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Numerosas creencias, mitos y leyendas se propagan y
mantienen en el tiempo a pesar de ser falsas y aún sien-
do poco verosímiles. Se repiten una y otra vez, y apare-
cen en los medios de comunicación, adquiriendo estatus
de verdad. Ese es el caso del llamado mito del 10%. Este
mito afirma que sólo una pequeña parte de nuestro ce-
rebro realiza todas las funciones mentales y de regulación
de las que este órgano es responsable, mientras que el
resto permanecería inactivo. De esta manera se deduce
que nuestro cerebro posee un potencial mucho mayor
que el que habitualmente aprovechamos, por lo que es-
taría infrautilizado en la mayor parte de los casos.
Como otros mitos o leyendas contemporáneas, esta idea
se puede encontrar con ligeras variaciones. Por ejemplo,
el tanto por ciento de cerebro utilizado suele variar, aun-
que lo más frecuente es que sea el 10 ó el 20%. En
cuanto a la localización de esta porción activa, existen
también al menos dos versiones. La primera considera
que las células activas estarían distribuidas por todo el
tejido neuronal, mientras que la otra versión -quizá más
popular- considera que la parte funcional se encuentra en
zonas concretas no especificadas.
En mi opinión esta creencia es especialmente inte-
resante por dos razones. Por un lado, porque normal-
mente se plantea como un hecho científicamente con-
trastado, lo que posiblemente tenga su origen en una
mala interpretación de algunos datos o debates científi-
cos. En este artículo señalaré algunos descubrimientos
acontecidos en el campo de las neurociencias que pue-
den haber contribuido al mantenimiento de esta idea. La
segunda razón que hace a este mito merecedor de aten-
ción es que es utilizado por los aficionados a lo para-
normal para justificar la existencia de algunas facultades
mentales extraordinarias. De esta manera se intenta ex-
plicar por qué algunas personas poseen poderes como la
telepatía o la telequinesia, de los que carece el resto de
los mortales que no explotan todo su potencial cerebral.
Uri Geller, conocido embaucador que trató de convencer
al mundo de que podía doblar cucharas y arreglar relo-
jes sólo con el poder de su mente, lo explica así en uno
de sus libros: “...La mayoría de nosotros sólo usamos,
como mucho, un 10% de nuestros cerebros. El otro 90%
está repleto de habilidades potenciales no exploradas y
desconocidas. Lo que significa que nuestras mentes es-
tán operando de forma muy limitada en lugar de a su má-
ximo rendimiento. Creo que una vez tuvimos completo
control sobre nuestras mentes. Lo tuvimos de cara a la
supervivencia, pero como nuestro mundo se ha hecho
más sofisticado y complejo hemos olvidado muchas de
las habilidades que un día tuvimos”
.
Este tipo de falacias, además de partir de una pre-
misa falsa, también hacen uso de un razonamiento in-
correcto. Aunque fuera cierto que sólo ponemos en fun-
cionamiento una parte de nuestro cerebro, eso no
implica que el resto tenga como fin la realización de pro-
cesos cualitativamente diferentes. Incluso podría adivi-
narse en la última parte de la explicación de Uri Geller
un desafortunado intento de darle cierto sentido evolutivo
a sus supuestos poderes. Precisamente, tanto esta pro-
puesta “involutiva” como, en general, el mito del 10%
quedan en evidencia cuando lo analizamos desde una
perspectiva evolucionista. No se me ocurre ninguna ra-
zón para que esos maravillosos logros de la naturaleza re-
sultaran poco adaptativos y posteriormente cayeran en
desuso.
Pongamos por ejemplo el caso de la telepatía: podría
pensarse que la aparición de nuestros actuales sistemas
de comunicación (fundamentalmente el lenguaje oral)
hizo “olvidar” la capacidad de transmitir del pensa-
miento. Lo cual nos conduce a una nueva paradoja: ¿por
qué surgió entonces un sistema tan tosco (en compara-
ción con la telepatía) como el lenguaje oral?, ¿qué ven-
taja les proporcionó a los grupos que lo desarrollaron? En
el esc
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¿
Usamos
sólo
el 10%
de
nuestro
cerebro
?...
PSICÓLOGO E INVESTIGADOR
EN NEUROCIENCIA COGNITIVA,
UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA, TENERIFE
HORACIO BARBER FRIEND
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otras palabras, no es razonable pensar que el ser huma-
no pudiera arreglar relojes con la mente cuando aún no
los había inventado y posteriormente prescindió de este
poder sólo porque ya existían relojeros. Del mismo
modo, y volviendo estrictamente a la idea de que sólo uti-
lizamos una pequeña parte del cerebro, tampoco es fá-
cil explicar el proceso filogenético de encefalización si
aceptamos que la mayor parte del sistema nervioso ca-
rece de función real. Desde una perspectiva darwinista,
podemos decir que en la naturaleza no hay sitio para es-
tructuras ociosas o inútiles, mucho menos cuando ha-
blamos de un conjunto de células que consume una gran
parte de los recursos del organismo.
