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26 (2004) el escéptico
E
n la zona occidental de la comarca de
Pamplona, donde habita el que escribe este
cuaderno, existe un pueblecito llamado Iza.
M e cuentan los que de estas cosas saben que tal
topónimo hace referencia a los juncos, y es cierto
que, allí donde la agricultura ha llenado de cereal
el terreno, aparecen manchas húmedas con jun-
cos, cañizos y otras plantas amantes del agua en
grandes cantidades. A Iza se ha ido a vivir un
buen amigo, a una de esas viviendas unifamiliares
que (aunque esto mejor sería objeto de otra his-
toria) prometen las delicias a las familias que
huyen de los pisos enlat
ados.
Como muchos otros pueblos cercanos a la
ciudad, Iza ha ido cambiando su fisonomía con
las urbanizaciones de adosados. En parcelas de
unos mil metros cuadrados, estos nuevos ruralitas
comienzan a hacer sus pinitos de burgués llegado
al campo y, así, unos se colocan un tremendo jar-
dín con arboleda, otros una piscina-cubeta para
usar los pocos días que la temperie lo permita y
algunos se lanzan a la horticultura
amateur. Unos
y otros consumen agua, que han de pagar religio-
samente si la toman de la acometida legalmente
colocada... un dinero que algunos pretenden
obviar haciendo por su cuenta y riesgo (e ilegal-
mente) un pozo para aprovechar lo que el sub-
suelo tiene.
Pues bien, un vecino de mi amigo se animó a
construir el pozo. ¿Dónde comenzar a taladrar?
Hablando de la cosa con amigos tuvo conoci-
miento de un experto en la prospección acuífera
que por unos
simples 9.000 euros le marcaba el
lugar idóneo. Echó cuentas y se animó. Y concer-
tó la cita: para su sorpresa el lugar de encuentro
iba a ser un bar en una localidad cercana, y debía
llevar un plano detallado de la finca. Y el dinero,
por supuesto...
En una mesa del bar, el
prospector, un hom-
bre bien conocido en la zona, y hasta famoso por
ser el mejor de todos los que se mueven por
N avarra, desplegó el catastral, colocó un péndulo
sobre él y lo dejó moverse dentro de los límites de
la finca del cliente. Hizo unas marcas aquí y allá,
volvió a colocar el péndulo... y tras un rato marcó
con una X el lugar donde deberían hacer el pozo.
El trabajo había finalizado, en poco más de diez
minutos. Los euros cambiaron de mano, adiós y
luego nada...
N ada más que encargar el proceso de hacer el
pozo: ahí colocaron el taladro, exactamente en el
punto que el zahorí había descubierto radiestési-
camente, y comenzaron a horadar el suelo.
Bajando y bajando cada vez más profundamente,
lo que prolongó la labor y, por supuesto, encare-
ció aún más el proceso. Finalmente, a una pro-
fundidad de 150 metros, apare-
ció el agua. Tal profundidad
exigía redimensionar la bomba
eléctrica del pozo, lo que aún
supuso un poco más de incre-
mento del presupuesto. Pero, al
fin y al cabo, el vecino de Iza
consiguió su pozo (ilegal) y se
quedó contento.
Este hombre, unos días des-
pués, hablaba con su vecino
finca, mi amigo, quien intentó
hacerle ver que allí, en Iza, nor-
malmente los pozos no tienen
más que unas decenas de
cuaderno de bitácora
El pozo
JAVIER ARMENTIA
Mi amigo intentó hacerle
ver que allí, en Iza,
normalmente los pozos no tienen más
que unas decenas de metros, a lo sumo:
que el agua sale casi cuando no quieres.
Que, desde luego, un zahorí no es lo más
conveniente para hacer prospecciones (...)
y que, ya el colmo, lo de la radiestesia
era simple y llanamente
una tomadura de pelo.
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el escéptico (2004) 27
metros, a lo sumo: que el agua sale casi cuando
no quieres. Que, desde luego, un zahorí no es lo
más conveniente para hacer prospecciones
(
acaso, concedía, uno de la zona que conoce bien
el terreno y las pistas que la propia naturaleza
deja evidenciando acuíferos cercanos a la superfi-
cie, que siempre será más efectivo...) y que, ya el
colmo, lo de la radiestesia era simple y llanamen-
te una tomadura de pelo. Que, en fin, a pesar de
todo y aunque no le creyera sus argumentos racio-
nales para dudar de todo eso, que contar a cuán-
to le iba a salir el agua, y que si no era mejor
haber pagado sin más una tasa de riego de la
mancomunidad de aguas de la región.
Por supuesto, el crédulo vecino no llegó siquie-
ra a considerar las dudas. Mi amigo lo dejó por
imposible, pero me contó el asunto para ver si
podía darle argumentos por si el tema volvía a sus
conversaciones. ¿Qué más decirle? En efecto, las
pruebas que se han hecho en situaciones contro-
l
adas con zahoríes han mostrado que no aciertan
más allá de lo que el azar les deja (incluso en el
caso del subvencionado estudio de Munich sobre
el asunto, una historia que muestra cómo se pue-
den gastar unos 250.000 euros de dinero públi-
co por parte de un grupo de físicos en hacer el
idiota dejándose engañar por avispados zahoríes).
El azar es, considerando el caso que me con-
taban, en una región llena de agua (y juncos), ase-
gurar un acierto casi completo. Incluso había
habido mala suerte: un lecho de margas que
había convertido el punto elegido en el peor de
los posibles. Le expliqué que ni los zahoríes eran
más que adivinos, históricamente perpetuados
como siempre sucede con estas cosas, ni el uso
del péndulo de radiestesista mejoraba las cosas.
Que la fama de estas gentes venía de falacias
como considerar éxito a cualquier cosa, el famo-
so
post-hoc. Que la publicidad de estas gentes se
mantiene porque a quien no le funciona, o quien
se siente timado, no suele ir por ahí contándolo.
Por el contrario el
éxito, siempre.
Ayer volvimos a hablar del tema: el vecino, por
supuesto, no ha atendido a las razones de mi
amigo. Pero una sombra de duda había nacido en
él: otro vecino, el siguiente en la línea de adosa-
dos, había hecho un pozo a pelo, y en menos de
veinte metros había dado con una vía de agua
suficiente para su terreno. Sin pagar además
9.000 euros. Eso, claro, jode.
A mi amigo, y a mí con él, nos consolaba al
menos un poco el que, si bien los argumentos no
habían valido de mucho, la constat
ación pública
y notoria entre tus vecinos de que eres un pardi-
llo podía llegar a servir como la más eficaz de las
argumentaciones. ■
cuaderno de bitácora
Consuela pensar que, si bien los argumentos no valen para
mucho a veces, la constatación pública y notoria entre los
vecinos de que eres un pardillo puede ser la más eficaz de las
formas de convencer.
(Corel)