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el esc
é
ptico
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“Apenas podemos concebir cómo estos isleños, desprovis-
tos de cualquier tipo de energía mecánica, pudieron ende-
rezar semejantes estatuas y, más tarde, colocar en lo alto
de sus cabezas los enormes bloques cilíndricos de piedra.”
(Capitán James Cook, 1774)
La isla de Pascua, o Rapa Nui según el nombre que la
daban sus pobladores, es una pequeña porción de tierra
en el océano Pacífico. A más de 2.000 kilómetros de la
tierra más cercana, la isla de Pitcairn, y a más de 3.700
de la costa de Suramérica, tenía casi todas las posibili-
dades de que no hubiera sido descubierta hasta la épo-
ca de los grandes viajes de exploración. Sin embargo,
cuando los primeros europeos llegaron a
ella, no sólo estaba habitada sino también
repleta de unas grandes esculturas, los
moais. Para aumentar el misterio, la pe-
queña población, su desconocimiento de
los metales, la ausencia de animales de car-
ga y la falta de madera hacían aparente-
mente inexplicable la talla y erección de esas estatuas.
Por si hacía falta algo más para incrementar el enig-
ma, en la cantera del volcán Rano Raraku había cente-
nares de esculturas en distintas fases de elaboración, des-
de las casi terminadas hasta las que sólo eran un esbozo.
Algo hizo que se interrumpiera súbitamente el trabajo y
así permaneció hasta nuestros días.
El hecho era casi perfecto para probar lo que uno qui-
siera, desde la existencia de la Atlántida (de la que Rapa
Nui sería una porción que sobrevivió al cataclismo narrado
por Platón), hasta la proliferación de civilizaciones ex-
traordinarias en el pasado y, ¡cómo no! la visita de seres
provenientes de otros mundos en una remota antigüedad.
Éste es el panorama que mues-
tran centenares de libros esotéricos
para los que la isla de Pascua se ha
convertido en un filón y sus moais
en uno de sus iconos más cono-
cidos. En un libro publicado re-
cientemente en nuestro país, el es-
critor Graham Hancock dice lo
siguiente en el capítulo dedicado
a Rapa Nui: “Tal vez existieron ci-
vilizaciones que hoy yacen olvida-
das en los oscuros valles de nues-
tro pasado colectivo, borradas por
innombrables cataclismos que su-
La
vuelta al mundo
en
cinco megalitos (
IV
)
Los
gigantes
ciegos
JOSÉ LUIS CALVO
J.
BREGER
Agrupación de moais.
Cuando los primeros europeos llegaron a la isla
de Pascua, vieron que estaba repleta de unas
grandes esculturas, los moais. Para aumentar el
misterio, la pequeña población, su desconocimiento
de los metales, la ausencia de animales de carga y
la falta de madera hacían aparentemente
inexplicable la talla y erección de esas estatuas.
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cedieron hace millones de años. Tal vez eran capaces de
usar técnicas muy avanzadas, muy distintas a las que po-
seemos hoy en día. Tal vez incluso habían aprendido a
ir más allá de las soluciones técnicas y a manipular el
mundo físico gracias al poder mental de la concentración,
que les permitía realizar tareas tales como el alzamien-
to y el transporte de enormes bloques de piedra.”
1
Aunque la idea de un moai levitando sostenido por la
concentración mental de los habitantes de la isla es de
lo más atractiva, la realidad es aparentemente más pro-
saica. Cuando el aventurero noruego Thor Heyerdahl vi-
sitó la cantera de Rano Raraku pudo observar miles de
picos de piedra dispersos por ella. Ninguna tecnología
misteriosa ni ningún arcano conocimiento tallaron los
moais, sólo fueron fruto del trabajo y esfuerzo humano
lo que, lejos de desvirtuar la importancia de sus logros,
los hacen más admirables.
Comencemos por el principio. ¿Cómo se esculpían?
Dado que, como dijimos, en la cantera hay centenares
en distintas fases de realización, es muy sencilla la re-
construcción del proceso. Primero se esculpía la cara y
la parte delantera de la figura, después se delimitaba la
forma de las orejas y los brazos con unas trincheras que
se extenderían hacia la parte
inferior de la escultura hasta
que sólo quedase unida a la
roca por un delgado espolón.
A continuación se remataban
los detalles (excepto los ojos)
mediante su pulido. Ya sólo
era necesario calzar la imagen
con maderos y romper el es-
polón.
