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el escéptico (2004) 57
El agua milagrosa
de la homeopatía
JAVIER ARMENTIA
E
l pasado 26 de noviembre, la serie
Horizon
de divulgación científica de la cadena
pública británica de televisión, la BBC,
emitía un polémico programa sobre la homeopa-
tía, una de las llamadas “medicinas alternat
i
vas”
que más popularidad están alcanzando en todo
Europa. En él, contando con las opiniones a favor
y en contra de diversos expertos, se sometió a
prueba —una vez más— alguna de las afirmaciones
de esta práctica, como que la acción de algunos
medicamentos se puede efectuar incluso en dosis
tan ínfimas que ni siquiera una sola molécula del
producto está realmente presente. Algo que,
como calificaba el físico Robert Park en el mismo
programa “es simplemente ridículo”, porque des-
afía las leyes de la ciencia.
Aunque no se entienda por
qué, o aunque vaya en contra
de lo que conocemos del
Universo, si algo funciona, se
debería investigar y aplicar.
No en vano, la historia de la
práctica médica muestra
cómo se han ido empleando
terapias y fármacos que
funcionaban adecuadamente
aunque no se supiera por qué
lo hacían.
Con la homeopatía, sin
embargo, las cosas no son
tan sencillas.
En cualquier caso, cabría pensar, aunque no se
entienda por qué, o aunque vaya en contra de lo
que conocemos del Universo, si algo funciona, se
debería investigar y aplicar. No en vano, la histo-
ria de la práctica médica muestra cómo se han
ido empleando terapias y fármacos que funciona-
ban adecuadamente aunque no se supiera por
qué lo hacían: por ejemplo, la aspirina tiene más
de cien años, aunque sólo hace un par de dece-
nios se comenzó a entender cómo afectaba el
ácido acetilsalicílico a la síntesis de las prosta-
glandinas. Su uso como analgésico, mucho antes,
estaba bien atestiguado.
Con la homeopatía, sin embargo, las cosas no
parecen tan sencillas. Las bases de esta práctica se
establecieron en 1810, cuando un médico ale-
mán, Samuel Hahnemann (1755-1843) publicó
el
Organon der Rationellen Heilkunde, en el que
establecía una teoría completa sobre el origen de
las enfermedades y sobre la manera de curarlas,
utilizando mecanismos similares a los que causan
los males, de ahí el nombre “homeopatía” (curar
con lo similar) y el adagio en latín similia simili-
bus curantur conocido como “ley de la similitud”.
Esta idea no era nueva de Hahnemann, sino un
principio de la medicina medieval casi mágica de
Paracelso. En esencia, si una enfermedad produ-
ce una serie de síntomas en una persona, y si
conocemos una sustancia que provoque síntomas
similares, precisamente esa sustancia y no otra,
será la que pueda curarle. Evidentemente,
Hahnemann comprendió que tal administración
podría sin duda empeorar la condición del
paciente, por lo que intentó diluir el fármaco de
manera extrema, para que sus propiedades cura-
t
i
vas permanecieran, pero no sus efectos adversos.
¿Cómo se le pudo ocurrir a una persona de
finales del siglo XVIII tal idea? Normalmente se
apunta a la manera en que entonces se trataba
una enfermedad mortal, la sífilis. La única cura-
ción posible era la administración de vapores de
mercurio, muy venenosos, que provocaban de
hecho la muerte de gran parte de los pacientes.
Hahnemann intentó probar otra manera, diluyen-
do los diferentes “venenos” hasta hacerlos ino-
cuos. En aquella época, la teoría atomista de la
m ateria no era demasiado popular, y la química
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moderna estaba comenzando a nacer, con las
contribuciones de Lavoisier y Dalton.
Un coetáneo del padre de la homeopatía, el
italiano Amedeo Avogadro (1776-1856), estable-
cía exactamente un año después de la publica-
ción del
Organon un principio fundamental para
la química: “los volúmenes iguales de cualquier
gas a idéntica temperatura y presión contienen el
mismo número de moléculas”.
