan grave es obviar sin más los posibles
efectos del dióxido de carbono antropogénico como obviar
otros factores físicamente presentes, aparte de que obviar
estos últimos conllevaría dejar de lado conocimientos
necesarios para afrontar adecuadamente los posibles
problemas que conlleve el cambio climático.
La segunda parte del ensayo es resultado de intentar
profundizar sobre los problemas teoréticos implicados
en la problemática de predecir el futuro de la biosfera.
SOBRE LO INOBVIABLE ACERCA DEL
CAMBIO CLIMÁTICO
De entrada, rechazar sin más la hipótesis antropogénica
del cambio climático atenta implícitamente, pero
directamente, contra principios fundamentales propios de
escépticos. Estos principios son de carácter epistemológico
que están encerrados, a su vez, en dos principios físicos
plenamente vinculados a la problemática del cambio
climático. Estos principios físicos son los siguientes: el
principio de conservación de la energía y el principio
de conservación de la materia
(que actualmente
tiene un dominio restringido a la química y a la física
newtoniana).
El principio de conservación de la energía
(5)
sale a
colación principalmente por el fenómeno denominado
efecto invernadero
. Como es sabido, este efecto
se produce para la biosfera principalmente por la
presencia en la Atmósfera de dióxido de carbono
(CO
2
), clorofl uorocarbonos (CFC) y metano (CH
4
). En
principio ha de estar claro que si se va incrementando la
energía de procedencia solar que no retorna al Espacio,
necesariamente ha de cumplirse que vaya aumentando
la energía de la biosfera. Esta energía, a su vez, ha de
Fotografía de la Agencia Espacial Europea del Océano
Ártico, y lo que lo circunda, aparecida en varios medios en
verano-2007, con dos líneas dibujadas para señalar los
dos canales náuticamente transitables que se formaron
simultáneamente entonces (ver, por ejemplo, El PAÍS.com por
el título El calentamiento global hace navegable el remoto
Paso del Noroeste en el Ártico
, del 15-IX-2007). Esta fotografía
apareció otra vez, pero sin líneas dibujadas, en El País del 28-
VIII-2008, bajo el título El deshielo preocupante del Océano
Ártico
. (ESA)
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el escéptico
59
manifestarse o en incremento de energía mecánica
(incremento de torbellinos en forma de huracanes,
tempestades varias, procesos convectivos, etc.) o en
incremento de energía térmica (aumento de la temperatura
climática) o energía interna (aumento de masa vegetal,
seres vivos, detritus orgánico, etc.). Sin embargo, el
papel del principio de conservación de la energía va más
allá de ser una ley para predecir.
La trascendencia del
principio de conservación
de la energía (o primer principio)
No hay que olvidar que se ha dado el caso, a lo largo de
la historia de la física, de que se ha preferido postular
nuevas partículas
(6)
, cuya existencia no había sido
detectada previamente, antes de rechazar el principio
de conservación de la energía
: se trata de un principio
blindado al máximo. El contenido de fondo del principio
de conservación de la energía
es de carácter epistémico-
metafísico (entiéndase aquí “metafísico” en su acepción
puramente racional).
Para vislumbrar la importancia epistemológica del
principio de conservación de la energía, considérese
de entrada que es también equivalente al principio de
imposibilidad del móvil perpetuo de 1ª especie
(7)
. Esto
es, si no se cumpliera dicho principio de conservación,
las cosas podrían como autoimpulsarse sin causa
empíricamente identifi cable. De esto se saca que si no
se cumpliera el mismo, no habría esperanza de construir
un cuerpo empírico de conocimientos que pudiera
considerarse con un mínimo de solidez, y libre de
entidades espirituales de carácter puramente arbitrario;
así, su importancia es fundamental para el que se interese
por un conocimiento corroborable de la Naturaleza.
Lo inobviable considerando el
primer
principio
Con todo esto en mente, ¿no resulta grave que alguien
acepte el incremento del efecto invernadero y, no obstan-
te, rechace sin más la hipótesis del origen antropogénico
del cambio climático? Al hacer algo así, no está sólo lle-
vando la contraria a unos cuantos iluminados que predi-
can el amor a ultranza a la madre tierra, está también ne-
gando, seguramente sin saberlo, la misma posibilidad de
hacer ciencia fi able. Así, cuando alguien acepta el efecto
invernadero no puede quedarse con decir que no se pue-
de aceptar lo que dicen los iluminados de fl or en mano,
esto es, ha de examinar seriamente, y cuantitativamente,
cómo la energía que aumenta en la biosfera se distribuye
por la misma, si no quiere ser comparado con los mismos
que critica. Admito personalmente que yo mismo, hace
tiempo, caí en el despropósito de casi acariciar el menos-
precio a la hipótesis antropogénica del cambio climático
por no aceptar iluminados y no ser capaz, por entonces,
de reaccionar con algo de criterio ante la gigantesca y
deslumbrante biosfera terrestre. Como réplica a esta ac-
titud mía de antaño, me comentó un escéptico de pro, en
cierta ocasión, que yo podía ser considerado como los
que insisten en negar que realmente el Hombre llegó a
la Luna.
Ahora bien, tan grave es aceptar pero obviar el incremen-
to del efecto invernadero como dejar de lado sin más la
infl uencia energética de los ciclos astronómicos implica-
dos en el movimiento del Sol en torno al centro de masas
del Sistema Solar, que están directamente asociados a la
actividad eruptiva solar, la cual, a su vez, infl uye en la
atmósfera terrestre. Estos procesos también pueden in-
fl uir en la evolución del aporte energético a la biosfera
terrestre; éstos corresponden, al parecer
(8)
, a diferentes
ciclos de variaciones de temperatura terrestre, de incluso
en torno a 3 ºC, manifestados en diferentes períodos de la
cronología de la Tierra (parte de los cuales están inclui-
dos en el período histórico propiamente dicho), y a fenó-
menos recurrentes violentos como el de El Niño, que de
hecho no se repiten al mismo ritmo en que la Tierra se
mueve alrededor del Sol.
Igualmente grave sería dejar de lado sin más el hecho
de que las emisiones antropogénicas de polvo y humo
acaban tamizando la luz del Sol, proyectando una especie
de penumbra en la biosfera, o que los volcanes emiten
también dióxido de sulfuro (SO
2
), el cual, al combinarse
con el oxígeno (O
2
) estratosférico en presencia de vapor
de agua o gotitas de agua, forma ácido sulfúrico (H
2
SO
4
)
(5) El principio de conservación de la energía se puede reconsiderar
como un principio de simetría en el tiempo de las leyes físicas
(teorema de Noether).
(6) Al respecto véase el importante caso de la accidentada y dramática
historia del descubrimiento de los neutrinos (por ejemplo, en
lo referente a los neutrinos electrónicos, ver la obra de Asimov
Nueva guía de la ciencia), los cuales, después de ser postulados
teóricamente, fueron fi nalmente detectados experimentalmente.
Los neutrinos son partículas fundamentales (o elementales) sin
carga eléctrica y masa extremadamente pequeña (no más de
unas 200 000 veces más pequeña que la del electrón), de las que
existen al menos tres especies: los electrónicos, los muónicos y
los tauónicos.
(7) Para considerar detalles fi losófi cos de dicho principio ver, por
ejemplo, En torno a la génesis de la concepción pseudocientífi ca
de energía
(1ª parte), publicado con el número 20 de El Escéptico.
(8) Al respecto está el llamativo artículo El cambio climático ¿origen
natural o antrópico?, publicado con el número 18 de la revista El
Escéptico.
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el escéptico
60
bien, en base a la teoría de los orbitales cuánticos
moleculares, la cual da una idea en principio fi able de
los espectros de absorción de las moléculas de los gases
de efecto invernadero (espectro de absorción que incluye
la frecuencia correspondiente a la radiación infrarroja).
Esto es, se aprehende el efecto invernadero sin salirse
del ámbito en que los átomos puedan considerarse
imperturbables (excepto por alguna ganancia o pérdida
de electrones) y que se enlazan entre sí por medio de
sus respectivos electrones caracterizados por una serie
de números cuánticos. Ello conlleva, a su vez, aceptar
como válido el principio de conservación de la materia.
