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EL ESCUDO SAGRADO
En tiempos de Numa Pompilio
(715-672 a.C.), que fue el segundo
monarca de Roma y el primero
tras la muerte de Rómulo, a un
meteorito metálico se le dio forma
de escudo. Se creía que su pose-
sión protegía de cualquier desgra-
cia a quien lo llevaba, lo que hizo
que fuera un objeto muy
codiciado.
Para evitar que el escudo fuera
sustraído, las audaces autoridades
romanas hicieron once escudos de
hierro exactamente iguales, de esta
manera si alguien pensaba en
robarlo tendría mucho más trabajo
y, posiblemente, nunca sabría cuál
era el auténtico.
LA BATALLA CONTRA
ANÍBAL
A finales del s. III a.C. los cartagi-
neses, con Aníbal al frente, amena-
zaban peligrosamente la República
Romana. En este clima de insegu-
ridad, en el año 205 a.C., una
impresionante bola de fuego cruzó
el cielo de Roma. Las autoridades
romanas, después de consultar los
Libros Sibilinos —una serie de
oráculos del destino— concluye-
ron que la bola de fuego era una
señal divina según la cual Aníbal
podía ser vencido si una roca
sagrada dedicada a Cibeles, que
había caído del cielo hacia el 2000
a.C. en Frigia y que se guardaba en
un templo de Pesinonte, en
Galacia (actual Turquía), era tras-
ladada a Roma.
Una delegación de la República
Romana se desplazó hasta allí y le
pidió al rey Átalo el meteorito,
quien, en un principio, no quiso
acceder a la petición. Pero, cosas
del destino, aquel mismo día tuvo
lugar un terremoto cerca de donde
estaba el rey y éste, atemorizado,
accedió al traslado. El meteorito
fue llevado a Roma con toda la
pompa, acompañado por una pro-
cesión de sacerdotes galos eunu-
cos engalanados.
Con la moral alta, los romanos
expulsaron a Aníbal de la penínsu-
la itálica y conquistaron Cartago.
Ante los hechos, las autoridades
romanas hicieron construir un
templo dedicado al meteorito en el
monte Palatino, lugar donde,
según Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.),
fue venerado durante varios siglos.
LA ADORACIÓN DE
HELIOGÁBALO
Vario Avito Basiano (218-222
d.C.) fue proclamado emperador a
los catorce años gracias a una
maniobra organizada por su abue-
la. Poco tiempo después adoptó el
nombre de Heliogábalo (o Elagábalo),
como muestra de su adoración al
dios Sol.
Heliogábalo fue uno de los empe-
radores más depravados y tiranos
del imperio romano, entre sus
excentricidades más conocidas se
incluyen banquetes descomunales,
orgías palaciegas, una recompensa
para el médico que lo transforma-
ra en mujer… y también la venera-
ción obsesiva de un meteorito
caído en Emesa, Siria.
Heliogábalo rendía culto cada día
al meteorito, vestido con sedas y
con las mejillas pintadas de blanco
y rojo, mientras se ofrecían danzas
y cantos y se sacrificaban toros y
ovejas. También hizo preparar una
carroza con oro y piedras precio-
sas para transportar cada día el
meteorito entre dos templos.
Cuatro caballos blancos tiraban de
la carroza que sólo Heliogábalo
podía conducir. A su paso por la
ciudad, todo el mundo tenía que
hacer reverencia al emperador y al
meteorito.
El comportamiento extravagante y
negligente de Heliogábalo no duró
mucho, ya que apenas cuatro años
más tarde de su nombramiento él y
su madre fueron asesinados por la
guardia pretoriana. Sus cuerpos
fueron mutilados y arrastrados por
las mismas calles de Roma por
donde Heliogábalo paseaba con el
meteorito.
Hoy en día podemos contemplar
en numerosos museos arqueológi-
cos las monedas que Heliogábalo
hizo acuñar y en donde aparece
una cuadriga arrastrando la carro-
za con el meteorito.
