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el escéptico

Artículo
C
onozco a personas que, cuando padecen trastor-
nos leves como episodios alérgicos o dolor de
garganta, acuden directamente a su farmacia y
salen de ella con un producto homeopático. A veces trato
de hacerles ver que están en un error, aunque cada vez
soy más reacio a intentarlo: suelen interpretarlo como
un ataque personal. De cualquier manera, al preguntar-
les porqué se deciden por la homeopatía, la respuesta es,
aproximadamente, “porque me da la gana”, una manera
popular de hacer referencia a la libertad personal.
No es de extrañar el éxito de la homeopatía. Por un
lado, y por desgracia, es frecuente que en los despachos
de farmacia se ofrezcan “remedios” homeopáticos
incluso cuando no se piden; supongo que es cuestión
de rentabilidad. Por otro, y aquí reside la clave, es muy
poca la gente que conoce el fundamento teórico de
la homeopatía, en el cual no voy a entrar pero que se
puede resumir como una sabia combinación de nada
y efecto placebo, si se me permite la redundancia. De
hecho, cuando consigo explicarlo brevemente, muchos
se sorprenden: “Ah, pero eso de la homeopatía ¿no era
lo de curarse con hierbas?” De cualquier manera, tras
años de “homeopatizarse”, es muy difícil admitir que
uno puede ser víctima de un engaño: “Pienso seguir con
la homeopatía, porque me da la gana” (mientras te dicen
esto te miran como si fueras un talibán); “porque me da
la gana”. Libertad, ¿no es cierto?
A otra escala, también la gente utiliza su libertad para
tratar de presionar a las administraciones en pos de la re-
tirada de las antenas de telefonía de las ciudades, o de la
prohibición de los cultivos transgénicos, o del cierre defi-
nitivo de todas las centrales nucleares, o... Y hacen bien,
claro. Nuestros políticos tienen siempre la vista puesta
en las próximas elecciones. Por eso, no es sorprendente
que muestren tanta tendencia a tomar medidas popula-
res, aunque esas medidas tengan bien poco de racionales.
Sirva como triste ejemplo la reciente regulación de las
desafortunadamente denominadas “medicinas alternati-
vas” en la comunidad catalana (decreto 31/2007 del 30
de enero).
Ahora bien, en los ejemplos citados, ¿realmente se está
decidiendo libremente? Es evidente que para poder ele-
gir debe haber varias opciones (“Puedes elegir compa-
ñera”, dijo Dios a Adán tras crear a Eva). Pero para po-
der elegir haciendo auténtico uso de la libertad uno debe
conocer las diferentes opciones. No simplemente saber
cuáles son, sino qué son, qué significan, qué se escon-
de en ellas. “La verdad os hará libres” es una sentencia
muy afortunada. Cuando uno no sabe qué hay detrás de
cada opción no puede (aunque crea que lo hace) ejercer
su libertad. Si uno piensa que es igual de eficaz, o in-
cluso más, una píldora homeopática que una de ibupro-
feno, puede decidirse por aquélla, pero desde luego no
lo hace libremente; quien lucha denodadamente contra
la instalación de una antena de telefonía móvil porque
está convencido de que va a producir cánceres entre el
vecindario, no lo hace libremente: está impedido por su
desconocimiento. El conocimiento necesario consistiría,
en el ejemplo de la homeopatía, en su base teórica y en
los estudios clínicos concluyentes sobre su (carencia de)
efectividad; en el de las antenas, en la naturaleza de las
radiaciones electromagnéticas y en sus efectos sobre el
organismo humano. No estaría de más, en ambos casos,
saber que a menudo se citan conclusiones obtenidas en
estudios que pretenden demostrar la efectividad de aqué-
lla y la peligrosidad de éstas, estudios de los que lo mejor
que se puede decir es que cuando se repiten por cientí-
ficos independientes no hay manera de obtener los mis-
SOBRE LA LIBERTAD Y EL CONOCIMIENTO
Carlos Chordá Navarro
La medicina homeopática fue ‘creada’ por Samuel Hahnemann
(1755-1843), publicándose en 1796. (Archivo)
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mos resultados. Disponer de todos estos conocimientos,
de toda esta información, conduciría, sin ningún género
de dudas, a actitudes bien distintas a las consideradas,
por no decir opuestas.
Que falta mucho conocimiento, o de otra manera, que la
ignorancia abunda, sea dicho esto con el máximo respe-
to, es evidente. No hay más que percatarse de la popula-
ridad de las pseudociencias, o de los metros cuadrados de
pseudohistoria en los estantes de las librerías.
La cuestión es: ¿cuál es la causa de esa ignorancia? Po-
siblemente se trate de la conjunción de dos factores: en
primer lugar, falta de información o, peor aún, una caó-
tica mezcla de informaciones contradictorias, que suelen
ser tratadas por los medios como igualmente válidas, en
el marco actual del relativismo cultural, tan políticamen-
te correcto. Y en segundo lugar, en una alarmante falta
de interés (“creer es fácil, lo difícil es saber”, una frase
estupenda de la que –me vais a perdonar- no recuerdo su
autor). Los educadores, como el que esto firma, tenemos
la obligación moral de incidir en ambos condicionantes.
Sobre todo en el segundo, mostrando que la realidad es
fascinante (y debe notarse que a nosotros nos lo pare-
ce) y, afortunadamente, comprensible. Debemos lograr-
lo cuando aún es tiempo, antes de que la entrada en la
vida adulta haga a nuestros jóvenes oyentes demasiado
conformistas. Y debemos, además de proporcionarles
conocimientos (cuántos de ellos se irán olvidando con
el tiempo), enseñarles sobre todo a dudar -no a no creer-,
a buscar fuentes fiables de información, a contrastar, a
saber que hay verdades absolutas y que por tanto no son
opinables...
Quizá ahora que se pone en marcha la asignatura de Edu-
cación para la Ciudadanía
es el momento de hacer un
hueco a esta manera de educar a nuestros hijos que no es
otra cosa, si bien lo pensamos, que enseñarles a ser libres
de verdad.
Página web de homeopatía.net, de la Dra. Concepción Calleja,
favorable a este tipo de supuesta terapia, con el ‘lógico’ apoyo
de los laboratorios Boiron, dedicados a la venta de estos pro-
ductos. (homeopatia.net)