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el escéptico
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Especial
Introducción del libro Las abducciones ¡vaya timo!
CARTA A UN LECTOR INTELIGENTE
Luís R. González
Portada original del libro. (Archivo)
U
no de los primeros títulos de esta colección, Los
ovnis ¡vaya timo!
, fi rmado por mi buen amigo
Ricardo Campo, explica de forma contundente
los motivos que hay para dudar de las pretendidas visitas
de seres extraterrestres. Dado que suscribo totalmente
sus palabras, tal vez consideres innecesaria una nueva
dosis de escepticismo al respecto y pienses que estamos
tratando de explotar comercialmente ese mercado...
Solicito tu indulgencia para que leas un párrafo más, en
el que intentaré convencerte para que me acompañes en
este viaje de exploración.
Para cualquier persona inquieta, la idea de que mucha
gente está siendo secuestrada por seres venidos de
otros planetas resulta fascinante tanto si es cierta como
si no. De hecho, creo que es mucho más fascinante si
es falsa. Si fuese cierto todo lo que argumentan los
creyentes, seríamos meros conejillos de indias en manos
(o cualquier otro apéndice manipulador equivalente) de
unos todopoderosos dioses (o, mejor dicho, demonios),
capaces de utilizar el tiempo y el espacio a voluntad para
sus propios fi nes y sin el menor escrúpulo moral. Nuestra
vida carecería de sentido, sólo nos quedaría intentar
disfrutarla en lo posible entre abducción y abducción...
aparte, claro está, de seguir pagando la hipoteca... Por
contra, si tales ideas fuesen falsas, se abre ante nuestros
ojos todo un nuevo panorama digno de estudio: ¿cómo
puede el ser humano llegar a engañar y/o autoengañarse
de esa manera? Es importante conocer el timo para no
ser engañados, pero también es recomendable conocer el
mito para no autoengañarse. A lo largo de las siguientes
páginas, encontrarás argumentos para ambas cosas.
Cuando en alguna conversación informal me presento
como ufólogo (que lo soy, y a mucha honra), todos
se muestran inicialmente interesados y empiezan a
contarme sus anécdotas. Pero cuando les interrumpo y les
explico que «no creo en los ovnis, al menos considerados
como VED (Vehículos Extraterrestres Dirigidos)»,
la réplica unánime es: «¿Y por qué pierdes el tiempo
investigando algo en lo que no crees?» Siempre me ha
llamado la atención lo paradójico de tal interrogante. Es
evidente que si creo en algo, ya no necesito investigarlo.
Precisamente investigando las cosas en las que no creo
es como puedo alguna vez cambiar de opinión. Cierto
que muchas investigaciones se realizan para confi rmar
cosas que ya creemos, pero eso sólo es válido si lo
hacemos con la sufi ciente imparcialidad como para
estar dispuestos a cambiar de parecer si los nuevos
hallazgos contradicen nuestra creencia inicial. Es lo que
se denomina técnicamente «falsación de hipótesis». Por
desgracia, los imbestigadores (con «b») del misterio
nunca tienen la mente lo sufi cientemente abierta como
para llegar a tanto.
Contra lo que aseguran los charlatanes del mercado de lo
oculto y lo mágico, en mi caso fue la ufología la que me
condujo al escepticismo.
Especial colección «¡Vaya Timo!»
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Pero, a diferencia de muchos, no soy el típico converso
que tiene que destruir a sangre y fuego a quienes todavía
siguen en sus antiguas creencias. Cuando a principios
de los años 70 del siglo pasado descubrí el llamado
asépticamente fenómeno ovni, pronto se me hicieron
evidentes dos cosas:
• Que, de ser ciertos y fi ables, los testimonios
recogidos parecían apuntar a las visitas de seres
inteligentes de otros planetas.
• Que los ufólogos recogían y divulgaban la
información de forma sesgada, en función de
sus propias ideas preconcebidas. No me estoy
refi riendo a que pasasen por alto las explicaciones
convencionales aplicables, que también, sino a
que se mostraban muy selectivos en los casos que
aceptaban y los que no. Por ejemplo, y aunque ahora
parezca increíble, algunos ufólogos de prestigio
rechazaban rotundamente la llamada componente
psíquica o paranormal del fenómeno, negándose
a admitir casos donde el testigo mencionase
poltergeists, curaciones milagrosas, precognición,
teletransportes...
Por desgracia, aquellos anhelos juveniles quedaron
frustrados (siempre he dicho que me encantaría que
existiesen los extraterrestres, aunque resultase que,
como dijo Charles Fort, «somos propiedad» suya).
Muchos casos no eran ciertos, pero aún mayor era el
número de los que no resultaban fi ables, y, desde luego,
el comportamiento de esos hipotéticos visitantes cada
vez tenía menos de inteligente. En el asombroso mundo
de la ufología, aunque todavía quedan unos pocos
investigadores serios que pretenden poner puertas al
campo, lo cierto es que la mayoría se ha deslizado por lo
que yo llamo el tobogán de lo increíble.
Hace 25 años escribía lo siguiente:
«Aceptar este tipo de casos es un problema de
grado. Una vez rota la frontera de lo creíble [...]
no es fácil saber dónde detenerse y, lo que es
peor, cualquier nuevo límite que establezcamos es
cuestionable».
Te invito, pues, a acompañarme en esta bajada sin frenos
por el tobogán de lo fantástico: te prometo que será un
viaje entretenido y aleccionador.
Cartel original de la película «Encuentros en la tercera fase». (Columbia Pictures, 1977)