El mito del 10% no es nuevo y, al igual que ocurre
con otros mitos y leyendas, es muy difícil determinar su
origen exacto. Posiblemente porque han sido diferentes
fuentes las que han contribuido a su formación y man-
tenimiento. La revista Scientist Magazine, tratando de
rastrear los orígenes del mito, lo encuentra en anuncios
de cursos de desarrollo personal de los años 20, en un
libro de autoayuda de 1936, e incluso hace referencia a
una mención que supuestamente hizo Albert Einstein. En
cualquier caso, lo que sí parece claro es que el mito no
es una invención reciente, aunque seguramente se haya
ido adaptando con el paso del tiempo. Actualmente pue-
de decirse que está inmerso en nuestra cultura y apare-
ce en medios de comunicación, series de televisión e in-
cluso en la publicidad de diferentes países.
Curiosamente, el avance que en la segunda mitad del
siglo veinte se ha producido en las diferentes disciplinas
relacionadas con el estudio del cerebro, no ha ayudado
a la desaparición de este mito. En las últimas décadas se
han desarrollado técnicas, conocidas como imágenes fun-
cionales del cerebro, que nos permiten detectar con
enorme precisión qué zonas del cerebro incrementan sus
procesos metabólicos ante tareas concretas. De esta ma-
nera podemos determinar o inferir qué partes del cerebro
se relacionan con determinados procesos. Tomando en
conjunto los datos que actualmente aportan los diferen-
tes laboratorios que trabajan con estas técnicas, no exis-
ten indicios de que ninguna estructura o porción signi-
ficativa del cerebro se mantenga permanentemente
inactiva. Por el contrario, los datos apuntan hacia la ac-
tivación de grandes y diferentes zonas del cerebro para
la realización de tareas relativamente sencillas e incluso
hacia la implicación de una misma zona en tareas dife-
rentes. Tampoco la idea de que las neuronas activas se
distribuyen por todo el cerebro salva la propuesta, ya que
no es congruente con los actuales conocimientos y mo-
delos sobre el funcionamiento neuronal. Tanto los mo-
delos cognitivos como los fisiológicos empiezan a coin-
cidir en la importancia de procesos de competición y
selección en las diferentes redes neuronales que operan
en nuestros cerebros, procesos éstos que no son com-
patibles con la existencia de neuronas caprichosamente
inactivas. Por ejemplo, H. Neville, psicóloga de la Uni-
versidad de Oregón (EE.UU.), utilizando técnicas elec-
trofisiológicas y de neuroimagen, ha realizado experi-
mentos en los que muestra cómo algunas áreas de la
corteza auditiva parecen ser empleadas en tareas de pro-
cesamiento visual en personas sordas de nacimiento.
Esta especie de “colonización funcional” no se explica-
ría si la corteza auditiva poseyera un 80% de células
inactivas.
Sin embargo, existen algunos datos en el campo de
las neurociencias que pueden haber sido malinterpreta-
dos y haber contribuido al mantenimiento del mito. A
continuación comentaré algunos de ellos, no sin antes
señalar que todos ellos se refieren a la corteza cerebral
que, si bien es una estructura relevante para los proce-
sos llamados superiores, no debe identificarse con la to-
talidad del cerebro.
Algunas personas han citado determinados
experimentos realizados con ratas, en los años
veinte, como apoyo al mito. Efectivamente, el
psicólogo americano Karl Lashley llevó a cabo
en esta época una serie de experimentos en los
que lesionaba distintas partes de la corteza ce-
rebral de ratas, entrenadas previamente para re-
alizar tareas relativamente complejas. Los re-
sultados mostraron que lesiones en distintas
partes del córtex afectaban de forma similar a una mis-
ma tarea. La provocativa propuesta de este investigador
defendía que todas las zonas del córtex podían interve-
nir en funciones no específicas, contradiciendo así las
ideas dominantes en neurología que afirmaban que
cada región cerebral cumplía una función concreta. A pe-
sar de que este autor siempre se prestó a ser malinter-
pretado, incluso dentro de la comunidad científica, y ge-
neró una fructífera polémica, sus resultados y modelos
son más bien contrarios a la idea de que sólo se utilice
una parte del cerebro, ya que según él, cualquier área po-
día entrar en funcionamiento durante la ejecución de ta-
reas complejas. Puede ser que de estos experimentos
sólo trascendiera el hecho de que una rata pueda seguir
realizando algunas tareas complejas tras haber perdido
parte de su cerebro, pero por supuesto esa parte nunca
fue el 90%.
