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el escéptico
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De Oca a Oca
S
e está poniendo de moda asignar el «apellido» 2.0
a aquellas cosas que se hacen en colaboración.
Lo llaman entornos «colaborativos», aunque ese
«palabro» no fi gura en el diccionario de la RAE.
Un ejemplo de actividad «colaborativa» es la fabricación
de un número de «El escéptico».
El autor nos lo manda (normalmente por correo
electrónico) en un formato de procesadores de texto
(normalmente Word, aunque últimamente alguno va
llegando en el formato .odt).
El texto se reenvía a la lista del «Consejo de Redacción»
cuyos miembros hacen una primera lectura, dicen si
merece la pena publicarlo o no. Y, si es así, se envían
comentarios y sugerencias para mejorar el artículo:
«añadir este dato», «quitar esta frase que no es del todo
correcta», quitar el acento de «sólo» pues las nuevas
normas de la RAE dicen que ya no se acentúa,...
Ya con esas correcciones, se le vuelve a enviar al autor
para ver si está de acuerdo. Si lo está, se hace una primera
maquetación en PDF. Ese archivo se envía a la lista de
redacción.
EL RETORNO A CIENCIA 2.0
Félix Ares
Se está poniendo de moda asignar el
«apellido» 2.0 a aquellas cosas que se
hacen en colaboración. Lo llaman entornos
«colaborativos»”.
La imprenta imprime y comunica a la empresa que
ensobra, pone el franqueo y lo manda a correos que ya
está lista para que vaya a por ella.
La persona encargada de actualizar la lista de socios
y suscriptores (Ferrán Tarrasa) debe suministrar a la
empresa postal los destinos, es decir, las direcciones a
las que hay que hacer los envíos a la empresa que hace
la distribución. Por supuesto que se manda por correo
electrónico.
Después se paga por sendas transferencias electrónicas
que hace Alfonso López. Y se envía al banco (por e-mail)
la lista de cargos a las personas a las que se les acaba la
suscripción...
Allí, los sufridos correctores, se vuelven a leer el artículo,
con el producto Acrobat de Adobe, que se puede descargar
gratuitamente y que permite corregir en el propio texto
PDF. Una vez hechas las correcciones, se envían por
correo electrónico a quien tiene la capacidad de aceptarlas
o rechazarlas; en este caso Ramón Ordiales. Ramón, une
todos los artículos, añade sumarios, portadas,... y termina
la revista y ya entera, exactamente igual a como saldrá de
la imprenta, aunque con una menor resolución, pues sino
no se podría enviar por correo electrónico.
Se vuelve a mandar al «Consejo de Redacción», se vuelve
a leer, se vuelven a introducir las modifi caciones,... y así
unas cuantas veces (demasiadas); hasta que se decide
que ya está bien (lo que no signifi ca que no se cuelen
gazapos) y se manda por correo postal a la imprenta.
Desde 1928 diversos proyectos de «ciencia amateur» han
caido en el olvido o en el simple desprecio. Muchos de esos
proyectos hubieran tenido aplicación práctica en el tercer
mundo, ya que en muchas ocasiones se trata de encontrar
mecanismos nuevos y caseros para realizar costosos
procedimientos de laboratorio. (Scientifi c American)
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el escéptico
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Imaginemos que Cetus hubiera decidido
mantener en secreto, o patentar, la PCR y
no permitir usarlo a nadie. De haber sido
así, la investigación genética se hubiera
retrasado veinte años, hasta la fi nalización
de la patente. ”.
Ya veis que es un trabajo en colaboración.
(Lamentablemente, todavía no hay una versión de
Acrobat, o similar, para GNU/Linux. Por lo tanto,
la corrección hay que hacerla en Windows. Aunque
recientemente he leído que en el mundo del software
libre están desarrollando un nuevo lector de PDF que
permite las anotaciones y correcciones. Y algo similar
parece que se está gestando para la próxima versión de
OpenOffi ce. Ya veremos).
La ciencia hasta hace relativamente poco había sido
una tarea eminentemente «colaborativa». Es más,
esa colaboración está en el núcleo mismo del método
científi co. La revisión por «pares» y la replicación de
experimentos son decisivos para el funcionamiento
normal de la ciencia.
