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el escéptico

Artículo
EL FRAUDE SOBRE LOS “NIÑOS ÍNDIGO”
Una perturbación filial disfrazada de prodigio evolutivo
Pablo Allegritti
L
as pretensiones y anhelos de insensatos progeni-
tores (deshonestamente considerados “elegidos”)
parecen no distinguir ya la diferencia entre igual-
dad/discriminación en el universo de los seres humanos.
Hoy por hoy, uno de los temas más absurdos y morbosos es
el referido al de los “Niños Índigo”, una especie de señue-
lo elitista donde la niñez es el blanco favorito de aquellos
prejuicios paternos que, de la mano de ciertos psicólogos
viciosos y/o intelectualoides de bajo vuelo, son proclives
a creer, alardear, inculcar e imponer
un nuevo sistema de clasificación
antropológica en pos de una inima-
ginable segregación infantil.
El enajenamiento pseudocientífico y
sofomesiánico no parece tener lími-
tes. Tal es el caso de aquellas clasifi-
caciones dadas a determinados niños
con problemas de hiperquinesia o que padecen anomalías
en la conducta. De hecho, esto plantea un gran dilema
psico-social hasta tal punto que tales incongruencias son
disfrazadas con todo un halo presuntuoso de connotacio-
nes místicas y hasta supernormales. Ahora resultaría que
cualquier trastorno selectivo en la atención, o un excéntri-
co problema de hiperactividad infantil, es considerado de
rebato como un caso de “Niño Índigo”.
El caso de estos niños es, asimismo, una sutilísima y no-
vedosa manera de hacer racismo pro-infantil, todo ello
(claro está) encubierto bajo un disfraz de milagro bioló-
gico evolutivo. Tal dilema ya no implica únicamente un
arrebato de pedantería social o de una candorosa super-
ética sino, más bien, un enorme y espinoso conflicto en el
que un eventual complejo de inferioridad logra escudarse
A juzgar por lo que insinúa Tappe, al sustentarse en su
peregrino criterio (que desde su inicio no expone nin-
gún fundamento cierto): las auras han estado yendo y
viniendo del planeta Tierra a través de la existencia del
Homo sapiens superior, si bien aquellas de color índigo
comenzaron a aparecer (así nomás, de rompe y porra-
zo, merced a una dispensación cósmica ultraterrena) en
los años ochenta. Y, para colmo de quimeras, según tal
parapsicóloga, el guarismo de los
nacimientos de niños dentro de esta
tipología crece velozmente. Al pa-
recer, Nancy Ann Tappe se olvidó
del axioma epistemológico que afir-
ma: “La Naturaleza no se anda con
saltos ni omisiones”.
En una contradictoria inercia, circa
1999, apareció el libro Los Niños Índigo escrito conjun-
tamente por Lee Carroll y Jean Tober. Dichos autores
pregonaron esta rabanera idea haciendo referencia a la
consabida nueva generación espiritual de características
especiales, destinada a mejorar el mundo. En efecto, tal
texto se pergeñó sobre la base de relatos relacionados
con singulares hábitos por parte de párvulos, algo así
como hipotéticos eventos tenidos por niños supernor-
males, los cuales fueron testimoniados o reportados por
adventicios educadores y parapsicólogos inanes (ya que
por otro lado, además, se afirma que algunos eran psicó-
logos oportunistas) que concurrieron a las conferencias
de los precitados autores. Así las cosas, en los respecti-
vos seminarios se relataron insólitos hechos aunados con
presuntos rasgos anímicos “poco usuales”, lo cual los
llevó a inferir que se trataba de patrones actitudinales no
reportados hasta el momento …algo por demás extraor-
dinario. Esta obra fue escrita para ser leída por los mu-
chos padres y maestros ansiosos de leer algo afín con lo
único que aceptaban y querían creer. Sin duda, el libro no
Cualquier trastorno selectivo en
la atención, o un excéntrico pro-
blema de hiperactividad infantil,
es considerado como un caso de
“Niño Índigo”.
es más que un compendio sensacionalista de ensayos y
diálogos aportados por fulanos autoproclamados idóneos
en la materia, más que nada “expertos sociales” frustrados
o sujetos con dudosas capacidades mediunímicas (o para
decirlo de un modo más bonito: “contactados mediante
precepción extrasensorial”), partidarios de la “higiene es-
piritual”, fanáticos de los “mensajeros celestiales”, gurúes
del caos pedagógico, maniáticos de las “terapias alterna-
tivas”, etc.
tras una falsa noción de virtud racial biogenética, o ─lo
que es peor─ tras una guisa de psicopatología inducida.
Algo digno de ser incluido en el marco contracultural del
Síndrome Combinado de Calígula & Nepote.
El vocablo “índigo” fue manoseado y re-concebido en
1982 por Nancy Ann Tappe, una ocultista que difundió
toda una taxonomía de perfiles a los fines de clasificar la
personalidad de los seres humanos según el color de su
“aura”. De algún modo, ha sido una manera oculta de po-
der propalar una a modo de atrayente convicción sobre la
base de la novísima intolerancia espiritualoide o del sec-
tarismo biogenético.
