background image
Invierno 2002 y Primavera 2003 79
Durante ocho años estudiamos juntos. Cuando teníamos die-
ciocho años, nuestras vidas divergieron y nos volvimos a
encontrar cuarenta años más tarde sin haber tenido ningún
tipo de contacto. Mi amigo había recalado en la mística y yo
en el mundo del pensamiento crítico. ¿Qué había podido
pasar? Empezamos a cartearnos. Ésta es una respuesta real,
sólo modificada en aspectos puramente personales.
Amigo:
Cuando llegó tu carta la leí inmediatamente y la he releí-
do unas cuantas veces. Ninguna de las lecturas ha modi-
ficado mi impresión inicial: te veo como perdido en un
laberinto y, lo peor de todo, sin salida. Todo dicho con la
máxima cordialidad, pero recordando que me has pedi-
do que sea crítico. Tu propio recorrido (Iglesia Católica,
Iglesia Adventista, espiritismo, contacto con el hinduis-
mo, budismo, antroposofía, teosofía, coqueteo con los
cátaros y parada en J. Krishnamurti, sin otear siquiera el
conocimiento científico actual) me reafirma en esa idea.
Afortunadamente, para poder entendernos, tenemos
una etapa común antes de nuestra divergencia: los
ocho años que estuvimos juntos. En el último tramo,
aprendimos cómo gente con
la cabeza tan despejada
como Aristóteles, Descartes,
Hume o Kant, entre otros,
construían unas teorías
sobre la realidad que, ahora,
tras la revolución científica,
parecen superadas, pero
ellos no tuvieron acceso a
los actuales conocimientos
que tiene la ciencia actual.
Lo que sí me quedó claro de
aquella época es que, con
sólo las elucubraciones del cerebro, es imposible acer-
carse a la realidad. ¿Recuerdas aquel dibujo de Goya? “El
sueño de la razón produce monstruos”
.
Para evitar éstos, es necesario tener una regla de
medir que nos diga cuando nos perdemos en nuestros
razonamientos. La regla es la propia realidad.
Desde el descubrimiento del método científico el
hombre ha dado unos pasos de gigante en el conoci-
miento.
Todo lo que no es comprobable y/o falsable no es
objeto de conocimiento científico. Eso excluye gran
cantidad de conceptos creados por la mente humana pero
que jamás han podido ser contrastados, entre ellos, el
más conocido es Dios. Es cierto que hay algún científico
que es, a la vez, creyente, pero si las creencias no se pue-
den comprobar ¿cómo distinguir a Dios del Ratoncito
Pérez?
“El agregado de átomos no explica nada”, me dices.
En efecto, dicho así, no explica nada. Pero eso es una
simplificación de lo que ocurre. Veamos lo que se sabe
actualmente. Cuando digo sabe me refiero al saber
científico, o sea, a aquel cuyas afirmaciones pueden com-
probarse en un experimento.
El hombre está compuesto por células, especializadas
en diferentes órganos. Aquellas tienen vida propia y pue-
den, en ciertas condiciones, vivir de forma independien-
te y reproducirse. Son muy complejas estructuralmente
pero uno de sus componentes más importantes es el ADN
en cuyo código se define con exactitud sus funciones y
sus características.
La molécula del ADN consta de dos cadenas muy lar-
gas y en doble espiral de azúcar-fosfato, entrelazadas,
ambas, por bases. Las moléculas están compuestas de
átomos entrelazados. Los átomos son estructuras com-
puestas por protones, neutrones y electrones que, a su
vez, están construidos, simplificando, por doce partícu-
las elementales que interactúan con cuatro fuerzas dife-
rentes.
Carta de
un
escéptico
a
un crédulo
ARTURO BOSQUE
El sueño de la razón produce
monstruos, grabado de Goya.
ARCHIVO
background image
En cada nivel de la materia, el hombre, a través del mé-
todo científico, ha catalogado unas leyes que siempre se
cumplen.
Ejemplos de moléculas:
Si hago reaccionar un átomo de Hidrógeno y dos de
Oxígeno, estos se entrelazan y surge una molécula de agua.
Esto ocurre siempre. Además, las características del agua,
que aparecen a nuestros sentidos, son diferentes. El re-
sultado no es la suma de los agregados. Parece otra cosa.
Lo mismo ocurre con el ADN pero con una compleji-
dad mucho mayor. Esta molécula, en determinadas cir-
cunstancias de temperatura, presión, medio ambiente, etc.,
deshace la doble espiral y, cada una de las cadenas toma
del medio los elementos necesarios para, al final del pro-
ceso, aparecer dos moléculas de ADN idénticas. Una de
las características de la vida (la reproducción) aparece ya
a éste nivel. El ADN no es la suma de los agregados, ni
tiene sus características. Parece otra cosa.