Así, si se asume la posibilidad de incremento de efecto
invernadero reconociendo los gases que lo producen
como formados por moléculas en los términos indicados
en el párrafo anterior, entonces se está asumiendo
implícitamente el principio de conservación de la
materia
. Dado esto, no cabe esperar que los átomos de
estos gases de efecto invernadero vayan a desaparecer
de manera arbitraria después de haber sido emitidos (si
en un punto de una habitación hay una pipa encendida,
la habitación se llenará tarde o temprano de humo, a
no ser que haya para el mismo vías de escape, fi ltros o
motivos para precipitar). No obstante, se puede asumir
inconscientemente dicho principio como algo sólo para
establecer predicciones sin reconocer la transcendencia de
fondo que hay en el mismo. Y resulta que este principio
también encierra claves epistémico-metafísicas que no
pueden ser ignoradas por un escéptico, a pesar de que
este principio sea más débil
(9)
que el de la conservación
de la energía. Para entender tales claves hay que elevar
incidentalmente el grado abstractivo del discurso.
Lo trascendental en relación al
principio de
conservación de la cantidad de materia
En principio es deseable que haya un substrato invariable
en los cambios cuya consideración además permita
explicarlos de manera inteligible, pues, de lo contrario, el
establecimiento y explicación de proposiciones científi cas
con sentido se complica
(10)
, sobre todo si se ha tomado
como pilar que las cosas y los hechos que nuestra mente
identifi ca como externos son efectivamente preexistentes
a nuestra propia mente. Si en química, por ejemplo,
no se cumpliera que hay un substrato imperturbable
(el constituido por los diferentes tipos de átomo de la
tabla periódica), no podría tener sentido intentar diseñar
preexperimentalmente nuevos productos químicos
con características predeterminadas por algún motivo
en concreto. Pasando de esta afi rmación a un grado de
mayor abstracción, queda, en defi nitiva, que si no
hay garantía de que hay un substrato imperturbable
inteligible en la Naturaleza, no hay garantía de que no
sea infi nito el número de experimentos necesarios para
establecer un conocimiento con sentido del Mundo.
Con el atomismo científi co (siglo XIX), heredero del
metafísico de los griegos Léukippos y Demókritos, se
pensó en ciencia que el deseable sustrato imperturbable
en los cambios fi sicoquímicos debería consistir en
partículas materiales indestructibles cada una con unas
determinadas características físicas fi jas invariables
(es decir, partículas físicas para las que no puede haber
cambio entitativo). Si se emplea un lenguaje cuantitativo,
esta idea implica el principio de conservación de la
cantidad de materia
.
Para no caer en la falacia del consecuente, hay que
considerar que el enunciado del principio de conservación
de la materia
no implica necesariamente la existencia de
partículas últimas inmutables, pero de hecho se llegó
a dicho principio a partir de postular la existencia de
dichas partículas. Es decir, si no se considera de entrada
si hay o no substrato inmutable, el enunciado de dicho
principio sólo se hubiera podido plantear de manera
incidental, como ley empírica en principio restringida a
un determinado contexto.
De hecho, la comunidad científi ca llegó a asumir que tenía
que haber una serie de partículas últimas imperturbables,
con unas determinadas características, que compondrían
todo sistema identifi cable físicamente. Sin embargo,
esta idea está actualmente en crisis
(11)
, y señal de que
en suspensión que tamiza la luz del Sol. Estos hechos hay
que considerarlos a la hora de establecer el incremento
neto de la energía que se introduce en la biosfera.
Ahora bien, un escéptico puede pensar lo siguiente:
si lo del incremento del efecto invernadero se obvia
porque puede que no sea más que un bulo de tantos,
uno no acaba autotraicionándose. De acuerdo, ¿pero qué
hay entonces con el incuestionable hecho de que hay
continuas emisiones antropogénicas de gases de efecto
invernadero? Si se acepta esto último (¿quién no puede
aceptarlo?), se ha de vislumbrar que la explicación de la
absorción de radiación infrarroja por parte del dióxido de
carbono, el metano, y otros gases, se explica, en principio
Tan grave es obviar el efecto invernadero
como dejar de lado sin más la actividad
eruptiva solar, la cual, a su vez, infl uye en la
atmósfera terrestre”.
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el escéptico
61
esta crisis es de carácter trascendental es la expectación,
acompañada de profunda consternación, motivada por
el hecho de que la larga cadena de descubrimientos de
partículas llamadas elementales no parece tener fi n (como
queda patente con el conjunto de experimentos realizados
en los aceleradores de partículas), por no hablar de las
difi cultades matemáticas que surgen al considerarlas en
el marco de la teoría cuántica de campos. Así, en lo que
respecta a física fundamental, hace tiempo que muchos
teoréticos, entre ellos Mario Bunge
(12)
, han pensado en
buscar substituto a la serie de las llamadas partículas
elementales. Y, en cualquier caso, si se encontrara otro
contexto para solucionar el problema de establecer una
teoría física cuyo sentido esté garantizado (que podría
ser el de la teoría de cuerdas), en este contexto debería
cumplirse un replanteado principio de conservación de
la cantidad de materia
de cara al mismo.
Lo inobviable en relación al
principio de
conservación de la cantidad de materia
Hasta aquí se ha intentado resaltar, con cierto detalle, lo
trascendental de lo implícito que está en juego, desde un
punto de vista epistemológico (y, por tanto, de máxima
importancia, para un escéptico) cuando uno asume que
hay emisiones de gases invernadero a causa de la actividad
socioeconómica de los Homo sapiens sapiens. Así, en
defi nitiva, debería quedar claro que, asumido el hecho, se
ha de preocupar uno con suma seriedad por establecer el
incremento en la Atmósfera de dichos gases. Ahora bien, de
la misma manera que se acepta el hecho de las emisiones
antropogénicas de gases de efecto invernadero también
se ha de aceptar otras presencias, tanto de emisores como
de sumideros de dichos gases —tan grave es obviar las
emisiones antropogénicas de dichos gases como obviar
la presencia de sumideros o fuentes (antropogénicas o
no) en lo que respecta a los mismos—. Ya en la edición
norteamericana de 1984 de Nueva guía de la ciencia (de
Isaac Asimov) quedaba resaltado que los volcanes, sin
olvidar otras aberturas de acceso al interior de la Tierra, han
ido descargando grandes cantidades de dióxido de carbono,
desde hace miles de millones de años, algo que ha ido sido
neutralizado por varias vías (so pena de acabar como el
planeta Venus). De éstas, la que siempre estuvo presente es
la acción de las rocas con mineral de silicato de calcio o
wollastonita (CaSiO
3
- Ca
3
[Si
3
O
9
]) no desgastadas (vírgenes)
que afl oran por la actividad geológica de la Tierra (las rocas
vírgenes con wollastonita absorben dióxido de carbono
en entornos húmedos, formándose entonces caliza
(13)
);
(9) A partir del momento en que Einstein concluyó la posibilidad de
transformación de materia en energía, la aplicación del principio de
conservación de la materia ha ido quedando, cada vez más, restringida
al ámbito newtoniano y a la química.
(10) Al respecto está la proposición 2.0211 del Tractatus lógico-philophicus,
de Wittgenstein: «Si el mundo no tuviera substancia alguna, el que una
proposición tuviera sentido dependería de que otra proposición fuera
verdadera».
(11) Actualmente, las llamadas partículas elementales se dividen en tres
grupos principales: leptones, quarks y mediadores; no obstante,
resulta que pueden variar de masa, aniquilarse y transformarse
unas en otras. Se trata de un atomismo realmente muy relativo, del
que estarían muy consternados tanto Dalton como sus sucesores y
antecesores atomistas.
(12) Según Jesús Mosterín, Mario Bunge le declaró lo siguiente (ver edición
de 1987 de Conceptos y teorías en la ciencia, de Jesús Mosterín): «la
física de campos refutó el atomismo, aunque no las hipótesis atómicas
(físicas y químicas). Las “partículas” cuánticas no son partículas de
estilo clásico, sino zonas de campos de densidad muy grande». De
esta declaración se infi ere que Mario Bunge es partidario de colocar
el concepto de campo como el correspondiente al de substancia
primordial en física. La última propuesta en relación a este problema
viene con la teoría de cuerdas. En la teoría de cuerdas las partículas
fundamentales son objetos que vibran como cuerdas, de manera
que a cada modo de vibración le corresponde una de las partículas
elementales del grupo de los leptones, quarks y mediadores, o incluso
otra partícula por descubrir aún. No obstante, de momento todo
parece indicar que con los propios conceptos de la teoría de cuerdas
no es posible siquiera diseñar un experimento para detectarlas (¿Es
una pseudoteoría la teoría de cuerdas?).