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Otra cuestión es el hecho de que a estos niños no reco-
nocidos por la “gente como uno” se les atribuye la capa-
cidad “maravillosa” de salvar al mundo, de poseer dotes
telequinésicas y de ser resistentes a los agentes patógenos
que más asustan a los mortales. Y, así, en este marco so-
teriológico y megalómano se desahoga disparatadamente
todo un submundo de chapucerías y aspiraciones cripto-
segregacionistas. Empero, el engreimiento o la más sim-
ple rebeldía, por parte de estos in-
éditos críos, son tomados como una
señal inequívoca de un alma sabia
y superior que fluye en potencia sin
ser comprendida por el infradotado
remanente humano. Amén de todo,
y sin perjuicio de desconfiar porque
sí, cabe preguntarse: ¿Acaso ya se
tienen pruebas irrefutables sobre
tales hazañas o prodigios? Pues bien, si esta estirpe de
niños superprecoces advino allá por los años ’80 entonces
alguno de ellos (por lógica hoy adultos) ya podría ─a es-
tas alturas─ haber dado muestras de algo inobjetable para
evitar las pandemias y masacres que, al presente, azotan
por doquier al género humano.
El Síndrome de Déficit de Atención e Hiperactividad
(SDAH, por sus siglas en inglés –N. de R.-) es parte de
una embarazosa controversia entre padres, psicólogos y
médicos debido al hecho de que ningún progenitor acepta
fácilmente que su propio hijo padece de una patología de
carácter neurológico. En compensación, uno de los art-
ilugios utilizados por inescrupulosos terapeutas es el de
captar a aquellos padres inadvertidos que gozan de una
movilidad social financieramente solvente y, por consi-
guiente, suplantar una (acaso) tediosa filosofía disciplina-
ria de vida por un sofisma de (mal)crianza lo cual acaece
como una panacea más facilista y cómoda que la anterior
alternativa. En consecuencia, la solución más rápida de
estos embaucadores es la de hacerles creer a tales progeni-
tores que sus hijos han sido privilegiados por la naturaleza
(o bien léase: por el supracosmos) y que ante esta “porten-
tosa evidencia” la tesonera medicina tradicional confun-
de tal dispensación sobrenatural con el “término médico
equivocado” de SDAH. Según la capciosa ponderación de
estos fraudulentos terapeutas, sendos
niños no padecen ninguna patología
concreta, al contrario están muy por
encima de esta clase de “pamplinas
galénicas”. …Y como siempre su-
cede con todo fraude milagrero: el
lucro es el móvil más preciado.
Incluso hay algo más: toda vez que
se investiga imparcial y seriamente
el asunto de los “Niños Índigo” se tiene la cada día más
cabal certeza de que las “evidencias”, dadas por los ya se-
ñalados autores e impulsores del tema, son sólo presuntas
pruebas realizadas, en una data que nunca se precisa, en
la Universidad Californiana de Los Angeles (UCLA) y
que, conforme se ha cacareado, es allí donde en efecto
se trataron células de “Niños Índigo” (empero, tampoco
se detalla rigurosamente qué tipo de células: piel, sangre,
etc.) exponiéndolas al virus del SIDA y a células cance-
rígenas (igualmente, jamás han dado ha conocer el tipo
de las mismas) “las cuales no afectaron en modo alguno
las células de los infantes”. Ergo: ¿No resulta ya, todo lo
expuesto por ellos, como demasiado ficticio?
Eso sí, los padres ávidos de dar a luz una progenie supe-
rior forman parte de un perfil tan patético como el de los
falsos profetas. Por tal motivo, al antropólogo le interesa
esta clase de conducta social a los efectos de comprender
aquellos fenómenos pseudoculturales donde humanidad,
obra y circunstancia son la constante primordial del de-
venir ontológico… un devenir vulnerable ante azarosas
índoles adversas. Ahora bien, los impostores profesiona-
les que manipulan el pensamiento mágico de estos padres
tan ingenuos (por lo general: desesperados o perturbados)
mezclan todo lo de su conveniencia con lo fenoménico
y excluyen selectivamente al resto de los niños, a quie-
nes consideran con frecuencia como demasiado comunes
o elementales, conforme el argumento sectario de lo que
ellos entienden equívocamente como Funciones Huma-
nas Excepcionales (FHE).
A estos niños se les atribuye la ca-
pacidad “maravillosa” de salvar al
mundo, de poseer dotes telequinési-
cas y de ser resistentes a los agen-
tes patógenos que más asustan a
los mortales.
Fruto de la rápida ex-
pansión del mito de los
niños índigo son pe-
lículas como “Indigo”
(2003), dirigida por Ste-
phen Simon. (Archivo)
Sea como fuere, el caso de los “Niños Índigo” impetra
una cínica forma de desprecio mesiánico teñido de añil.
Por eso sería lícito reflexionar: “Si la petulancia fuera tiña,
todos los impertinentes serían índigos”.