Lamentablemente, una tendencia cada vez más acusada
en la ciencia es hacer las cosas en secreto, al menos hasta
que se logre una patente. Sin duda, ese modo de actuar
socava una de las potencialidades del método científi co:
el compartir ideas y pequeños avances con los «pares».
a cambio de donarlo a la sociedad, ésta les permitía unos
años de uso exclusivo. Pero una vez acabado el periodo
de exclusividad la sociedad podía usarlo libremente. Por
otro lado, el dueño de la patente evitaba el riesgo de que
otra persona descubriera lo mismo o lo copiara sin que él
recibiera nada a cambio. Es decir, que las patentes eran
un benefi cio para ambas partes, para la sociedad y para
el descubridor-inventor.
Pero todo eso se hizo en el siglo XVIII cuando los
ritmos eran muy diferentes a los de hoy. A muy pocos les
importaba esperar veinte años para poder usar libremente
una nueva tecnología. Hoy puede ser decisivo.
Voy a poner un ejemplo de «historia fi cción». No es lo
que ha pasado, pero si nos puede dar una idea de lo que
podría haber pasado. Kary Mullis, que ganó el Premio
Nobel de química de 1993, diez años antes trabajaba
para la empresa Cetus y fue cuando se le ocurrió la
idea de la PCR; es decir, la Reacción en Cadena de la
Polimerasa, que se utiliza para amplifi car de un modo
extremadamente sencillo millones de veces una hebra o
un trozo de DNA. La idea fue patentada por Cetus, que
la vendió por 300 000 000 de dolares (de los de 1983)
a la empresa Roche Molecular Systems, que ha estado
poniendo a disposición de los científi cos kits para hacer
la PCR.
Barato o caro es discutible, pero el hecho es que los kits
existían, se podían comprar a un precio asequible, y todos
los laboratorios de ingeniería genética, los forenses,
muchos analistas clínicos, antropólogos,... lo utilizan. La
idea de Mullis ha dado mucho dinero a Roche Molecular
Systems.
Imaginemos que Cetus hubiera decidido mantenerlo en
secreto, o patentarlo y no permitir usarlo a nadie, pues
tener esa herramienta a su disposición potencialmente le
permitía hacer descubrimientos fantásticos que otros no
podían. De haber sido así, la investigación genética se
hubiera retrasado veinte años, hasta la fi nalización de la
patente.
Por suerte no ha ocurrido; pero podía haber ocurrido
como bien demuestra el ejemplo de las fotocopiadoras
La patentes eran necesarias como una
protección de la sociedad ante el olvido
que se puede producir por el secreto.
Muchas buenas ideas se perdían al morir
su descubridor. Fue para evitar eso que se
desarrollaron las patentes”.
Los equipos que trabajan en secreto lo hacen en solitario,
sin comunicar a nadie sus hallazgos, y sin recibir feedback
de si lo están haciendo bien o mal, o si están repitiendo
un camino que ya habían recorrido otros (también en
secreto).
Pocas dudas hay de que esto es malo para el funcionamiento
de la ciencia y hace desperdiciar muchos esfuerzos. Pero,
por desgracia, tampoco veo un modo de compatibilizar
la transparencia de las investigaciones con la protección
del trabajo realizado.
La patentes las veo necesarias como una protección de
la sociedad ante el olvido que se puede producir por
el secreto. Me explico, antes de existir las patentes era
habitual que los métodos de producción fueran secretos.
Y podía ocurrir perfectamente, y de hecho ocurrió, que
muchas buenas ideas se perdían al morir su descubridor.
Fue para evitar esa pérdida por lo que se desarrollaron las
patentes. Los inventores hacían públicos sus hallazgos y,
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Xerox. El proceso de fotocopia en seco (de ahí el nombre
de Xerox, que en griego signifi ca seco) fue patentado y
la empresa que lo hizo, Haloid Company (que cambió
su nombre por el de Xerox), decidió quedarse en
exclusividad con la patente y no permitir copiar a nadie
su tecnología. Además, decidió no vender las máquinas
sino alquilarlas. El resultado, que hemos vivido los que
ya tenemos alguna edad, es que hacer una xerocopia a
fi nales de los años 60 costaba 15 pesetas de aquellas, de
las de 1960. Cuando acabó la patente hubo muchas marcas
que se aventuraron en ese campo y el resultado fue que el
precio de las fotocopias cayó dramáticamente.
