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el escéptico
26
J
osé López-Rega fue la nociva
eminencia gris durante el decli-
ve senil del general Perón y
durante la presidencia de su esposa y
sucesora, Isabelita. López-Rega
había sido cantante fracasado, poli-
cía, guardaespaldas, autor de un best-
seller
sobre negocios y estrellas,
amor y estrellas, y cosas por el estilo;
creía firmemente en lo oculto y prac-
ticó la magia negra. López-Rega no
sólo creía en la influencia de los
astros y en el mundo espiritual, sino
también en su propia capacidad para
conjurar y manipular a los espíritus.
En una ocasión intentó transferir el
alma del difunto Juan Perón a su
torpe sucesora, Isabelita. Sin embar-
go, dicha tarea resultó estar más allá
de sus facultades (ver, por ejemplo,
Martínez, 1989).
A López-Rega no se le conoce por su
aportación a la filosofía. Sin embar-
go, al igual que todo el mundo, sos-
tuvo ideas filosóficas concretas.
Entre éstas se hallaban los mitos
ancestrales sobre el alma inmaterial,
la posibilidad de la cognición para-
normal y la existencia de seres sobre-
naturales. Estas creencias sustenta-
ron su convicción de que era capaz
de influir en el comportamiento de la
gente mediante el puro poder de la
mente, así como de contactar con
poderes más elevados. A cambio,
dichas creencias y prácticas le confi-
rieron la autoconfianza, el prestigio y
la autoridad necesarios para perpe-
trar sus siniestras maniobras políti-
cas. Entre otras, fue el organizador
del escuadrón de la muerte que llevó
a cabo innumerables asesinatos y
sesiones de tortura de sus rivales
políticos durante el periodo com-
prendido entre los años 1973-76, en
los que gozó de las mayores cotas de
poder político. Así, el Brujo, como
era conocido popularmente el Minis-
tro de Bienestar Social, contaba con
el respaldo de mitos filosóficos mile-
narios.
Todo esfuerzo intelectual, sea autén-
tico o sea falso, posee una filosofía
subyacente y, en concreto, una onto-
logía (una teoría sobre el ser y el
devenir) y una gnoseología (una teo-
ría del conocimiento)
1
. Por ejemplo,
la filosofía relacionada con la biolo-
gía evolutiva es el naturalismo (o
materialismo) junto con el realismo
gnoseológico, una visión según la
cual el mundo existe por sí mismo y
puede ser investigado. Por contra, la
filosofía subyacente al creacionismo
(tanto el tradicional como el “cientí-
fico”) es el sobrenaturalismo (la
forma más antigua de idealismo),
además del idealismo gnoseológico
(que implica indiferencia por las
pruebas empíricos).
Sin duda alguna, la mayoría de los
científicos, así como la mayoría de
La mayoría de los cientí-
ficos, así como la mayo-
ría de los pseudocientífi-
cos, no son conscientes
de defender ninguna
concepción filosófica.
Además, les disgusta
que se les diga
que lo hacen.
Mario Bunge, Profesor de la Universidad McGill de Montreal (Canadá) y Premio Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades en 1982
Todo esfuerzo intelectual, sea auténtico o falso, posee una filosofía subyacente. La ciencia, por
ejemplo, encierra seis tipos de ideas filosóficas, ideas que son completamente diferentes de las
relacionadas con las pseudociencias. La evaluación de la filosofía subyacente a un campo del
saber es una reveladora manera de efectuar distinciones y juzgar su valor.
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los pseudocientíficos, no son cons-
cientes de defender ninguna concep-
ción filosófica. Además, les disgusta
que se les diga que lo hacen. Y la
más popular de las filosofías de la
ciencia respetables de hoy en día, la
representada por los positivistas lógi-
cos y los seguidores de Popper, afir-
ma que ciencia y filosofía se hallan
mutuamente disociadas en vez de
converger. Sin embargo, esta visión
es errónea. Nadie puede evitar
emplear gran cantidad de conceptos
filosóficos tales como realidad, tiem-
po, causalidad, azar, conocimiento y
verdad. Y, de vez en cuando, todos
reflexionamos sobre problemas filo-
sóficos, como la naturaleza de la
vida, la mente, los objetos matemáti-
cos, la ciencia, la sociedad y el bien.
Además, la neutralidad resulta peli-
grosa, pues enmascara falacias filo-
sóficas en las que podrían caer los
auténticos científicos, disuadiéndo-
les del uso explícito de herramientas
filosóficas en sus investigaciones.
Dado que no existe consenso sobre
la naturaleza de la ciencia, y no diga-
mos sobre la pseudociencia, indaga-
ré en las filosofías que acechan tras
el psicoanálisis y la psicología com-
putacional.
1. CIENCIA: LA AUTÉNTICA Y
LA FALSA
Nos interesaremos tan sólo por las
ciencias y pseudociencias que dicen
tener relación con los hechos, tanto
de tipo natural como social. Así pues,
no nos ocuparemos de la matemáti-
ca, excepto como herramienta para
la exploración del mundo real.
Obviamente, este mundo se puede
explorar tanto de manera científica
como acientífica. En ambos casos,
semejante exploración, como cual-
quier otra actividad humana delibe-
rada, comporta cierta aproximación,
es decir, un conjunto de conjeturas
generales, un bagaje de conocimien-
to sobre las cuestiones a explorar, y
un objetivo, así como un medio o
método de trabajo.
En cierto sentido, las conjeturas
generales, el conocimiento disponi-
ble sobre los hechos a explorar y el
objetivo, dictan conjuntamente los
medios o el método a emplear. De
ese modo, si lo que vamos a explorar
es la mente, si la hemos concebido
como entidad inmaterial y si nuestro
objetivo es la comprensión de los
procesos mentales tal como se hacía
en el pasado, el camino más corto es
la libre especulación. Dado lo idea-
listas que resultan esas conjeturas
sobre la naturaleza de la mente, sería
ridículo pretender confirmarlas
mediante la exploración del cerebro.
Pero si, por el contrario, se considera
que los procesos mentales son proce-
sos cerebrales, y si el propósito es la
comprensión de los mecanismos
subyacentes a los fenómenos menta-
les, entonces es imprescindible el
método científico, particularmente
en su faceta experimental (ésta es la
base filosófica de la neurociencia
cognitiva). Es decir, el que un cientí-
fico estudie o no el cerebro para
entender la mente depende funda-
mentalmente de su filosofía más o
menos tácita sobre la mente.
En general, se suele iniciar una
investigación escogiendo un ámbito
o dominio de hechos (D); luego se
construye (o se da por sentado) algu-
nas suposiciones generales (G) sobre
éstos, se reúne un corpus (C) con el
conocimiento disponible sobre los
elementos contenidos en (D), se
decide sobre el objetivo (O), y, en
vista de lo anterior, se determina el
La filosofía tras la pseudociencia
La filosofía subyacente mueve las
pseudociencias. (Skeptical Inquirer)
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el escéptico
28
método de estudio (M) adecuado
para (D). Por tanto, un proyecto de
investigación arbitrario (p) se esbo-
zará mediante el siguiente quinteto:
p=(D, G, C, O, M). La función de
esta lista es mantener el hilo de lo
fundamental al encuadrar definicio-
nes posteriores.