Parece muy sencillo, pero encontramos varios pro-
blemas. Desde siempre se ha dicho que la toba volcáni-
ca en que están tallados los moais es muy dura ¿cuán-
to se tardaría en este proceso con un útil tan primitivo
como un pico de piedra? y ¿de dónde salió la madera si
hemos dicho que es inexistente en la isla y las tierras más
cercanas están a más de 2.000 kilómetros? La respuesta
a esta pregunta es que sí la hubo. Los estudios palino-
lógicos (es decir, del polen que existe en los distintos es-
tratos) de John Flenley han permitido determinar que gran
parte de la isla estuvo cubierta por grandes palmeras au-
tóctonas, emparentadas con la palma chilena. También
se han encontrado restos de endocarpos (frutos) que han
podido datarse en el siglo XIII d. de C. La contestación
al primer interrogante es que la roca de Rano Raraku es
muy dura... hasta que se quita la capa superficial. Una
vez eliminada ésta es mucho más fácil de trabajar.
Heyerdahl hizo la prueba con varios indígenas arma-
dos con los mismos picos de piedra abandonados en la
cantera. Por el progreso en el trabajo, calculó que cada
seis hombres podían tallar un moai en un año.
El problema mayor, no obstante, es el transporte a ve-
ces a una distancia de varios kilómetros y la erección de
la estatua sobre el ahu, una plataforma de cascajos re-
vestida de sillares y, en especial, la colocación sobre el
moai del pukao, un cilindro de escoria rojiza provenien-
te de la cantera de Puna Pau.
Aunque, como de costumbre, se exagera su peso (el
mayor de los moais es el conocido como Paro, de menos
de 10 metros de altura y con un peso de unas 80 tone-
ladas; el llamado El Gigante, de 20 metros y 270 tone-
ladas nunca llegó a ser concluido y permanece inacabado
en Rano Raraku) no tuvo que ser una tarea sencilla. Tanto
es así que al lado de los antiguos senderos de la isla hay
moais que se partieron durante el transporte. El uso de
cuerdas y trineos de madera parece ser el medio empleado
tanto más cuando recientemente se han encontrado una
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Heyerdahl hizo que ciento ochenta indígenas
arrastraran un moai auténtico subido a un tronco
ahuecado. No sólo demostró que era posible, sino que
el traslado se hizo a una velocidad muy elevada.
Heyerdahl hizo una prueba con varios
indígenas armados con los mismos picos de
piedra abandonados en la cantera y, por el
progreso en el trabajo, calculó que cada seis
hombres podían tallar un moai en un año.
Moai terminado.
Está asentado
sobre el
ahu,
cubierto con el
pukao y con los
ojos pintados.
J.
BREGER
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especie de raíles lignarios
en uno de los caminos por
los que se condujeron las
esculturas. Heyerdahl hizo
que ciento ochenta indí-
genas arrastraran un moai
auténtico subido a un tron-
co ahuecado. No sólo de-
mostró que era posible,
sino que el traslado se hizo
a una velocidad muy ele-
vada. Tampoco hay que
desdeñar la posibilidad
de que parte del trayecto
se llevara a cabo por vía marítima mediante balsas.
Pero ¿cómo se irguieron? Heyerdahl realizó una nue-
va prueba con el mayor de los moais caídos en Anakena,
una escultura de casi treinta toneladas. Para su asom-
bro, un grupo de doce indígenas, entre los cuáles había
uno que aseguraba conocer el secreto por tradición fa-
miliar, lo consiguieron en sólo dieciocho días sin el em-
pleo de otros útiles que palancas de madera, piedras y
cuerdas. El trabajo se realizó de la siguiente manera, se
introdujeron tres palancas bajo el moai y cuatro hombres
hicieron fuerza en cada una de ellas provocando la ele-
vación de la estatua. Se introdujeron piedras debajo de
ella para calzarla. Este procedimiento se fue repitiendo
hasta que la figura quedó a un metro del suelo sosteni-
da sobre un montón de guijarros. Entonces se redujeron
las palancas a dos que se iban colocando alternativamente
a derecha e izquierda del moai mientras se seguían aña-
diendo piedras. Cuando la altura lo permitió, los indígenas
se colgaron de las pértigas mediante cuerdas. Al décimo
día, la escultura estaba al nivel del ahu. Entonces, se co-
menzó a levantar sólo la parte de la cara y el pecho. Al
decimoséptimo día, se colocó una maroma alrededor de
la frente de la estatua y se clavó en el suelo. El último
día, se orientó la caída con el añadido de nuevas sogas
y se elevó un poco más la imagen. El moai resbaló so-
bre la pirámide de cascotes y quedó de pie sobre el ahu,
sin sufrir el menor percance.
El pukao se colocaría en su sitio aprovechando la to-
rre de piedras empleada para erguir la estatua. Su peso
es, además, muy inferior. El más grande de ellos no lle-
ga a las 10 toneladas.
El último paso era pintar los ojos de blanco (con co-
ral) y rojo (con escoria de Puna Pau) y retirar la monta-
ña de pedruscos.
