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el escéptico
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¿POR QUÉ NO CREO
QUE LA HOMEOPATÍA
SEA EFECTIVA?
Ferran Tarrasa Blanes
malas alernativas
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el escéptico
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¿Por qué no creo que la homeopatía sea efectiva?
¿Qué hace alguien normalmente
cuando se siente enfermo? Gene-
ralmente, irá a ver a un médico.
¿Por qué? Porque un médico se
supone que es la persona más cua-
lificada para estudiar los síntomas
que presenta, realizar todas las
exploraciones necesarias para
determinar con
exactitud qué está
afectando a su
salud, administrar
sustancias de pro-
bada efectividad
en estos casos
—o intervenir de
manera más enér-
gica, realizando
una operación—,
y llevar a cabo el seguimiento de
la evolución del paciente. Si se
decide a administrar alguna sus-
tancia al paciente, ¿cómo se
determina que esa droga en par-
ticular tiene altas posibilidades
de ser eficaz?
Desde siempre se ha conocido la
importancia del llamado efecto
placebo
en un proceso de cura-
ción. El efecto placebo es un efec-
to no específico consistente en la
curación (de forma aparente o
real) de una enfermedad mientras
la misma se está tratando con un
determinado remedio, indepen-
dientemente del tipo de tratamien-
to que se siga. Paracelso ya adver-
tía en el siglo XVI “Ha de saberse
que la voluntad es un poderoso
ayudante de la medicina”. En
muchos casos la simple confianza
del paciente en el médico puede
parecer que produce una curación
y, a veces, ni siquiera esta confian-
za es necesaria.
Por lo tanto, si se pretende deter-
minar el efecto de una nueva droga
sobre una enfermedad se hace
imprescindible eliminar los posi-
bles sesgos que se pueden introdu-
cir en una curación por diferentes
factores; esto puede realizarse
mediante un ensayo o test de doble
ciego.
Imaginemos un grupo de pacientes
bastante homogéneo en cuanto a
edad, hábitos, historial clínico, etc.
que padecen una
misma enferme-
dad y —sin que
ellos lo sepan—
dividámoslo en
dos, Grupo A y
Grupo B, por
ejemplo. Llame-
mos a la nueva
droga que preten-
demos estudiar
Droga I y obtengamos una sustan-
cia totalmente inofensiva y sin
efectos terapéuticos como, por
ejemplo, cápsulas con agua desti-
lada o pastillas de lactosa; llame-
mos a esta sustancia Droga II.
En un ensayo doble ciego se admi-
nistra a uno de los grupos, ponga-
mos el Grupo A, una de las dos
drogas, digamos la Droga I, mien-
tras que al Grupo B se le adminis-
tra la Droga II (el placebo); pero
de manera que ni los pacientes, ni
los médicos que los tratan sepan a
qué grupo pertenece cada uno, ni
qué drogas les están siendo sumi-
nistradas.
Concluida la experiencia, se reú-
nen los datos de los dos grupos y
se analizan para determinar si el
porcentaje de curaciones en el
Grupo A, para el que se empleó la
Droga I, es mayor que en el Grupo
B, al que se suministró la sustancia
inocua, la sustancia placebo o
Droga II. Si esto es así, y se
demuestra así en otros ensayos
similares realizados sobre otros
grupos, se concluye que la Droga I
es eficaz contra esa enfermedad.
De todos modos, ¿por qué se pro-
ducen curaciones en el Grupo B, si
sólo se le está administrando una
sustancia totalmente inocua? Ello
es debido a muchas razones. Dire-
mos algunas.
Por una parte, tenemos el hecho
de que el simple tratamiento, aun-
que sea con una sustancia inútil,
puede ayudar a activar los meca-
nismos de defensa del propio
organismo (si la gente lleva una
vida sana, es más fácil que se cure
de determinadas dolencias de
forma natural), por otra parte
tenemos el hecho de que muchas
enfermedades tienen componentes
psicosomáticos o de sugestión
(algunas, pueden incluso no ser
tales enfermedades, sino sólo
parecer que lo son) y, finalmente,
tenemos el hecho de que un gran
número de enfermedades presen-
tan un cierto período de remisión;
la enfermedad aparece, progresa y
después desaparece, aunque no se
realice ningún tratamiento. Esta
introducción puede parecer algo
extensa pero será muy útil a la
hora de discutir algunos puntos
relativos a la homeopatía.
