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Hace unas semanas se puso en contacto con la direc-
ción de nuestra asociación la productora de un nuevo
programa de televisión en Antena 3 que “iba a ser muy
serio”, “muy bien documentado”, etc. Aunque había
enormes dudas sobre su calidad, algunos socios se deci-
dieron a ir a dar la cara.
El programa resultó ser de lo peor que se ha hecho.
Un gallinero en el cual nadie dejaba hablar a nadie y
nadie disponía de más de unos pocos segundos para
hacer una argumentación. Más que razones lo que había
era gritos. El programa era malo. Muy malo.
En la lista de correo de los socios se comentó esta
aparición en la televisión. La falta de posibilidad de
decir nada, la sensación de haber hecho el payaso, de
ser el tonto necesario para ofrecer las “dos caras de la
moneda”, es común entre todos los que participaron.
No cabe duda de que la productora nos utilizó para
justificar su neutralidad. A fin de cuentas, ellos mues-
tran las dos caras de la moneda. No importa que, por
ejemplo, al hablar de posibilidad de vida extraterres-
tre, en un lado esté un biólogo especialista en astro-
biología y en el otro una señora, probablemente nece-
sitada de ayuda psicológica, que dice haberse acostado
con extraterrestres. No se dan cuenta de que al tratar-
se de dos visiones totalmente dispares no hay diálogo
posible. Se puede debatir sobre la posibilidad de vida
extraterrestre entre los que piensan que está muy exten-
dida y los que piensan que somos únicos en el Universo,
y se puede debatir sobre si los de Ganimedes son mejo-
res en la cama que los Wolfianos; pero son cosas dife-
rentes. Tan diferentes que mezclarlos anula la posibi-
lidad tanto de un debate serio como la de un espectáculo
exótico; se convierte en un espectáculo patético.
¿Merece la pena ir a esos programas? La primera
reacción es pensar que no. Pero hay que pensarlo dos
veces. A finales de los sesenta y principios de los seten-
ta había programas en los que hablaban de ovnis. A
aquéllos sólo iban los expertos, que resultaban ser los
creyentes. Las idioteces que decían sobrepasaban todo
lo imaginable. Era una carrera para ver quién decía la
estupidez más gorda. Uno defendía que los extrate-
rrestres venían de Ganimedes y el otro —mucho más
serio— que lo hacían desde Epsilon Eridani.
Después nació nuestra asociación, y de vez en cuan-
do nos invitaban. La transformación de los debates fue
inmediata. Y no era por lo que decíamos. Era por nues-
tra mera presencia. Bastaba que por allí anduviera un
“arpío” para que las posturas de los crédulos fueran
mucho más moderadas. La misma persona que en los
debates anteriores había defendido con apasionamien-
to que los extraterrestres venían de la estrella Wolf 359
y se comunicaban con nosotros telepáticamente, cam-
biaba su discurso y hablaba de zonas de habitabilidad,
entropía negativa, evolución... La mayor parte de las
veces con conceptos equivocados... Pero el debate tenía
otro nivel y casi con seguridad el espectador podía
aprender algo de los dos lados...
Eran tiempos de La Clave, El otro punto de vista,
Cara a Cara,...
Pero aquello ya murió. Ya no hay programas de deba-
te. Ahora lo que llaman debates no son nada más que
payasadas de una cutrez obscena...
¿Merece la pena seguir yendo? Probablemente sí.
Si con nuestra presencia es un gallinero infame, ¿qué
sería sin ella? La televisión siempre nos sorprende y
cuando creemos que ya han llegado al nivel más bajo
de inmundicia sale otro programa que supera al ante-
rior. La estupidez, vulgaridad, cutrez, mal gusto, pro-
moción de creencias sin sentido, exhibición de enfer-
mos mentales... no tienen límite: siempre se pueden
superar. Hoy los programas son espantosos. Sin noso-
tros, aún serían peores.
é
EDITORIAL
el esc
é
ptico
verano 2002
4
PRESENCIA
DE
ARP-SAPC
EN PROGRAMAS
DE
TELEVISIÓN