GUERRAS DEL
SIGLO XV
En 1492, Cristóbal Colón y su tri-
pulación vieron una bola de fuego
cruzando el cielo en dirección al
Viejo Mundo. El meteorito que
ocasionó aquel espectáculo (temi-
ble para la expedición que se diri-
gía al Nuevo Mundo) cayó al
mediodía en un campo cercano a
la ciudad amurallada de Ensisheim,
Alsacia. El ruido del meteorito se
Moneda del emperador Heliogábalo (Siglo III d.C.). (Cortesía del autor)
SUPERSTICIÓN
CIENCIA Y
METEORITOS
SOBRE
L
os meteoritos son fragmentos de rocas y/o metal que provienen del espa-
cio y alcanzan la superficie de nuestro planeta después de superar la fric-
ción con la atmósfera. Durante el episodio de rozamiento con las molécu-
las de aire de la atmósfera, la caída de un meteorito adopta el aspecto de una
auténtica bola de fuego celeste que, según sea su magnitud, puede llegar a ser
muy impresionante.
Hoy en día la ciencia sabe muy bien qué son los meteoritos, de dónde vienen y
cómo caen, pero hasta hace relativamente poco la caída fortuita e inesperada de
un meteorito iba casi siempre acompañada de supersticiones y otras entele-
quias ajenas a la razón. Veamos unos ejemplos.
L
os meteoritos son fragmentos de rocas y/o metal que provienen del espa-
cio y alcanzan la superficie de nuestro planeta después de superar la fric-
ción con la atmósfera. Durante el episodio de rozamiento con las molécu-
las de aire de la atmósfera, la caída de un meteorito adopta el aspecto de una
auténtica bola de fuego celeste que, según sea su magnitud, puede llegar a ser
muy impresionante.
Hoy en día la ciencia sabe muy bien qué son los meteoritos, de dónde vienen y
cómo caen, pero hasta hace relativamente poco la caída fortuita e inesperada de
un meteorito iba casi siempre acompañada de supersticiones y otras entele-
quias ajenas a la razón. Veamos unos ejemplos.
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ció preludio de felicidades. Los
más reflexivos discurrieron vatici-
nio de sangrienta guerra en los
límites de la Corona de Aragón, y
en particular en Cataluña, y que la
España toda sería sangriento teatro
de infelicidades”.
Es decir, una vez más se relacionó
la caída de un meteorito con una
guerra y/o intervención divina.
Unos meses después de la caída
del meteorito, en verano de 1705,
Cataluña proclamó al archiduque
Carlos de Austria como rey de
España, quien entró triunfante en
Barcelona como rey Carlos III de
España a finales del mismo año.
De este modo la Guerra de
Sucesión se convirtió también en
una guerra interna de España.
También hubo quien aprovechó la
caída del meteorito para usos pro-
pagandísticos. Un médico de
Barcelona, Joan Solar, imprimió
un documento en el que defendía
con argumentos astrológicos y
extraños que la caída del meteori-
to era una señal del cielo a favor
del archiduque Carlos: “Digo,
pues, que denotan sus influencias
prosperidades, y augmentos á
Nuestro Rey, y Monarca CARLOS
tercero (que Dios guarde) aunque
la ambicion de algunos Principes
de poca lealtad, introducidos de
secretas embaxadas, procuraràn
para desazer la Cezarea Alianza;
Pero no obstante eso, seràn de muy
poco provecho; Porque los belli-
cos influxos de Marte, con la asis-
tencia de otras Constelaciones de
la octava Esfera, estorvarán los
funestos accidentes de los contra-
rios, y con esto abrá tambien crue-
les guerras, derramamientos de
Sangre, con muerte de Principe, y
gente noble, reboluciones de pue-
blos con poca fè, y lealtad entre
algunos, mudança de leyes, pues-
tos, y otras cosas. Pues que dirè de
aquel prodigiosos señal Celeste,
que sucediò el dia 25. De
Deziembre de 1704. Dia de la
Navidad de JESV-CHRISTO
Nuestro Señor, que pareciò mas
milagroso, que natural, /…/ De la
misma suerte sucederán los aug-
mentos y progresos de la Casa de
Austria, y en particular favorece-
rán dichos Influxos á nuestro Rey,
y Monarca CARLOS tercero,
como yá tengo dicho…”.
