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el escéptico (2004) 63
E
n la obra de Mark
Twain
Un yanki
de Connecticut
en la corte del rey
Arturo,
el protagonis-
ta, Hank Morgan, con-
templa a su acompañante me-dieval revolcándose
entre cerdos —que ella cree son nobles encanta-
dos— y dice: “Estaba avergonzado de ella, avergon-
zado de la raza humana”. La vergüenza que sentía
el propio Twain por sus colegas humanos, revol-
cándose en la superstición y la pseudociencia,
está presente a lo largo de toda su trayectoria.
Como muchos buenos escépticos, Twain era
un experimentado tramposo y bromista. Cuando
de joven se ganaba la vida como reportero en un
periódico, escribió una parodia sobre una de las
numerosas afirmaciones arqueológicas falsas que
acompañaron la conquista del oeste. En su traba-
jo
El hombre petrificado, describió el descubri-
miento de semejante hallazgo. Presentado como
una auténtica crónica de prensa, el relato conte-
nía numerosos datos geográficos improbables,
que cualquiera que estuviese familiarizado con la
zona donde se ubicaban los restos del supuesto
hombre, los podría haber identificado como
absurdos, o al menos eso era lo que pensaba el
conocido escritor. Sin embargo, le desanimó des-
cubrir que sus lectores y la prensa crédula a lo
ancho de su país (e, incluso, a escala internacio-
nal) aceptaba la historia de una forma acrítica. Si
un lector atento hubiera reconstruido la posición
que se indicaba de manos y dedos, se le hubiera
hecho patente que este ser tenía, literalmente, el
pulgar ante la nariz, en un gesto de burla para la
posteridad
.
La vergüenza que sentía
Mark Twain
por sus colegas humanos,
revolcándose en la
superstición y la
pseudociencia, está presente
a lo largo de toda su
trayectoria.
La facilidad con la que se aceptó esta parodia
como algo cierto es una de las cosas que más
contribuyeron a que Twain se relacionara el resto
de su vida con la crítica y el desmantelamiento
tanto de ‘verdades’ aceptadas como de afirmacio-
nes excepcionales. No sólo fue un simple humo-
rista, sino además, un político sin pelos en la len-
gua, crítico social y literario cuyos objetivos
abarcaban desde el imperialismo americano
(To
the Person Sitting in Darkness), el anti-semitismo
(Concerning the Jews) y la intolerancia anti-china
(Goldsmith’s Friend Abroad Again), hasta las
“ofensas literarias” de James Fenimore Cooper y
la autoría de las comedias de Shakespeare.
Su crítica también se orientó hacia lo religioso
y lo paranormal, despreciando a gente como
M ary Baker Eddy y la Ciencia Cristiana, y afi
r-
mando que resultaba altamente improbable que
ella fuera la única autora de
Science and Health.
Era también escéptico respecto al
Libro de los
Mormones y sus pretensiones de una autoría divi-
na. Fue su hostilidad hacia el engaño lo que le
movió a encontrarse con otro gigante del siglo
XIX, una celebridad por derecho propio como era
Lorenzo Niles Fowler.
Tanto Twain como Fowler eran personas
hechas a sí mismas que desde unos orígenes
humildes habían llegado a convertirse en las gran-
A la caza de los Fowler.
Mark Twain desmonta la frenología
DELANO JOSÉ LÓPEZ
En el año 1863, Mark
Twain realizó una prueba
para comprobar la fiabili-
dad de la técnica usada
por Lorenzo Niles Fowler,
uno de los frenólogos más
eminentes de la época.
Página web dedicada a la residencia de Mark Twain (http://www.markt-
wainhouse.org) en Hartford, Connecticut, a medio camino entre Boston y
Nueva York. (© 2000 The Mark Twain House)
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des celebridades del momento, catapultadas a la
fama a través de las tendencias y movimientos
predominantes en su época. Sin embargo, pasado
el tiempo, mientras uno sigue permaneciendo
con su nombre y apellidos, el otro ya se ha sumer-
gido en la oscuridad. Ambos compartieron
muchas similitudes, tanto de carácter como de
puntos de vista, hasta que el destino les hizo
adoptar posiciones dispares en torno a la ocupa-
ción de Fowler: la frenología.