(13) Las rocas calizas son uno de los grupos sedimentarios más abundantes
de la corteza terrestre. Están formadas por dos variedades de
cristalización del carbonato de calcio (CaCO
3
), que son la calcita (el
constituyente principal de la caliza) y el aragonito, además de estar
presente la dolomita (MgCO
3
). El carbonato de calcio presente en las
calizas se produce por la combinación de iones Ca
2+
procedentes de la
wollastonita con iones HCO
3-
procedentes de la combinación de dióxido
de carbono con agua (H
2
O) del entorno húmedo, materializándose el
proceso esquematizado con la siguiente ecuación química: Ca
2+
+ 2
(HCO
3−
) = CaCO
3
+ H
2
O + CO
2
. Aunque en el segundo miembro de la
ecuación química se presente un término de dióxido de carbono, en el
proceso se absorbe fi nalmente gas de dióxido de carbono. Fijarse que
en el primer miembro hay dos carbonos y seis oxígenos mientras
que en el segundo miembro una sola molécula CO
2
. Esto implica
que la mitad de los carbonos del dióxido de carbono del entorno
húmedo quedan en las moléculas del carbonato de calcio que se
produce, así como la mitad de los oxígenos, en consonancia con el
principio de conservación de la cantidad de materia. Es importante
señalar que el carbonato de calcio puede derivar en bicarbonato
de calcio [Ca(HCO
3
)
2
] si disuelto en agua es sometido a una
“inyección” de dióxido de carbono.
Imagen de uno de los detectores de partículas con masa del
Gran Colisionador de Hadrones del CERN. (CERN)
background image
el escéptico
62
las principales del resto de vías son la acción neta de la
propia vegetación terrestre
(14)
y la acción de las algas
marinas. Por otra parte, es igualmente grave obviar las
emisiones de metano procedente de las plantas, de hielos
polares y grandes herbívoros en su actividad metabólica
(y este último factor está íntimamente relacionado con la
producción alimenticia de la población de humanes).
En lo que respecta al dióxido de carbono neto presente
en la Atmósfera, la opinión más extendida entre los
científi cos dedicados al tema es que realmente aumenta.
Un clásico entre las gráfi cas que constatan un aumento de
la concentración de dióxido de carbono en la Atmósfera
es la ofrecida por el observatorio Mauna Loa
(15)
, en la isla
volcánica Hawai. En este gráfi co se observa un aumento
casi lineal de la concentración de dióxido de carbono
desde 1955, año en que empezaron las observaciones
en el observatorio Mauna Loa. Ahora bien, los gráfi cos
siempre se han de interpretar, y yo me pregunto si se
ha considerado sufi cientemente el tiempo que tarda en
difundirse por todo el planeta el dióxido de carbono
emitido por los volcanes activos de la zona donde está el
observatorio Mauna Loa.
LA PROBLEMÁTICA TEORÉTICA
EN LA PREDICCIÓN DEL FUTURO
DE LA BIOSFERA
El primer escollo que se señala normalmente para la
predicción del futuro de la biosfera es que la misma
Atmósfera es caótica, es decir, impredecible con detalle
más allá de un cierto tiempo (concretamente, no es posible
predecir con precisión más allá de en torno a tres semanas
el tiempo meteorológico en un sitio determinado).
Por otra parte, también se ha llegado a afi rmar que
los ecosistemas, a pesar de presentar un alto grado de
estabilidad en la mayoría de las circunstancias actuales,
pueden ir hacia el caos por cambios aparentemente
insignifi cantes en el clima.
Así, queda manifi esto en cierta medida que la teoría del
caos no puede obviarse en lo que respecta a la predicción
del futuro de la biosfera. Pero la importancia de la teoría
del Caos también es teorética, en lo que respecta a los
retos que plantea el estudio de los sistemas base de los
ecosistemas y de los seres vivos.
Para estudiar la biosfera está la biología como ciencia
más directamente implicada, con conceptos autónomos
a los de la física y la química (los biólogos van a lo que
van, y utilizan conceptos como el de célula o especie,
por ejemplo, que no aparecen ni en física ni en química,
aunque no por ello dejan de lado estas ciencias cuando
les ven aplicación para sus intereses cognitivos). No
obstante, el problema de la biología es que con sus
conceptos propios todavía no es una ciencia predictiva en
grado sufi ciente como para decir algo exhaustivo sobre
lo que puede pasar en la biosfera en el futuro (habiendo
indicios de que nunca lo será defi nitivamente); por otra
parte, la física y la química, a pesar de ser ciencias cuya
potencia predictiva no admite parangón hasta ahora,
tradicionalmente ha ido siendo un problema abierto la
manera de conseguir que constituyan un fundamento
sólido de la biología, al menos desde un punto de vista
positivista lógico. O dicho de otra manera, para llegar
a la biología desde la física y la química hace falta
incluir algo más allá de lo que representa en sí el tipo de
aparato deductivo clásico basado en principios y en unos
conceptos de los que a su vez se derivan otros a través de
defi niciones lógico-matemáticas clásicas.
En las últimas décadas se ha vislumbrado que esta
situación podría dar un vuelco importante con el
surgimiento relativamente reciente de la disciplina
denominada con el término «teoría de la complejidad»
(en la que está implicada la teoría del Caos) o «teoría de
los sistemas complejos». Entre los que modernamente se
han propuesto avanzar en el tema de reducir la biología a
física y química, una de las referencias principales, si no
la principal, es la obra de Haken y su allegado científi co
Wunderlin (ambos alemanes). Estos han desarrollado
una disciplina bautizada con el nombre «sinergética»,
que agrupa bajo una misma perspectiva sistemas físicos,
químicos, biológicos, socioeconómicos, etc. No obstante,
no han faltado pensadores
(16)
que explícitamente
o implícitamente han insinuado inequívocamente
que son insufi cientes las aportaciones de la teoría
de la complejidad, en especial en lo referente a los
ecosistemas y a los seres vivos. La sinergética se
basa en ideas ontológicas frente a las cuales hay críticas
tanto en lo que respecta a ellas mismas como en lo que
respecta a cómo se han desarrollado, sin que por ello
no sean destacables las importantes aportaciones de la
misma para la reducción de la biología a la física y la
química.
Lovelock destaca en su obra La venganza de la Tierra
(17)
que la teoría de la complejidad no ha logrado en defi nitiva
explicar la evolución de la biosfera, destacándose
entonces la necesidad de recurrir a ideas heurísticas como
la de Gaia. Esta situación mantiene ciertos paralelismos
notables con las difi cultades que los científi cos de
diversos ámbitos (físicos, químicos, biólogos, etc.)
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el escéptico
63
tienen en la novela Solaris, de Stanislav Lem (editada
por primera vez en 1961), la novela en la que el principal
protagonista es precisamente un planeta viviente.
Otro elemento surgido estas últimas décadas, que también
ha entrado con fuerza en lo que atañe al problema de
la reducción de la biología a física y la química, es la
aplicación del concepto de entrelazamiento cuántico
para, sobre todo, el estudio de la conciencia. No obstante,
es puramente teorética la importancia de este asunto en
el contexto de este ensayo.
Teoría del Caos y predicción en lo concerniente
a la biosfera
Según estimaciones realizadas, por las emisiones
antropogénicas de CO
2
desde 1900 debería haber habido
un constante aumento de temperatura climática desde
entonces, pero está constatado que entre la década de
1941 y la de 1971 hubo, no obstante, una bajada de las
temperaturas. Se explica que la causa de esto han sido
precisamente las emisiones industriales de polvo y
humo. Esto es indicativo de que hay que hilar muy fi no
y necesariamente recurrir al empleo sistemático de un
lenguaje cuantitativo que permita el cálculo del balance
neto de los factores diversos contrapuestos unos con
otros. De hecho, parece ser que para fi nales del siglo XXI
el efecto neto sería de un incremento de la temperatura
climática de superfi cie, respecto a la de 1999, de un
mínimo de 1,8 ºC y un máximo 4 ºC, dependiendo el
valor defi nitivo de incremento de la futura evolución
tecnoeconómica y demográfi ca de la población mundial
(ver el último informe hasta ahora del IPCC
(18)
, de
2007). Esto implica que podría esperarse un incremento
de en torno a 2 ºC para mediados del siglo XXI. Una
diferencia de 2 ºC puede ser fundamental (ejemplo: hay
una diferencia substancial entre agua a 0 ºC y agua a 2
ºC, si se trata de agua pura), aunque uno no note apenas
diferencia de sensación térmica entre 0 ºC y 2 ºC; no
obstante, a lo largo de un año puede haber hasta 50 ºC
o más entre la temperatura mínima y la máxima (en
la zona mediterránea es frecuente que anualmente las
temperaturas estén comprendidas entre los -2 ºC y +40
ºC), y esto parece abogar que una diferencia de 2 ºC no
es en principio algo para preocuparse signifi cativamente.