La investigación científica de un
ámbito de hechos (D) supone que
éstos son materiales, legales y escru-
tables, a diferencia de lo inmaterial
(particularmente, de lo sobrenatural),
que ilegal o inescrutable; la investi-
gación se basa en un cuerpo de
hallazgos científicos previos (C); asi-
mismo se realiza con el objetivo
principal de describir y explicar los
hechos en cuestión (O) con ayuda
del método científico (M). A su vez,
este último se puede describir breve-
mente con la siguiente secuencia:
elección del conocimiento de fondo;
definición del (de los) problema(s);
solución provisional (por ejemplo,
hipótesis o técnica experimental);
ejecución de pruebas empíricas
(observaciones, mediciones o expe-
rimentos); evaluación de los resulta-
dos del ensayo; corrección eventual
de los pasos anteriores y nuevos pro-
blemas aportados por el resultado.
Contrariamente a la creencia amplia-
mente extendida, el método científi-
co no excluye la especulación: tan
sólo pone orden en la imaginación.
Por ejemplo, no basta con producir
un ingenioso modelo matemático
sobre algún dominio de hechos del
modo en el que suelen hacerlo los
economistas matemáticos. La con-
sistencia, la sofisticación y la belleza
nunca son suficientes en la investiga-
ción científica, el producto final de la
cual, supuestamente, debe ajustarse a
la realidad, o sea, ser verdadero en
alguna medida. A los pseudocientífi-
cos no se les acusa de ejercer su ima-
ginación, sino más bien de dejarse
arrastrar por ella. El lugar para la
especulación desenfrenada está en el
arte, no en la ciencia.
El método científico presupone que,
en principio, cualquier cosa puede
ser objeto de debate y que todo deba-
te científico debe ser válido lógica-
mente (aun cuando no puedan invo-
carse de forma explícita principios o
reglas lógicas). Este método también
encierra dos ideas semánticas clave:
el significado y la verdad. Los dispa-
rates no se pueden investigar; por
tanto, no pueden ser declarados
como falsos (imagine calcular o
medir el tiempo necesario para volar
de un lugar a otro empleando la defi-
nición del tiempo de Heidegger,
como “maduración de la temporali-
dad”). Asimismo, el método científi-
co no puede ponerse coherentemente
en práctica en un vacío moral. Ahí
interviene el ethos de la ciencia bási-
ca, lo que Robert K. Merton (1973)
caracterizó como universalismo,
altruismo, escepticismo organizado
y comunismo epistémico (compartir
el método y los hallazgos).
Por último, hay otras cuatro caracte-
rísticas distintivas en toda ciencia
auténtica: mutabilidad, compatibili-
dad con el grueso de los conocimien-
tos precedentes, intersección parcial
con —al menos— alguna otra cien-
cia y control por parte de la comuni-
dad científica. La primera condición
deriva del hecho de que no existe
ninguna ciencia “viva” sin investiga-
ción, y la investigación suele enri-
quecer o corregir el fondo de conoci-
mientos. En suma, la ciencia se va
modificando, es eminentemente
mutable. Por el contrario, las pseudo-
ciencias y sus ideologías de fondo o
se hallan estancadas (como la parap-
sicología), o cambian bajo la presión
de grupos de poder o por efecto de
disputas entre facciones (como ha
sido el caso del psicoanálisis).
La segunda condición podríamos
redefinirla así: para que una idea
merezca la atención de una comuni-
dad científica, no puede ser ni tan
obvia ni tan extravagante que rompa
(aunque sea parcialmente) con los
conocimientos previos. La compati-
bilidad con dichos conocimientos es
necesaria, no sólo para depurar las
especulaciones, sino también para
comprender la nueva idea y poder
evaluarla. Efectivamente, la validez
de una hipótesis o de un diseño expe-
rimental está parcialmente determi-
nada por su grado de conformidad
con los conocimientos previos razo-
nablemente consolidados (por ejem-
plo, se pone en cuestión la telequine-
sia
por el hecho de violar el principio
de conservación de la energía). Lo
habitual es que los principios de las
pseudociencias se aprendan en unos
pocos días, mientras que los de la
auténtica ciencia pueden llevar toda
una vida, aunque sólo sea por el
voluminoso bagaje científico en que
están basados.
La tercera condición, la de usar o ali-
mentar otras áreas de investigación,
deriva del hecho de que la clasifica-
ción de las ciencias genuinas es, de
algún modo, artificial. Por ejemplo,
en lo relativo al estudio de la pérdida
de memoria, ¿se trata de psicología,
neurociencia o ambas cosas? ¿Y qué
disciplina investiga la distribución de
la riqueza? ¿La sociología, la econo-
mía o ambas? Debido a estas super-
posiciones e interacciones parciales,
el conjunto de todas las ciencias
constituye un sistema. Por el contra-
rio, normalmente, las pseudociencias
están aisladas.
La cuarta condición, el control por
parte de la comunidad científica,
puede explicarse de la manera
siguiente. Los investigadores no tra-
bajan inmersos en un vacío social,
sino que experimentan los estímulos
e inhibiciones de sus compañeros de
trabajo (aunque no los conozcan per-
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el escéptico
29
sonalmente). Toman prestados pro-
blemas y descubrimientos, y piden
que se les critique; y si tienen algo
interesante que decir, reciben opinio-
nes, hasta sin haberlas solicitado. Tal
interacción de la cooperación con la
competencia es un mecanismo de
generación de problemas y de con-
trol y difusión de los resultados; con-
vierte la investigación científica en
una empresa que se auto-cuestiona,
auto-corrige y auto-perpetúa. Esto
hace del logro de la verdad algo
menos característico de la ciencia
que la capacidad y la voluntad para
detectar y corregir errores (al fin y al
cabo, el conocimiento cotidiano está
lleno de trivialidades bien confirma-
das que no han surgido de la investi-
gación científica).
Lo antedicho se refiere a las caracte-
rísticas más destacadas de la auténti-
ca ciencia, sea la natural, la social o
la biosocial (puede leerse más al res-
pecto en Gardner 1983, Wolpert
1992, Bunge 1998a y Kurtz 2001).
Por el contrario, el tratamiento pseu-
docientífico
de un dominio de
hechos viola al menos una de las
condiciones antes descritas, autopro-
clamándose, al mismo tiempo, como
científico. Dicho tratamiento puede
que sea contradictorio o que conten-
ga ideas poco claras. Puede que
asuma como reales hechos imagina-
rios, tales como las abducciones alie-
nígenas o la telequinesia, los genes
autorreplicantes y egoístas, o las
ideas innatas. Puede postular que los
hechos en cuestión sean inmateria-
les, inescrutables o ambas cosas.
Puede que carezca de base en hallaz-
gos científicos previos. Puede llevar
a cabo operaciones empíricas pro-
fundamente erróneas, como el test de
la mancha de tinta, o no haber inclui-
do grupos de control. Puede que fal-
sifique resultados de pruebas o,
incluso, que prescinda totalmente de
realizarlos.