La homeopatía se originó en Ale-
mania a principios del siglo XIX.
Samuel Hahnemann (1755-1843)
publicó en 1810 un voluminoso
libro titulado Organon, en el que
desarrollaba y exponía toda la
doctrina conocida como homeo-
patía
y es esa misma homeopatía,
siguiendo básicamente los mismos
principios expuestos en Organon,
la que se sigue practicando
La Ley de los Infinitesi-
males nos dice que,
cuanto más pequeña
sea la dosis, más
poderoso será el efec-
to de la sustancia.
La Ley de Similia asegura
que una sustancia curará
una cierta enfermedad si,
suministrada a una per-
sona sana, provoca los
mismos síntomas, o sín-
tomas muy parecidos, a
los que produce dicha
enfermedad.
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el escéptico
40
malas alternativas
hoy en día. Los dos pilares básicos
de la homeopatía son la Ley de
Similia y la Ley de los Infinitesi-
males. Veamos ahora con calma
cómo son de ridículos estos dos
principios fundamentales.
La Ley de Similia asegura que una
sustancia curará una cierta enfer-
medad si, suministrada a una per-
sona sana, provoca los mismos
síntomas, o síntomas muy pareci-
dos, a los que produce dicha enfer-
medad. De esta ley, o supuesta ley,
deriva el nombre de homeopatía:
homois “similar” y pathos “sufri-
miento”, en griego. Para ser uno
de los principios básicos de la
homeopatía no deja de ser bastan-
te sorprendente. Si alguien sufre
una intoxicación por arsénico, ¿se
curará administrándole más arsé-
nico? Yo diría que no. De todos
modos, dado que cualquier sustan-
cia puede emplearse como un
remedio homeopático, ¿cómo se
sabe que síntomas produce una
sustancia determinada? Según
Hahnemann se debía realizar un
proceso de prueba. Se debía admi-
nistrar a una persona sana cantida-
des cada vez mayores de esa sus-
tancia hasta que aparecieran los
primeros síntomas de intoxica-
ción, dichos síntomas debían com-
pararse con las enfermedades cata-
logadas y, si eran parecidos a los
síntomas de alguna enfermedad,
esa sustancia pasaba a considerar-
se útil para el tratamiento de dicha
enfermedad.
La Ley de los Infinitesimales nos
dice que, cuanto más pequeña sea
la dosis, más poderoso será el
efecto de la sustancia. Los efectos
de la sustancia se potencian con la
dilución de la misma; cuanto más
diluida esté la sustancia, más
poderoso será su efecto. Los reme-
dios homeopáticos se preparan
siguiendo diluciones decimales.
Se parte de una cierta cantidad de
disolución, se extrae una décima
parte y, a dicha fracción, se le aña-
den nueve décimos de agua desti-
lada; se agita la nueva mezcla
resultante y se repite el proceso
varias veces hasta llegar al grado
de dilución deseado. Son muy
habituales grados de dilución de
1/1.000.000 o 1/10.000.000 y, en
algunos casos, se llega a grados de
dilución tan extremos que la pro-
babilidad de encontrar alguna
molécula de la supuesta sustancia
activa en el preparado final es
inferior al 50%. Si la sustancia no
es soluble en agua, puede molerse
muy finamente y mezclarse con
lactosa, siguiendo un proceso de
dilución similar, pero empleando
la lactosa en lugar de agua destila-
da. Un compuesto que es práctica-
mente agua destilada o lactosa
debería resultarnos familiar, no es
más que un placebo, ¡como los que
se emplean en los ensayos clínicos
doble ciego! Del mismo modo que
en nuestro Grupo B había pacien-
tes que se curaban, algunos de los
pacientes que acuden a un homeó-
pata se curarán, ¿significa eso que
los remedios homeopáticos son
efectivos? Después de lo explica-
do en la introducción, vemos que
la respuesta es un NO rotundo.