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Para entender bien ese siglo, es importante
conocer la frenología, por cuanto esta creencia
ilustra bien el pensamiento de la nación [
los
Estados Unidos de América —N. del T.—] en aquel
momento respecto a lo que impulsaba el com-
portamiento humano.
Tal como se describía
por sus practicantes
y seguidores,
nada menos que toda la
experiencia humana
podía explicarse
mediante una
adecuada aplicación
de la ciencia
de la frenología.
Tal como se describía por sus practicantes y
seguidores, nada menos que toda la experiencia
humana podía explicarse mediante una adecuada
aplicación de esta ciencia. Con este fin, Lorenzo y
su hermano Orson Squire Fowler publicaron
libros que trataban sobre diversas aplicaciones de
la frenología en la vida diaria; desde cómo descu-
brir al colega ideal, hasta qué cualidades deberían
escrutarse en un empleado. Puede observarse la
influencia de la frenología en las obras de
Whitman, Poe y Melville.
Los Fowler alcanzaron una gran notoriedad
como líderes del imperio frenológico con sede en
el
Instituto Frenológico de la ciudad de Nueva
York, donde Lorenzo realizaba análisis frenológi-
cos a sus clientes. No sólo eso, sino que además
allí los Fowler entrenaron a la siguiente generación
de frenólogos. Además, había un
Gabinete
Frenológico conectado al Instituto, al que deno-
minaban “Gólgota”, que poseía una amplia colec-
ción de calaveras, empleadas tanto con fines de
investigación como de exposición abierta al públi-
co. A menudo entraba en una seria competencia
con P. T. Barnum como foco de atracción para
turistas. Con el tiempo se puso de moda hacerse
analizar frenológicamente por los famosos frenó-
logos, y muchas celebridades de entonces hicieron
examinar sus cabezas, como Julia Ward Howe
,
Clara Barton, Hiriam Powers, Theodore Weldand y
Edwin Forrest. Los Fowler llegaron a ser celebrida-
des por derecho propio, aunque pasaron también
por ser satirizados en la prensa popular junto con
otro socio del negocio, Samuel Wells, cuando se
creó la firma
Bumpus and Crane.
Los hermanos Fowler también dirigieron una
gran editorial, que sirvió para publicar los trabajos
frenológicos escritos tanto por ellos como por
otros, además del
Phrenological Journal. Pero sin
embargo no se limitaron a ser meros frenólogos,
sino que se consideraban a sí mismo integrados
en un amplio movimiento progresista que se
había sacudido de encima la superstición tradi-
cional y el fanatismo, reemplazándolos mediante
una reforma racionalista. En aras de este fin
publicaron una colección de libros, un tanto
ecléctica, que vino a ser el equivalente a los actua-
les libros de auto-ayuda en el siglo XIX. Contenía
desde trabajos sobre hidropatía y homeopatía,
hasta cómo construirse una determinada casa
barata octogonal. Publicaron trabajos sobre temas
tan diversos como la poesía, el feminismo en sus
albores y sobre el nuevo arte de la fotografía. Suya
fue la primera edición de la obra de Whitman
Leaves of Grass (Hojas de Hierba), así como una
revista sobre fotografía llamada
Life Illustrated. Su
círculo de amistades incluyó a reformadores tales
como la feminista Amelia Bloomer y el nutricio-
nista Sylvester Graham.
64 (2004) el escéptico
Lorenzo Niles Fowler (1811-1896). (John van Wyhe,
The History of Phrenology on the Web
http://pages.britishlibrary.net/phrenology—, 2002)
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Fue una ironía que el encuentro entre esos dos
ejemplos del espíritu americano del progreso
tuviera lugar en Londres. Fowler se había trasla-
dado allí en 1863, para abrir una sucursal de su
firma (Fowler y Wells tuvieron varias en Boston y
Filadelfia). Twain a menudo emprendía giras
europeas y permanecía en dicho continente
durante largos periodos, en un intento de “pulir-
se” como efecto de su exposición a la cultura
europea. Muchos de los americanos del siglo XIX
arrastraban también un sentimiento similar de
inferioridad intelectual.