El estudio de los efectos cognitivos y conductuales de
lesiones cerebrales en humanos permite hacer inferen-
cias sobre las funciones en las que están implicadas las
estructuras lesionadas. Sin embargo, en los primeros tra-
bajos de este tipo, algunas lesiones parecían no tener
efectos manifiestos. Este es el caso de algunos estudios
realizados en los años 30 y 40 en personas que habían
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Lo que sí parece claro es que
el mito no es una invención reciente,
aunque seguramente se haya ido
adaptando con el paso del tiempo.
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sufrido lesiones en los lóbulos frontales o que habían sido
sometidos a operaciones quirúrgicas en las que se les ha-
bía extirpado parte de estos lóbulos. A pesar de haber
perdido gran cantidad de masa encefálica, estas perso-
nas no tenían puntuaciones anormales en los tests psi-
cológicos clásicos. Esto llevó a destacados investigado-
res a plantear en un primer momento que los lóbulos
frontales, a pesar de sus dimensiones nada desprecia-
bles, no tenían función conocida. Esta afirmación cho-
caba con el hecho de que esta zona del cerebro es la más
evolucionada en la escala filogenética y la última en ma-
durar en el desarrollo ontogenético. Sin embargo, rápi-
damente aparecieron informes en los que se describía,
entre otras cosas, la pérdida de habilidades sociales de
estos pacientes y su incapacidad para realizar una vida
normal. A medida que se han ido desarrollando pruebas
neuropsicológicas cada vez más sofisticadas han que-
dado en evidencia los numerosos y variados efectos de
este tipo de lesiones. Actualmente no parece haber dis-
cusión acerca de la relevancia de estos lóbulos, los cua-
les pueden considerarse como un centro ejecutivo que
controla y modula la actividad de otras muchas estruc-
turas corticales y subcorticales. La sintomatología aso-
ciada a la lesión de esta región es, por lo tanto, muy va-
riada y abarca aspectos tanto cognitivos como
emocionales. Es posible que en ocasiones los datos des-
concertantes y las preguntas planteadas en ámbitos aca-
démicos lleguen a la sociedad con más facilidad que el
trabajo posterior que resuelve poco a poco esas incógni-
tas. De esta manera es más probable que una persona
haya escuchado el relato de algunos de estos curiosos ca-
sos clínicos que las explicaciones posteriores.
Hacia mitad de siglo, el neurocirujano canadiense W.
Penfield aplicó la técnica de estimulación eléctrica cor-
tical a pacientes epilépticos. Antes de proceder a la ex-
tirpación de zonas corticales con la finalidad de contro-
lar las crisis de casos severos, Penfield estimulaba el
córtex de los pacientes despiertos con pequeñas co-
rrientes eléctricas y observaba los efectos que se produ-
cían. De esta manera, describió cómo la estimulación de
la corteza motora producía movimientos de distintas par-
tes del cuerpo según la zona estimulada. De la misma
forma, cuando se estimulaba la corteza sensorial, el pa-
ciente describía distintas sensaciones más o menos di-
fusas. Sin embargo, muchas zonas no producían efectos
manifiestos, y una vez más, esto ha sido utilizado como
argumento a favor del mito del 10%. En este caso la con-
fusión parece venir del desconocimiento del significado
real y limitaciones de esta técnica. Por ejemplo, los tra-
bajos posteriores de G. Ojemann –discípulo de Penfield–
sobre las áreas relacionadas con el lenguaje, han mos-
trado que la estimulación de estas zonas producen
efectos “negativos”. Es decir, no provocan conductas
aparentes pero interrumpen procesos en marcha. De esta
manera, si se estimula determinadas zonas mientras la
persona está hablando en voz alta, puede interrumpirse
el habla o provocarse errores. Por lo tanto, el hecho de
que una zona estimulada no produzca efectos “positi-
vos”, no puede considerarse como un indicio de que di-
cha zona carezca de función.
El físico y teórico del cerebro M. Calvin de
la Universidad de Washington (EE.UU.) sitúa
el origen del mito en algunas observaciones
clínicas sobre pacientes con tumores cere-
brales en zonas de la corteza motora. Según
Calvin, algunos pacientes con tumores de
crecimiento lento localizados en la corteza
motora, pueden no manifestar parálisis mo-
tora hasta que ya se ha destruido hasta un
80% de células de la zona afectada. Este au-
tor aclara que este dato no justifica el mito,
ya que un infarto repentino en la misma zona
que destruya sólo un 30% de células produ-
cirá los mismos efectos. Por ello, en estos casos hay que
tener en cuenta los procesos de adaptación y reorgani-
zación cerebral antes de sacar conclusiones precipitadas.