Las predicciones de Joan Solar
resultaron totalmente erróneas. A
pesar de que la evolución de la
guerra hacía pensar en una victoria
clara del archiduque Carlos, un
hecho inesperado cambió el curso
de la historia. En abril de 1711
murió el emperador de Austria,
José I, y el archiduque Carlos de
Austria, que era su hermano,
heredó la corona. Ante la amenaza
que suponía una alianza entre
España y Austria, más temible aún
que la alianza entre España y
Francia, los países de la Gran
Alianza negociaron la paz con
Luis XIV y reconocieron Felipe V
como rey de España mediante el
tratado de Utrecht de 1713.
EL USO DE LA RAZÓN
FRENTE A LA
SUPERSTICIÓN
Muchas de estas historias parece
que tengan su razón de ser.
¿Cómo, si no, se podía explicar la
caída de una piedra del cielo o la
visión de una bola de fuego sur-
cando el cielo en aquellos tiem-
pos? Pero a pesar de la creencia
extendida de una interacción divi-
na directa sobre la caída de los
meteoritos, algunos pensadores
ilustres como Anaxágoras (500-
428 a.C.) o Aristóteles (384-322
a.C.) ya defendieron en su
momento el uso de la razón.
Anaxágoras pensaba que los
meteoritos no eran más que frag-
mentos expulsados del Sol. Por su
parte, Aristóteles se ocupó de los
meteoritos en sus obras De Caelo
y Meteorologica. El filósofo divi-
día el Universo en dos partes, la
esfera perfecta e inalterable de las
estrellas fijas y el mundo sublunar,
imperfecto y cambiante al que per-
tenecía la Tierra.
Pues bien, justo en la zona inter-
media de estas dos, Aristóteles
postulaba que había una materia
combustible, caliente y seca que al
acercarse a la Tierra sufría una
especie de exhalación que origina-
ba las estrellas fugaces y los
meteoritos. Está claro que las ideas
de Anaxágoras y Aristóteles esta-
ban muy lejos de la realidad, pero
lo importante fue el esfuerzo que
estos dos filósofos realizaron para
encontrar una explicación racional
a los hechos.
Es en la Europa del Siglo de las
Luces, o Ilustración, donde encon-
tramos una discusión más profun-
da entre ciencia y superstición
sobre meteoritos. La Ilustración
fue el movimiento intelectual que
dominó en el siglo XVIII y se
caracterizó por rechazar los funda-
mentos teológicos y las tradicio-
nes, imponiendo una visión más
crítica y valorando especialmente
a la naturaleza, insistiendo en la
necesidad que los seres humanos
descubrieran sus secretos por
medio de la razón. Es en esta
época cuando el avance del pensa-
miento científico dio lugar a
una profunda reconstrucción
de la interpretación de la caída
de los meteoritos frente a la
superstición.
Así, Antoine Laurent de Lavoisier
(1743-1794), que revolucionó la
química de la misma manera como
CIENCIA Y SUPERSTICION SOBRE METEORITOS
llegó a oír en los Alpes, a más de
cien kilómetros de distancia.
El meteorito, de forma triangular y
de unos ciento veinte kilogramos
de peso, estaba en el fondo de un
agujero de un metro de profundi-
dad. Todos los vecinos de Ensisheim
se encontraron alrededor del agu-
jero discutiendo qué es lo que
había que hacer. En la memoria de
los más ancianos no había rastro
de ninguna cosa parecida.
Finalmente, sacaron la piedra del
agujero y empezaron a arrancarle
pedazos para guardarlos como
amuleto. Una cosa tan extraordi-
naria que había caído del cielo
tenía que ser necesariamente
buena. Cuando llegaron las autori-
dades, el expolio terminó y el
meteorito se transportó delante de
la iglesia, dentro de la ciudad.