En el siglo XIX la medicina no
estaba muy desarrollada, se basaba
en principios erróneos y los reme-
dios que se suministraban solían
ser muy agresivos y no muy salu-
dables en muchos casos, incluyen-
do por ejemplo las sangrías entre
sus prescripciones habituales. Con
este panorama, no es extraño que
la homeopatía tuviera un cierto
éxito. Suministrando remedios
totalmente inocuos, al menos no
hacía empeorar la salud del
paciente y, en algunos casos, éste
podía superar la enfermedad y
curarse por sí solo, de una manera
mucho más satisfactoria que con la
intervención de la medicina de la
época.
Sin embargo, hoy en día la situa-
ción es radicalmente diferente, la
medicina y la farmacología actua-
les son disciplinas que se rigen por
el método científico y han conse-
guido éxitos sin precedentes. Por
otra parte, ningún preparado
homeopático ha superado nunca
un ensayo a doble ciego realizado
con un mínimo de garantías contra
el fraude o el engaño
1
.
Después de todo lo dicho cabe pre-
guntarse, ¿por qué la homeopatía
sigue siendo popular? ¿Cómo se
las arreglan los homeópatas para
justificar lo injustificable?
Un punto que suele destacarse a
menudo es que la medicina trata
enfermedades, mientras que la
homeopatía trata enfermos. Se
arguye que la medicina sólo mira
de atacar los síntomas de las enfer-
medades, mientras que la homeo-
patía trata al paciente como un
todo (sea eso lo que sea).
Por supuesto, esto es un disparate,
porque, si bien es cierto que hay
casos en que se prescriben medici-
nas para eliminar o mitigar los sín-
tomas (la más típica sería la aspiri-
na), se olvida que esto no constitu-
ye la norma. Por ejemplo, la medi-
Para Benveniste, un
homeópata, el agua tenía
una especie de "memo-
ria", por lo que podía rete-
ner la estructura de un
anticuerpo, de modo que,
aunque éste ya no estu-
viera presente, el agua
podía desencadenar una
reacción parecida en los
leucocitos.
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el escéptico
41
¿Por qué no creo que la homeopatía sea efectiva?
cina dio un paso de gigante con el
descubrimiento de los antibióticos
y, precisamente, una sustancia
como la penicilina lo que hace es
atacar la raíz del problema, en nin-
gún caso los síntomas.
Por su parte, ¿qué hace la homeo-
patía? Estudia los síntomas del
enfermo y administra en cantida-
des infinitesimales una sustancia
que, en grandes cantidades, provo-
ca esos mismos síntomas en una
persona sana, ¡en otra persona!
¿Quién pone, pues, más énfasis en
los síntomas? Además, y en cual-
quier caso, yo diría que con este
proceder no se trata al paciente
como un individuo único o como
un todo.
Otro punto que se destaca de la
homeopatía es que las disolucio-
nes infinitesimales que prescribe
sólo incluyen productos naturales.
Esta es una falacia que se podría
aplicar a un montón de “medicinas
alternativas”. Parece que los pro-
ductos naturales son per se benefi-
ciosos, pero se olvidan de que la
naturaleza está llena de venenos y
toxinas de origen vegetal o animal
potentísimos. Los antibióticos
empleados por la medicina —no
por la homeopatía— tienen su ori-
gen en un producto natural pero no
olvidemos que los productos natu-
rales están expuestos a la contami-
nación; por lo tanto la purificación
de estas sustancias, o su síntesis
artificial, representa un gran paso
hacia adelante.
La Ley de los Infinitesimales viola
los principios establecidos por la
medicina, la farmacología, la físi-
ca o la química, ¿cómo la justifi-
can los homeópatas? Hanhemann
pensaba que, a medida que la sus-
tancia perdía propiedades “mate-
riales” —debido a las sucesivas
diluciones—, iba ganando en pro-
piedades “espirituales”. Hoy en
día, las propiedades “espirituales”
han sido reemplazadas por energí-
as misteriosas o por vibraciones de
no se sabe qué; ningún culto pseu-
docientífico actual sería tal si no
mencionara energías que no pue-
den detectarse ni poner de mani-
fiesto, y la homeopatía no es nin-
guna excepción.
Con relación a esto será interesan-
te destacar el caso del Dr. Benve-
niste
. Benveniste encabezaba un
artículo publicado en el año 1988
en Nature, en el que parecía esta
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el escéptico
42
malas alternativas
blecer que una disolución muy
diluida de un cierto anticuerpo
podía desencadenar una reacción
en leucocitos humanos.