Así, las diferencias pueden ser importantes o no según la
perspectiva utilizada a la hora de considerarlas. Sea como
sea, con el advenimiento de la teoría del Caos (teoría con
importante desarrollo matemático cuya génesis está en
los estudios de Poincaré de dinámica clásica de sistemas
y los modelos de predicción meteorológica de Lorenz en
la década de 1961) se enquistó la idea de que cualquier
cambio climático por pequeño que sea puede ocasionar
cambios en la biosfera que producirían problemas serios
de adaptación para todo tipo de ser vivo, porque la
dinámica atmosférica es caótica y los ecosistemas son
susceptibles de sufrir transición al Caos.
La teoría del Caos ha sido considerada con motivo como
la tercera revolución epistemológica de la ciencia del
siglo XX, porque representa otro desafío al determinismo
científi co (aparte de la mecánica cuántica). Lo más
extendido de esta teoría es el paradigma del efecto
mariposa, algo que ha calado profundamente en el seno
de la cultura popular. No obstante, este mismo éxito
ha propiciado que no pocas veces haya dejado mucho
que desear la manera en que se ha considerado dicha
teoría. Como ejemplo de hasta qué punto se ha llegado
a deformar en ciertos casos la consideración de la teoría
del Caos, cabe señalar que no han faltado astrólogos que
han utilizado lo del efecto mariposa para justifi car
(19)
que una pequeña perturbación gravitatoria causada
por un planeta puede llegar a condicionar la vida de
una persona al nacer, ya que una pequeña perturbación
(14) Como es consabido, las plantas absorben dióxido de carbono por el
día y lo emiten por la noche; pero el resultado neto es que absorben
dióxido de carbono. Presumiblemente es por esto que la mayoría
de los textos publicados sobre el clima consideran sin más a las
plantas como sumideros de dióxido de carbono, sin entrar en el
tema de cuánto de dicha substancia presente en la Atmósfera
procede de las plantas.
Entrando en detalles, las plantas verdes, y en presencia de la luz,
son como recipientes donde se producen reacciones bioquímicas
que básicamente consisten en lo siguiente: absorción de moléculas
relativamente simples, como las de dióxido de carbono y las de
agua, y producción de moléculas más complejas del grupo de las
de los glúcidos pero de masa molar relativamente débil, que luego
se transforman en moléculas de masa molar mayor (almidón
[(C6H10O5)n], lípidos, etc.).
(15) Al respecto ver, por ejemplo, la obra Understanding Weather and
Climate, de Edward Aguado y James E. Burt. Es de destacar que la
obra indicada obvia que parte del dióxido de carbono atmosférico
va siendo absorbido por las rocas vírgenes. Esto podría afectar
a las interpretaciones que ofrece la obra en torno al tema de la
concentración de CO
2
en la Atmósfera.
(16) Entre estos pensadores cabe destacar a Lovelock (ver su obra La
venganza de la Tierra) y a Lawrence Sklar (ver su obra Physics
and Chance
(Philosophical issues in the foundations of statistical
mechanics)).
(17) Ver concretamente la página 52 de la edición española castellana
de La venganza de la Tierra., de James Lovelock
(18) Al respecto ver, por ejemplo, www.ipcc.ch/pdf/assessment-report/
ar4/syr/ar4_syr_sp.pdf
(19) Al respecto ver la obra Azar y Caos, de David Ruelle, y también La
feria de los ignorantes (o un día en Magic-1998), en El escéptico
digital
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el escéptico
64
gravitatoria efectivamente puede llegar a condicionar
la evolución atmosférica en un lugar determinado de
la biosfera. Es cierto que Marte, por ejemplo, puede
infl uir en la evolución atmosférica terrestre. Que esto
ocurra se debe precisamente a que la Atmósfera, como
sistema físico, es caótica, es decir, muy sensible a las
perturbaciones por insignifi cantes que sean; no obstante,
a su vez, esta sensibilidad a las perturbaciones da lugar a
la imposibilidad de predecir con detalle la evolución de la
Atmósfera, y esto último precisamente es una razón más
para establecer la imposibilidad de predecir la vida de
una persona a partir de cómo se confi guren los planetas,
algo que precisamente contraría el objetivo fundamental
de la astrología.
Está también, considerando la teoría del Caos, que hasta
hace poco más de un lustro fue disciplina «virgen»
de moda, ideal para individuos con idea de medrar
fulgurantemente (por temor a llegar a los cuarenta en
precario, dicho sea de paso). Esto ha ocasionado, tal y
como declaró en su momento David Ruelle
(20)
, que en
investigaciones que conllevan la teoría del Caos sea
necesario considerar la posible existencia de elementos
espurios establecidos sólo para impresionar a la galería.
El problema del denominado efecto mariposa hace
imposible de facto predecir con detalle la evolución de
un sistema más allá de un cierto período de tiempo, pero
esto no conlleva necesariamente que no pueda decirse
nada sobre la propia evolución del sistema. De hecho
es posible, no obstante, predecir el comportamiento
estadístico del sistema. Por ejemplo, cuando se tira una
moneda al aire no es posible determinar con seguridad
el resultado, pero es posible predecir, no obstante, que
bajo determinadas circunstancias existe un número n
(sin precisar) para el que seguro resultará que el recuento
de caras es igual al de cruces (probabilidad objetiva de
1/2 de salir cara y probabilidad objetiva de 1/2 de salir
cruz). De cada dinámica subyacente de un sistema es
posible determinar el comportamiento estadístico del
mismo, y si previamente es conocido el comportamiento
estadístico de un sistema, es posible descartar los sistemas
de ecuaciones dinámicas subyacentes que no pueden
corresponder al comportamiento del sistema dado.
Además, un sistema puede ser caótico pero no por
ello comportarse de manera que incumpla las leyes
fundamentales de la física, como la de la conservación
de la energía. Mientras un sistema caótico no reciba
más energía, sus posibles estados estarán acotados
dentro de unos límites fi jos. Dado que la Atmósfera es
caótica, con las pequeñas perturbaciones que siempre
han estado presentes tiempo sobrado ha habido para
que su caoticidad se haya desarrollado todo lo posible en
relación a la biosfera.
El problema fundamental está en que la energía de la
Atmósfera aumente lo sufi ciente como para llegar a
estados inaccesibles hasta ahora, que sí provoquen
transición al Caos en la biosfera o en una parte de sus
ecosistemas, de manera que no haya tiempo de que
especie viva alguna pueda reaccionar lo sufi ciente
para su supervivencia, o al menos se desestabilicen los
ecosistemas claves en donde se desarrolla la Civilización.
Esto es, puede darse el caso de ecosistemas claves regidos
por ecuaciones con al menos un parámetro que dependa
directamente de algún factor climático (como podría ser
la temperatura), de manera que una variación del valor
del mismo acabe convirtiéndolos en sistemas caóticos
(es decir, desestabilizados completamente).
El asunto de cómo aplicar la teoría del Caos está abierto a
discusión teorética, pero, en cualquier caso, hay hechos
del pasado que se diría ponen en tela de juicio la forma
en que no pocas veces se ha considerado la teoría del
Caos en lo que respecta a la biosfera: siglos atrás en la
historia ha habido aumentos de la temperatura climática,
en lo que concierne a determinadas zonas del planeta,
comparables a los que se supone que nos esperan en un
futuro no lejano, como el que permitió a los vikingos
el descubrimiento de Groenlandia y la península de El
Labrador, y no parece que pasara nada «espectacular»
por entonces, aparte de que en el sur de Inglaterra se
extendiera el cultivo de viña, más otras curiosidades
varias. Lovelock no comenta nada de esto en su libro
La venganza de la Tierra (La teoría de Gaia y el futuro
de la humanidad), lo cual es un motivo para levantar
relativas suspicacias respecto a su honestidad intelectual.
Es más, si nos fi jamos en el gráfi co de la evolución de
la temperatura climática en el Hemisferio Norte, que
aparece en la página 87 de la edición castellana española
(un gráfi co «palo de hockey») del libro, se puede observar
directamente que no hay referencia a años anteriores a
+1400, precisamente justo acabado el famoso período
cálido medieval y empezado la no menos famosa
pequeña edad de hielo, pudiendo entonces ser lícito
sospechar que el motivo de ello es mostrar un gráfi co
en el que no existan subidas de temperaturas si no es
hasta bien entrada la era industrial. Aparte está que si se
quiere extraer conclusiones sobre el futuro de la biosfera
a partir de un gráfi co de evolución de temperaturas, es
necesario hacer referencia a la temperatura climática
de todo el planeta, y no de un hemisferio en concreto
(como ocurre con dicho gráfi co). No obstante, estos
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el escéptico
65
calentamientos climáticos del pasado tampoco pueden
usarse a la ligera para desprestigiar defi nitivamente a los
que nos dicen, como Lovelock, que nos espera un futuro
poco halagüeño.