Unos días más tarde, el príncipe
Maximiliano de Austria, hijo del
rey Federico III, fue a Ensisheim a
ver el meteorito con sus propios
ojos. Maximiliano quedó muy
impresionado con el aconteci-
miento e hizo venir a sabios y con-
sejeros para examinar la piedra
caída del cielo. Después de varios
días de deliberación, éstos decidie-
ron que Dios había enviado la pie-
dra a Maximiliano como una señal
divina para que éste hiciera la gue-
rra contra los franceses.
Y así fue. Maximiliano se
llevó también dos trozos del
meteorito, uno para él y el otro
para su buen amigo Segismundo
de Austria. Se imprimieron
varios panfletos propagandísti-
cos en los que Sebastián Brant,
el poeta más conocido de la
época, recitaba las grandezas
del meteorito y de Maximiliano.
¡Así fue como la caída de un
meteorito a finales del siglo XV
fue utilizada como arma propagan-
dística! Como es de imaginar, el
consejo de los “sabios” ni fue des-
interesado, ni estuvo exento de la
presión de las circunstancias polí-
ticas del momento. Austria estaba
preocupada por la posición expan-
sionista de Francia; además, la
mujer de Maximiliano, Ana de
Bretaña, tuvo que acceder a casar-
se con Carlos VIII, rey de Francia,
para conservar su potestad sobre la
Bretaña, de modo que
Maximiliano perdía la Bretaña y
su hija Margarita de Austria perdía
su derecho sobre el trono.
Por todo ello no resulta difícil ima-
ginar la manipulación a la que se
vio sometida la caída del meteori-
to. La guerra entre el Imperio
Austríaco y Francia se saldó a
favor de Maximiliano y, una vez
más, Sebastián Brant celebró el
triunfo escribiendo poemas donde
se relacionaba la victoria de
Maximiliano con la caída del
meteorito de Ensisheim.
Maximiliano se llegó a creer tanto
la señal de Dios en forma de mete-
orito que incluso empezó a organi-
zar una nueva cruzada contra los
turcos, en 1503, que nunca llegó a
realizarse por falta de aliados en
otros reinos.
LA GUERRA DE
SUCESIÓN ESPAÑOLA
En 1700, el rey de España Carlos II
murió sin dejar descendencia. Dos
candidatos pugnaron por la suce-
sión, por un lado el archiduque
Carlos de Austria, que era el sobri-
no de la reina de España, Mariana
de Neuburgo, y por el otro el
duque Felipe de Anjou, nieto del
rey de Francia Luis XIV.
En un principio, el sucesor tenía
que ser el archiduque Carlos pero,
en el último momento y en el
lecho de muerte, Carlos II designó
al duque Felipe de Anjou como su
sucesor a la corona española. Esto
no fue bien visto por los otros rei-
nos europeos, que veían que una
alianza entre España y Francia iba
a romper el equilibrio de fuerzas
existente entonces en Europa.
Nació así la Gran Alianza entre
Inglaterra, Países Bajos, algunos
estados Germánicos, Portugal y
Saboya, a favor del archiduque
Carlos de Austria. La Gran Alianza
declaró la guerra al rey de Francia
y a Felipe de Anjou (entonces el
nuevo rey de España, Felipe V) en
mayo de 1702. Empezaba la
Guerra de Sucesión española. En
Cataluña las cosas no funcionaron
bien con el nuevo rey absolutista y
la oposición a Felipe V fue en
aumento.
Y es en este contexto cuando una
gran bola de fuego cruzó el cielo
de una gran parte de Cataluña
(desde Girona hasta Barcelona) y
un meteorito cayó en Terrassa el
día de Navidad de 1704. ¿Cuál fue
la reacción de la gente? ¿Cómo se
interpretó la caída del meteorito,
precisamente en un día de
Navidad?
