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el escéptico
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E
l pasado 18 de junio de 2006, desayuné con una noticia terrible: en España, donde
se consideraba que el sarampión estaba totalmente erradicado, había vuelto.
La noticia era tremenda por lo que hay detrás de cabezonería y desprecio a la ciencia.
Muchos de nosotros tuvimos el sarampión de niños y no la consideramos una enfer-
medad demasiado mala. Fiebre, quince días en la cama —sin ir al colegio, lo que siem-
pre era de agradecer— y nada más. Pero tuvimos suerte. No siempre el sarampión era
tan benigno. Sobre todo por las complicaciones que se podían ocasionar y que se dan
en pacientes no vacunados.
Entre las infecciones bacterianas que pueden aparecer está, por ejemplo, la neumonía
sarampionosa, que es bastante frecuente y llega al 55% de los casos; también se
pueden producir infecciones en la garganta y en los oídos que pueden llegar a ocasion-
ar la sordera. A veces, otras infecciones han llegado a producir la ceguera del paciente.
Otra de las complicaciones, que se da en uno de cada mil casos, es la encefalitis
aguda...
En nuestro mundo occidental, hay medicinas y hospitales y, normalmente, no morimos
de sarampión, pero en el tercer mundo no los hay y las muertes ocurren. Según la
Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 2004 murieron por causa del
sarampión 400.000 niños menores de cinco años. No es ninguna broma.
En la noticia que comento también se decía que, además del sarampión, también
habían aumentado las paperas y la varicela. La razón: que muchos niños han dejado de
vacunarse.
Quiero que recuerden que en un reciente número de El Escéptico denunciábamos que
algunos padres estaban dejando de vacunar a sus hijos y que eso podría llevar a un
aumento espectacular de los casos de sarampión. Lamento enormemente que nuestra
predicción se haya cumplido.
Lo más triste es que hace tres años se pensaba que el sarampión sería la segunda enfer-
medad erradicada del mundo, tras la viruela. Una gran campaña de la OMS preveía su
desaparición en el 2005. El plan, primero derrapó debido a los religiosos islamistas de
algunos países africanos que se opusieron, pues pensaban que las vacunas eran una
maniobra de los Estados Unidos para dejar estériles a sus mujeres (?). Los islamistas
hicieron sus propias pruebas y vieron que la vacuna era sólo eso: una vacuna, por lo
que admitieron la campaña de inmunización.
Y ahora, hemos derrapado porque unas pocas personas del primer mundo creen que las
vacunas son perjudiciales; no vacunan a sus hijos, con la complicidad de algún médi-
co amigo, y... el resultado es que en España tenemos sarampión.
Para mí es tremendo que no hayamos logrado erradicar del mundo una segunda enfer-
medad. Lo hemos provocado los del primer mundo, pero morirán los del tercer mundo.
Me explico. Nuestros niños tendrán sarampión, pero nuestro sistema de salud podrá
atenderles y es muy difícil que mueran o que tengan graves consecuencias; pero cuan-
do se contagie alguien del tercer mundo, la cosa será diferente, sin un sistema médico
adecuado podrán morir, quedar ciegos, sordos... Nuestro “derecho a la libertad” pro-
duce la muerte de los niños del tercer mundo. Me parece terrible y estoy triste.
¿Y qué tiene que ver esto con el presente número de El Escéptico? Muy fácil, el auge
de las pseudomedicinas, como la homeopatía, poco a poco van socavando la credibil-
idad del sistema médico y crean el caldo de cultivo necesario para que cualquier char-
latán diga una bobada, como que las vacunas contra el sarampión causan autismo, para
que la gente se lo crea y deje de vacunar a sus hijos.
Por favor, no me consideren un ingenuo. Ya sé que no vivimos en el mejor de los mun-
dos. Ya sé que la “medicina oficial” tiene grandes defectos. Ya sé que hay que contro-
larla... Yo soy partidario de una medicina basada en las pruebas. Pero creo que es
imprescindible que haya alguien en quien podamos confiar. No tengo ni idea de quién
puede ser. Pero sí sé quiénes no pueden ser: los partidos políticos que están dando un
espectáculo bochornoso. Las asociaciones de médicos que dan cursos de homeopatía
y de acupuntura... y cuya única preocupación aparente con las pseudomedicinas es que
las practique un titulado.
Lo triste, lo auténticamente triste, es que no sé quién puede ser. Es un problema que
necesita una solución democrática y urgente.
Félix Ares De Blas
editorial