Twain poseía ya alguna experiencia con la fre-
nología, al haber escrito de joven sobre un frenó-
logo ambulante que llegaba a Hannibal, la ciudad
en la que él residía, y hacía demostraciones (hay
quien afirma que ese frenólogo anónimo pudiera
tratarse de uno de los Fowler, pero no hay prue-
bas de ello). Estaba familiarizado también con la
técnica conocida hoy día como lectura en frío, de
lo que hace una descripción satírica al comienzo
de su obra
Lionizing Murderers, en la cual un
echador de cartas empezaba su visión de esta
manera: “Usted tiene muchos problemas, alguna
alegría, un poco de buena suerte y un poco de
mala”. Asimismo se había dado cuenta de cómo
empleaban los frenólogos semejantes interpreta-
ciones vagas para complacer a sus clientes. En su
autobiografía, describe así al frenólogo ambulan-
te que visitaba Hannibal en su juventud: “No es
en absoluto probable, pienso, que el experto
ambulante captase muy bien siquiera el carácter
de ningún aldeano, pero es una adivinación segu-
ra que él siempre era lo bastante hábil para pro-
porcionar a sus clientes unos mapas de carácter
que podrían compararse favorablemente con los
del mismo George Washington. Fue hace mucho
tiempo, y aún recuerdo que ninguno de los fre-
nólogos que llegaron a mi pueblo no encontraron
nunca ningún cráneo muy inferior al estándar de
W ashington. Esta proximidad generalizada a la
perfección debería, quizás, haber provocado la
sospecha, pero no recuerdo que lo hiciera. A mi
entender la gente admiraba la frenología y creía
en ella, y la voz de quien dudaba no se escucha-
ba en la tierra.” (Neider 1959)
“Aún recuerdo que
ninguno de los frenólogos
que llegaron a mi pueblo no
encontraron nunca ningún
cráneo muy inferior al
estándar de Washington.
Esta proximidad
generalizada a la perfección
debería, quizás, haber
provocado la sospecha, pero
no recuerdo que lo hiciera.
A mi entender la gente
admiraba la frenología y
creía en ella, y la voz de
quien dudaba no se
escuchaba en la tierra”
el escéptico (2004) 65
Portada de una edición de la revista American Phrenological
Journal. (John van Wyhe,
The History of Phrenology on the
Web —http://pages.britishlibrary.net/phrenology—, 2002)
Las partes del cráneo según la frenología clásica. (John van
Wyhe,
The History of Phrenology on the Web —http://pages.bri-
tishlibrary.net/phrenology—, 2002)
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Conocedor de
antemano tanto de la
frenología como de
las artimañas de los
artistas del timo, llevó
a cabo una
prueba de
ciego único. En 18 72
ó 18 73, Twain visitó la
oficina de los Fowler
en Londres para que
le hicieran una lectu-
ra, usando un seudó-
nimo. Como su retra-
to se había empleado
en propaganda, tal
precaución podría
parecer poco adecua-
da, aunque Fowler no
dio señales de haberle
reconocido. El resulta-
do estuvo en línea con
sus expectativas res-
pecto a una lectura en
frío: “Fowler me reci-
bió con indiferencia,
señalando mi cabeza
con cierto aire de des-
gana, mientras que
recitaba y estimaba
mis cualidades con
una voz monótona y
aburrida. Dijo que yo
poseía un coraje sor-
prendente, un espíritu
de atrevimiento anor-
mal, un ánimo y voluntad severa, una audacia que
no tenía límite. Yo estaba sorprendido con esto, a
la vez que agradecido. No lo había sospechado
previamente, pero se puso a hurgar en el otro
l
ado de mi cabeza y encontró allá un montículo
que denominó ‘cautela’. Este montículo era tan
grande, tan prominente, que redujo el chichón de
la valentía, en comparación, a un simple collado,
pese a que ese abultamiento hasta entonces había
sido tan destacado —según lo describía él— que
podría haberme servido para que colgara ahí mi
sombrero; pero a continuación se quedó en nada
ante ese abultamiento que denominó mi
cautela.