Ya en los años setenta y ochenta, con la aparición de
las primeras técnicas de imágenes estructurales del ce-
rebro (fundamentalmente la Tomografía Axial Compute-
rizada
o TAC) saltaron a los medios de comunicación los
sorprendentes casos de personas que mostraban una cor-
teza cerebral considerablemente reducida. Concreta-
mente un documental sobre estos casos fue emitido por
la BBC con el título sensacionalista de “¿Es el cerebro
realmente necesario?”
. Casos similares los encontramos
en niños que han tenido importantes lesiones cerebrales
a edades muy tempranas y posteriormente han tenido un
desarrollo cognitivo normal. Una vez más, estos datos nos
muestran la increíble capacidad del cerebro para adap-
tarse y reorganizarse. La plasticidad cerebral, lejos de
constituir actualmente un “misterio” para la ciencia que
necesite de explicaciones simplistas, es un apasionante
campo de estudio del que cada día conocemos más.
Finalmente, quiero referirme a otro importante tema
en el campo de la neurociencia cognitiva que ha gene-
rado numerosos mitos y falsas creencias sobre el cere-
bro: me refiero al estudio de la asimetría cerebral. Des-
de la segunda mitad del siglo XIX se conocieron datos
que apuntaban a que algunas estructuras funcionales lo-
calizadas en un hemisferio no tienen su homólogo en el
otro. Dicho de otro modo, cada hemisferio se especiali-
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La plasticidad cerebral,
lejos de constituir actualmente
un "misterio" para la ciencia que
necesite de explicaciones simplistas,
es un apasionante campo de estudio
del que cada día conocemos más.
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za en diferentes tipos de procesamiento de la informa-
ción. Estos datos culminaron en los años 60 con los tra-
bajos de M. Gazzaniga. Este neurobiólogo estudió pa-
cientes a los que se les había seccionado la principal vía
de comunicación entre ambos hemisferios, el llamado
cuerpo calloso. Por medio de ingeniosos experimentos se
comprobó que ambos hemisferios funcionaban de ma-
nera más o menos autónoma y se podían especializar en
diferentes tipos de tareas. Concretamente, el hemisferio
izquierdo parecía ser el encargado de los procesos rela-
cionados con el lenguaje y el razonamiento lógico,
mientras que el derecho era responsable de procesos que
resultaron más difíciles de definir.
Esto llevó a muchas personas a concluir de forma
errónea que las funciones del hemisferio derecho eran
despreciables en comparación con las del izquierdo, cre-
ando así una especie de “mito del 50%”. Posteriormente
se designó al hemisferio derecho como responsable de
habilidades menos reconocidas socialmente como la cre-
atividad, la imaginación o las emociones. Este plantea-
miento dicotómico fue rápidamente asimilado por la so-
ciedad que convirtió el reparto de funciones cerebrales
casi en un asunto político (nótese como dato anecdóti-
co que el hemisferio derecho controla la parte izquierda
del cuerpo). De esta manera se reivindicaron programas
educativos que desarrollaran los cerebros derechos de los
niños y surgieron cursos para “armonizar las pautas eléc-
tricas de cada mitad del cerebro”. Además, no faltaron
los que señalaron al hemisferio derecho como sede de
capacidades más esotéricas y misteriosas. El mismo Gaz-
zaniga, sorprendido del impacto social de sus experi-
mentos, explica que la dicotomía entre el cerebro dere-
cho y el izquierdo es muy simple, fácil de entender y pro-
porciona una manera de hablar sobre las investigaciones
del cerebro y su aplicación a la vida cotidiana. Y sobre
esto añade: “El fervor desatado por estas ideas estriba en
la dificultad de transmitir las ideas científicas al gran pú-
blico. (...) El hecho de que sea necesario matizar las ide-
as y entenderlas con reservas supone una carga dema-
siado pesada para el auditorio potencial. De ahí que el
periodismo científico se base en afirmaciones de fácil
comprensión que puedan tener interés para la mayor par-
te de la gente, sobre todo desde el punto de vista per-
sonal”.
Esta reflexión puede servirnos para concluir que el
único arma para combatir este tipo de falsas creencias
tan extendidas es la divulgación científica. Esta divul-
gación debe ser seria y rigurosa al tiempo que resulte en-
tretenida y, en la medida de lo posible, tenga significa-
do para el lector. Para esto, tendremos que dotar con
tiempo y recursos suficientes a las personas adecuadas
para que puedan llevar a cabo esta importante labor so-
cial. Lamentablemente, siempre existirán quienes por in-
tereses personales o porque se empeñen en “usar sólo el
10% de sus cerebros” prefieran atender sólo a lo super-
fluo y sorprendente, para luego dar explicaciones simples
e infundadas. Pero seguro que la mayoría agradecerá las
no menos apasionantes explicaciones que la ciencia pue-
de aportarnos sobre las incógnitas que nuestro cerebro y
nuestro universo en general nos plantean.
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