En la fase inmediatamente previa al dominio romano,
en lo que respecta a la cuenca atlántica europea, según
algunas fuentes
(21)
las temperaturas eran allí entre 2 ó 3
grados Celsius (según la zona) superiores a las actuales
en la misma área; mucho más se ha indagado sobre el
denominado período cálido medieval, transcurrido en los
siglos en torno al XI de nuestra era (hasta entrado el siglo
XIV), que en lo que respecta a prácticamente toda la
cuenca atlántica supuso temperaturas entre 1,5 ó 2 grados
Celsius (según la zona) superiores a las actuales; ahora
bien, también es cierto que estas temperatura más cálidas
estaban «compensadas» por las de la cuenca del Pacífi co
(que eran inferiores a las actuales en la misma zona),
de manera que la correspondiente temperatura global
climática del planeta difería por entonces relativamente
poco de la actual. Así, si bien estas noticias del pasado
son base para relativizar lo que importantes científi cos
como Lovelock y Hawking temen para fi nales del siglo
XXI, tampoco se puede disparar cohetes para anunciar
que puede continuar sin problemas la civilización de
la combustión. Al parecer, este entusiasmo de algunos
escépticos contra el alarmismo respecto al Cambio
Climático, ha llevado, como «contrapeso» excesivo,
a majaderías como la de decir, basándose en crónicas
confusas mal interpretadas, que en el siglo XV de nuestra
era una fl ota del Extremo Oriente atravesó sin problemas
el Océano Ártico, como manifestando que puede
deshelarse el Ártico sin más consecuencias que las del
hecho de que el Rin (o Rhein, en lengua alemana) ya no
se hiela como antaño; sin embargo, este asombroso viaje
contrasta brutalmente con que, precisamente en el siglo
XV, los vikingos groenlandeses quedaron prácticamente
aislados de Islandia y Noruega, dado que ni siquiera con
sus luengas naves como la drakkar podían navegar sin
grandes peligros, debido a que por entonces se desplazó
hacia el Sur, unos 6º de latitud, el límite meridional de
la zona de imponentes placas compactas de hielo típicas
de los mares polares (zona de banquisa), ocurriendo otro
tanto con el límite meridional de la zona de los hielos
fl otantes (situado más al sur que el límite de banquisa).
Los calentamientos climáticos del pasado histórico
a los que se ha hecho referencia no eran del todo
globales, por lo que en principio había más opciones
para que los animales afectados (principalmente
mamíferos, ya que éstos no pueden soportar de manera
continuada temperaturas superiores a los 40 ºC sin
tomar agua continuamente) pudieran migrar a zonas más
favorables. Por ejemplo, los feroces leones africanos de
la sabana actual muchas veces se encuentran al límite
a temperaturas de 40 ºC, por lo que una subida de la
temperatura climática global de un solo grado puede
suponer una situación muy delicada para ellos en épocas
de sequía; sin embargo, en torno al siglo XI de nuestra
era tuvieron la opción clara, presumiblemente, de
trasladarse hacia el sureste de África (las temperaturas
yendo hacia el sur de África disminuyen y en el Índico
del siglo XI la subida térmica fue en principio menor
que en la cuenca atlántica del mismo siglo). Por otra
parte, como comenta Lovelock
(22)
, el estado actual de
la vegetación, elemento casi imprescindible para aliviar
sequías, no tiene nada que ver con el de siglos atrás. En
efecto, en la Antigüedad, para sugerir la frondosidad de
los bosques de la Península Ibérica, se decía que una
ardilla podía saltar de árbol en árbol desde los Pirineos
hasta el Estrecho de Gibraltar, y los romanos encontraron
impracticable controlar el territorio más allá del Rin y el
Danubio, por el gigantesco y tupido laberinto de bosques
milenarios y pantanos que cubría toda Germania hasta
el mar Báltico por el Norte (de hecho, una expedición
estrictamente romana, por tierra, para recoger ámbar
(23)
en el Báltico, fue considerada una auténtica hazaña),
extendiéndose al Este de manera prácticamente infi nita
hacia los territorios de la actual Rusia, que en aquella
época estaba considerada como el territorio de los
muertos situado al otro lado del mitológico Estigia (que,
en la mitología de la Antigüedad, Caronte ayudaba a
atravesar con su barca).
Con toda la información histórica presentada ya,
considerando el problema del futuro de la biosfera bajo
la teoría del Caos, creo razonable concluir lo siguiente:
no cabe esperar, si se restringe a un continente un
determinado cambio climático, desestabilizaciones
(20)Ver la obra Azar y Caos, de David Ruelle.
(21) Ver, por ejemplo, lino.naranjosite.com/web1/doc/orquir2.pps
(22) Ver la obra La Venganza de la Tierra (La teoría de Gaia y el futuro de
la humanidad), de Lovelock
(23) Hay que aclarar que la palabra «ámbar» es polisémica; proviene
del árabe, lengua en que «ámbar» quiere decir «lo que fl ota en el
mar». El ámbar que apreciaban los romanos no es un detrito de
ballena (el ámbar gris), sino el mismo con el que Tales de Mileto
descubrió el primer fenómeno de la historia de la electricidad; este
ámbar es una resina vegetal fosilizada proveniente de restos de
coníferas (en Europa, principalmente Pinus succinifera), que en
el Báltico se encuentra con relativa facilidad fl otando en el mar.
El origen de la mencionada polisemia está en que fl otan tanto el
ámbar gris, el primero que se identifi có con la palabra «ámbar»,
como el ámbar de coníferas.
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el escéptico
66
alarmantes por una subida en el mismo, respecto a las
temperatura actuales, de entre 2 y 3 grados Celsius (por
falta de más elementos, no me atrevo a decir que sin
problemas puede aumentar más de tres grados Celsius la
temperatura en un continente en concreto). Ahora bien,
en base a la información introducida antes no es posible
decir que no habría desestabilización alarmante en caso
de subida a escala planetaria de la temperatura climática
de entre 2 y 3 grados Celsius.
Teoría del Caos y recurrencia en lo con-
cerniente a la biosfera
Seguidamente, se plantea ahora la necesidad de matizar
más la afi rmación de que la Atmósfera es caótica. Desde
nuestros días en la escuela sabemos que hay cierta
periodicidad anual en el tiempo meteorológico (de manera
que sabemos seguro que en agosto no nevará a nivel del
mar en latitudes medias). Esta periodicidad anual se
debe, como se sabe desde hace al menos 150 años, al
movimiento orbital periódico de la Tierra considerando
la inclinación de su eje de rotación respecto al plano de
la trayectoria de su movimiento en torno al Sol. Se trata
de una periodicidad de origen astronómico externo a la
biosfera. La importancia de esta afi rmación consiste en
que lo que ocurre en la biosfera no es sólo una cuestión
interna suya, es decir, que también hay que «mirar» al
espacio exterior. ¿Pero se limita a la periodicidad anual
del movimiento orbital de la Tierra la infl uencia del
espacio exterior en su clima?
A pesar de su dinámica subyacente caótica, la Atmósfera
es, empleando una expresión derivada de una presente
en la enciclopedia Wikipedia, erráticamente cíclica.
Erráticamente cíclico, o eso es lo que parece ser en
principio, también es el síndrome extremadamente
potente, desde el punto de vista meteorológico, de El
Niño (que en sus manifestaciones extremas se denomina
Mega-Niño), y también lo es la denominada oscilación
del Atlántico Norte
. Es clave, para contestar la pregunta
con la que fi naliza el anterior párrafo, contestar esta otra:
¿se debe la periodicidad de estos fenómenos a procesos
periódicos astronómicos en el espacio exterior, o bien se
deben a algo intrínseco de la dinámica subyacente de la
Atmósfera en su interacción con buena parte de la biosfera?
El sentido de la pregunta se fundamenta en buena parte en
el hecho de que todo sistema energéticamente cerrado ha
de cumplir, desde el punto de vista de la dinámica clásica,
el teorema de recurrencia de Poincaré. Según dicho
teorema, para todo sistema energéticamente aislado se ha
de cumplir, una vez iniciado un proceso en un estado E
del mismo, que vuelva un número potencialmente infi nito
de veces al mismo estado E o a unos muy próximos a él.