M e explicó que si el primer bulto hubiese queda-
do predominando en el esquema de mi carácter,
yo podría haber sido uno de los hombres más
valientes que hubieran existido nunca —probable-
mente el que más—, pero que mi cautela era pro-
digiosamente superior, con lo que quedaba aboli-
da mi valentía y terminaba por convertirme en
alguien casi espectacularmente tímido. Continuó
sus descubrimientos, con el resultado de que al
final salí sano y salvo, y con un centenar de gran-
des y brillantes cualidades; pero que una a una se
fueron devaluando porque a todas le emparejaba
un defecto contrario que las anulaba”. (Neider,
1959)
Según Twain, Fowler estaba dispuesto a mojar-
se en una cualidad: “Sin embargo, encontró una
cavidad en un lateral, una cavidad donde en la
cabeza de cualquier otro hubiera encontrado un
bulto. Ese hueco, dijo que era exclusivo, único en
sí mismo, en medio de la nada, no encontrando
ningún bulto opuesto, ni tan siquiera una leve
prominencia con la que pudiera modificar o
mejorar su perfecta plenitud y aislamiento. ¡Me
asustó cuando dijo que aquello significaba una
total ausencia de sentido del humor!”.
Twain afirma que ese mismo defecto fue la
única desviación de su carácter respecto al están-
dar cuando se sometió a la quiromancia, para lo
cual envió anónimamente una foto de la palma
de su mano a destacados videntes en Londres y
Nueva York. De dieciocho lecturas, el humor se
citó solo dos veces, y fue para decir que carecía
completamente de él.
El autor estadounidense regresó donde los
Fowler tres meses después y se sentó para que le
realizaran una segunda lectura, esta vez identifi-
cándose. En esta ocasión la lectura resultó muy
diferente. “Una vez más realizó un descubrimiento
impresionante; la cavidad había desaparecido y en
su lugar lo que encontró fue el monte Everest
—dicho de forma figurada—, 31.000 pies de altitud.
¡El chichón del humor más prominente que había
encontrado en toda su dilat
ada experiencia!”
Debería mencionarse sin embargo, que éste
fue solo un
test de ciego único, con un sujeto pre-
dispuesto a la hostilidad contra la frenología.
Puede ser que en esta segunda visita, Twain, se
condujera de modo más jovial y divertido. Sin
embargo, semejante treta no pasó desapercibida
ante los Fowler, que llegaron a decir que desde el
principio habían notado fácilmente la trampa.
Se añade que la memoria de Twain podía
haber fallado al relatar el análisis que le hicieron.
M adeleine B. Stern, historiadora literaria y biógra-
fa de los Fowler, señala que la terminología de
Twain (por ejemplo, “bultos” y “cavidades”) es
inconsecuente con la que empleaban los Fowler.
Continúa apuntando que era raro que Lorenzo
Fowler, conocido por su prodigiosa memoria,
hubiese olvidado las características que había
señalado a Twain tres meses antes.
Pero resulta que Twain dijo que poseía los
mapas de personalidad que le confeccionaron en
las dos lecturas (por una suma adicional, los
Fowler solían entregar un mapa con la frenografía
de cada cliente). “Acudí a Fowler bajo un nombre
supuesto y examinó mis elevaciones y depresio-
nes, entregándome una carta que me llevé al hotel
66 (2004) el escéptico
Reproducción de un busto usado hacia
1865 por L. N. Fowler para la enseñanza y
práctica de la frenología. (John van Wyhe,
The History of Phrenology on the Web
http://pages.britishlibrary.net/phrenology—
, 2002)
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Langham, que luego examiné con gran interés y
detenimiento —el mismo interés y detenimiento
que yo experimentaría si hubiera encontrado la
carta de un impostor que se hubiera hecho pasar
por mí, y que resultaba no tener absolutamente
ningún rasgo lo bastante detallado que fuera simi-
lar a los míos—. Esperé tres meses y regresé donde
M r. Fowler de nuevo, anunciando mi visita con
una tarjeta que llevaba tanto mi auténtico nombre
como mi
nom de guerre. Nuevamente salí con la
carta que había elaborado. Ésta señalaba varios
detalles de mi carácter definidos con precisión,
pero no tenían ninguna semejanza con la carta
que elaboró la primera vez” (Neider 1959).
“Nuevamente salí con la
carta que había elaborado.
Ésta señalaba varios detalles
de mi carácter definidos con
precisión, pero no tenían
ninguna semejanza con la
carta que elaboró la primera
vez”
Es una tragedia menor para la historia del
escepticismo que esas cartas parezcan no haber
sobrevivido.