Lo sorprendente era que “muy
diluido” significaba, en este caso,
una dilución de ¡una parte entre
10
120
! Esto significaba que no
existía ni un solo anticuerpo en la
disolución final. ¿Cómo lo expli-
caba Benveniste? Para él, el agua
tenía una especie de “memoria”.
Podía retener la estructura del anti-
cuerpo, de modo que, aunque éste
ya no estaba presente, el agua
podía desencadenar la reacción en
los leucocitos. Parecía que este
estudio daba una cierta credibili-
dad a la Ley de los Infinitesimales;
sin embargo, habría que advertir
primero que ese estudio estaba, en
parte, subvencionado por una
importante empresa francesa de
productos homeopáticos.
Por supuesto, esto por si mismo no
desacredita la investigación reali-
zada, pero un equipo enviado por
Nature al laboratorio de Benvenis-
te demostró que los experimentos
estaban estadísticamente mal con-
trolados, que no se habían tomado
medidas para eliminar causas de
error sistemático y que, en defini-
tiva, no existía una base sólida
para las afirmaciones que se reali-
zaban en el artículo.
El experimento sólo fue reproduci-
do por un equipo israelí... ¡curiosa-
mente, la persona encargada de
realizar el recuento de leucocitos
que habían reaccionado era la
misma! Parece, pues, que la Ley
de los Infinitesimales sigue sin
confirmación experimental y sigue
contradiciendo todas las leyes
conocidas de la física y de la quí-
mica.
La homeopatía es un culto médico
que se aprovecha de la ignorancia
de la gente para prescribir reme-
dios inútiles y, además, cobrar por
ello. La salud de las personas es
algo demasiado delicado como
para permitir que se juegue con
ella y es por ello que, al igual que
los “productos milagro”, los pro-
ductos homeopáticos deberían
desaparecer de las farmacias.
NOTAS
1. Carlos López Borgoñoz (2002-
2003) "La colaboración Cochrane y
las medicinas alternativas. ¿Es capaz
el método científico de encontrar efi-
cacia en la acupuntura o en la homeo-
patía?" El Escéptico, Págs. 30-35. Nº
16, Invierno-Primavera.
La materia no es infinitamente divisible. Un hecho como éste, tan básico y conocido por todos, fue firme-
mente establecido por la química a principios del siglo XIX. La indivisibilidad última de la materia, conjun-
tamente con las extraordinarias diluciones empleadas por la homeopatía, configuran una combinación
mortal para esta última. Y este hecho se relaciona con un número conocido como número de Avogadro.
Cuando los químicos del siglo XIX realizaron las primeras mediciones de los pesos atómicos, (realmen-
te, más bien habría que hablar de masas atómicas), éstas sólo podían referirse al peso de algún otro
átomo que se empleaba como patrón o referencia. Es decir, se calculaban pesos atómicos relativos, pero
no era posible dar un valor para el peso absoluto de un átomo, o una molécula, expresado en gramos,
por ejemplo. El estándar que emplearon los químicos para determinar los pesos atómicos relativos se
basaba en asignar al átomo de oxígeno un peso de 16 unidades. Con esta escala de medida, un átomo
de hidrógeno pesaba 1,008 unidades o un átomo de nitrógeno pesaba 14,007 unidades. Es obvio que,
si vamos reuniendo átomos de oxígeno, esta colección de átomos pesará más y más, hasta llegar a valo-
res macroscópicos. Así pues, una pregunta lícita podría ser, ¿cuál es el número de átomos de oxígeno
que es necesario reunir para que lleguen a pesar, precisamente, 16 gramos? (Es decir, para que pesen
una cantidad de gramos numéricamente igual a su peso atómico). Ése es el número de Avogadro, (en
honor al químico italiano Amadeo Avogadro).
La homeopatía es un
“culto” médico que se
aprovecha de la igno-
rancia de la gente para
prescribir remedios
inútiles y, además,
cobrar por ello
.
EL NÚMERO DE AVOGADRO Y LA HOMEOPATÍA
Ferrán Tarrasa Blanes
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el escéptico
43
¿Por qué no creo que la homeopatía sea efectiva?
