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cartas al director
80 (2004) el escéptico
desde ciertos colectivos (casualmente religiosos),
las sociedades desarrolladas las han asumido con
gran naturalidad. Curiosamente, si bien la iglesia
católica hoy en día permite la reproducción de
parejas estériles mediante fertilización
in vitro (
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pesar de que implica la generación y destrucción
de embriones que ella misma considera seres
humanos), condena terminantemente el aborto y
el uso de células madre embrionarias bajo cual-
quier supuesto y con cualquier fin. Considerará el
Sr. Stengler que mi postura es cerril, pero no
puedo sino ver, en esta profunda contradicción,
una muestra clara de hipocresía y de justificación
de los mismos medios, aunque con otros fines
que ese colectivo sí considera deseables (la repro-
ducción).
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Alega el Sr. Stengler una identificación ten-
denciosa, por parte de los escépticos, de las pos-
turas contrarias a las manipulaciones de material
genético humano con posturas influidas por el
fundamentalismo religioso. Reivindica la legitimi-
dad de un rechazo a estas técnicas desde bases
estrictamente laicas.
Ojalá existiese sustrato
para un debate aconfesional
sobre las implicaciones
éticas de este tipo de
investigaciones, pero
mientras los argumentos
esgrimidos sean de base
religiosa, los escépticos los
criticaremos como sesgados
e irracionales.
Tiene razón, sin duda, en este punto y reco-
nozco que esto es posible. Ahora bien: tales pos-
turas, si existen, me son desconocidas.
Lamentablemente, lo que sí conocemos y denun-
ciamos en nuestras aportaciones es la objeción
desde presupuestos profundamente influidos por
la religión católica e infiltrados en nuestros cuer-
pos legislativos.
Permítaseme dar la vuelta a este argumento, y decirle que tam-
bién existen colectivos que apoyan y estimulan la clonación
humana (incluso la reproductiva), desde bases profundamente
religiosas, como es el caso de la delirante secta de los raëlianos.
Estas posturas son igualmente condenables desde un punto de
vista racional, y lo único que evidencian es que las religiones tie-
nen poco o nada que aportar a este debate. A pesar de ello, la
práctica totalidad de las posturas contrarias que han llegado a
nuestros oídos son confesionales, y en particular lo son las más
organizadas e influyentes. Es por ello que las condenamos de
modo especialmente beligerante, pues conocemos por experien-
cia cotidiana el desgraciado eco que en nuestra sociedad y en
nuestro gobierno tienen estos puntos de vista. Ojalá existiese sus-
trato para un debate aconfesional sobre las implicaciones éticas
de este tipo de investigaciones, pero mientras los argumentos
esgrimidos sean de base religiosa, los escépticos los criticaremos
como sesgados e irracionales. No nos lo agradezca, es nuestro tra-
bajo. ■
[Publicada en E
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E
l artículo de Erik Stengler [
Comentarios sobre embriones y
células madre —publicado en E
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9/2002 y en esta misma revista—] sobre el debate acerca
de la utilización de las células madre en la investigación, aporta
algunos elementos que mueven a una reflexión desde el campo
escéptico en cuanto a la correcta forma de abordar el propio
debat
e
.
Stengler asegura que la discusión real se refiere a la conside-
ración de las células embrionarias como seres humanos o perso-
Una reflexión
desde el campo
excéptico sobre
células madre e
investigación
JOSÉ BELDA MARTÍNEZ
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cartas al director
el escéptico (2004) 81
nas, pues ésa es la única fuente de desacuerdo. Y pide que los
escépticos, en tanto defensores y divulgadores del pensamiento
científico, se apliquen a la tarea de exponer los argumentos cien-
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ficos sobre la cuestión.
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El debate es, pues, si las células fecundadas son, o no, seres
humanos. ¿Es ésta una cuestión científica? No se trata de deci-
dir el carácter de pertenencia de las células a la especie humana,
en el sentido en que se puede decidir acerca de cualquier otra
célula, pues en este caso es indudable tal hecho. Tampoco se
trata de decidir sobre la base de los datos que la ciencia puede
aportar (dotación genética, capacidad de percepción sensorial,
conciencia o autoconsciencia, etc.) si es que los embriones son
personas, algo también indudable, pero en sentido contrario. Se
trata de una decisión convencional que en el caso de los defen-
sores de esa dignidad sólo se apoya en argumentos emocionales
o sentimentales, como los llama Stengler.
El único argumento, digamos ontológico, que se presenta al
debate es de procedencia religiosa; la dotación de un alma desde
el momento mismo de la concepción. Estamos, pues, ante una
cuestión en la que la aportación de datos objetivos a favor de la
dignidad humana para las células no existe. En el mejor de los
casos se expresa el hecho de una duda abstracta nunca explicada
ni sometida a debate. Eso no quiere decir que no pueda tomarse
una decisión racional, por muy convencional que sea. Pero enton-
ces es inevitable el uso de los argumentos emocionales.
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No existen datos objetivos, ni hay esperanza de encontrarlos,
que decidan la cuestión por sí mismos. La decisión es nuestra.
La necesidad de la decisión se nos aparece a partir del hecho de
que esas células tienen una utilidad, puede actuarse sobre ellas.
Si no existiese tal utilidad, la cuestión podría permanecer siem-
pre en la indefinición sin causar ningún problema ético. Es ahora
cuando la decisión debe ser tomada, y es entonces cuando el
peso de los beneficios adquiere toda su presencia. No es una
cuestión de alcanzar el fin por cualquier medio, es una cuestión
de no renunciar a un beneficio a favor de una de las posiciones
en debate sin consideración alguna por datos objetivos que, al
margen del propio beneficio de la utilización, no existen.
En lugar de pedir que se beneficie de la utilidad aquél al que
tal uso no presente un conflicto moral y se permita prescindir de
él a aquél para quien sí lo es, se nos pide la misma actuación que
se efectuaría en el caso de que el debate hubiera sido decidido
en uno de los dos sentidos. Y todo en el nombre de un argu-
mento religioso o de una duda inconcreta. Lo demás son inten-
tos de definición de tal manera que quien la hace no puede más
que tener razón.
No existe, en este momento,
modo de decidir si se está
atentando contra la vida
humana de manera
significativa, salvo como
convención no basada
directamente en dato
científico
alguno. En mi opinión, el
escéptico debe denunciar
cualquier intento de
establecer que sí existen
tales datos.
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No existe, en este momento, modo de decidir
si se está atentando contra la vida humana de
manera significat
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va, salvo como convención no
basada directamente en dato científico alguno.
En mi opinión, el escéptico debe denunciar cual-
quier intento de establecer que sí existen tales
datos. La posición escéptica no puede evitar la
ponderación del único dato objetivo en juego, la
existencia de unos beneficios reales. Debe com-
batir la idea de que no actuar es mantener una
posición escéptica semejante a la suspensión del
juicio en asuntos de hecho.
Es muy estimulante ver que el debate existe en
el seno de la comunidad escéptica y todo esto no
puede más que enriquecernos. ■
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