Así lo escribió Francesc de
Castellví (1682-1757) en sus
Narraciones Históricas: “Estos
presagios dio la naturaleza, ins-
truida de la Providencia; y aunque
todos son vulgares fenómenos,
amenaza Dios con ellos para
correr a la enmienda de los vicios.
Esto dio asuntos a varias interpre-
taciones, según lo vario de los
efectos. Difundida la noticia en
Europa, muchos lo consideraron
presagio de lastimosos sucesos. En
España se temió común infortunio;
en Cataluña, atemorizó a los más;
admiró a todos. A pocos les pare-
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Newton revolucionó la física unos
años antes; Pierre Simon Laplace
(1749-1827), conocido sobre todo
por sus estudios sobre mecánica
celeste; Jean Baptiste Biot (1774-
1862), conocido por sus trabajos
de polarización de la luz y electro-
magnetismo, y Siméon Denis
Poisson (1781-1840), conocido
por aplicar de manera brillante las
matemáticas a diferentes campos
de la física, defendían la idea que
los meteoritos eran producto de
fenómenos atmosféricos.
Por ejemplo, Lavoisier, después de
estudiar en su laboratorio los
meteoritos que
cayeron en 1768
en Lucé, Francia,
concluyó que se
trataban de piri-
ta (un sulfuro de
hierro abundan-
te en la corteza
terrestre) sacudida por un rayo. La
opinión predominante, no obstan-
te, era que los meteoritos se forma-
ban en la atmósfera por procesos
de coagulación de polvo y después
caían a la superficie de la Tierra.
Otros científicos argumentaban
que los meteoritos eran rocas
expulsadas por los volcanes de la
Luna, porque por entonces se pen-
saba que los cráteres de la Luna
eran volcanes y no cráteres de
impacto de meteoritos, tal y como
ahora sabemos.
Por su parte, Ernst Florens
Friedrich Chladni (1756-1827),
quien asentó los principios de la
acústica, sostenía que los meteori-
tos provenían del espacio. Chladni
llegó a esta conclusión después de
estudiar con detalle todas las cró-
nicas y relatos sobre caídas de
meteoritos que encontró en la
biblioteca de Göttingen.
Había relatos de épocas muy dis-
tintas y de todo tipo de lugares y
c o n d i c i o n e s
atmosféricas: días
nublados, solea-
dos,… Finalmente, y
después de agrias
discusiones en diver-
sas academias de
ciencias, se admi-
tió como verdadera la teoría de
Chladni, publicada por primera
vez en Riga en 1794 (Über den
Ursprung der von Pallas gefunde-
nen und anderer ihr ähnlicher
Eisenmassen
).
Pero lo más importante había
sido el triunfo de la razón por
encima de la superstición. La
ciencia podía explicar qué eran
los meteoritos y por qué caían
sin necesidad de recurrir a
divinidades ocultas.
No obstante, las ideas fantasiosas
y la superstición prevalecieron
durante años. Aún hoy se oyen las
más extrañas e inverosímiles
explicaciones relacionadas con la
caída de meteoritos. Hace relativa-
mente poco, en 1992, cayó una llu-
via de meteoritos en Mbale,
Uganda. Los habitantes de esta
localidad recogieron los meteori-
tos, los trituraron y se los comie-
ron porque creían que Dios se los
había enviado para curarlos de
enfermedades. ¡Aunque también
hay quien sostiene que son los
meteoritos los que nos traen enfer-
medades, como el SARS (síndro-
me agudo respiratorio severo)!
Sea como fuere, los meteoritos han
dejado de estar sujetos a las redes
de la superstición para convertirse
en auténticas joyas de la ciencia,
porque hoy en día sabemos que en
su interior se encuentran las claves
que precisamos para reconstruir y
entender mejor, por ejemplo, el
origen y evolución del Sistema
Solar.
Jordi Llorca
Departamento de Química Inorgánica,
Universidad de Barcelona
CIENCIA Y SUPERSTICION SOBRE METEORITOS
Arpón del siglo XIX, fabricado con una
punta de meteorito. (Cortesía del autor)
HUMOR, por Pedro Mirabet