A una colección de átomos, moléculas, iones, etc., que contenga ese número de elementos se le deno-
mina mol, y esa colección pesará, precisamente, una cantidad de gramos que numéricamente será igual
a su peso relativo. El valor del número de Avogadro fue calculado, por primera vez, por Johann Joseph
Loschmidt, en 1865, asignándole un valor de 6·10
23
elementos/mol.
La definición actual de mol es ligeramente distinta, ya que el número de Avogadro, actualmente, se basa
en el isótopo 12 del carbono, al cual se le asigna un peso exacto de 12. Esta definición de mol sería:
"Cantidad de sustancia de un sistema que contiene tantas unidades elementales como átomos de car-
bono existen en 0,012 kilogramos de carbono-12 puro; la unidad elemental debe especificarse y puede
ser un átomo, molécula, ion, electrón, fotón o incluso un grupo especificado de tales unidades"2. Según
esta definición, el número de Avogadro es igual ahora a 6,022·10
23
elementos/mol.
Y, ¿qué tendrá que ver esta pequeña historia del número de Avogadro con la homeopatía? ¡Pues todo!
El número de Avogadro nos permite conocer el número de moléculas contenidas en una cierta masa de
una sustancia cualquiera, y esto impone un límite para las diluciones sucesivas de esa cantidad inicial
de sustancia. Una dilución excesiva, llevada más allá de ese límite, supondrá que en la disolución final
no habrá ni una sola molécula de la sustancia inicial, (o, más bien, la probabilidad de encontrar una sola
molécula de la sustancia inicial en una parte cualquiera de la disolución será extraordinariamente baja).
¿Cómo se supone que un preparado tan diluido, que no contiene ni rastro de la supuesta sustancia acti-
va, pueda tener un efecto terapéutico?
Por ejemplo, el azúcar corriente, la sacarosa, tiene un peso molecular de 342, esto significa que en 342
gramos de sacarosa existen 6,022·1023 moléculas de sacarosa. Así pues, si diluimos en agua destilada
342 gramos de sacarosa empleando un grado de dilución superior a una parte entre 6,022·10
23
(como
podría ser una parte entre 10
24
o más), ¡¡existen muchas probabilidades de que en una parte cualquiera
de la disolución final no encontremos ni una sola molécula de la sacarosa inicial!!
Por ejemplo, si la disolución original era de 1 molar (1 mol por litro de disolvente, o lo que es igual 342 g
de sacarosa por litro de agua), tendremos que en una dilución superior a 15 CH (que es una parte entre
10
30
), prácticamente se elimina la sacarosa del agua.
Si, como experimento mental, se piensa por un momento que el número de Avogadro es 100, todo aún
se entiende más fácilmente. Aquí, una concentración de 1 molar indicaría 100 moléculas de sacarosa en
un litro de agua:
- En este caso, para conseguir una disolución de 1 CH (una parte entre cien) en un litro de agua, preci-
saríamos extraer la décima parte (igual a 1 centilitro ó 10 cm
3
) de la disolución inicial de 1 molar. Ese cen-
tilitro, posteriormente, lo deberíamos mezclar con 99 centilitros (990 cm
3
) de agua. destilada.
- En promedio, ese litro de disolución 1 CH tendría una sola molécula de azúcar (porque el grado de dilu-
ción 1/100 se corresponde con el número de Avogadro y, por ello, con el número inicial de moléculas de
azúcar, que sería igual a 100 en 1 litro, al tener la disolución inicial una concentración 1 molar).
- Es por ello que, finalmente, una parte cualquiera de la disolución final de 1 CH tendrá muy pocas pro-
babilidades de contener ninguna molécula (ya que, en promedio, habría una sola por cada litro).
La cuestión se vuelve más compleja cuando sabemos que las diluciones homeopáticas suelen ir mucho
más allá de este límite, con lo que la contradicción con hechos firmemente establecidos es obvia.
Los preparados homeopáticos están tan diluidos que no contienen ni una sola molécula de la supuesta
sustancia activa.
¿Algún voluntario para curarse con agua destilada?
2. Diccionario de términos científicos y técnicos. McGraw-Hill Inc - Marcombo (1981).