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el escéptico
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D E O C A
A
O C A
H
ace aproximadamente un año que salió la
noticia de que al físico alemán Jan Hendrik
Schön le había sido retirado el título de doc-
tor. Yo aproveché la ocasión para publicar en mi
columna veraniega del Diario Vasco que eso demos-
traba que la ciencia funcionaba.
Retrocedamos un poco. Schön trabajaba en los labo-
ratorios Bell y estaba tratando de conseguir transisto-
res orgánicos; de haber triunfado conseguiría una
electrónica barata, ligera y flexible —flexible en el
sentido de que se podría doblar o incluso enrollar—.
Sus investigaciones en ese campo fueron espectacu-
lares y se publicaron nada menos que en Science y en
Nature, no en revistas del medio pelo.
Llegó a publicar 90 artículos en dos años y su nom-
bre sonó como candidato al Premio Nobel. Pero ya
sabemos que el método científico es lento pero que
poco a poco hace su labor. Una de las claves del
mismo es la repetición. Pues bien, los trabajos de
Schön no se reproducían en otros laboratorios. Eso
levantó sospechas y acabó resultando que Schön se
habían inventado los datos. Le echaron de su empre-
sa y la historia acabó cuando le retiraron el título de
doctor lo que si no recuerdo mal es la primera vez que
ocurre en Alemania.
El 19 de marzo de 2005 aparecía en un artículo en
New Scientist que Vitaly Podzorov, de la Universidad
de Rutgers, en Piscataway, New Jersey (EEUU),
había logrado un transistor orgánico al estilo de
Schön. Quizá lo más curioso es que este investigador
estaba haciendo su tesis doctoral en un campo total-
mente diferente. Fue el jefe del laboratorio, Mike
Gerhemson, quien le incitó a fabricar transistores
orgánicos, tras haber leído los artículos de Schön.
Algo similar ocurrió con Ruth de Boer trabajando en
la Universidad de Tecnología de Holanda. También
ha realizado transistores orgánicos.
Christian Kloc es un especialista en hacer crecer cris-
tales. Tiene fama de ser el mejor del mundo. De
hecho él era el que hacía los cristales de Schön y por
eso figuraba como coautor en sus artículos. La inves-
tigación posterior le exoneró de cualquier culpa. Kloc
se cansó de ser tan sólo el que suministraba cristales
y se puso a crear transistores
orgánicos y también lo
logró.
Tenemos por tanto tres gru-
pos de investigación que
han logrado resultados ins-
pirándose en los fraudes de
Schön.
No quiero disculpar a Schön
pero si insistir en la idea de
que sus falsos datos actua-
ron como incentivo para
otras muchas personas.
Pienso que tal vez las pseu-
dociencias, al menos algu-
nas, puedan jugar un papel
similar entre los jóvenes. Me
explicaré: muchos de nos-
otros en su día sentimos una
especial curiosidad por los
ovnis y ello nos llevó a acer-
carnos a la ciencia. Más
tarde comprendimos que
aquello no era nada más que
fe disfrazada, pero sobre lo
que quiero llamar la atención
es que los ovnis actuaron como gancho motivador.
Que un joven en enseñanza secundaria se interese por
saber qué hay tras los ovnis pienso que puede ser
bueno. Demuestra que tiene curiosidad. Una curiosi-
dad que es la clave de que en el futuro sea un ciuda-
dano responsable, con espíritu crítico, que no se deje
convencer con cantos de sirena e incluso, ¿por qué
no?, un científico. Sin embargo, vemos que la mayor
parte de las veces, lo que empiezan preguntándose por
¿P
U E D E N A Y U D A R L A S
P S E U D O C I E N C I A S
?
Jan Hendrik Schön (Archivo)
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el escéptico
los ovnis terminan creyendo a pies juntillas que somos
visitados por seres extraterrestres y que los gobiernos
nos lo ocultan. ¿Dónde perdemos el rumbo? ¿Dónde
la sana curiosidad se transforma en creencia acrítica?
¿Es posible evitarlo? ¿Qué podemos hacer? La gran
pregunta que me hago es cómo reconducir esa curio-
sidad hacía temas más importantes.
Sin duda, lo primero que hay que resolver es saber
porqué esas pseudociencias son atractivas para los
jóvenes. No conozco ningún estudio que me ayude a
responder. Tengo mis ideas, pero se basan en mi pro-
pia vivencia, por lo que es difícilmente generalizable.
En mi caso, creo que las principa-
les motivaciones fueron que la
ciencia me parecía inalcanzable y
me la daban como algo acabado,
dogmático, en lo que yo no podía
influir, mientras que la investiga-
ción del fenómeno ovni tenía unas
dimensiones abarcables —podía
llegar a saber sus rudimentos
leyendo unos pocos libros— y podía aspirar a poner
mi granito de arena en el avance de aquella ciencia
—después descubrí que no era ciencia, sino fe—,
pero inicialmente pensé que lo era.
Si mi ejemplo fuera generalizable, el modo de con-
seguir ciudadanos críticos —y tal vez algún cientí-
fico— sería plantear a los estudiantes enigmas con
una dimensión modesta y en la que ellos de verdad
puedan contribuir al avance. Un ejemplo que se me
ocurre es el de la búsqueda de cometas, que es una
labor en la que destacan los aficionados. La técnica es
sencilla de aprender y el premio es contribuir, de ver-
dad, al conocimiento de la astronomía, incluso hay un
premio gordo es que un cometa lleve su nombre.
¿Se os ocurre algo similar en el ámbito de las pseudo-
ciencias? Hacédmelo saber.
Félix Ares