Hace tiempo que no hago fotocopias, cosa del escáner
y el ordenador que para las pocas veces que lo necesito
las han hecho innecesarias, pero creo que en la tienda de
debajo de mi casa las hacen por menos de 3 céntimos de
hoy.
El mundo «colaborativo» de Internet nos ha dado algunas
sorpresas.
La primera para mí fue la enciclopedia Wikipedia. Una
enciclopedia desarrollada en comunidad y anónimamente.
Cualquiera puede escribir sus artículos y corregir lo que
ya está escrito. Al principio yo creí que fracasaría; pensé
que se llenaría de comentarios estúpidos y sin sentido;
pero no ha sido así. De hecho, ahora, cuando tengo que
mirar algún dato enciclopédico, normalmente utilizo un
buscador (no solo Google) y es bastante habitual que en
los primeros lugares de la búsqueda aparezcan artículos
de la Wiki, que no están mal. Normalmente hay que
verifi car las fuentes, pero no suelen estar equivocados.
Gente sin cobrar, voluntaria, de las que ni siquiera se sabe
su nombre, han sido capaces de hacer una enciclopedia
razonablemente buena. Insisto en lo ya dicho, para mí ha
sido una sorpresa.
Otro ejemplo es el desarrollo de GNU/Linux donde una
comunidad de usuarios han desarrollado un sistema
operativo razonablemente bueno. El movimiento es muy
complejo y entre los desarrolladores hay de todo. Desde
idealistas que dedican su tiempo libre a programar cosas
a cambio de nada, hasta personas magnífi camente bien
pagadas por empresas cuyos benefi cios vienen de otro
sitio, pero que les interesa tener un conjunto de programas
libres y colaboran con el movimiento.
Creo que igual que La Enciclopedia Británica convive
con la Wikipedia y GNU/Linux convive con Windows
y Mac OS, podemos tener una ciencia privada y una
ciencia libre.
Movimientos de «ciencia libre» se empiezan a ver en
muchas partes; por ejemplo, en la publicación de revistas
on-line gratuitas que están compitiendo en pequeña
escala con los grandes del sector: Science y Nature.
Me gustaría que gran parte de la ciencia recuperase el
espíritu colaborativo y lo llevase mucho más lejos. Al
igual que en Wikipedia y en GNU/Linux colaboran
profesionales y afi cionados, creo que en la ciencia
se cuenta poco con los afi cionados. Creo que hay que
atraerlos. Esto no es nuevo, casi todos los fundadores de
la «Royal Sociey» británica, o el «Seminario de Vegara»
en España, por mencionar solo dos, eran afi cionados.
Algunos afi cionados ya hacen cosas por la ciencia. A
todos nos consta que los astrónomos amateurs han hecho
grandes descubrimientos y que colaboran en ciertos
proyectos con los astrónomos profesionales. Todos
sabemos que hay unos cuantos proyectos científi cos que
necesitan gran potencia de cálculo que están utilizando
los ordenadores personales de voluntarios.
Pero a mi me gustaría ir más lejos. Voy a poner unos
ejemplos, recientemente estaba leyendo un libro que
me ha resultado muy interesante que se llama «The
Doubly Green Revolution
», de Gordon Conway, en
La Ley de Patentes Veneciana de 1474 fue crucial para
el desarrollo de la óptica. Pensada para proteger a los
vidrieros, fabricantes de espejos y ópticos, dió la posibilidad
de perpetuar el valioso conocimiento que se tenía sobre la
construcción de lentes para ayudar a la lectura de personas
con defi ciencias visuales (conocimiento que apareció sobre
el 1200 y desapareció varias veces debido al secretismo de
su fabricación). Sin duda, la ley de patentes veneciana fue
una ayuda indirecta a la carrera por la construcción de las
mejores lentes para los mejores telescopios y abrió el camino
a Galileo Galilei, Kepler y la moderna astronomía.