No obstante, ¿cómo adquirieron la habilidad para es-
tos trabajos? Pese a que los esoteristas sean capaces de
hablar de civilizaciones de hace millones de años, la po-
blación de la isla de Pascua se produjo en tiempos re-
lativamente recientes (siglos IV-V d. de C.). Por otra par-
te, aunque los moais hayan eclipsado toda la restante
arqueología de Rapa Nui, se conservan esculturas de me-
nor tamaño realizadas en distintos materiales como toba
roja o basalto. El hecho de que restos de estas escultu-
ras se emplearan como material de relleno en los ahus
demuestra que fueron realizadas con anterioridad a los
moais aunque presentan diversas coincidencias estilís-
ticas con éstos, como las manos cruzadas sobre el vien-
tre. Si en lo que concierne a la parte material no hay el
menor misterio más allá de la laboriosidad e ingenio hu-
manos, la parte ideológica presenta algunas dudas. Tanto
trabajo tuvo que tener una finalidad ¿cuál fue ésta?
El primer visitante europeo conocido fue el capitán
holandés Roggeveen en 1722. Según asegura, los indí-
genas encendían hogueras ante ellos y realizaban una es-
pecie de ritual, sentados en cuclillas y con la vista baja,
unían la palma de sus manos y las levantaban y bajaban.
Uno de los tripulantes declaró que, antes del amanecer,
los indígenas encendieron cientos de hogueras y co-
menzaron a adorar al nuevo día. Los holandeses inter-
pretaron que aquellas figuras gigantescas eran la repre-
sentación de sus dioses.
No obstante, cuando en 1774 llegó a la isla el capi-
tán Cook, éste venía acompañado por un intérprete po-
linesio que, con dificultades, consiguió entender algo del
dialecto de Pascua. Según le dijeron, los moais eran re-
presentaciones funerarias de personas que se habían des-
tacado dentro de la comunidad por diversos motivos.
Esta explicación es la que resulta más coherente con
los descubrimientos de esqueletos en los ahus y con el
hecho de que algunas esculturas están concluidas y en
su lugar de destino, pero nunca se las pintaron los ojos.
Pudiera ser que se realizaran, en algunos casos, en vida
de la persona que se quisiera honrar, pero que perma-
necieran ciegas hasta su fallecimiento. Esto, por otra par-
te, tampoco es contradictorio con los relatos de los ho-
landeses ya que el supuesto culto solar podría estar
relacionado con la vida de ultratumba aunque su grado
de veracidad se puede comprobar por su declaración de
que las esculturas estaban hechas de arcilla.
El gran misterio de Rapa Nui es por qué esos moais
permanecieron ciegos, mientras otros quedaban defini-
tivamente inconclusos en Rano Raraku. Sea lo que fuere,
el esc
é
ptico
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Las esculturas de la isla de Pascua son uno de los reclamos preferidos por los
divulgadores pseudohistóricos, como se puede observar en esta portada del libro de
Michel Claude Touchard,
La Arqueología misteriosa.
ARCHIVO
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tuvo que suceder súbita y traumáticamente y en torno a
los siglos XVI-XVII d. de C. Se barajan fundamentalmente
dos hipótesis, el agotamiento de la madera por sobreex-
plotación de este recurso necesario para el transporte y
erección de los moais o el inicio de una guerra civil de
la que emergió una nueva sociedad que no pudo o no qui-
so continuar las tradiciones ancestrales. Si la primera teo-
ría presenta la prueba de la rápida deforestación de la isla,
la segunda se sustenta en las tradiciones locales.
Personalmente me inclino por ésta. El fin de los palme-
rales pudo acabar con la fabricación de nuevas imáge-
nes, pero difícilmente con la rapidez con la que cesó el
trabajo en Rano Raraku. Tampoco explica el que no se
llegaran a pintar los ojos de algunas esculturas. Esos gi-
gantes ciegos quizás sean la prueba de que todo paraí-
so oculta su propia serpiente.
é
NOTA:
1. El espejo del paraíso. Graham Hancock. Traducción
de Toni Hill. Colección Huellas Perdidas, editorial Gri-
jalbo. Barcelona, 2001.
BIBLIOGRAFÍA:
Heyerdahl, Thor. Aku-Aku. El secreto de la isla de Pascua.
Traducción de Antonio Ribera. Editorial Juventud.
Barcelona, 1958.
Renfrew, Colin & Bahn, Paul. Arqueología, Teoría, Métodos
y Práctica. Traducción de María Jesús Mosquera Rial.
Ediciones Akal, 1998.
Scarre, Chris. Las setenta maravillas del mundo antiguo.
Los grandes monumentos y cómo se construyeron.
Traducción de Jorge González Batlle & Cristina
Rodríguez Castillo. Círculo de Lectores. China, 2001
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