Así, cabe esperar teóricamente que el sistema atmósfera
terrestre-biosfera
presente fenómenos recurrentes
independientemente de la infl uencia energética solar,
con lo que en principio podría plantearse que fenómenos
“erráticamente” recurrentes como El Niño sean propios
de la atmósfera terrestre en el contexto de su interacción
con la biosfera. Si fuera así realmente, no cabría buscar
en el espacio exterior causas a los efectos que apuntan
a un acaecimiento efectivo de cambio climático. Sin
embargo, están las consideraciones del investigador
doctor Theodor Landscheidt. Según Landscheidt,
síndromes como El Niño tienen su origen en los ciclos
de erupciones solares que inyectan a la Atmósfera, en
determinadas circunstancias astronómicas, sufi ciente
energía como para producir las alteraciones atmosféricas
que se observan en el Hemisferio Sur y también en el
Norte, de tal manera que, en su opinión, poco tienen que
ver con los gases antropogénicos de efecto invernadero
los cambios que se están observando en el clima respecto
a décadas anteriores.
Para acabar de entender sufi cientemente el desarrollo de
las conclusiones fundamentales de Landscheidt
(24)
, es
necesario introducir nociones previas sobre la naturaleza
de estos síndromes climáticos y también sobre la
naturaleza del Sol. En lo que respecta a estos síndromes,
me centraré en El Niño, para no ser excesivamente
prolijo. El Niño es un fenómeno que no es anual y entre
la producción de uno y el siguiente al menos transcurren
cinco años, pudiendo ser superior a cinco años el espacio
temporal entre dos; debe su nombre a que cuando se inicia
lo hace precisamente en días de Navidad (o Natividad).
El Niño se produce a raíz de una súbita acumulación de
agua caliente que da lugar a una drástica disminución de
nutrientes fundamentales para el ecosistema marino (de
hecho, el calentamiento del agua provoca la marcha de
los peces a aguas más frías, con nutrientes) frente a las
costas peruanas, y además comporta una acumulación de
energía quizá no compensada con pérdida energética en
otras partes del planeta, a pesar de que dicho calentamiento
va acompañado siempre de relativo enfriamiento en las
aguas situadas entre Australia e Indonesia. Con el intenso
aumento de la temperatura del agua del mar frente a Perú
se acumula una cantidad de energía sufi ciente como
para producirse imponentes formaciones de nubes, que
descargan lluvias intensas combinadas con temporales
catastrófi cos en buena parte de Sudamérica.
Por otra parte, hay que considerar que el Sol es una
bola cuasiesférica de fl uido gaseoso, cuyo radio es más
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el escéptico
67
de cien veces superior al de la Tierra. Debe advertirse
que carece de superfi cie sólida. Hoy se sabe que el Sol
rota sobre un eje que tiene una inclinación máxima de
unos siete grados respecto del plano en el que orbita la
Tierra, y también se sabe que el Sol, en consonancia con
el hecho de que no es un sólido rígido, rota a velocidad
angular diferente según la latitud de su superfi cie; de
hecho, rota más rápido en el ecuador que en los polos,
de forma que, mientras en el ecuador tarda unos 26 días
en dar una vuelta completa, cerca de los polos tarda más
de 30 días.
La naturaleza fl uida del Sol comporta que cualquier
proceso de cambio brusco de aceleración positiva a
negativa (o viceversa), en su movimiento, conlleve
subcorrientes de material, de manera similar a lo que
le ocurre al agua contenida en un vaso si éste pasa de
aceleración positiva a negativa (o viceversa). Estas
subcorrientes de material solar pueden en principio
excitar energéticamente el campo magnético solar, al
actuar como espiras de corriente que crearían un campo
magnético añadido. A su vez, el propio campo magnético
solar desprendería esta energía añadida produciendo las
conocidas erupciones solares que conllevan aumento
de la radiación solar sobre la Tierra, ya sea de tipo
electromagnético o corpuscular.
Una forma de aproximarse al estudio del movimiento del
Sol es analizando la variación del vector de momento de
fuerza correspondiente al Sol, el cual acaba repitiendo
periódicamente su bastante complejo movimiento en torno
al centro de masas del Sistema Solar; para determinar
este momento de fuerza lo más cómodo es referirlo al
centro de masas del Sistema Solar
(25)
. Según lo dicho, y
en consonancia con Landscheidt, sería en los períodos de
cambio de positivo a negativo, o viceversa, del sentido
del momento de fuerza del Sol, cuando se producirían
las erupciones solares potencialmente más intensas e
infl uyentes sobre la atmósfera terrestre. Así, estudiando
la dinámica del movimiento orbital del Sol respecto al
centro de masas del Sistema Solar, la cual conlleva una
superposición de ciclos recurrentes en lo que respecta
al signo del vector de momento de fuerza del Sol, es
posible, según Landscheidt, determinar los períodos de
producción de fenómenos como El Niño u otros como
la oscilación del Atlántico Norte. Sin embargo, faltaría
un desarrollo más detallado de lo que dice Landscheidt
acerca de la dinámica de la producción de las erupciones
solares; esto ha llevado a que Landscheidt haya apoyado
buena parte de la justifi cación de sus tesis en estudios
de correlación estadística entre los datos de los ciclos
climáticos en cuestión y los valores de los momentos
de fuerza correspondientes al Sol. Este acudir a estudios
de correlación estadística, en vez de acabar de ahondar
lo sufi ciente en la dinámica solar (que, por cierto, es
de lo más compleja), lo ha hecho susceptible de ser
acusado de justifi car excesivamente sus tesis empleando
“maquillajes” de tipo estadístico, sobre todo por parte
de los que mantienen que el cambio climático está muy
poco relacionado con fenómenos astronómicos externos
a la biosfera. De entre los que opinan que efectivamente
dicha relación es insignifi cante están los científi cos del
IPCC; en cuanto a Lovelock, éste omite toda alusión a las
tesis de Landscheidt en su famoso libro La venganza de
la Tierra
: La teoría de Gaia y el futuro de la humanidad,
y está claro, por lo que omite, que sus tesis al respecto
son cercanas a las del IPCC.
¿Fundamentalmente quién yerra, Landscheidt o el IPCC
y allegados suyos al respecto? ¿O acaso yerran los dos?
Contestar estas preguntas es de importancia en lo que
respecta al tema del cambio climático, porque según lo
que haya que contestar habría que realizar matizaciones
profundas en la opinión más extendida, que precisamente
es la que está en consonancia con la manifestada por el
IPCC.
En mi opinión, los últimos avances en teoría de
los sistemas complejos podrían muy bien ayudar
substancialmente a contestar las preguntas acabadas de
presentar. Existe un informe exhaustivo y detallado
(26)
(un report) basado en 216 libros y artículos en torno a
los desarrollos y conclusiones acerca del establecimiento
de diferentes fórmulas para determinar de manera fi na el
grado de dependencia entre las variables de un sistema
del que se haya observado recurrencia en su evolución
dinámica, partiendo de las series de valores observados
en el tiempo de cada una de las variables sistémicas. En
el contexto de los valores observados para un sistema
(24) Al respecto ver detalles en, por ejemplo, Solar eruptions linked to
North Atlantic Oscillation, de Landscheidt.
(25) La suma completa de los respectivos momentos de fuerza
aplicados a los astros del Sistema Solar (Sol, planetas, asteroides,
etc.) ha de ser nula si se considera omitible la infl uencia de las
estrellas más próximas al Sol; ahora bien, esto no implica que sea
nulo el momento de fuerza resultante en cada astro considerado
por separado, que es lo que cabría pensar en caso de considerar
(como ocurre frecuentemente en textos de física básica) cada
astro orbitando en movimiento circular uniforme respecto al Sol
como referencia para la determinación del momento de fuerza y
como única infl uencia gravitatoria.
(26) Me refi ero a Recurrence plot for the analysis of complex sistems,
un report de la sección de revisiones de Physics Letters, escrito
por Norther Marwan, M. Carmen Romano, Marco Tihel y Jürgen
Kurths.
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el escéptico
68
complejo que presenta ostensiblemente recurrencia en el
tiempo, el grado de dependencia entre las variables se
puede establecer presumiblemente mejor que en los casos
sin recurrencia observada. Para determinar el grado de
dependencia entre variables, como mejor alternativa
a la función de correlación estadística clásica están
otras funciones estadísticas (o estadísticos), consideradas
en teoría de la complejidad, como la de información
mutua
(27)
, siempre y cuando se haya determinado
previamente, mediante métodos refi nados, la parte
de los valores que son puro ruido ajeno a la dinámica
subyacente del sistema.
