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A
los que les gusta ver la vida en un mani-
queo blanco o negro esta obra debería
plantearles dudas sobre la conveniencia
de tal proceder. Al margen del contenido, del que
hablaremos posteriormente, nos arroja a la cara
cuestiones sobre los límites entre una simple ope-
ración de mercadotecnia y la búsqueda honesta
de un beneficio comercial, sobre la autoría de los
textos, sobre la fina linde que separa (y a la vez
une) la divulgación de la consideración de la cien-
cia como espectáculo de masas, sobre la sociedad
y qué es la cultura... Un lector curioso se plantea-
rá éstas o parecidas cuestiones aunque temo que
la mayoría de nuestros lectores sencillamente se
sienta feliz por la publicación de un texto sobre
cuestiones científicas en un tiempo en el que pre-
domina la basura editorial. También sospecho
que su reacción sería completamente diferente si
el contenido del volumen fuera crédulo.
¿Por qué estas cuestiones? Comencemos por
el principio, por la portada que, para numerosos
lectores, es su único contacto con un libro antes
de proceder a su adquisición. En ella se destacan,
por encima de cualquier otra consideración, el
título y el nombre de Stephen Hawking. Así, no es
aventurado suponer que muchos compradores lo
habrán adquirido en la creencia de que estaban
ante una obra del físico inglés muy conocido
popularmente (hasta el punto de convertirse en
un icono de nuestro tiempo) tanto por sus tristes
circunstancias personales como por sus obras
anteriores,
Historia del Tiempo y
El Universo en
una Cáscara de Nuez que fueron insospechados
éxitos de ventas. Nada más alejado de la realidad
.
El voluminoso texto que nos ocupa (1.135 pág
i-
nas) es en realidad una recopilación de cinco
libros distintos,
Sobre las Revoluciones de los
Orbes Celestes de Nicolás Copérnico, Diálogo
Sobre Dos Nuevas Ciencias de Galileo Galilei,
Las Armonías del Mundo (sólo el quinto libro) de
Johannes Kepler,
Principios Matemáticos de la
Filosofía Natural de Isaac Newton y El Principio
de la Relatividad (una recopilación de siete artí-
culos sobre el tema) de Albert Einstein. El papel
de Stephen Hawking, pese a la importancia con-
cedida a su nombre, se limita a haber selecciona-
do los cinco títulos más relevantes (a su juicio) de
la historia de la física y la astronomía, y a la redac-
ción de una breve introducción general y de los
datos biográficos que suponen, en conjunto y
aproximadamente, 31 páginas del total.
El libro debe ser bienvenido
por cuanto supone no sólo la
reunión de textos
fundamentales en la historia
de la física y la astronomía,
sino también porque supone
la traducción al castellano,
por primera vez, de algunos
de los originales.
No obstante, y pese a las dudas éticas que
plantea este proceder, la realidad es que el libro
debe ser bienvenido por cuanto supone no sólo
la reunión de textos fundamentales en la historia
de la física y la astronomía (aunque la considera-
ción de si son los cinco más importantes se la
dejo a los aficionados a listados como el de mejor
película o mejor novela) sino también porque
el sillón escéptico
74 (2004) el escéptico
A hombros de gigantes.
Las grandes obras de la física y la astronomía
EDICIÓN COMENTADA DE STEPHEN HAWKING
EDITORIAL CRÍTICA, S.L., CÓRDOBA, 2003
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supone la traducción al castellano, por primera
vez, de alguno de los originales como el del quin-
to libro de Kepler o el de cinco de los siete artí-
culos de Einstein. Ya que hablamos de traducto-
res, los responsables de cada uno de los libros
son: David Jou, de la Introducción y las Notas
Biográficas de Stephen Hawking; Carlos Mínguez
y Mercedes Testal, del
De revolutionibus orbium
coelestium de Copérnico; Carlos Solís y Javier
Sádaba de los
Discorsi e Dimostrazione
Mathematiche intorno a due nuove scienze de
Galileo; José Luis Arántegui Tamayo de las
Harmonices Mundi de Kepler; Eloy Rada García
de los
Philosophicae naturalis principia mathe-
matica de Newton y Javier García Sanz de Das
Relativitätsprinzip de Einstein.
Ni que decir tiene que el hecho de que varios
de estos textos no hubieran sido nunca traduci-
dos al castellano desde los originales deja bien a
las claras la extraña consideración social de la
ciencia en España. El que se tache de inculta a
una persona que desconozca obras fundamenta-
les de la literatura universal como el
Tartufo o el
Hamlet y no se extienda dicho calificativo a la que
ignora los textos fundamentales de la ciencia no
deja de ser algo inexplicable salvo desde la consi-
deración de tales obras como algo completamen-
te accesorio. El unamuniano “¡Qué inventen
ellos!” parece proyectar largas sombras incluso en
una sociedad tan tecnificada como la nuestra.
