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Venimos de muy lejos. En el tiempo y en el espacio
geográfico. Así mismo, todos tenemos un mismo ori-
gen. No es ninguna sorpresa, lo sabemos, pero eso
parece querer recordarnos entre tantos sucesos, en
estos días, los restos fósiles de Toumaï, un Sahelan-
tropus tchadensis
—tal vez uno de nuestros primeros
antepasados—, recién descubierto en el Chad, con
una antigüedad de unos siete millones de años.
Mucho tiempo, sin duda, el que ha pasado desde
entonces, desde que se inicio la larga andadura evo-
lutiva que ha conducido finalmente hasta nuestra es-
pecie, y con ella, hasta nuestra racionalidad. Un lar-
go viaje de descubrimientos y adaptación cultural
desde África —como muchos vuelven a emprender
ahora— hacia todo el mundo. Un enorme trayecto
que nos llevó hasta Alaska, la Patagonia, Laponia, la
península Ibérica, etc. movidos por las necesidades
económicas, por la violencia, y por miles de factores,
no siempre positivos —¿para qué negarlo?—, pero
que nos unen a todos los miembros de nuestra es-
pecie (y de eso es bueno acordarse también) en un
constante deambular por la faz de nuestro planeta, en
busca de una supuesta vida mejor. Decía Mafalda, el
personaje de Quino, que no era necesario un análi-
sis muy profundo para ver que desde el arco y la fle-
cha hasta los cohetes teledirigidos, era sorprenden-
te lo mucho que había evolucionado la técnica, y
deprimente lo poco que habían cambiado las inten-
ciones.
Esta noticia, la de Toumaï, hubiera encantado a
Stephen Jay Gould, el paleontólogo recientemente fa-
llecido al que dedicamos nuestra sección inicial de
la revista. Como hombre de ciencia, bien arraigado
en nuestro tiempo y en sus problemas de todo tipo (y
por ello escéptico sin duda), probablemente hubiera
podido enhebrar, gracias a este fósil y a su talento,
alguna buena historia —divertida y sutil, al mismo
tiempo— que le hubiera servido para acercarnos
algo más al mundo de la ciencia, al mundo del co-
nocimiento útil y a no pervertir ambos conceptos con
un uso racista, clasista y erróneo.
Son muchos años los transcurridos desde la
muerte del Sahelantropus y poco tiempo el que ha
pasado desde la de Gould. No han sido pocas las es-
pecies que han desfilado por la faz del mundo entre
ambos acontecimientos y las que han ido evolucio-
nando, con muchos problemas y sufrimiento, pero
(aparentemente y al mismo tiempo) con una capaci-
dad cada vez mayor por adentrarse en la realidad que
los rodeaba y trazar hipótesis válidas sobre la mis-
ma, basadas en la experiencia. Tal vez un momento
culminante en nuestra lucha contra el error sobre
nuestro entorno fue la de asentar las bases del mé-
todo científico hace sólo unos pocos siglos.
Muy largo y tortuoso ha sido, pues, el camino an-
dado, para dar marcha atrás en nuestra época y para
no apoyar este método, ni la racionalidad, la igual-
dad de todos, la educación laica y plural, la libertad
de pensamiento, de investigación y de conocimien-
to fruto de todo ello, o para no apoyar el respeto a la
libertad personal de elección —dentro del máximo
respeto a las normas internacionales de defensa de
los derechos humanos, que deben ser comunes a to-
dos los miembros de todas las culturas—, la lucha
contra la discriminación y la lucha racional por un
mundo mejor, a la que poco pueden aportar otros sis-
temas de pensamiento que estén basados en el ‘todo
vale’, o —todo lo contrario— en un integrismo ex-
cluyente, o que no estén basados en el uso de nues-
tras mejores herramientas para conocer el mundo, de
las que hemos sido dotados gracias a la evolución
que nuestro cerebro ha tenido desde Toumaï.
Esperamos que esta revista, dedicada al pensa-
miento crítico, a Stephen y a Toumaï, a todos los que
ha habido entre ellos, y a todos los que aún estamos
vivos, sirva algo para avanzar en la senda de apor-
tar debate y nuevas ideas, con las que hacer frente
a las oleadas de desconocimiento e intolerancia
que, tan a menudo, sacuden nuestra sociedad.
é
EDITORIAL
el esc
é
ptico
primavera 2002
4
UN
LARGO
CAMINO