Sin embargo, Twain no quedó satisfecho y en
19 01 se sentó para una última lectura, esta vez en
la ciudad de Nueva York. Lorenzo Fowler para
entonces había pasado el negocio a su hij
a
,
Charlotte Fowler Wells, y a su hijo, Jessie Allen
Fowler.
Fue este último quien realizó la última lec-
tura frenológica a Twain (hubo un tal Edgar C.
Beall, que por entonces se ocupaba del control
del almacén de la compañía, quien más adelante
dijo haber sido quien examinó personalmente a
Twain —no obstante, en la agenda de Twain quedó
anotada la cita con Jessie A. Fowler—).
El análisis se publicaría más adelante en el
Phrenological Journal,
firmado por el editor. Tanto
si fue Jessie Fowler como Beall, el autor resultó ser
ciertamente un crítico literario mejor que Lorenzo
Fowler. La última frenografía de Twain se centra no
sólo en el humor de éste, sino en su serio com-
promiso hacia la humanidad, como quedaba
patente por el enorme desarrollo de sus áreas de
escrupulosidad y benevolencia. El frenólogo inter-
pretaba el humor de Twain como algo meramente
habitual, y como un medio al servicio de sus más
altos compromisos con la sociedad. Quizá el edi-
tor poseía una mejor disposición para el análisis
frenológico que Lorenzo, o puede que él o ella
tuvieran un mejor conocimiento de la obra de
Twain. Significat
i
vamente, en los casi treinta años
transcurridos desde aquel primer frenograma, la
obra de Twain había madurado, y el grueso de la
misma era mucho más conocida por el público en
general. Su mordaz crítica al imperialismo ameri-
cano,
To the Person Sitting in Darkness, había
sido publicada el año anterior.
Pese a que este análisis frenológico se había
publicado, Twain nunca quiso hacer comentarios
al respecto. De hecho, cuando en 1906 se le pre-
guntó a Twain si quería contribuir con un escrito
en un simposio de frenología, se despachó con el
relato de sus experiencias infantiles en Hannibal,
así como con las pruebas realizados en Londres
con Lorenzo Fowler, pero no mencionó su más
reciente experiencia en Nueva York. Madeleine B.
Stern especulaba así sobre las razones de esta
omisión: “Quizá el análisis había resultado dema-
siado preciso, y la insinuación sobre su ‘carácter
trágico’, demasiado inquietante. Puede también
que Mark Twain se negara a revelar su persistente
fascinación por la pseudociencia de la que se
había burlado, pero cuya seducción no pudo elu-
dir” (Stern 19 71).
Puede ser, por el contrario, que los frenólogos
se beneficiaran de su benevolencia. Hacia 1906,
la estrella de la frenología había declinado consi-
derablemente respecto a aquellos felices años en
que Twain mantuvo su cara a cara con Lorenzo. A
partir de entonces son muchos los que no la con-
sideraban ya como una auténtica ciencia, y
América se estaba volviendo para contemplar la
importación europea más reciente, el emergente
campo del psicoanálisis, como el mejor medio
para explicar el comportamiento humano.
Según iba mermando la fortuna del Instituto
Frenológico, sus oficinas se vieron forzadas por
los menguantes ingresos y crecientes rentas a tras-
l
adarse a lugares cada vez menos refinados. El
lugar donde realizaron a Twain su última lectura
dejó de ser la atracción turística del bajo
Broadway, para llevarse a cabo en una ubicación
mucho más modesta en la calle 21 Este.
Ciertamente, Twain no era de los que hacían leña
del árbol caído, y quizá fue por su compasión o
su vergüenza por el hecho de que la familia
Fowler continuara con aquel absurdo, a su enten-
der, lo que le llevó a omitir comentarios sobre la
última prueba que había realizado.
Twain puede que se volviera más benévolo para
con aquellos a quienes consideraba crédulos, ya
que para entonces había enterrado miles de dóla-
res y muchos años de su tiempo en una máquina
para impresión que resultó un fracaso. Al terminar
el siglo, tanto Lorenzo como Orson Fowler habían
fallecido, habiendo dedicado el grueso de sus
vidas a defender una teoría desacreditada genera-
el escéptico (2004) 67
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68 (2004) el escéptico
lizadamente. Puede que el escritor, que en esa últi-
ma frenografía se describía como “un creyente en
la humanidad”, “un crítico muy agudo de sí
mismo” y “con una enorme condescendencia”,
viese demasiada de su propia credulidad reflejada
en aquello por lo que abogaban los frenólogos en
los albores del siglo XX, queriendo relegar su fala-
cia particular al pasado de la humanidad
.
