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Llega un nuevo tipo de formato televisivo a nuestro país:
no es nuevo, ni siquiera aquí, pero con los parabienes
de una de las principales cadenas privadas, Antena 3,
va consiguiendo hacerse un hueco en la parrilla esa del
prime time. Al Descubierto es el típico programa de cá-
mara oculta donde se pretende poner en evidencia con-
ductas fraudulentas, mentiras y contradicciones en di-
ferentes órdenes de la vida.
No es nada extraño que las temáticas de lo para-
normal hayan entrado a formar parte del menú de este
programa desde el principio: curanderos, videntes,
apariciones marianas... Junto al exposé, el programa
consigue autojustificarse en su labor con la presencia
de una serie de invitados, presuntamente expertos en la
materia, junto con algunos de los implicados (que son
necesarios para que el programa pueda mostrarnos lo
mal que quedan cuando son pillados en ropa interior).
El tono del programa, cuidadosamente trabajado, pre-
tende en primer lugar justificar como labor periodísti-
ca el trabajo del equipo (que sistemáticamente viola la
privacidad, incurriendo o al menos rozando, expertos
habrá que puedan dictaminarlo, el límite marcado por
las leyes). Es fundamental esta justificación, no simple
autobombo, porque lo que se pretende vender es una
especie de servicio a la sociedad. De ahí que, macha-
conamente, esto se repita una y otra vez a lo largo de la
emisión.
Hay más, un segundo punto importante que confi-
gura la manera en que funciona el formato es la pre-
sencia de personas que avalen la “investigación” rea-
lizada. Aquí es donde encontramos la parte más
tendenciosa del tinglado televisivo. Porque, como sue-
le pasar, el debate que se presenta como tal no lo es,
sino un clásico ejemplo de pseudodebate televisivo.
Porque, además, las posturas representadas no son to-
das, pero especialmente se hurta la posibilidad de tocar
fondo. No interesa ahondar, porque este programa vive
de la falacia de que en estas cosas hay buenos y hay
malos: hay curanderos fraudulentos y ridículos como
Paco Porras, pero también los hay eficientes y maravi-
llosos. Hay unas apariciones marianas que son un
montaje sacacuartos, con burdos milagros como los de
El Higuerón, pero otras, ¡por favor!, quedan como sanos
ejercicios de religiosidad y posiblemente de presencia
divina en la Tierra. Hay timo sistemático en las lla-
madas a los 906 de los adivinos, pero luego hay vi-
dentes honrados y exitosos.
Recientemente, uno de los programas abor-
daba el asunto de las líneas de videncia del 906.
En ningún momento se habló de cómo la casi mo-
nopolística Telefónica tiene montado todo el tin-
glado de manera cuando menos alegal, que ha con-
vertido unos números que legalmente deberían ser
de servicio público en un complejo entramado de
sacacuartos usando el sexo, los concursos aso-
ciados a programas en medios de comuni-
cación y, también pero en menor grado, la
futurología y adivinación, como excusas.
¿Alguien comentó algo sobre el particular?
Por supuesto que no: los invitados, que se
presentan con la apariencia de ser repre-
sentativos de todas las posturas, cuidado-
samente evitan referencia alguna a la com-
pañía de telecomunicaciones que es
propietaria de la cadena de TV donde se
emite.
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Igualmente, y eso que esta-
ba un director de una revista
pseudocientífica (Enrique
de Vicente, habitual del
programa y director de Año
Cero
), en ningún momento
se comentó algo evidente:
estas líneas se hacen publi-
cidad en su revista, que,
además, presenta contenidos
en los que se afirma (como
siempre sin pruebas) la existen-
cia de los poderes paranorma-
les, de la videncia, del etc que
esté de moda. Los lectores de
esa publicación (y de las otras)
son inducidos a creer que la pu-
blicidad de esos números es fia-
ble, dado que ellos se creen que los
artículos lo son. ¿En qué medida es res-
ponsable el mismo de Vicente en todo? Nunca
sabremos qué cara pondría, qué excusas aduci-
ría para evitar reconocer que él es parte y vive del
mismo tinglado.
Dejando aparte eso, de entre los invitados habitua-
les, el que se ha elegido para actuar como voz escépti-
ca, sin duda por sus dotes comunicadoras y experiencia
televisiva, consigue pontificar con razonamientos fala-
ces que hacen bueno hasta a Paco Porras. El Sr. Nart
consigue mostrar en cada emisión no sólo su dogmatis-
mo, sino también su ignorancia (sistemáticamente da
datos erróneos, ¿no tiene un redactor de apoyo que al
menos cuide esos detalles? En otros programas de pseu-
dodebate, por lo menos, la documentación para los que
actúan como “expertos” era bastante mejor). Pero, in-
cluso así, podría merecer la pena la presencia de este
escéptico un tanto peculiar, si no fuera porque él mis-
mo es parte del montaje amarillista que en el fondo es
Al Descubierto.
Porque sólo desde la ingenuidad se puede ver este
programa como algo interesante para desenmascarar el
fraude dentro del mundo paranormal. No es así, ni la
técnica de pillar “in fraganti” va a permitir nunca ir al
fondo de las cuestiones. Ese pretendido periodismo de
investigación, por más que ponga en evidencia a un ci-
rujano psíquico, un curandero “jeta”, una vidente que
se aprovecha del analfabetismo patrio, o unas empresas
que usan la imagen de marca de adivinos para vender
minutos telefónicos, no pretende conseguir un público
más crítico, más responsable, no muestra cómo todo
este mundillo está sostenido por el negocio y la inge-
nuidad de la gente. Se queda con lo anecdótico (uno
diría aquí: al fin y al cabo ¡esto es la tele!) pero lo per-
verso es que con la intención de sentar cátedra.
Tras “exponer” a algún curandero, algunos videntes
o algunas apariciones (entre otros temas que han ido e
irán saliendo), sus clientelas no van a disminuir. Y, a lo
más, aumentarán las de sus competidores. Peor aún, en
ese espacio prime time se ha conseguido dar carta de
respetabilidad a otros futurólogos, a otros pseudomédi-
cos, a otros fanáticos religiosos que, no es que se vayan
de rositas, es que salen con un marchamo de calidad
que nunca deberían haber podido conseguir.
Responsables de este pseudoperiodismo, señoras y
señores de Al Descubierto: muchas gracias por nada.
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Javier Armentia
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