Por otra parte, las pseudociencias no
evolucionan o, si lo hacen, sus cam-
bios no provienen de investigación
alguna. Se hallan aisladas de otras
disciplinas, aunque, ocasionalmente,
se entremezclen con otras pseudo-
ciencias, como atestigua la astrología
psicoanalítica. Y, lejos de agradecer
la crítica, lo que intentan es consoli-
dar la creencia. Su propósito no es la
búsqueda de la verdad sino la per-
suasión: simular llegadas, sin salidas
y sin viajes. Mientras que la ciencia
está llena de problemas, y cada uno
de sus hallazgos trae consigo proble-
mas nuevos, la pseudociencia se
caracteriza por la seguridad. En otras
palabras, la ciencia engendra más
ciencia, pero la pseudociencia es
estéril, puesto que no genera proble-
mas nuevos. En resumen, el princi-
pal problema de la pseudociencia
yace en que su investigación es o
bien profundamente defectuosa o
bien inexistente. Esa es la razón por
la cual la especulación pseudocientí-
La filosofía tras la pseudociencia
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el escéptico
30
fica, contrariamente a la investiga-
ción científica, no ha proporcionado
ni una sola ley sobre la naturaleza o
la sociedad.
Hasta aquí una descripción somera
sobre la ciencia verdadera y la cien-
cia falsa. Apliquemos nuestro análi-
sis ahora a un par de interesantes
casos recientes: la química física y la
neuropsicología.
2. DOS CASOS: LA AUTO-
ORGANIZACIÓN Y EL SUB-
CONSCIENTE.
Nuestro primer ejemplo es el trata-
miento de los sistemas auto-organi-
zados; conjuntos complejos que con-
siguen autoensamblarse en ausencia
de fuerzas externas. La auto-organi-
zación, la morfogénesis biológica en
particular, es un proceso maravilloso
pero apenas comprendido. No es de
extrañar que haya sido objeto de
muchas especulaciones pseudocien-
tíficas, adornadas de expresiones
rimbombantes pero vacías, como
“fuerza constructiva”, “entelequia”,
“élan vital”, “campo morfogenéti-
co”, “autopoiesis” y otras por el esti-
lo. Todos esos factores se suelen con-
siderar como algo inmaterial y, por
tanto, fuera del alcance de la física y
la química. Y ni se han descrito en
detalle ni han sido objeto de experi-
mentación en laboratorio. Por tanto,
hablar de dichos factores es pura ver-
borrea, la mera agitación de una vari-
ta mágica.
Por el contrario, la aproximación
científica a la auto-organización es
práctica, pero también imaginativa.
Veamos un ejemplo reciente de esta
aproximación: la obra de Adams,
Doic, Keller y Fraden (1998). Unos
coloides, diminutas varitas y esferas,
fueron suspendidos aleatoriamente
en tubos capilares de vidrio sellados;
luego se dejaron a merced de sus
propios sistemas y se observaron
bajo el microscopio. Las varitas eran
virus y las esferas, bolas de plástico;
a los primeros se los cargó negativa-
mente y a los últimos, positivamente.
Tras algún tiempo, la mezcla se sepa-
ró espontáneamente en dos o más
fases homogéneas. En función de las
condiciones experimentales, una
fase podía consistir en capas de vari-
tas que se alternaban con otras de
esferas, o las esferas podían ensam-
blarse en columnas.
Paradójicamente, estas variaciones
de segregación se explican por la
repulsión entre partículas cargadas
—lo cual, intuitivamente, evitaría la
aglomeración de partículas con la
misma carga—. Y la igualmente
paradójica disminución de entropía
(el incremento del orden) se explica
observando que la aglomeración de
algunos coloides viene acompañada
de un aumento de la entropía transla-
cional del medio. En cualquier caso,
el proceso global puede explicarse
en términos estrictamente naturalis-
tas. Al mismo tiempo, los autores
advierten de que sus resultados no
concuerdan con la teoría pertinente
—ni tampoco, por supuesto, con nin-
gún sistema físico general—. Tal
ausencia de conclusión perfecta es
característica de la auténtica ciencia,
a diferencia de la pseudociencia,
donde todo está prefabricado desde
el principio.
Un segundo ejemplo se halla en el
estudio del inconsciente. Se ha escri-
to mucho sobre el particular, la
mayoría desde el terreno especulati-
vo, desde que Sócrates dijera ser
capaz, mediante un hábil interrogato-
rio, de descubrir el conocimiento
matemático implícito en un joven
esclavo analfabeto. Gracias al best
seller
de Eduard von Hartmann, Die
Philosophie des Unbewussten
(1870), el tema ya era popular en
1900, cuando Freud propuso sus
extravagantes fantasías por primera
vez. Entre otras cosas, Freud entroni-
zó el inconsciente y le adjudicó
poderes causales que supuestamente
intervenían en cantidad de fenóme-
nos inexplicados, como los lapsus
linguae
y el mítico complejo de
Edipo. Pero, por supuesto, jamás, ni
a él ni a ninguno de sus seguidores se
les ocurrió aproximarse a esta mate-
ria de manera experimental.
El estudio científico de los procesos
mentales inconscientes comenzó
hace un par de décadas, con el estu-
dio de pacientes con doble personali-
dad y visión ciega
2
Desde entonces,
diversas técnicas de visualización del
cerebro, como el escáner PET y la
resonancia magnética funcional, han
hecho posible discernir si una perso-
na siente o sabe algo incluso antes de
que sepa que lo siente o que lo sabe.
Además, esas técnicas permiten
localizar tales procesos mentales de
una manera no invasiva. Tenemos un
ejemplo en el trabajo de Morris,
Öhman y Dolan (1998), que, como
no es de extrañar, no cita ningún
estudio psicoanalítico. Veámoslo.
La amígdala es el minúsculo órgano
cerebral que siente emociones tan
básicas y ancestrales como el miedo
o la ira. Si sufre algún daño, la vida
emocional y social de una persona
puede quedar gravemente limitada.
La actividad de esta amígdala se
puede monitorizar mediante un escá-
ner PET; este aparato permite al
investigador detectar las emociones
del sujeto e incluso determinar en
qué lado de la amígdala se ubican.
No obstante, dicha actividad neuronal
puede que no alcance el nivel de con-
ciencia. En tal caso, tenemos que acudir
al escáner cerebral.
Por ejemplo, si a un sujeto
humano normal se le muestra
brevemente un rostro enojado
como estímulo principal, e
inmediatamente se le enseña una
máscara inexpresiva, dirá haber
malas alternativas
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el escéptico
31
visto esta última, pero no recorda-
rá haber visto la anterior. Sin embar-
go el escáner nos cuenta una historia
distinta. Nos revelará que, si el rostro
enfadado ha sido asociado a un estí-
mulo ‘aversivo’ como ruido blanco
de alta intensidad, el estímulo princi-
pal activará la amígdala, aun cuando
el sujeto no recuerde haberlo visto.
Resumiendo, la amígdala “conoce”
cosas que el órgano de la conciencia
(sea el que sea o dondequiera que se
encuentre) no conoce. Los psicoana-
listas podrían emplear este mismo
método para medir la intensidad del
odio de un hombre hacia su padre.