En el fondo, tanto Twain como los Fowler fue-
ron reformistas, de alguna manera. La frenología
de los Fowler era una curiosidad americana. Por el
contrario, sus homólogos europeos no participa-
ban de la creencia en que el carácter de una per-
sona era inmutable, sino que mediante lo revela-
do por el análisis frenológico podían indicarse
defectos de carácter que posteriormente podían
ser rectificados mediante la ejercitación adecuada
de función específica, que podría entonces resal-
tarse, al igual que un atleta acrecienta su muscu-
l
atura, tras una nueva exploración.
La premisa más básica de la frenología, que
diferentes áreas del cerebro se corresponden con
diferentes funciones, se ha mantenido en pie
como cierta, y constituye un fundamento para la
neurociencia moderna. Su error fatal fue la asig-
nación relat
i
vamente arbitraria de estas funciones
a áreas concretas, y su creencia en que ello se
exteriorizaba en la cabeza de una forma determi-
nada. De haber tenido la habilidad para examinar
esta premisa y contrastarla objetivamente con
datos controlados, quizá no hubiesen desperdi-
ciado una parte tan importante de su existencia
detrás de este largo ejercicio de inutilidad
.
Bien por credulidad, o por intuición, muchas
de las causas e ideas defendidas por los Fowler
fueron reivindicadas posteriormente, como lo fue
la obra literaria de Whitman, los ideales feminis-
tas de Bloomer o las técnicas de construcción
determinadas de Orson Fowler. Ciertamente, tam-
bién lo fueron muchas de las de Twain, como la
m áquina de impresión cuya utilidad se había des-
cartado. Sin embargo, a diferencia de los Fowler
que, aceptando de manera enormemente acrítica
los avances, se quedaron en la penumbra del
“progreso” y la “reforma”, Twain se mantuvo críti-
co tanto con el
status quo social vigente como
con sus reformas, juzgando cada cosa por sus
propios méritos.
La trampa de Twain a Fowler puede verse
como una acusación contra la frenología como
ciencia o de Fowler como un curandero. Pero, en
ultima instancia, pudiera ser vista como una ver-
güenza para la humanidad en sí misma, al igual
que la doncella medieval que creía que los cerdos
eran nobles, el que personas tan inteligentes y sin-
ceras como los Fowler permanecieran autoenga-
ñadas toda su vida. ■
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RE
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FE
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NC
CI
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AS
S:
:
— Neider, Charles (ed.) 1959.
The Autobiography
of Mark Twain. Nueva York: Harper.
— Stern, Madeleine B. 1969. Mark Twain had his
head examined.
American Literature, Marzo.
— Stern, Madeleine B. 19 71.
Heads and
Headlines: The Phrenological Fowlers.
Norman, Oklahoma: University of Oklahoma
Press.
Delano José López actualmente enseña diseño escé-
nico teatral en la
Bullis School en Potomac, Maryland. Es
uno de los colaboradores en la
Guía de la Cultura
Popular en Estados Unidos, y ha escrito sobre las bandas
de
skinheads —cabezas rapadas—, el mito de Fausto en el
cine contemporáneo y la representación de los america-
nos nativos en la cultura popular. Su dirección: 1512
Columbia Rd. NW, Washington, D.C. 20009. E-mail:
delanol@yahoo.com
Traducción de J
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La premisa más básica de la
frenología, que diferentes áreas del
cerebro se corresponden con diferentes
funciones, se ha mantenido en pie como
cierta, y constituye un fundamento para
la neurociencia moderna. Su error fatal
fue la asignación relativamente
arbitraria de estas funciones a áreas
concretas, y su creencia en que ello se
exteriorizaba en la cabeza de una forma
determinada.
Portada de la revista Skeptical
Inquirer de enero/febrero del 2002,
donde apareció originalmente en
inglés este artículo. (CSICOP)