Este Principio de
Avogadro se basaba en que la materia no se
puede dividir indefinidamente, sino que existe
una unidad, la
molécula, que es la mínima canti-
dad de una sustancia que mantiene sus propie-
dades químicas. El número de moléculas en un
volumen característico de un gas (lo que los quí-
micos denominan un
mol, 22,4 litros a 0ºC
de temperatura y una atmósfera de presión)
es enorme, el llamado
número de Avogadro:
6,023 x 10
2 3
, es decir, aproximadamente un seis
y veintitrés ceros detrás: ¡seiscientos mil trillones
de moléculas!
Sin embargo, las disoluciones homeopáticas
son incluso mayores. Típicamente, se parte de
una porción de una sustancia determinada y se
diluye por vez primera en cien veces ese peso
(imaginemos un centímetro cúbico de esencia
vegetal en agua para completar un litro, por ejem-
plo). Esta disolución es llamada 1C (“un centesi-
mal hahnemanniano”). Entonces se le somete a
una agitación específica (llamada “sucusión”), y se
vuelve a disolver: se toma 1cc y se completa hasta
un litro, utilizando agua. En este segundo centesi-
mal (2C) tenemos una parte de sustancia en diez
mil de agua destilada. Una vez pasada la agita-
ción, se sigue diluyendo: el 3C tiene una parte en
un millón, el 4C una parte en cien millones...
Cuando se repite este proceso y se obtiene un
12C (algunos medicamentos homeopáticos afi
r-
man diluir hasta 30C) entramos en un serio con-
flicto con la química. Porque hemos disuelto
hasta tener una parte en un cuatrillón, ya es
menor que el número de Avogadro. Esto quiere
decir que si tuviéramos un mol de moléculas de
la sustancia inicial, en esa disolución ya no ten-
dríamos probablemente ni una sola molécula.
Evidentemente, si seguimos diluyendo seguire-
mos igual: sólo tendremos agua (o alcohol, a
veces empleado como disolvente en homeopatía).
Si disolviéramos
un grano de sal
en todos los
océanos de la
Tierra, la
disolución
resultante sería
incluso mayor
que la de un
medicamento
homeopático.
Si disolviéramos un grano
de sal en todos los océanos
de la Tierra, la disolución
resultante sería incluso mayor
que la de un medicamento
homeopático. Pero pocas per-
sonas creerían que tomando una gota de esa agua
tomaríamos algo de aquel grano de sal. Sin
embargo, se estima que un 40% de los fármacos
que se venden en Francia, pertenecientes a los
laboratorios homeopáticos, tienen aún menos
concentración. Y la gente los toma creyendo que
realmente está tomando algo...
58 (2004) el escéptico
La transcripción completa del programa Horizon de la BBC donde se trato este tema se
puede encontrar en la página http://www.bbc.co.uk/science/horizon/2002/homeopathy-
trans.shtml. (BBC)
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En el programa de la BBC se sometió a prue-
ba, precisamente, esta posibilidad. No era la pri-
mera vez, pero se utilizó una disolución homeo-
pática que se aplicó, en varios laboratorios, junto
con otras muestras que sólo contenían agua des-
tilada, a cultivos de células, para comprobar si
tenían algún efecto. Las pruebas se realizaron con
todos los controles adecuados, y con el acuerdo
de la principal sociedad homeopática inglesa
sobre los protocolos. Se ponía en juego algo más
de un millón de dólares que la Fundación James
Randi, creada por el ilusionista americano y firme
opositor a las pseudociencias, ofrece a quien
pueda demostrar un fenómeno paranormal
(como que la homeopatía funciona). Los resulta-
dos volvieron a ser negativos para la homeopatía:
no funcionó.
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A lo largo de los años se han ido realizando
numerosos análisis científicos de las afirmaciones
homeopáticas, y a menudo nunca se ha encon-
trado efecto alguno, aunque otras veces ha habi-
do algún indicio de que podría estar sucediendo
algo. Los médicos suelen achacar estos resultados
más al llamado
efecto placebo, es decir: el mero
hecho de tomar una
medicina hace que
el paciente mejore.
¿Se trata de algo aún
más esotérico que
las extremas dilucio-
nes de la homeopa-
tía? Realmente no,
y dice más de la
manera en que inter-
actúan en las perso-
nas las terapias y
las expectat
i
vas. La
semana que viene
profundizaremos en
este asunto, siguien-
do con el análisis de
la homeopatía.