Después de este largo preámbulo, que espero
que sepan disculparme pero que me parecía
necesario, podemos entrar en el contenido en sí.
Poco podemos decir de las notas biográficas por
su brevedad. No obstante, cumplen con una
doble misión, la de acercarnos tanto a la impor-
tancia histórica y científica de la obra como a la
peripecia vital de los autores.
Es de agradecer,
además, que no se haya
hecho el menor intento por ocultar aquellos ras-
gos que hoy pueden parecer curiosos (siendo
benévolos con los calificativos) pero que en su día
eran de lo más habitual. Espero que nadie se ras-
gue las vestiduras porque Copérnico fuera sacer-
dote y porque su obra fuera publicada a petición
expresa del papa Clemente VII a su autor, porque
la bella historia del
“Eppur si muove” de Galileo
sea posiblemente una leyenda y no lo es, en cam-
bio, el vergonzante texto de la abjuración: “Sin
embargo, deseando eliminar de las mentes de
vuestras Eminencias y de todos los fieles cristia-
nos esta vehemente sospecha razonablemente
concebida contra mí, abjuro con corazón sincero
y piedad no fingida, condeno y detesto los dichos
errores y herejías, y generalmente todos y cada
uno de los errores y sectas contrarios a la Santa
Iglesia Católica” (Pág. 352), porque Kepler se
ganara la vida publicando calendarios astrológi-
cos y realizando horóscopos, porque Newton rea-
lizara experimentos alquímicos o porque Einstein
fuera un pésimo estudiante (como también lo fue
N ewton, por cierto). Todo ello, por supuesto, muy
alejado de los tópicos con los que se presenta a
estas personas y que hacen que alguna de sus bio-
grafías más parezca una hagiografía que un estu-
dio imparcial.
N ada de todo ello, repitámoslo, era extraño en
su propia época y es desde esa perspectiva desde
la que debe estudiarse y no desde nuestros pro-
pios conocimientos cuando sabemos que la
astrología o la alquimia son pseudociencias,
cuando podemos reírnos de una condena ecle-
siástica o cuando el acceso a los estudios supe-
riores depende principalmente de la valía de una
persona. No obstante, y junto a esos aciertos, tam-
bién se ha deslizado algún error como la repeti-
ción (pág. 14), por enésima vez, de que la conde-
el sillón escéptico
el escéptico (2004) 75
El que se tache de inculta a una
persona que desconozca obras
fundamentales de la literatura
universal como el Tartufo o el Hamlet
y no se extienda dicho
calificativo a la que ignora los textos
fundamentales de la ciencia no deja
de ser algo inexplicable salvo desde la
consideración de tales obras como
algo completamente accesorio.
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na de Bruno estuvo motivada principalmente por
su afirmación de que existían en el Universo infi-
nitos mundos habitados cuando ésa es solamen-
te una de las numerosas causas por las que fue
condenado (entre otras afirmaciones que fueron
consideradas heréticas figuraban la negación de
la virginidad de María y que se produjera la tran-
substanciación durante la consagración).
Ya con relación a los libros que se consideran
fundamentales en la historia de la física y la astro-
nomía nos limitaremos a exponer las razones de
su importancia.
El de Copérnico supuso el primer intento de
ruptura serio (aunque convenientemente disfraza-
do como mera hipótesis para evitar problemas
con la Iglesia) con el modelo geocéntrico defen-
dido por Aristóteles y Ptolomeo. En su lugar pro-
puso un modelo heliocéntrico y helioestacionario
en el que la Tierra era un planeta más, lo que ter-
minó (pese a los errores) abriendo el camino a la
astronomía moderna y afectó tanto a la ciencia
como a la filosofía y a la religión.
El de Galileo supuso la formulación de las
l
eyes del movimiento acelerado que rigen la caída
de los cuerpos. Las dos nuevas ciencias a las que
se refiere el título son las de resistencia de los
m ateriales y el estudio del movimiento. Entre
otras cosas, explicó por vez primera la trayectoria
curva de una bala de cañón, curva resultante de la
acción de dos movimientos, el horizontal regido
por la inercia y el vertical debido a la gravedad
.
El de Kepler porque incluye la tercera ley del
movimiento planetario que, como señala oportu-
namente Hawking fue lo que realmente inspiró a
N ewton y no una manzana. Recordemos que de
acuerdo a esa ley, los cubos de las distancias
medias de los planetas al Sol son proporcionales
al cuadrado de sus periodos de revolución.
Resumiendo, Kepler describió el cómo orbitan
los planetas. Newton descubrió el porqué.
El de Newton es importante por muchas razo-
nes, por ser la demostración de su teoría de la
Gravitación Universal a la que había llegado por la
aplicación a la tercera ley de Kepler de su propia
l
ey de la de la fuerza centrífuga. Además, formula
las tres leyes de Newton sobre el movimiento:
1.