Pero no lo hacen, porque no creen en
el cerebro: su psicología es idealista
y, por tanto, no cerebral. Encontrará
más información sobre este tema en
la sección 4.
El número de ejemplos de pseudo-
ciencia abarca hasta donde quera-
mos. La astrología, la alquimia, la
parapsicología, la caracterología, la
grafología, la “ciencia” de la crea-
ción, el “diseño inteligente”, la
“ciencia” cristiana, la rabomancia, la
homeopatía y la memética general-
mente se consideran pseudociencias
(ver por ejemplo Kurtz 1985, Randi
1982, y The Skeptical Inquirer). Por
contra, que el psicoanálisis y la psi-
cología computacional sean ciencias
falsas no está tan ampliamente acep-
tado. Es por lo que las examinaremos
en la sección 3. Pero en primer lugar
echemos un breve vistazo a la filoso-
fía y veremos que parte de la misma
también es falsa.
3. LA FILOSOFÍA: PROCIEN-
TÍFICA Y ANTICIENTÍFICA.
La caracterización de la investiga-
ción científica descrita anteriormente
comprende ideas de seis tipos: lógi-
cas, semánticas, ontológicas, gnose-
ológicas (concretamente, metodoló-
gicas), éticas y sociológicas. De
forma más específica, encierra la
noción de consecuencia lógica y de
coherencia lógica; las nociones
semánticas de significado y de ver-
dad; los conceptos ontológicos de
hecho real y de ley real (patrones
objetivos); los conceptos gnoseoló-
gicos de conocimiento y prueba; el
principio de la honradez intelectual,
y la noción de comunidad científica.
¿Y por qué es esto así? Pues porque
la investigación científica es, en
pocas palabras, la búsqueda honrada
del saber auténtico sobre el mundo
real
, concretamente sobre sus leyes,
con la ayuda de medios tanto teóri-
cos
como empíricos —en concreto,
el método científico— y porque a
todo cuerpo del saber científico se le
supone una coherencia lógica, y
debe ser sujeto de discusión racio-
nal
, en el seno de una comunidad de
investigadores. Todas las expresio-
nes en cursiva se dan en discursos
(metacientíficos) sobre cualquier
ciencia basada en hechos (empírica).
Y la disciplina encargada de diluci-
dar y sistematizar los conceptos
correspondientes es la filosofía. En
efecto, la filosofía es el estudio de los
conceptos y principios más funda-
mentales y multidisciplinarios. Por
lo tanto, se supone que los filósofos
deben ser generalistas y no especia-
listas. Y algunos de nosotros asumi-
mos a veces la ingrata tarea de some-
ter a juicio las credenciales de algu-
nas creencias o ideologías pseudo-
científicas.
En la actualidad, las diferentes
escuelas filosóficas tratan los com-
ponentes filosóficos de la ciencia
antes mencionados de manera muy
diferente; algunas escuelas los igno-
ran por completo. Recordemos bre-
vemente cuatro ejemplos contempo-
ráneos: existencialismo, positivismo
lógico, popperianismo y marxismo.
El existencialismo rechaza la lógica
y, en general, la racionalidad; adopta
una ontología extremadamente
superficial, casi ininteligible e inclu-
so ridícula; y no necesita semántica,
epistemología o ética. No sorprende
que haya carecido de impacto alguno
en la ciencia (excepto, de forma indi-
recta y negativa, por su degradación
de la razón y su apoyo al nazismo).
Tampoco sorprende que no haya
producido ninguna filosofía inteligi-
ble (y, mucho menos, estimulante)
de la ciencia.
Por el contrario, el positivismo lógi-
co defiende la lógica y el método
científico, pero no posee una semán-
tica defendible; ni tampoco una
ontología que trascienda el fenome-
nalismo (“sólo hay apariencias”); su
gnoseología sobrevalora la induc-
ción y malinterpreta o infravalora la
teoría científica, a la que considera
un mero resumen de datos, tampoco
posee una ética más allá del emoti-
vismo
de Hume. Como era de espe-
rar, el positivismo lógico malinter-
preta la física relativista y la cuántica
en lo concerniente a operaciones de
laboratorio, en vez de considerar la
existencia objetiva de entidades físi-
cas en ausencia de observadores (ver,
por ejemplo, Bunge 1973). No obs-
tante, el positivismo lógico es cienti-
ficista
y, por tanto, muy superior a la
anticiencia característica del postmo-
dernismo.
El popperianismo ensalza la lógica
pero rechaza la mera idea de hacer
semántica; no contiene ninguna
ontología más allá del individualis-
mo (o atomismo, o nominalismo);
valora la teoría hasta el punto de con-
siderar el experimento sólo como
una vía para probar hipótesis; sobre-
valora la crítica, infravalora la induc-
ción y prescinde de la evidencia
positiva. No posee ninguna ética más
allá de las premisas de Buda, Epicu-
ro e Hipócrates de no producir nin-
gún daño. No obstante, el popperia-
nismo tiene el mérito de haber defen-
dido una interpretación realista de las
la filosofía tras la pseudociencia
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el escéptico
32
teorías físicas y de haber devaluado
el inductivismo. Pero Popper prime-
ro infravaloró y luego aceptó la bio-
logía evolutiva, aunque malinterpre-
tándola, exclusivamente como la eli-
minación de las inadaptaciones; se
opuso al monismo psiconeuronal
inherente a la psicología biológica;
rechazó la concepción materialista
de la historia, adoptada por la escue-
la historiográfica más avanzada —la
de Annales—; y defendió la microe-
conomía neoclásica, que —como
expondré más adelante— es pseudo-
científica a la vez que conceptual-
mente difusa, e inmune a la falsifica-
ción
empírica.
En cuanto al marxismo, ha presen-
tado algunas ideas revolucionarias
en ciencias sociales, concretamen-
te la concepción materialista de la
historia y la centralidad del con-
flicto social. Sin embargo, el mate-
rialismo marxista es estrechamen-
te economicista: infravalora el
papel de la política y la cultura (en
concreto, de la ideología). Ade-
más, el marxismo, siguiendo a
Hegel, confunde la lógica con la
ontología. Por lo tanto, adolece de
una escasa lógica formal; su onto-
logía materialista se difumina tras
las penumbras románticas de la
dialéctica tales como el principio
de unidad de los contrarios; su
gnoseología es el realismo inge-
nuo (la “teoría del conocimiento
como reflejo”), que no deja sitio a
la naturaleza simbólica de las
matemáticas o de la física teórica;
idealiza los conjuntos sociales en
detrimento de los individuos y sus
aspiraciones legítimas, exagera el
impacto social de la percepción y
adopta la ética del utilitarismo, que
prescinde de la investigación des-
interesada, por no hablar del
altruismo. No sorprende que, al
hallarse en el poder, los filósofos
del materialismo dialéctico se
hayan opuesto a algunos de los
descubrimientos científicos más
revolucionarios de su época: la
lógica matemática, la teoría de la
relatividad, la mecánica cuántica,
la genética, la teoría sintética de la
evolución y la neuropsicología
post-pavloviana.