Nos referíamos
anteriormente a la
imposibilidad física
de entender cómo
funcionan las extre-
mas diluciones de los medicamentos homeopát
i-
cos. Nacida a comienzos del XIX, esta práctica
pseudomédica sufrió precisamente de este pro-
blema, llevando desde entonces un desarrollo
paralelo y aparte del resto de las prácticas médi-
cas que poco a poco irían configurando la medi-
cina científica: la mejor comprensión del origen
(o etiología) de las enfermedades, el descubri-
miento de microorganismos y agentes patógenos,
el desarrollo de una farmacopea basada en el
e
fecto que ciertas sustancias tienen en el organis-
mo chocan frontalmente con los postulados más
bien filosóficos de Hahnemann. Por ejemplo, en
homeopatía realmente síntomas y enfermedad
son la misma cosa, y se llega al extremo de afi
r-
mar que “no hay enfermedades, sino enfermos”:
son los síntomas de una persona concreta los que
se estudian para buscar un remedio que, sin
diluir, provoca el mismo cuadro. Algunas veces se
ha comentado que este proceso es la base de las
vacunas, pero realmente no es así: las vacunas uti-
lizan la capacidad inmune del organismo para
“aprender” a at
acar una versión débil de un pató-
geno. No se trata por lo tanto de una curación,
sino de medicina preventiva. Por otro lado, a nin-
gún médico se le ocurriría tratar una meningitis
meningocócica, ocasionada por una bacteria, con
el escéptico (2004) 59
Introducción del código ético (http://www.homeopathy-soh.org/web/pages/ethics2001.pdf) de
T
he Society of Homeopaths, entidad inglesa que agrupa a los aficionados y ‘profesionales’
que trabajan la homeopatía. Tras este programa, hicieron una declaración pública que, hasta
hace poco, se podía encontrar en http://www.homeopathy-soh.org/web/pages/horizon.htm.
(The Society of Homeopaths)
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una disolución de un preparado de las bacterias.
Los homeópatas, afortunadamente, tampoco lo
hacen, y normalmente recurren a la medicina alo-
pática (como ellos la llaman) cuando se presenta
una enfermedad seria en la que la ciencia puede
proporcionar una respuesta adecuada.
Éste es un factor muy importante que a menu-
do se soslaya: la homeopatía se autolimita a un
tipo de dolencias normalmente inespecífico o mal
definido, a menudo dolores con cierta tendencia
crónica o de remisión espontánea, que en la medi-
cina convencional no disponen de una cura com-
pleta, sino de paliativos farmacológicos principal-
mente de tipo analgésico. Su propia vocación
complementaria le ha permitido permanecer fren-
te al avance imparable de la ciencia médica. De
esta manera, es fácil comprender que cualquier
proceso que permita al paciente sentirse mejor
será contado como un éxito por los homeópatas.
La homeopatía
se autolimita
a un tipo de dolencias
normalmente
inespecífico o mal definido,
a menudo dolores
con cierta tendencia
crónica o de
remisión espontánea.
Por ello, cualquier proceso
que permita al paciente
sentirse mejor será contado
como un éxito por los
homeópatas.
El otro factor que permite entender por qué
los pacientes (y los practicantes) de la homeopa-
tía —y de muchas otras medicinas llamadas alter-
nat
i
vas— tienen la impresión de que se curan con
estas terapias es conocido en medicina con el
nombre de
efecto placebo. Placebo es cualquier
sustancia que, sin contener un principio activo, se
suministra a un paciente con el “engaño” de que
es un fármaco capaz de curarle. Usados desde
antiguo para complacer a los pacientes que que-
rían una solución a problemas que el médico no
podía realmente solucionar, el término (que viene
del latín, “te complaceré”) tuvo durante mucho
tiempo una connotación negat
i
va
.
Sin embargo, comenzó a valorarse en medici-
na especialmente a partir de los trabajos de H. K.