Todo cuerpo sigue en su estado de repo-
so o de movimiento uniforme rectilíneo,
salvo que sea obligado a cambiar dicho
estado por fuerzas aplicadas.
2. El cambio de movimiento es proporcio-
nal a la fuerza que actúa sobre el cuerpo;
y tiene lugar en la dirección en que se
aplica la fuerza.
3. A cada acción se le opone una reacción
igual; o las acciones mutuas entre dos
cuerpos siempre son iguales, y dirigidas
en sentidos opuestos.
Además, y como ya dijimos, demostró que
“hay una fuerza de gravitación que tiende hacia
todos los cuerpos, proporcional a la cantidad de
m ateria que contiene cada uno de ellos” e identi-
ficó esa fuerza de gravitación con la causa tanto
de que los objetos cayeran, de las órbitas elípticas
de los planetas (descritas ya por Kepler), como de
las mareas y la precesión de los equinoccios. Es
decir, dio una única respuesta a una variedad de
problemas que antes de él se consideraban como
el sillón escéptico
76 (2004) el escéptico
(Ed. Crítica)
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inconexos. La trascendencia de esos descubri-
mientos está en la base tanto de la astronomía
moderna como de la física.
Los artículos de Einstein
(en especial Sobre la
electrodinámica de los cuerpos en movimiento)
supuso el avance de la teoría especial de la relat
i-
vidad que niega la consideración newtoniana del
espacio y del tiempo como magnitudes separa-
das. Como consecuencia de ello, formuló la hipó-
tesis (posteriormente confirmada de forma expe-
rimental) de que la masa de un objeto aumentaría
al incrementarse su velocidad. Otra consecuencia
es que esa relación entre masa y velocidad puede
expresarse mediante una ecuación matemática, la
célebre
E = m c
2
lo que supuso que los científicos
tomaran conciencia de que la fisión de una
pequeña cantidad de materia supondría la libera-
ción de una gran cantidad de energía o, dicho de
otra forma, es el fundamento teórico de la bomba
atómica cuyas consecuencias en todos los órde-
nes de la vida no es necesario explicar porque
forma parte de la historia reciente.
Vemos como de
acuerdo con la célebre
frase de Newton que da
título a este libro, cada
uno de los autores pudo
llegar a ver lejos por
estar subido a hombros
de gigantes. En las obras
de los que les
precedieron
encontraron el acicate
intelectual para corregir
o completar las teorías
anteriores.
En otro de los artículos,
Sobre la influencia de
la gravitación en la propagación de la luz, expresa
uno de los postulados de la teoría general de la
relatividad, que la masa deforma el espacio de
forma que al pasar la luz de las estrellas por las
cercanías del Sol, la luz parecería curvarse: “En
e
fecto, de la teoría que aquí se expone se sigue
que los rayos de luz que pasan cerca del Sol son
desviados por el campo gravitatorio de éste, de
modo que la distancia angular entre el Sol y una
estrella fija que parece próxima a él se incremen-
ta aparentemente en casi un segundo de arco.”
(Pág. 1055) Nuevamente, ese efecto predicho
pudo ser confirmado experimentalmente durante
el eclipse de 1919 lo que supuso la consagración
de la teoría y de su autor.
Vemos como de acuerdo con la célebre frase
de Newton que da título a este libro, cada uno de
ellos pudo llegar a ver lejos por estar subido a
hombros de gigantes. En las obras de los que les
precedieron encontraron el acicate intelectual
para corregir o completar las teorías anteriores.
K epler corrigió las órbitas circulares de los plane-
tas en las que creían tanto Copérnico como
Galileo, Newton unificó la causa tanto de las órbi-
tas elípticas de Kepler como de las trayectorias
curvas de las que habló Galileo, Einstein modifi-
có la concepción newtoniana del espacio y el
tiempo... sólo al leer consecutivamente y en orden
cronológico las obras de unos y otros podemos
apreciar con total claridad la secuencia recorrida
por la ciencia.
Aunque sólo sea por ello y pese a las reticen-
cias apuntadas, merece la pena el considerable
desembolso económico a realizar y el esfuerzo
(recuérdese que estamos hablando de obras cien-
t
í
ficas, no de novelas) que exige la comprensión de
los textos al lector no experto en temas científicos.
Por último, y en el caso de que esta crítica
pueda animar a algunos de Vds. a embarcarse en
su lectura, me permito recordarles (de forma posi-
blemente innecesaria) que deben ser capaces de
leer estas obras de acuerdo a su contexto históri-
co. No se extrañen, por tanto, de que Newton
considerase que la existencia de la gravitación era
obra divina o de las relaciones que Kepler creyó
observar entre las órbitas planetarias y la escala
musical. Esas afirmaciones no deben hacernos
olvidar la importancia de sus descubrimientos sin
los cuales la ciencia no hubiera llegado a ser lo
que hoy es. ■
el sillón escéptico
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