En resumen, ninguna de esas cua-
tro escuelas encaja con la filosofía
inherente a la ciencia. Mi propues-
ta es que cualquier filosofía capaz
de comprender y promocionar la
investigación científica reúne las
características siguientes (Bunge,
1974-1989):
— Lógica: Coherencia interna y
cumplimiento de las reglas de la
inferencia deductiva; aceptación
de la analogía y la inducción como
medios heurísticos, sin afirmar a
priori
la validez de los argumentos
analógicos o inductivos.
— Semántica: Teoría realista del
significado como referencia pro-
puesta (denotación) —y a diferen-
cia de la extensión— unida al sen-
tido o la connotación. Y una con-
cepción realista de la verdad fácti-
ca [acerca de hechos] como ade-
cuación de una proposición a los
hechos a los que se refiere.
— Ontológica:
a) Materialismo (naturalismo):
Todas las cosas reales son materia-
les (poseen energía) y se ajustan a
algunas leyes (causales, probabi-
lísticas o ambas). Los procesos
mentales son procesos cerebrales y
las ideas en sí mismas (aunque
sean verdaderas o útiles) son fic-
ciones.
b) Dinamicismo: Todos los objetos
materiales se hallan en flujo.
c) Sistemismo: Toda cosa es un sis-
tema o un componente (potencial
o real) de un sistema.
d) Emergentismo; Todo sistema
tiene propiedades (sistémicas o
emergentes) de las que los compo-
nentes carecen.
— Gnoseológica:
a) Realismo científico: Es posible
acceder al conocimiento de la reali-
dad, al menos de forma parcial y gra-
dual, y se supone que las teorías
científicas representan partes o
características del mundo real, aun-
que sea de forma imperfecta.
b) Escepticismo moderado: el cono-
cimiento científico es tanto falible
como mejorable. Sin embargo, algu-
nos hallazgos —por ejemplo, que
existen átomos y campos, que las
ideas no existen más allá del cerebro
y que la ciencia vale la pena— son
adquisiciones firmes.
c) Empirismo moderado: Todas las
hipótesis fácticas se deben poder
probar empíricamente y tanto las
pruebas positivas como las negativas
son indicadores de su valor de ver-
dad.
d) Racionalismo moderado: El cono-
cimiento progresa mediante conjetu-
ras y razonamientos lógicos, combi-
nados con la experiencia.
e) Cientificismo: Todo lo que es posi-
ble saber y merece la pena saber se
conoce mejor de manera científica.
— Ética: Humanismo secular: La
norma moral suprema es “persigue
tu propio bienestar (biológico, men-
tal y social) y el de los demás”. Esta
máxima prescribe que la investiga-
ción científica debe satisfacer tanto
la curiosidad como la necesidad y
abstenerse de causar daños innecesa-
rios.
— Sociológica: Socialismo epistémico:
La labor científica, aunque sea arte-
sanal, es social, por cuanto se ve unas
veces estimulada y otras inhibida por
compañeros de trabajo y por el orden
social del momeno; y el árbitro (pro-
visional) no son las autoridades insti-
tucionales, sino la comunidad de
expertos. Cada una de dichas comu-
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el escéptico
33
nidades prospera con los logros de
sus miembros y eso facilita la
detección y corrección de errores
(atención: estas ideas están muy
lejos tanto del pensamiento mar-
xista que defiende que las ideas
son emitidas y eliminadas por la
sociedad, como de la visión cons-
tructivista-relativista de que los
“hechos científicos” son construc-
ciones sociales locales, esto es,
meras convenciones de la comuni-
dad o de la tribu).
Mi planteamiento es que los princi-
pios filosóficos antes expuestos son
tácitamente satisfechos por las cien-
cias maduras o “duras” (física, quí-
mica y biología); que las ciencias
inmaduras o “blandas” (psicología y
ciencias sociales) satisfacen algunos
de ellos; y que las pseudociencias
violan la mayoría de ellos. En defini-
tiva, que el cientificismo es coexten-
sivo con la buena filosofía.
Además, la razón por la que las pseu-
dociencias se parecen a la religión,
hasta el punto de que algunas son un
sustituto de ésta, es que comparten
una filosofía, el idealismo filosófico,
que no debemos confundir con idea-
lismo moral. Ciertamente, la pseudo-
ciencia y la religión postulan entida-
des inmateriales, habilidades cogniti-
vas paranormales, así como una ética
heterónoma. Paso a explicarlo.
Cada religión posee su núcleo filosó-
fico, y las filosofías inherentes a la
religión comparten los siguientes
principios idealistas:
a) Ontología idealista: Existen enti-
dades espirituales autónomas, como
las almas y las deidades, que no se
ajustan a ninguna ley científica.
b) Gnoseología idealista: Algunas
personas poseen habilidades cogniti-
vas que escapan del ámbito de la psi-
cología experimental: la inspiración
divina, la perspicacia innata o la
capacidad de percibir entidades espi-
rituales o profetizar sucesos sin la
ayuda de la ciencia.
c) Ética heterónoma: Todo el mundo
se halla sujeto a poderes sobrehuma-
nos inescrutables e inamovibles, y
nadie tiene la obligación de justificar
sus creencias mediante experimentos
científicos.
Los tres componentes filosóficos
comunes para religión y pseudocien-
cia están en desacuerdo con la filoso-
fía inherente a la ciencia. Por tanto,
las tesis de que la ciencia es una ide-
ología más, y que no puede entrar en
conflicto con la religión porque
ambas abordan problemas distintos,
de maneras distintas pero mutua-
mente compatibles, son falsas (más
sobre religión y ciencia en Manner y
Bunge 1996).
4. LOS CASOS DEL PSICOANÁ-
LISIS Y DE LA PSICOLOGÍA
COMPUTACIONAL
¿Comparten el psicoanálisis y la psi-
cología computacional los rasgos
filosóficos que, según veíamos en la
sección 3, caracterizan a las ciencias
maduras?
El psicoanálisis viola la ontología y
la metodología de toda ciencia
genuina. Ciertamente, sostiene que
el alma (“mente”, según la traduc-
ción estándar al inglés de las obras de
Freud) es inmaterial y que puede
actuar sobre el cuerpo, como se
muestra en los efectos psicosomáti-
cos. Sin embargo, el psicoanálisis no
supone ningún mecanismo
mediante el cual una entidad inma-
terial pueda alterar el estado de
otra material; simplemente afirma
que se da el caso. Además, esa
afirmación es dogmática, puesto
que los psicoanalistas, a diferencia
de los psicólogos, no realizan nin-
guna prueba empírica. Concreta-
mente, ningún psicoanalista ha
montado jamás un laboratorio. El
propio Freud diferenció enfática-
mente el psicoanálisis tanto de la psi-
cología experimental como de la
neurociencia.
Para conmemorar el primer centena-
rio de la publicación de La interpre-
tación de los sueños
, de Freud, el
International Journal of Psychoa-
nalysis
publicó un informe realizado
por seis analistas de Nueva York
(Vaughan et al., 2000), que supuesta-
mente informaron de la primera prue-
ba experimental del psicoanálisis en
un siglo de existencia. En realidad, no
se trató de ningún experimento, pues-
to que no se contó con ningún grupo
de control. Por lo tanto, aquellos
autores no tenían derecho a concluir
que las mejoras observadas se debie-
ron al tratamiento; pudieron haber
ocurrido simplemente de forma
espontánea. Así pues, los psicoanalis-
tas no emplean para nada el método
científico, puesto que no saben de
qué se trata. Al fin y al cabo, no tie-
nen formación científica; en el
mejor de los casos son médicos
generalistas.