En el caso paradigmático de El Niño, las variables a
considerar pueden ser las sujetas exclusivamente al
sistema atmósfera terrestre-biosfera o bien el conjunto
de variables más extenso del sistema formado por el
Sistema Solar y por el sistema atmósfera terrestre-
biosfera
(este último conjunto de variables incluirá a las
del sistema atmósfera terrestre-biosfera). En el primer
caso (el caso A) pueden aplicarse las fórmulas teóricas
para determinar el grado de dependencia entre variables
sistémicas partiendo de sendos valores obtenidos
experimentalmente, en lo que respecta a un sistema que
presenta recurrencia, y determinar así si el resultado
está en consonancia con lo deducible sobre dependencia
estadística entre las variables sistémicas partiendo de la
dinámica subyacente del sistema atmósfera terrestre-
biosfera
, que es una dinámica determinada por las
ecuaciones de Lorenz y las ecuaciones físico-químicas
cuyo origen está en la interacción entre la atmósfera
terrestre y el resto de la biosfera; para el segundo caso
(el B) se podría realizar algo similar, para vislumbrar
si hay consonancia entre la interdependencia entre
variables deducible de los valores experimentales de las
mismas (abarcando ahora todo el Sistema Solar con la
Tierra incluida) y lo que puede deducirse sobre lo mismo
a partir de todo lo sugerido hasta ahora acerca de la
dinámica del Sol y el Sistema Solar, conjuntamente con
las ecuaciones de Lorenz y las demás ya indicadas en
relación a la interacción entre la atmósfera terrestre y el
resto de la biosfera. Necesariamente, cabe esperar que en
uno de los dos casos, el A o el B, una consonancia de las
referidas sea mayor que la otra. Esto sería, bajo mi punto
de vista, un método factible para avanzar en el camino de
decidirse por fi n sobre la naturaleza de la infl uencia real
de los factores externos a la Tierra en su propio clima.
RECAPITULACIÓN
Para establecer con precisión lo que puede ocurrir
realmente con la biosfera se ha de aplicar el método
científi co. Aquí se considera el clásico planteamiento
del método científi co, el de Popper
(28)
, con el permiso
de Bunge, Lakatos, Achinstein y otros. En la línea de
Popper, lo principal del método científi co, desde un punto
de vista operativo, es plantear una hipótesis de tal manera
que con ella sea posible establecer una predicción
cuyo resultado sea contrastable cuantitativamente
(29)
con
resultados experimentales. Si lo que se predice con la
hipótesis no se corrobora experimentalmente, la hipótesis
ha de ser rechazada y cambiada por otra. Hay que fi jarse,
según lo acabado de decir, en que si el planteamiento
de la hipótesis no es susceptible de ser utilizado para
predecir resultados experimentales, dicho planteamiento
no puede ser considerado de carácter científi co.
Por otra parte, está el problema de que en la mayoría
de los casos no es practicable considerar todos los
factores que pueden infl uir en la predicción; pero,
afortunadamente, normalmente es posible descartar
factores cuya infl uencia no es signifi cativa. De esta
manera, a la hora de establecer predicciones nos vemos
obligados a realizar modelos en donde esté captado lo
imprescindible (o esencial) para poder realizar una
predicción que pueda estar en consonancia con lo que
pueda determinarse experimentalmente. Ahora bien, en
caso de predicciones para la biosfera, la determinación
de las variables a considerar como signifi cativas es algo
de por sí problemático; y también es problemático de
entrada que la Atmósfera, parte esencial de lo que hay que
considerar para determinar el futuro de la biosfera, es un
sistema caótico, aunque presentando recurrencias en su
evolución. Así, primero hay que determinar qué variables
del problema son signifi cativos, y en esto está de por
medio de manera importante el contenido del subapartado
Teoría del Caos y recurrencia en lo concerniente a la
biosfera
; además, dado que la Atmósfera presenta un tipo
de caoticidad y los ecosistemas pueden sufrir transición
al Caos incluso localmente, es imposible predecir de
manera detallada, para más allá de tres semanas, cada
uno de los valores de las variables del sistema atmósfera
terrestre-biosfera
; ahora bien, lo que sí se puede
El fenómeno de El Niño. (Archivo)
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el escéptico
69
predecir es el comportamiento estadístico en el futuro
del sistema atmósfera terrestre-biosfera. Sin embargo,
para corroborar una predicción sobre el comportamiento
estadístico de un sistema, es necesaria una serie «larga»
de recogida de datos experimentales que, en el caso del
sistema atmósfera terrestre-biosfera, conlleva uno de
los mayores retos con los que puede toparse la ciencia
experimental, dada la cantidad de variables a considerar
y la magnitud del sistema que hay que abordar. Esto, a
su vez, implica esperar un dilatado tiempo, que podría
abarcar varias décadas, para corroborar el modelo de
predicción correcto. Mientras pasa el tiempo al respecto
es posible que nos encontremos súbitamente con una
situación alarmante para la existencia de la propia vida,
recordando lo discutido en este ensayo sobre lo inobviable
en relación al tema del cambio climático, y dado lo que
ha ocurrido con planetas como Venus y Marte, donde
la concentración de CO
2
ha llegado a prácticamente la
máxima posible, y provocado macroefectos invernadero
que no permiten vida más allá de la microscópica (si es
que hay algo de eso en esos planetas). Así, es necesario
un principio de prudencia que consista en intentar
reducir en lo posible las emisiones antropogénicas de
gases de efecto invernadero (a cambio de potenciar la
energía nuclear con sus nuevos desarrollos en tecnología
de seguridad). Pero una vez determinada científi camente
la hipótesis correcta, se ha de actuar en consecuencia,
de manera que si resultara que las emisiones de CO
2
no
son tan graves como se ha llegado a afi rmar, no debería
practicarse una política de restricción de las mismas sólo
por una cuestión de puro odio vehemente a lo artifi cial.
Adviértase que el principio de prudencia introducido
anteriormente no es comparable, en concreto, al estólido
principio de prudencia propuesto hasta la saciedad
(incluso por ciertos consejeros de gobiernos españoles,
ya sean autonómicos o estatales) en relación a la telefonía
móvil. En el caso de la telefonía móvil está sufi cientemente
demostrado, gracias a la imponente corroboración de las
teorías sobre campos electromagnéticos (por acumulación
de experiencias con campos electromagnéticos) y de lo
sabido acerca del origen del cáncer y el funcionamiento
de los organismos vivos, que las radiaciones no ionizantes
asociadas a la telefonía móvil no comportan prácticamente
ningún peligro de efectos realmente graves (a no ser que
uno quiera exponerse a peligro de descargas eléctricas
tocando indebidamente antenas de alta potencia y cables
de alta tensión).
Por otra parte, no hay que dejar de analizar una opción, ya
planteada por ciertos autores, que de entrada puede hacer
innecesario esperar a conocer el futuro comportamiento
estadístico del sistema atmósfera terrestre-biosfera.
Ésta consiste en considerar e interpretar los sucesos
climáticos registrados del pasado. Analizar el pasado
de la biosfera para saber que nos depara el futuro es lo
que fundamentalmente plantea Lovelock en su famoso
libro ya citado aquí. Según Lovelock, las muestras de
aire atrapado en los hielos de Groenlandia y el Antártico,
de hasta hace un millón de años, son perfectamente
analizables para llegar a la conclusión de que hay una
correlación clara entre la concentración de dióxido
de carbono y la temperatura climática global. Según
Lovelock, los propios datos que constatan dicha
correlación corroboran que el ritmo de emisión actual
de gases de efecto invernadero muy bien puede haber
causado ya una situación irreversible de destrucción
literal de la biosfera. No obstante, en el susodicho libro no
se comenta nada en relación a la necesidad de considerar
los factores geoastronómicos en lo que respecta a la
interpretación exhaustiva de los registros del pasado. Me
refi ero a la variación periódica del perihelio terrestre (la
mínima distancia de la Tierra al Sol durante su movimiento
orbital respecto al Sol), que tiene un ciclo periódico de
21 310 años, y también a la precesión de los equinoccios
(la variación de la inclinación del eje de rotación terrestre
respecto al plano orbital), que tiene un ciclo periódico
de 25 780 años. Estos fenómenos geoastronómicos,
más otros más sutiles, tienen efectos perfectamente
demostrables sobre la “temperatura media” de la Tierra;
además, a mi entender quizá tampoco se puede obviar
los impactos en el pasado de grandes meteoritos (que
en su momento provocaron grandes concentraciones de
polvo en la Atmósfera, como el que produjo el cambio
climático que causó la extinción de los dinosaurios).