Ejemplo de células:
El ADN encerrado en una estructura determinada es
una célula. Vive, se alimenta, se reproduce y muere. En
determinados casos, se reproduce de forma que, a partir
de un cierto número de ellas, se especializan y forman ór-
ganos diferentes. Uno, en el hombre, es el cerebro. Este
controla visión, audición, movimientos, sensaciones,
emociones y pensamientos. Esto es, recoge datos del ex-
terior a través de los sentidos, los evalúa, los recuerda, los
puede transmitir a través de gestos, sonidos, acciones; pue-
de sentir gozo, culpa, odio, ansiedad, etc.; puede controlar
sus impulsos, dar órdenes, formar juicios, aprender, de-
sarrollar pensamientos concretos y abstractos, etc. En fin,
interactúa con todo lo que se refiere a la vida del hombre:
consigo mismo y con lo que le rodea. El cerebro, junto al
resto de los órganos, es el hombre.
El hombre no es la suma de sus agregados. Parece otra
cosa. Y en esa otra cosa cabe que ese cerebro pueda dar-
se cuenta de su propia existencia, crear una hermosa mú-
sica, un buen libro y sentir amor o percibir la belleza de
un atardecer.
Igual que cuando hacemos una electrólisis las cuali-
dades del agua desaparecen y vuelve a convertirse en hi-
drógeno y oxígeno, al deshacerse los componentes del hom-
bre, con la muerte, desaparecen todas sus características.
OTRA COSA
Insisto permanentemente en esto porque es una carac-
terística constante en la naturaleza: el resultado de una
combinación de elementos no se parece a sus compo-
nentes. Hay una especie de valor añadido que hace que
el compuesto sea lo que yo llamo otra cosa. Tampoco quie-
ro que veas aquí nada trascenden-
te. Simplemente las cosas son así.
LEYES DE LA NATURALEZA
Cada uno de esos niveles anteriores responde a unas le-
yes que están ahí. Son leyes fijas. Siempre que se dan unas
circunstancias, se produce el mismo resultado. Hasta aho-
ra es todo experimental. Se puede reproducir cuando se
quiera, por quien quiera y obtener los mismos resultados.
Hasta aquí llega la ciencia.
Por ejemplo, no puede preguntarse si esas leyes han
estado ahí siempre o alguien las ha puesto. La ciencia ob-
serva que siempre se cumplen. Cuando hay un salto en el
nivel de la realidad y observa que el resultado es otra cosa,
lo constata y nada más.
La realidad no es sólo un agregado de átomos, sino tam-
bién las leyes que los gobiernan. Entre ellas esa otra cosa
que surge de un compuesto ya sea atómico, molecular o
celular.
“Debe haber una inteligencia superior”, afirmas.
Si existe una inteligencia superior y no interviene ¿qué
diferencia hay en pensar que no existe? La única diferencia
es que el creyente traslada la perplejidad que yo tengo ante
la maravilla de la naturaleza a ese ser. Ese ser creador y
no creado es tan difícil de entender como este mundo fun-
cionando siempre mediante unas mismas leyes.
Cualquier cosa que pensemos, al ser pura especula-
ción, sin posibilidad de experimentar, no tiene mucho va-
lor. Nos podemos perder en interpretaciones ya sean ca-
tólicas, evangelistas, mahometanas, teosóficas, budistas
o de cualquiera de los abundantes “Krishnamurti” que hay
por el mundo. Son callejones sin salida, conceptos sin po-
sibilidad de contraste. Para mí, pérdida de tiempo.
Puedo imaginar un Dios creador y no creado, un
Demiurgo, un Diablo que disfruta con los desastres e in-
justicias que se dan, una civilización extragaláctica que
está haciendo un experimento, la misma Mitología grie-
ga, latina o cualquier otra, una Energía desconocida po-
sitiva o negativa, Espíritus malignos o benéficos, etc., etc.
(aquí puedes añadir todos los mitos que circulan por la
Tierra). Todas estas afirmaciones caen fuera del territorio
científico. Los que afirman los mitos deberían probarlos.
De no ser así ¿qué valor tienen?
Los más atrevidos entre los creyentes afirman que cuan-
do hay un escéptico presente las fuerzas espirituales se
abstienen. Esto impide la falsación y por tanto cae fuera
del ámbito científico. ¡Una simple excusa ante un hecho
o inventado o mal observado!
LABERINTOS
No hay ningún milagro en todos estos conocimientos ex-
perimentales. Aun más, la falta de milagros es total. Si
el esc
é
ptico
Invierno 2002 y Primavera 2003
80
Si existe una inteligencia superior y no interviene
¿qué diferencia hay en pensar que no existe?
background image
abandonamos el método cien-
tífico, que tiene en la propia re-
alidad una regla de medir, po-
demos perdernos en los infinitos
laberintos que nos puede tender nuestro propio cerebro.