El psicoanalista francés Jacques
Lacan —un héroe del postmodernis-
mo— admite esta idea y sostiene que
el psicoanálisis, lejos de ser una cien-
cia, es simplemente una práctica
retórica: “l’art du bavardage”. Al
final, dado que los psicoanalistas
sostienen que sus conclusiones son
tanto reales como efectivas sin
haberlas sometido al ensayo experi-
mental o a pruebas clínicas rigurosas
la filosofía tras la pseudociencia
Dado que los psicoanalistas
sostienen que sus conclu-
siones son tanto reales
como efectivas sin haberlas
sometido al ensayo experi-
mental o a pruebas clínicas
rigurosas, difícilmente
puede afirmarse que proce-
dan con la honradez intelec-
tual por la que se supone
deben regirse los científicos.
background image
el escéptico
34
difícilmente puede afirmarse que
procedan con la honradez intelectual
por la que, se supone, deben regirse
los científicos (aunque ocasional-
mente cometan deslices). En suma,
el psicoanálisis no está cualificado
para considerarse una ciencia. Con-
trariamente a la creencia general, no
es siquiera una ciencia fallida, pues-
to que prescinde del método científi-
co e ignora los contraejemplos. Se
trata simplemente de charlatanería
psicológica.
La psicología computacional afirma
que la mente consiste en una serie de
programas informáticos que en prin-
cipio pueden implementarse en cere-
bros o en máquinas, —o quizá inclu-
so en fantasmas. Así, esta popular
escuela adopta la visión funcionalis-
ta de que la materia no tiene impor-
tancia, tan sólo importa su función.
Esta visión está fomentada por onto-
logías idealistas, donde la ciencia
sólo investiga cosas concretas a
varios niveles: la física, la química,
la vida —pensante y no pensante—
o lo social. Además, los computacio-
nistas cometen una petición de prin-
cipio al dar por sentado que ciertos
procesos mentales son actos compu-
tacionales. No tienen ninguna prueba
de que todos los procesos mentales
sean computacionales; se limitan a
aseverar esa tesis.
Pero esta tesis es falsa, puesto que ni
los procesos emocionales ni los cre-
ativos son algorítmicos, y solamente
lo son una fracción de los procesos
cognitivos. Por ejemplo, no puede
haber ningún algoritmo para la
actuación espontánea, para plantear
problemas originales, para formular
hipótesis originales, para conformar
analogías fructíferas o para diseñar
artefactos originales, como algorit-
mos, máquinas u organizaciones
sociales radicalmente nuevos. Efec-
tivamente, todo algoritmo es un pro-
cedimiento para realizar operaciones
de un tipo específico, como la clasi-
ficación, la suma y el cálculo de
valores de funciones matemáticas.
Por el contrario, los descubrimientos
científicos originales no pueden ser
determinados con precisión anticipa-
damente, por eso es necesaria la
investigación.
En resumen, la psicología computa-
cional es acientífica porque ignora
las pruebas negativas y porque se
desentiende de la materia de la
mente: el cerebro que crea el pensa-
miento. Consecuentemente, se aísla
a sí misma con respecto a la neuro-
ciencia y a la ciencia social y el ais-
lamiento disciplinar es un indicador
fiable de la falta de cientificidad. El
secreto de su popularidad reside no
tanto en sus hallazgos sino en la
popularidad de los ordenadores, en
que no requiere ningún conocimien-
to de neurociencia y en la fantasía de
que los enunciados del tipo “X cal-
cula Y” poseen capacidad explicati-
va, mientras que, de hecho, éstas
solo enmascaran nuestra ignoran-
cia sobre los mecanismos neurona-
les (recordemos que no hay expli-
cación verdadera sin mecanismo y
que todo mecanismo es material;
ver Bunge 2006)
Valga lo dicho como muestra de
pseudociencia. El tema de su filoso-
fía subyacente es fascinante y vasto,
y básicamente inexplorado (ver, sin
embargo, Flew 1987). Pensemos tan
sólo en los múltiples reductos de
pseudociencia que se refugian en la
ciencia, como por ejemplo el princi-
pio antrópico, el intento de diseñar
una teoría del todo, el discurso sobre
la información en bioquímica, el
dogma de la biología “todo-está-en-
los-genes”, la sociobiología humana,
la psicología evolucionista (pura-
mente especulativa) californiana y
los modelos de teoría de juegos apli-
cados a la economía y a la ciencia
política. Al analizar un error flagran-
te en la ciencia, casi siempre se
encuentra un gazapo filosófico.
5. CASOS FRONTERIZOS:
PROTO- Y SEMI-
Todo intento no matemático de clasi-
ficar cualquier conjunto de elemen-
tos se topará, probablemente, con
casos fronterizos.
Las principales razones de tal vague-
dad son, por una parte, que los crite-
rios de clasificación son, en sí mis-
mos, imprecisos o que el objeto en
cuestión contiene sólo alguna de las
características necesarias para situar-
lo en una casilla determinada. Recor-
demos el caso del ornitorrinco, el
mamífero que pone huevos.
En cualquier caso, en el terreno de la
ciencia encontramos multitud de dis-
ciplinas, teorías o procedimientos
que, lejos de caer claramente dentro
del rango de lo científico o de lo que
no lo es, pueden denominarse como
proto-científicas, semi-científicas o
como ciencia fallida. Echemos un
breve vistazo a dichos casos.
Una proto-ciencia, o ciencia emer-
gente, es obviamente una ciencia in
statu nascendi. Si sobrevive, puede
convertirse llegado el momento en
una ciencia madura, una semi-cien-
cia o una pseudociencia. En otras
palabras, cuando se dice que una dis-
ciplina es una proto-ciencia, es
demasiado pronto para decidir si es
científica o acientífica. Ejemplos: la
física previa a Galileo y Huygens, la
química anterior a Lavoisier, y la
medicina antes de Virchov y Ber-
nard. Todas esas disciplinas madura-
ron deprisa y se convirtieron en ple-
namente científicas (podemos llamar
científicas a la medicina y la ingenie-
ría aunque se trate de tecnologías
más que de ciencias).
Una semi-ciencia es una disciplina
que comenzó como ciencia y es con-
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el escéptico
35
siderada normalmente como tal, aun-
que no reúna todas sus característi-
cas. Mi opinión es que la cosmolo-
gía, la psicología y la economía son
semi-ciencias. En efecto, la cosmo-
logía todavía está repleta de especu-
laciones que contradicen sólidos
principios de la física. Aún existen
psicólogos que niegan que la mente
sea un producto del cerebro y otros
que consideran los sistemas neurona-
les como funciones mentales “secun-
darias” o “mediadoras”. Y, por
supuesto, muchos de los llamados
premios Nobel de economía (que
de hecho son premios del Banco de
Suecia) se otorgan a inventores de
modelos matemáticos que no tienen
ningún reflejo en la realidad econó-
mica —de entrada porque ignoran
la producción y la política— o a
diseñadores de políticas económicas
que perjudican a los pobres. Los
modelos de teoría de juegos, pro-
puestos por Thomas C. Schelling,
que ganó un premio Nobel en 2005,
son un ejemplo destacado. En uno de
ellos diseñó el bombardeo estratégi-
co de la población civil vietnamita.