Estos comentarios sólo implican una parte de lo que se ha
de considerar respecto a la interpretación de los registros
del pasado. Así, desde un punto de vista epistemológico,
para realizar una reconstrucción correcta de los sucesos
del pasado resulta previamente necesario establecer un
modelo y, de manera análoga a lo que ocurre con la
predicción del futuro de la biosfera, la corroboración
del modelo no puede ser sino de tipo estadístico.
Además, en principio, puede ocurrir que un modelo para
reconstruir el pasado no sea el único posible que pueda
quedar en consonancia con el conjunto dado de registros
(27) Sobre el concepto de información mutua (también conocido por
información conjunta), véase por ejemplo Orden y caos en sistemas
complejos
, de Ricard Vicente Solé y Susanna C. Manrubia.
(28) En el artículo La ciencia (una visión personal), de Eloy Anguiano
Rey, aparecido en el nº 20 de El Escéptico, se presenta una
explicación de ideas sobre en qué consiste el método científi co
que son cercanas a las de Karl Popper.
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el escéptico
70
del pasado que fi nalmente se acumule; de hecho, sería
algo completamente accidental que la acumulación de
registros del pasado sea tan informativa, para un mismo
período de tiempo, como puede serlo una acumulación
futura de datos. Con lo considerado en este párrafo se
concluye que los análisis de los registros del pasado no
pueden ser en principio determinantes para predecir el
futuro de la biosfera, pero sí muy importantes para llegar
antes, que en caso de limitarse sólo a acumular datos de
la actualidad y del futuro más o menos próximo, a un
modelo defi nitivo para predecir el futuro. En todo caso,
el modelo que se construya para predecir el futuro ha de
ser también válido para reconstruir el pasado.
Con las refl exiones expuestas se intenta contribuir a verter
luz en el tema del cambio climático, cuya problemática no
sólo está originada en la cantidad de variables a considerar,
el tamaño del sistema a considerar y la dinámica
relativamente caótica implicada, por una parte, pues
está afectada de cuestiones epistemológicas implicadas
en la teoría del Caos, sin olvidar la problemática de la
reducción de conceptos biológicos a físico-químicos. El
tener que vérselas con este imponente mar de asuntos
daría lugar quizá a que no pocos investigadores se hayan
dejado conducir circunstancialmente, a falta de tener a
mano una metodología ya probada, por sus convicciones
ideológicas, o incluso morales, en lo que respecta a
escoger hipótesis sobre el cambio climático. Que hay mar
de confusión, respecto al cambio climático, parece estar
corroborado por no pocas políticas medioambientales y
de ahorro energético ensayadas, criticadas por Lovelock
(ajeno a toda sospecha de servir a las multinacionales
petroleras). Precisamente, España es uno de los países
donde más nefastas son las políticas en relación a la
energía y el medio ambiente, tanto desde un punto
de vista racional como propiamente económico. En
España se combina con poco criterio científi co, junto
con descontrol administrativo en lo que respecta a
vertidos de desechos, el antinuclearismo ecológico-
atávico, el potenciar energías renovables de efectos
colaterales indeseables (aerogeneradores en masa)
(30)
,
y estrategias de fi cticio ahorro energético
(31)
, dirigidas
a un público desinformado como por decisión propia.
De todas maneras, no puede olvidarse que el estado
español no ha escatimado esfuerzos en investigar sobre
aprovechamiento de fuentes de energías alternativas
(resulta que España es uno de los países de referencia en
tecnología de aprovechamiento de energía solar y energía
eólica). Por poner un ejemplo, resulta interesante señalar
el desarrollo en España (concretamente en Almería)
de sistemas generadores de energía eléctrica formados
fundamentalmente por espejos parabólicos, con motor
Stirling
(32)
acoplado, que respectivamente concentran los
rayos solares sobre el foco caliente del motor acoplado.
Los motores Stirling accionados con energía solar son
en principio, al menos teóricamente, más efi caces para
producir energía eléctrica que las más avanzadas células
fotovoltaicas.
Ahora bien, a pesar de los esfuerzos del gobierno español
en desarrollo de tecnologías de energías alternativas,
falta aclarar si su desprecio por la energía nuclear
es compensado sufi cientemente, desde un punto de
vista económico; de hecho, hay indicios de que la
actuación energética global del gobierno español afecta
negativamente al futuro del erario público, benefi ciando
sólo a un sector minoritario de los llamados empresarios
verdes, e indirectamente a empresarios realmente
irrespetuosos con el medio ambiente. Esto hace que
el actual gobierno español sea circunstancialmente
especialmente susceptible de ser criticado por personas
que mantienen ideologías contrapuestas al mismo. De
hecho, resulta que los empresarios verdes sacados a
colación son precisamente puestos en evidencia como
perjudiciales para los recursos del estado español, en
informes del liberal instituto (políticamente hablando)
Juan de Mariana
(33)
, que fundamentalmente basa sus
conclusiones en determinados principios económicos
de carácter neoliberal, ya sea razonando lícitamente
o no, pero sin precisamente preocuparse demasiado
por fundamentar sus indagaciones en las denominadas
ciencias exactas.
(29) El ensayista francés, del siglo XVII, Gabriel Daniel, presentó un
argumento convincente contra el principio de conservación de
la cantidad de movimiento examinando cualitativamente un
experimento relativamente simple, presentado en Viaje del mundo
de Descartes; no obstante, como es consabido, el principio de
conservación de la cantidad de movimiento no ha sido realmente
refutado.
(30) No deja de ser llamativo que en un controvertido artículo de
la revista británica The Economist, The party’s over (El fi n de
la fi esta), se acabe ironizando sobre el uso indiscriminado de
aerogeneradores en España, sacando a colación, para ello, la frase
principal de una popular canción del sesentero Bob Dylan: The
answer is blowing in the wind ( La respuesta pulula en el viento).
(31) Al respecto ver el notable artículo ¡Es el calor, no la luz, estúpido!,
de Félix Ares, aparecido en el nº 27 de la revista El Escéptico.
(32) El motor Stirling es un motor térmico cuyo fl uido consiste en
aire que fl uye según un ciclo térmico que se desarrolla entre
una temperatura máxima y otra mínima. El motor Stirling tiene
la propiedad interesante de ser más operativo que el de Carnot
(el de máximo rendimiento teórico) y tener además el mismo
rendimiento que el de Carnot.
(33)
Al respecto ver www.juandemariana.org/nota/2938/instituto/
juan/mariana/denuncia/congreso/
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el escéptico
71
Como puede observarse, con un problema cuyo
planteamiento no esté claramente tipifi cado desde un
punto de vista epistemológico puede haber consecuencias
socioeconómicas francamente no deseables; y cuando
de por medio hay consecuencias socioeconómicas muy
bien puede haber sorpresas respecto a los que entren en
nuestro vagón de opiniones. En mi opinión, es necesario
considerar que hemos de liberarnos de perjuicios, en el
sentido de que no ha de preocupar con quién estamos
en el vagón sino que nuestras refl exiones estén guiadas
correctamente, epistemológicamente hablando.
Sea como sea, una guía que creo puede ofrecerse, en mi
opinión, para unos primeros pasos ante una situación
tan desconcertante como la del cambio climático,
consiste en tener inexorablemente presente la vertiente
epistemológica de los principios fundamentales de
la ciencia. En este ensayo se ha acudido a la vertiente
epistemológico-metafísica de los principios de
conservación de la energía
y de conservación de la
cantidad de materia
, con el objeto de indicar unos puntos
referencia para no dejarnos desviar por prejuicios en los
que podemos caer si nos invade sensación de desconcierto
por andar por terrenos abruptos y no trillados.
AGRADECIMIENTOS
A Juan Soler, por sus comentarios orientativos en lo
que respecta al encauzamiento de la exposición del
contenido de la introducción de este ensayo; al profesor
Rafael Budría, por informar de diversas fuentes en lo que
respecta a opiniones de origen políticamente liberal (o,
si se prefi ere, neoliberal); al fi lósofo Francesc Xicola,
por ayudar con su perspicacia, combinada con un
oportuno conocimiento específi co, en lo que respecta a
interpretaciones del artículo The party’s over; al profesor
Antoni Escrig, por soportar pacientemente el peso de
inacabables dilucidaciones expresadas por teléfono en
torno al tema del cambio climático, y no obstante mostrar
su sabiduría explicando la importancia de previamente
escoger un modelo adecuado a la hora de realizar
predicciones.
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Los motores Stirling fueron inventados hace 200 años,
aunque nadie les ha sacado provecho comercial. (Archivo)
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