El Yo
El yo, esa conciencia de sí mismo, es una de las cosas que
a más laberintos ha conducido al hombre. Pero observa-
ciones experimentales quitan cada vez más trascenden-
cia a ese yo. Al final lo reducen a un punto de referencia
como el aquí o el hoy.
La hipótesis de que ese yo reside en una entidad es-
piritual, a la que para entendernos podemos llamar alma,
no aguanta ningún experimento. Por ejemplo:
- Un grave accidente en el cerebro modifica la perso-
nalidad.
- Un esquizofrénico tiene varios yo y salta de uno a otro
con toda tranquilidad.
- El yo se construye en los primeros años de la niñez.
- Muerto el cerebro sólo los creyentes dicen haber vis-
to alguna manifestación de ese espíritu. Ninguna sopor-
ta un análisis científico.
El árbol
La reflexión que haces sobre el yo y el árbol la veo místi-
ca. Para mí, es todo más sencillo. Yo tengo un ADN que
me ha construido. La educación y mis experiencias han
hecho el resto. Mi yo es fruto de estos dos factores. Con
la muerte desaparecerá esa otra cosa y volveré a los com-
ponentes con los que estoy construido.
El árbol tiene su ADN propio y no tiene un centro co-
ordinador como tenemos los animales. No veo ni “la in-
terconexión”, ni “la Red Central”, no percibo ninguna in-
tervención exterior a las leyes de la naturaleza ni puedo
deducir de ninguna forma que pertenezco a una “Entidad
Superior”. Mi yo se disuelve con la muerte y aquí no ha
pasado nada. La naturaleza sigue su curso.
Conclusión
De modo (usando tus mismas palabras) que, “si soy hon-
rado y objetivo en el pensar”, no me queda más remedio
que no ver por ninguna parte una Inteligencia (ni benéfi-
ca ni maléfica) distinta a la propia naturaleza de la que
yo formo parte como un árbol, un monte, un planeta o una
galaxia.
Los átomos montados en el ADN humano construyen
todo tu cuerpo y cerebro y éste, con las experiencias ad-
quiridas forman tu persona, tu inteligencia, tus cualida-
des, etc. A éste conjunto, le podemos, para simplificar, lla-
mar mente, pero no es otra cosa que el cerebro en
funcionamiento.
Yo no sé quien ha dado a la naturaleza sus leyes. Ni
siquiera sé si la pregunta es correcta. ¿Por qué no pueden,
esas leyes, haber estado siempre ahí? ¿El creer en esa
“Inteligencia Superior” no es trasladar el problema sin dar
ninguna solución?
Yo no sé si existe y tú crees que existe, pero no sabes
qué es. No sé si nos diferenciamos mucho. Yo me quedo
en el plano experimental y tú añades un concepto del que
desconoces todo.
Ese no sé anterior es para mí tan fuerte que se con-
vierte en la práctica en un que no hay una inteligencia
superior. Y no es porque tenga el silogismo para llegar a
la conclusión de que no exista, sino que he comprendido
que es imposible demostrar una negación. El peso de la
prueba cae en quien afirma.
OTRAS IDEAS TRASCENDENTES, SEGÚN TU VISIÓN.
“Amar es lo que importa”, dices. Amar importa, pero ser
amado, también. Importa sentirse satisfecho consigo mis-
mo, encontrarse seguro, tener salud física y mental, tener
con qué vivir, disfrutar de la creatividad, saber gozar de
la belleza, del arte, de la naturaleza... de lo que nos pre-
sente la vida, en fin, ser felices es lo que importa. Si la
vida acaba aquí, es importante que coleccionemos ratos
felices, cuantos más, mejor. Pero tampoco conviene ob-
sesionarse como coleccionista de ratos felices ya que la
muerte, al disolver la conciencia, reduce a la nada toda
la felicidad coleccionada o, en el caso contrario, todas las
desgracias padecidas. Nada de obsesiones. ¡Coleccionar
con tranquilidad ratos felices!
“El conocimiento de sí mismo es el principio de la sa-
biduría”, aseguras. Es importante conocerse pero también
lo es conocer el entorno. Un error en cualquier percepción
de las dos áreas lleva consigo la posibilidad de errores en
la toma de decisiones. Sin grandes palabras: es importante
conocer, es importante saber a qué atenerse.
“La Verdad es demasiado grande para que quepa en
los libros. Cada uno tiene su verdad, que es su parte de
la Verdad”, sostienes. No me gusta hablar de Verdad con
mayúscula porque encierra algo místico; prefiero hablar
de realidad. Para mí, la realidad está ahí, sea la que sea.
