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el escéptico
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Sillón Escéptico
LA VENGANZA DE LA TIERRA
Por qué la tierra esta rebelándose
y cómo podemos todavía salvar a
la humanidad
James Lovelock
Título Original:
The revenge of Gaia: Why the
Earth if Fighting Back and How We Can Still Save
Humanity.
Traducción de Mar García Puig.
Editorial Planeta. Barcelona, 2007. 249 páginas.
Para un escéptico, leer un libro donde continuamente
se le llame al planeta Tierra «Gaia» como mínimo haría
levantar la ceja.
Sorprendentemente, este libro es altamente recomendable.
El autor ha sabido destilar en sus páginas sinceridad,
cordura, neutralidad, inteligencia, erudición y, sobre
todo, racionalidad.
No se trata de uno más de tantos libros dedicados al
cambio climático. Los datos que maneja (siempre citando
las fuentes) y las conclusiones que saca son equilibradas,
racionales e incluso sorprendentes viniendo de un padre
del ecologismo... (y no sólo me refi ero a su ya sabida
defensa de la energía nuclear).
En defi nitiva, ha querido escribir un libro serio, y que se
le tome en serio, y lo deja bien claro desde el principio.
GAIA UNA PALABRA INCÓMODA
El propio Lovelock sabe que su «Teoría Gaia» es el
principal escollo a su credibilidad, pero en todos y
cada uno de los capítulos, desde el prólogo hasta el
epílogo deja bien claro que Gaia es «una metáfora» y
expresamente rechaza que se considere a Gaia como
un concepto fi losófi co, metafísico o incluso religioso.
Es simplemente una metáfora que intenta hacer ver la
complejidad de interrelaciones entre sistemas geológicos
y biológicos que forma lo que un físico llamaría un
sistema dinámico o un ingeniero un sistema de control
retroalimentado.
En el prólogo, Lovelock reconoce que, para su pesar,
Gaia ha sido incorporado a la jerga New Age. Y se
desmarca claramente defi niendo a Gaia como metáfora
y/o concepto.
A lo largo del libro, aparecerá Gaia continuamente, algo
así como una marca de la casa, pero recordará cada cierto
tiempo que es una metáfora y lo presentará como «El
sistema» o «La metáfora».
Ya en el epílogo, contará la historia de la creación de
dicho concepto. Para decir fi nalmente en la página 212:
«Se que personalizar el sistema Tierra como Gaia,
como he hecho a menudo y continuaré haciendo en
este libro, irrita a los científi camente correctos, pero
no me arrepiento, porque necesitamos más que nunca
metáforas para conseguir que se difunda la comprensión
de la verdadera naturaleza de la Tierra…
».
Coordinado por Alfonso López Borgoñoz
Portada original. (Editorial Planeta)
James Lovelock junto con Gaia —realmente la diosa Gea —
(James Lovelock / www.ecolo.org)
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EXPLICANDO EL CAMBIO CLIMÁTICO SIN
DEJA-VU
El libro se divide principalmente en tres partes. En la
primera, que cubre los cuatro primeros capítulos, el autor
aporta todos los datos racionales que se tienen a mano
sobre el cambio climático.
A pesar de su pesimismo y de que como ecologista
esté convencido de que el cambio climático existe y en
parte es irreparable, no es el típico libro catastrofi sta.
Curiosamente, aunque se repiten estudios ya vistos en
otros libros o documentales sobre el cambio climático,
con Lovelock no se tiene el sentimiento de deja-vu que
dejan otras obras. Por el contrario, sorprende su erudición
descartando informes, argumentando probabilidades no
certezas, mostrando errores claros e incertidumbre. Y lo
que es más curioso, aportando datos e informes que no
suelen aparecer en otras obras.
Lovelock parece especialmente sensible al tema de
la incorrecta apreciación de los costes/benefi cios de
cada fuente de energía y, sin perder los modales, asesta
importantes dardos a varias decisiones energéticas que
están en el candelero.