Beecher en 1955, quien comprobó que cerca de
una tercera parte de las personas que tomaban un
placebo realmente acababan curándose. Una pri-
mera interpretación sería de índole psicosomát
i-
ca, como si la mente fuera capaz de, esperando
curarse, llegar realmente a la curación. Beecher es
también responsable de que los ensayos clínicos
de cualquier fármaco se hagan con técnicas esta-
dísticas “de doble ciego”, es decir, que ni los
pacientes ni los médicos involucrados en la prue-
ba sepan
a priori si el sujeto está tomando la
medicina que se quiere analizar o un placebo.
Beecher comprobó que en muchas ocasiones la
existencia de un grupo de control (que no toma la
medicina) no era suficiente para comprobar si un
medicamento era efectivo: a menudo actuaban
las expectat
i
vas del paciente, en otras procesos
como la regresión o curación espontánea durante
el tratamiento. Para complicar aún más las cosas,
si no se tenía cuidado de que tampoco los médi-
cos conocieran si una persona estaba tomando la
medicina o un placebo, como se comprobó, los
resultados resultaban dudosos: los propios inves-
tigadores son humanos y, por ello, sujetos tam-
bién a los mismos efectos de querer que algo fun-
cione o de interesarse por el trabajo.
Los trabajos de Beecher y muchos otros análi-
sis realizados en los últimos cincuenta años han
permitido entender mejor el mecanismo por el
cual un placebo (una simple píldora azucarada,
por ejemplo) puede funcionar como una medici-
na. Por un lado está el hecho de que muchas
enfermedades, incluso graves, tienen una evolu-
ción que de forma espontánea llega a la comple-
ta remisión o, al menos, a la mejoría. Una perso-
na que está tomando un fármaco interpretará esa
mejoría de su condición como efecto de la sus-
tancia. Por otro lado, hay factores estadísticos,
como la regresión a la media, que en muchos
casos funcionan (sobre todo cuando se realizan
ensayos clínicos en los que seleccionan enfermos
por una determinada característica: por ejemplo,
si se eligen pacientes que tengan la tensión alta de
entre una población más amplia, existe un sesgo
estadístico que, de forma matemática, conducirá a
60 (2004) el escéptico
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el escéptico (2004) 61
que un porcentaje de ellos disminuya su tensión
incluso sin terapia alguna). Pero también hay que
tener en cuenta efectos psicológicos: el paciente
tiene una “creencia” en que la enfermedad será
curada; además está el fenómeno de la sugestión,
algo fundamental en la relación entre médico y
paciente. Muchas terapias, no sólo la medicina
homeopática, tienen en el efecto placebo la más
probable explicación de su funcionamiento.
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En el caso de la homeopatía, los análisis clíni-
cos que se han realizado en los últimos cincuen-
ta años no consigue poner en claro si aparte del
e
fecto placebo hay algo más. Cierto es que se han
publicado muchos trabajos apoyando la acción
de medicamentos homeopáticos extremadamen-
te diluidos, pero en revisiones y meta-análisis rea-
lizados, donde se valora tanto el resultado como
la corrección metodológica, el efecto homeopát
i-
co casi desaparece (por no decir que desaparece
por completo)
1
.
En uno de estos estudios, publicado en 19 9 9
en
Cartas Médicas sobre Fármacos y Terapias (The
Medical Letter on Drugs and Therapeutics, una de
las publicaciones más importantes del mundo
sobre el tema) se concluía que “el contenido quí-
mico de los productos homeopáticos está a menu-
do indefinido, y algunos están tan diluidos que es
improbable encontrar en ellos nada del material
original. No se han probado que estos productos
sean efectivos en condiciones clínicas. No hay bue-
nas razones para usarlos”. ■
N
N O
O T
T A
A
El presente texto surge de la unión de dos artículos
sobre la homeopatía, escritos por el mismo autor, que
aparecieron publicados en el suplemento
Territorios del
diario
El Correo, los pasados miércoles 11 y 18 de
diciembre de 2002 respectivamente. Ambos artículos
pueden ser descargados en versión original y en formato
PDF desde:
http://www.arp-sapc.org/eedigital/Homeopatia01.pdf y
http://www.arp-sapc.org/eedigital/Homeopatia02.pdf
Página web de la James Randi Educational Foundation, en http://www.randi.org. (JREF)