El mismo teórico descubrió también
que los afroamericanos se segregan
solos: “se sienten más cómodos entre
los de su propio color” (Schelling
1978: 138-139).
En ciertos casos es difícil saber si
algo es científico, semi-científico o
pseudocientífico. Por ejemplo, la
gran mayoría de los físicos del siglo
XIX consideraban que el atomismo
era una pseudociencia, dado que
solamente producía evidencias indi-
rectas en pro de la hipótesis atómica.
Peor aún, ya que no existía ninguna
teoría concreta acerca de los átomos
en sí mismos, el atomismo era muy
difícil de comprobar, y tan sólo lo era
mediante predicciones de mecánica
estadística. Pero la teoría se convirtió
en científicamente respetable casi de
forma súbita como consecuencia de
la teoría de Einstein sobre el movi-
miento browniano y la confirmación
experimental de la misma por Perrin.
Tan sólo los positivistas más conser-
vadores, como Ernst Mach, se opu-
sieron al atomismo hasta el final.
Otro ejemplo: la teoría cuántica es
sin duda un paradigma del éxito de la
ciencia de alto nivel. Pero la interpre-
tación de Copenhague de esta teoría
es pseudocientífica, puesto que sitúa
al observador en el centro del univer-
so, ya que supone que todos los suce-
sos físicos son consecuencia de pro-
cesos de laboratorio. El que esta tesis
sea descaradamente falsa se demues-
tra por el hecho de que la teoría es
válida para las estrellas, que por
supuesto son inhabitables, y porque
no contiene ningún postulado que
describa a los observadores (más
sobre el tema en Bunge 1973, Mah-
ner 2001).
La teoría de cuerdas es un tema sos-
pechoso. Parece científica porque
aborda un problema abierto que es a
la vez importante y difícil, como la
construcción de una teoría cuántica
de la gravitación. Por esta razón, y
porque ha estimulado las matemáti-
cas, está atrayendo a los cerebros
jóvenes más brillantes. Pero la teoría
postula que el espacio tiene seis o
siete dimensiones en vez de tres,
solamente para garantizar la cohe-
rencia matemática. Dado que esas
dimensiones extra no son observa-
bles y que la teoría se ha resistido a
la confirmación experimental duran-
te más de tres décadas, tiene visos de
ciencia-ficción o, al menos, de cien-
cia fallida.
El caso de la frenología, la “ciencia
de las protuberancias craneales”,
resulta instructivo. Proponía una
hipótesis materialista, comprobable,
según la cual todas las funciones
mentales eran funciones cerebrales
localizables con precisión. Pero en
vez de ensayar experimentalmente
esta excitante hipótesis, los frenólo-
gos la explotaron exitosamente en
ferias y otros lugares de entreteni-
miento: iban por ahí palpando el crá-
neo de la gente y diciendo haber
localizado los centros del altruismo,
del amor a la progenie, de la imagi-
nación y cosas por el estilo. La apa-
rición de la neurociencia moderna
puso fin a la frenología.
El descrédito de la frenología arrojó
dudas no sólo sobre el localizacio-
nismo radical, sino también sobre los
intentos científicos de cartografiar la
mente dentro del cerebro. En concre-
to, los dispositivos de imagen cere-
bral inventados a lo largo de las tres
décadas pasadas fueron recibidos
con escepticismo al principio, por-
que el mero hecho de intentar locali-
zar procesos mentales sonaba a fre-
nología. Pero estas nuevas herra-
mientas han demostrado ser muy
fructíferas y, lejos de confirmar la
hipótesis frenológica (un módulo
para cada función), han propiciado
muchos nuevos hallazgos, entre ellos
que todos los subsistemas del cere-
bro están interconectados. Si una
herramienta o una teoría conduce a
descubrimientos importantes, no
puede ser pseudocientífica, puesto
que uno de los signos de la pseudo-
ciencia es el de estar construida alre-
dedor de una vieja superstición.
Finalmente, un aviso de cautela. La
mayoría de nosotros desconfiamos
de teorías o herramientas radical-
mente nuevas y esto ocurre por algu-
na de estas dos razones: por la iner-
cia intelectual o porque es necesario
cuestionar a todo recién llegado para
la filosofía tras la pseudociencia
Antes de emprender preci-
pitadamente un proyecto
de investigación, analícelo
en busca de presupuestos
filosóficos endebles.
background image
el escéptico
36
asegurarnos que no es un impostor.
Pero debemos evitar confundir
ambas razones. A los curiosos les
gustan las novedades, pero sólo
mientras que éstas no amenacen con
desmantelar su esquema de conoci-
mientos
6. PSEUDOCIENCIAYPOLÍTICA
La pseudociencia es siempre peligro-
sa porque contamina la cultura y,
cuando concierne a la salud, la eco-
nomía o la política, pone en riesgo la
vida, la libertad o la paz. Pero, por
supuesto, la pseudociencia es
extraordinariamente peligrosa cuan-
do goza del apoyo de un gobierno,
una religión organizada o grandes
corporaciones. Nos bastará un puña-
do de ejemplos para ilustrar este
punto.
Algunos legisladores estadouniden-
ses invocaron la eugenesia, propues-
ta en sus inicios por científicos bien-
intencionados y por intelectuales
progresistas, para presentar y apro-
bar leyes que restringieran la inmi-
gración de gente de “razas inferio-
res” y condujeran a la institucionali-
zación de miles de niños considera-
dos mentalmente débiles. La política
racial de los nazis se justificó
mediante la misma “ciencia” y con-
dujo al asesinato o la esclavitud de
millones de judíos, eslavos y gitanos.
La sustitución de la genética por las
descabelladas ideas del agrónomo
Trophim Lysenko, que disfrutó de la
protección de Stalin, fue la responsa-
ble del espectacular retroceso de la
agricultura soviética y, lejos de con-
ducir a mejoras, originó una severa
escasez de alimentos. La misma dic-
tadura sustituyó la sociología por el
marxismo-leninismo, cuyos fieles
señalaron la injusticia de los males
de las sociedades capitalistas pero se
negaron a estudiar los problemas
igualmente graves del imperio sovié-
tico. La consecuencia fue que esos
problemas empeoraron y ningún
analista social soviético previó el
súbito colapso del imperio.
Los casos más recientes de la cone-
xión de la pseudociencia con la polí-
tica son los relativos al cambio cli-
mático, investigación con células
madre, “diseño inteligente” y protec-
ción de la fauna por parte del actual
gobierno de los Estados Unidos.
Tales interferencias están destinadas
a tener un impacto negativo en la
ciencia, la medicina y el medio
ambiente. El último caso de apoyo
de un gobierno a la pseudociencia es
la decisión del ministro de sanidad
francés de eliminar de una Web ofi-
cial un informe que decía que la tera-
pia cognitiva-conductual es más
efectiva que el psicoanálisis (French
psicoflap
2005).