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el escéptico
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el que, entre otras muchas cosas, habla de los centros
de investigación, fi nanciados por fondos públicos, que
hicieron posible la «Revolución Verde». En el libro veía
que uno de los fallos que tuvo aquella revolución es
que las nuevas semillas se hicieron en condiciones de
laboratorio. No se hicieron muchas pruebas en distintas
condiciones reales. Probablemente porque eran muy
costosas. Pero estamos en la era de Internet. Pensemos
que un laboratorio español que crea una nueva semilla
y que quiere probarlo en distintos hábitat. ¿Cuántas
personas que dedican su tiempo libre, como ocio, a una
huerta hay en España? Podemos pedirles que planten
nuestras semillas, que las traten de tal y tal modo, y que
tomen nota de esto y lo otro. Cuando hayan madurado
deberá enviarnos (pagándolo el centro de investigación)
una muestra de tierra utilizada y los datos recogidos.
¿Cuántos habría dispuestos a hacerlo? No lo sé, pero por
intentarlo nada se pierde.
He dicho España, y no todo el mundo, debido a las
restricciones que hay para el envío de semillas de un lado
a otro de las fronteras. Pero para proyectos de otro tipo
habría dicho todo el mundo.
Mientras escribo estas líneas se están desarrollando
los Juegos Olímpicos de Beijin (Pekín). En ellos hay
profesionales y afi cionados. Muchos de los afi cionados
la única recompensa que van a recibir por su esfuerzo es
una medalla que, objetivamente, no vale nada. Su valor
es simbólico.
¿No podríamos incentivar la colaboración con la ciencia
con concursos que den reconocimiento a los afi cionados
que hayan hecho un mayor esfuerzo?
Si ahora hago una introspección de mis propios
sentimientos, probablemente esté dispuesto a colaborar
en proyectos «libres»; en proyectos que vayan a benefi ciar
a la sociedad; pero dudo que colaborase en aquellos que
pretenden obtener algo para benefi cio privado.
No digo que no colaboraría con centros que patentan
sus descubrimientos; ni mucho menos. Creo que los que
hacen el descubrimiento deben patentarlo. Lo que digo es
que yo colaboraría gratuitamente, ofreciendo mi tiempo
y mis conocimientos, a proyectos que inmediatamente
después de patentarlo lo cedieran a la sociedad, sin
royalties y exigiendo lo mismo de sus derivados. Más o
menos lo que estoy pidiendo es un «Patentleft» similar
al Copyleft o Creative Commons. Es decir, sí que se
patentan las cosas, pero se hacen de dominio público y
se permite su uso y sus derivaciones siempre y cuando
las mismas sigan las reglas de liberación al dominio
público.
Creo que debemos retornar al espíritu de libre intercambio
de información y de colaboración entre profesionales
entre sí, y entre profesionales y afi cionados que hicieron
posible lo que hoy es la ciencia. En defi nitivas cuentas,
estoy pidiendo el retorno a «Ciencia 2.0».
En October Sky se narra la verdadera historia de tres chicos
se dedican a crear cohetes caseros y la pasión por la ciencia
vendrá dada por la capacidad de experimentar en sus
propias carnes el signifi cado de la misma. Esta experiencia,
y el reconocimiento a su trabajo gracias a un concurso, les
cambiaría totalmente sus vidas. (Archivo)
¿No podríamos incentivar la colaboración
con la ciencia con concursos que den
reconocimiento a los afi cionados que hayan
hecho un mayor esfuerzo?”.
Tal vez parezca utópico pero recuerdo que hace muchos
años leí que para la comprensión de la fotoluminiscencia
un centro de investigación pidió ayuda a los colegios,
para que les enviaran luciérnagas. Y fue un éxito, los
alumnos recogían luciérnagas y las mandaban.
Quizá lo más difícil sea diseñar los experimentos de
forma que los afi cionados puedan participar. Pero seguro
que en muchos casos es posible.