− Veremos como Lovelock desmonta
completamente la posibilidad del biocombustible
como alternativa renovable.
− Demuestra la imposibilidad de utilizar la
energía eólica como fuente principal de energía
(opinando que el coste real por kilovatio generado
es muchísimo mayor que cualquier otra fuente
incluida la nuclear)
− Evalúa el impacto real del Gas Natural,
calculando el efecto invernadero producido por
los escapes en la manipulación, transporte y la
no completamente efi ciente combustión del
metano. Llegando a la conclusión de que lo que
uno se ahorra de emisión de CO
2
lo pierde en
emisión de metano con un efecto invernadero
veinticuatro veces superior: «Si las fugas en el
ciclo completo suponen un 4%, nos encontramos
con que el efecto invernadero neto es más de tres
veces superior al producto de quemar carbón. La
afi rmación de que quemar gas natural en lugar
de carbón reduce a la mitad el efecto invernadero
sólo se confi rmaría en situaciones ideales sin
posibilidad de fugas en ningún punto entre la
extracción y las cámaras de combustión
».
− El hidrógeno lo descarta como una completa
utopía: «Aunque fuera factible la construcción
de la infraestructura necesaria para fabricar,
transportar y librar hidrógeno, llevaría mucho
más tiempo del que disponemos».
El autor demuestra ser capaz de analizar el
problema de la generación de cada fuente
de energía de una manera global, incluyen-
do todos los problemas secundarios y cos-
tes indirectos.”
El capítulo más rico y que más novedades aporta al
concepto de cambio climático es el segundo, «¿Qué
es Gaia?», que introduce suavemente en el concepto
de sistema dinámico, estabilidad (o falta de ésta) y los
mecanismos de autorregulación existentes en el planeta.
Sorprende porque se atreve a adelantar qué mecanismos
fallarán por el incremento del CO
2
atmosférico y presenta
un escenario complejo mucho menos mecanicista o
meteorológico que el de otras obras. Aunque, como suele
ocurrir con las pérdidas de equilibrio en los sistemas
dinámicos, vaticina que, de estar en lo cierto, el cambio
será muy brusco e imprevisible.
LAS FUENTES DE ENERGÍA
Este es sin duda la parte más brillante del libro. Sin
embargo se queda un poco corta. El autor demuestra
en este capítulo ser capaz de analizar el problema de
la generación de cada fuente de energía de una manera
global, incluyendo todos los problemas secundarios y
costes indirectos.
Sin lugar a dudas, este capítulo es un completo
varapalo a políticos y ecologistas incapaces de calcular
correctamente los rendimientos de cada fuente de energía
ni evaluar correctamente los riesgos de cada sistema.
Me he ofrecido públicamente a almacenar
en mi propio jardín todos los residuos de
alta intensidad que se produzcan durante
un año.”
− Como es conocido dedica gran parte del tiempo
a determinar que la energía nuclear es segura:
«Suponiendo que los problemas de ingeniería
no impidan construir plantas de fusión nuclear
efi cientes y prácticas, creo que éstas serán
nuestras dos fuentes reales futuras de electricidad
[fusión y fi sión]».
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Y realmente podemos intuir como el autor cree
fi rmemente que despilfarramos nuestro tiempo, esfuerzo
y, sobre todo enterramos el dinero, en utopías ecológicas
en vez de volcarnos en establecer ya prioritariamente esas
dos fuentes. Aboga fi rmemente por el uso «provisional e
inmediato» de la energía nuclear de fi sión como fuente
principal de energía mientras se dedique como máxima
prioridad «el reemplazo en el menor plazo posible por la
energía de la fusión».
Para ello el autor debe intentar demostrar que la energía
de fusión no es una utopía (algo lógico pues ha tachado
a muchas de las anteriores fuentes «alternativas» como
utópicas) y lo hace explicando detenidamente el ciclo
completo de funcionamiento, los costes asociados
y los logros del reactor del Culham Science Centre:
«Abandonamos Culham con la sensación de que el
próximo gran reactor termonuclear (ITER) ya estará en
condiciones de aportar electricidad a la red nacional.