Nosotros mismos formamos parte de ella. Nuestro cere-
bro, con sus billones de sinapsis, intenta hacerse una re-
presentación de esa realidad. A través de la captación de
los sentidos va construyendo esas representaciones. Es im-
portante, para no perderse, que esos modelos que crea-
mos, no entren en contradicción con alguna de las ob-
servaciones. Si entran, debe rehacerse el modelo.
Invierno 2002 y Primavera 2003 81
Yo no sé si existe una
Inteligencia Superior y tú crees que
existe, pero no sabes qué es. No sé si nos diferenciamos
mucho. Yo me quedo en el plano experimental y tú añades
un concepto del que desconoces todo.
background image
el esc
é
ptico
Invierno 2002 y Primavera 2003
82
Con este método, que lo llamamos científico, vamos
mejorando generación tras generación nuestra represen-
tación de la realidad. La mayor pantalla que nos impide
llegar lo más cerca posible a ella no es “el crimen o una
vida degenerada”, que dices tú, sino la credulidad. Creer
sin comprobar es la mayor fuente de errores
“La duda constructiva es el principio del conocimiento”,
afirmas. Salvando por ahí algún concepto, para mí, mís-
tico, que introduces (“contacto directo con ‘lo Otro’”) es-
toy de acuerdo contigo. La duda, que no la credulidad, es
el punto de arranque del conocimiento.
“El ser humano es un alma o espíritu que vive dentro
de un cuerpo”, dogmatizas. Aquí sí que discrepo total-
mente. Además, todas las funciones que se le atribuyen
al alma, excepto su espiritualidad e inmortalidad, están
explicadas por algún área de la ciencia (fisiología, neu-
rología, psiquiatría, psicología...). Como esas dos excep-
ciones no pueden ponerse en un banco de pruebas. ¿qué
quieres que te diga? Para mí tienen el mismo valor que
cualquier afirmación no comprobable: ninguno.
En la reencarnación o el espiritismo ni entro. Queda
dentro de esas creencias indemostrables.
Tampoco comparto esa “transferencia” de individuos
“a otro lugar o planeta” para “rectificar su conducta mo-
ral”. Todas estas ideas no pueden ser comprobadas. Son
iguales de reales que las calderas de Pedro Botero, los án-
geles protectores con alas o la laguna Estigia: conceptos
que se afirman sin demostrar.
Menos, si cabe, tus reflexiones sobre el Mal como “de-
tritus de la evolución humana” ni como “depósito de ‘las
fuerzas del Mal’”. Pongo mal con minúscula, le quito toda
trascendencia y lo convierto en el resultado desagradable,
para una parte, de la complejidad de las relaciones hu-
manas.
Me deja atónito tu admiración a Jiddu Krishnamurti.
Te convence porque rechaza cualquier organización
eclesiástica cuando en realidad él tuvo (y ahora tienen
sus adeptos) la suya, Krishnamurti Foundation Trust,
y hasta tiene en Uppaluri Gopala Krishnamurti, su he-
reje.
Siento no estar de acuerdo en casi nada pero la tra-
yectoria intelectual de cada uno lo ha llevado a conclusiones
diferentes. Yo tengo una regla para comprobar mis afir-
maciones. ¿La tienes tú?
é
PRÓXIMO NÚMERO:
Las últimas noticias sobre clonaciones, efectuadas o no por la secta de los raëlianos y otros grupos, ha puesto en guardia a una
parte importante de la sociedad, que asiste a un recital de comentarios sobre el tema que, bajo la suposición de ser indepen-
dientes y bienintencionados, esconden una marea negra que puede ser tan dura como la provocada por el
Prestige.
Por esta razón, para nuestro próximo número de verano del 2003, Oswaldo Palenzuela nos ha escrito un texto acerca de
Clones
y ética: sobre células madre y prejuicios religiosos, en los que se plantea diversas cuestiones que afectan a esta temática.
También José Luis Calvo reflexionará sobre la cuestión en su
artículo titulado
Ética y clonación.
Por otra parte, siguiendo con el tema de la vida y sus posibili-
dades, pero en el marco de la exobiología, Alberto González
Fairén y Francisco Anguita nos recordarán en su artículo
¿Civilizaciones en el Universo? el histórico debate mantenido
por Ernst Mayr y Carl Sagan en el año 1995, re-abierto como
consecuencia de la publicación en el año 2000 del libro
Rare
Earth de Ward y Brownlee.
Como cada trimestre, además, el lector podrá contar con nue-
vos artículos, así como con las secciones habituales de
Primer
Contacto, Mundo Escéptico, Cuaderno de Bitácora, Guía
Digital, Paranormalia, De Oca a Oca, Un marciano en mi buzón
y
Sillón Escéptico.
el
esc
é
ptico
ARCHIVO