CONCLUSIÓN
La pseudociencia está tan cargada de
filosofía como la ciencia. Sin embar-
go, la filosofía inherente a una de
ellas es perpendicular a la que se
atrinchera en la otra. En concreto, la
ontología de la ciencia es naturalista
(o materialista), mientras que la de la
pseudociencia es idealista. La gnose-
ología de la ciencia es realista, mien-
tras que la de la pseudociencia no lo
es. Y la ética de la ciencia es tan exi-
gente que no tolera los auto-engaños
ni los fraudes que plagan la pseudo-
ciencia. En suma, la ciencia es com-
patible con la filosofía procientífica
esbozada en la sección 2, mientras
que la pseudociencia no lo es.
Pero, ¿y qué más da?, puede que se
pregunte el lector. ¿Para qué sirve el
ejercicio de patrullaje fronterizo arri-
ba citado? Respuesta: puede ayudar
como advertencia de que un proyec-
to de investigación inspirado en una
filosofía errónea probablemente fra-
casará. A fin de cuentas, esto es todo
lo que podemos hacer cuando eva-
luamos una propuesta de investiga-
ción antes de contar con todos los
datos: comprobar si el proyecto es
trivial o, peor aún, contrario al “espí-
ritu” de la ciencia, por lo que podría
merecer el infame premio IgNobel
(Bunge 2004). Lo mismo se puede
decir, a fortiori, de la evaluación de
la investigación en curso. Por ejem-
plo, en la actualidad, la física de par-
tículas rebosa de sofisticadas teorías
matemáticas que postulan la existen-
cia de entidades extrañas que no
interactúan perceptiblemente, o no lo
hacen en absoluto, con la materia
ordinaria y, como consecuencia, son
a buen seguro indetectables (alguna
de esas teorías llegó incluso a postu-
lar que el espacio-tiempo tiene diez u
once dimensiones en vez de las cua-
tro reales). Como esas teorías están
en contradicción con el grueso de la
física y violan el requisito del análi-
sis empírico, podemos calificarlas de
pseudocientíficas aunque lleven ron-
dando un cuarto de siglo y aparezcan
publicadas en las revistas más serias
de física.
Segundo ejemplo: Todos los estu-
diantes de económicas y gestión
empresarial deben estudiar microe-
conomía neoclásica. Sin embargo, es
improbable que usen dicha teoría
para abordar ningún problema eco-
nómico en la vida real. La razón de
semejante inutilidad es que algunos
de los postulados de la teoría son
abiertamente irreales y otros, excesi-
vamente difusos, luego difícilmente
comprobables. En efecto, la teoría
supone que todos los actores del
mercado son libres, mutuamente
independientes, perfectamente bien
informados, igualmente poderosos,
inmunes a la política y completa-
mente “racionales”, o sea, capaces
de elegir la opción que con mayor
probabilidad maximizará la utilidad
esperada. Pero el mercado real está
poblado de individuos y empresas
que poseen una información imper-
fecta y, lejos de ser completamente
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el escéptico
37
libres, pertenecen a redes sociales o a
monopolios. Además, la utilidad en
cuestión está mal definida, pues es el
producto de dos cantidades que se
calculan de manera subjetiva en vez
de basándose en datos firmes, como
la probabilidad del suceso en cues-
tión y la correspondiente utilidad del
agente (la mayoría de las veces, no se
especifica la forma precisa de la fun-
ción de utilidad. Y, cuando se especi-
fica, la elección no se justifica empí-
ricamente). Milton Friedman (1991)
se jactó de que, en su actual forma,
esta teoría era como “vino viejo en
botella nueva”. En mi opinión, el
hecho de que la teoría haya permane-
cido intacta durante más de un siglo,
pese al significativo progreso de
otras ramas de la ciencia social,
constituye un claro indicador de que
es pseudocientífica (más en Bunge
1998b).
Moraleja: antes de lanzarse a un pro-
yecto de investigación, analícelo en
busca de presupuestos filosóficos
endebles, como la creencia de que la
sofisticación matemática suple a la
ciencia de los hechos, de que el
manejo de símbolos indefinidos
puede maquillar la indefinición con-
ceptual o a la falta de apoyo empíri-
co, o que pueden existir sonrisas (o
pensamientos) sin cabeza.
Resumiendo, dígame qué filosofía es
la que utiliza (no la que profesa) y le
diré lo que vale su ciencia. Y dígame
qué ciencia es la que usa (no con la
que dice estar de acuerdo) y le diré lo
que vale su filosofía.
NOTAS
1. El término inglés “epistemology” y el español “epistemología”
tienen significados diferentes. La traducción más correcta (y es la
que se ha optado en el presente texto a partir del texto original del
Dr. Bunge en inglés) de la primera sería “gnoseología” o sea teoría
del conocimiento (sea científico, común o cualquier otro), en tanto
que “epistemología” equivale en español sólo a “filosofía de la
ciencia”, es decir, ontología, gnoseología, axiología, metodología,
etcétera, de la ciencia. En castellano, la “epistemología” estaría
incluida en la “gnoseología”, en tanto que en inglés, “epistemo-
logy” equivale a gnoseología. De todos modos, mucha gente utili-
za “epistemología” de un modo ambiguo, unas veces queriendo
decir gnoseología y otras, filosofía de la ciencia. La confusión es,
en el fondo, un anglicismo producto de nuestra dependencia cultu-
ral. El Diccionario de la RAE ayuda algo en la clarificación, aun-
que al final veremos que no del todo. Así, en él, “epistemología”
sería la “doctrina de los fundamentos y métodos del conocimiento
científico”. Sin embargo, si se busca “gnoseología” encontramos
que en tanto que su primera acepción es “teoría del conocimiento”
(en general), su segunda acepción es “epistemología”. Incluso
suponiendo que para los académicos de la RAE el principio de
identidad no sea válido (o sea, para ellos, aparentemente, gnoseolo-
gía = epistemología, pero epistemología = gnoseología, lo cual es
bastante discutible), desde nuestro punto de vista, su prescripción
va contra lo que el uso sugiere, ya que en todo caso sería al revés,
dado que casi nadie usa gnoseología como epistemología, en tanto
que mucha, mucha gente usa epistemología como gnoseología
(además de como filosofía de la ciencia, que es la acepción correc-
ta) [Nota del Corrector].
2. La visión ciega es una dolencia consistente en que el paciente
ve, pero no es consciente de ello [N. del Corrector].
REFERENCIAS
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1998. “Entropically driven microphase transitions in mixtures of
colloidal rods and spheres”. Nature 393: 249-351.
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- Bunge, Mario. 1998a. Philosophy of Science, 2 vols. New
Brunswick, N.J., Transaction Publishers.
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Traducción de Jesús M. Villaro, del origi-
nal de Mario Bunge “The Philosophy
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Skeptical Inqui-
rer, Julio/Agosto, 2006. Corrección de
Rafael González del Solar. Publicado con
todos los permisos.
la filosofía tras la pseudociencia
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