Será el prototipo de un número cada vez mayor de
generadores de energía seguros y fi ables
».
Sobre la histeria de la radioactividad, Lovelock centra
varias páginas en desmontar cada uno de los histerismos
que rodea a los residuos nucleares. Dejando frases
bastante rotundas como ésta: «Los residuos en forma de
CO
2
son tan letales que si no ponemos remedio acabarán
por matarnos a casi todos. Los residuos nucleares no
suponen ninguna amenaza y sólo son peligrosos para
aquellos lo bastante insensatos como para exponerse a
su radiación
».
Tampoco quiere quedar como la típica persona que dice
que quiere la energía nuclear, pero que no la quiere cerca
de su casa, por ello hace una petición única: «Pero todo
esto no basta para argumentar a favor de un mayor uso
de la energía nuclear porque la opinión publica está tan
convencida de lo perjudicial que es que no se la puede
hacer cambiar con argumentos directos. En lugar de
ello, me he ofrecido públicamente a almacenar en mi
propio jardín todos los residuos de alta intensidad que
se produzcan durante un año. Ocuparían un espacio de
aproximadamente un metro cúbico y se podrían albergar
con seguridad en un pozo de hormigón. Además,
utilizaría el calor que produciría para calentar mi casa,
sería una lástima dejar que esa energía se perdiese. Y,
lo que es más importante, sé que no supondría ningún
peligro para mí, mi familia o la vida salvaje
».
Con semejante declaración, no se le puede tachar de
nimbyNot in my back yard»).
Finalmente dedica bastantes páginas a explicar el mito
de Chernobyl y a aportar datos adicionales sobre la
seguridad y la inocuidad de las centrales nucleares.
HISTERIAS ECOLOGISTAS, POLÍTICOS
CONTRA LAS CUERDAS, PERCEPCIÓN DEL
PELIGRO Y ECOLOGISMO PELIGROSO
La última parte del libro está dedicada a temas menores,
no directamente relacionados con el cambio climático.
Pareciera que el autor quisiera acorralar al ecologismo
extremo poniendo sobre la mesa los errores que éstos
han cometido en el pasado y que han pasado factura.
Aprovecha para denunciar muchas mentiras ecologistas
que impiden el uso de elementos seguros para el hombre
pero que, sin ellos, nos cuesta más erradicar enfermedades
o producir alimentos. Un crimen si tenemos en cuenta, por
ejemplo, los muertos por malaria por la prohibición estricta
del DDT. O cómo los granjeros de Devon envenenaron
toda la comarca al sustituir los antiecológicos nitratos
por el ecológico estiércol fermentado con hierba: «Para
un ecologista, el sistema tenía todos los visos de ser
una agricultura verdaderamente orgánica […] la nueva
agricultura orgánica estaba cargando al río con una
cantidad de excrementos mayor de la que podía tolerar.
Las tormentas llevaban el estiércol de los campos al río y
pronto el nivel de oxígeno del agua descendió. […] Tuve
que ver cómo el río y el campo que lo rodeaba morían
y ésta vez la responsabilidad no caía en la sospecha
habitual de la industria química sino que era culpa de
todos nosotros y de nuestra tendencia a creer cualquier
acusación contra las grandes empresas
».
ROMANTICISMO DE ÚLTIMA HORA
Los últimos párrafos del libro, insustanciales, recuerdan
al último capítulo «¿Quién hablará en nombre de la
tierra?» de la obra Cosmos de Carl Sagan, en donde, dada
por perdida la civilización actual en vista de su infi nita
estupidez (e incapacidad de actual pragmáticamente), se
pregunta por el futuro post-catástrofe y acerca de qué
será del conocimiento acumulado y sobre que pensarán
de nosotros los últimos supervivientes que queden en
«los centros árticos de civilización».
Ramón Ordiales