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años de Bradford-on-Avon, y el de Selva Raselingam, un
actor londinense de 32 años. El primero dijo haber visto
“agua azul, y rayas rojas y blancas”, e identificó la ima-
gen con la de un velero en pleno océano en la que se habí-
an concentrado los ‘emisores’; el segundo aseguró haber
‘recibido’ un rostro humano tallado en una roca y, cuan-
do le dieron a elegir entre las fotos posibles, escogió acer-
tadamente una de la imagen de George Washington. Pero
los otros ocho intentos se saldaron con otros tantos fallos
y dos aciertos de diez posibles no prueban nada. Son pre-
cisamente lo esperable por azar, recordó Wiseman en la
prensa al día siguiente.
El siglo XX, en el que la metapsíquica se transmutó en
parapsicología, ha acabado con el enésimo fracaso a la
hora de probar científicamente la existencia de la telepa-
tía. En Londres, decenas de personas concentradas al uní-
sono han sido incapaces de mandar unas simples imáge-
nes a alguien supuestamente dotado de poderes
paranormales. Algo de lo que las revistas esotéricas espa-
ñolas se han cuidado de no informar a sus lectores.
(L.A.G.)
SHANNON,
EL GRAN
DESCONOCIDO
¿Qué tienen en común Marte y el genoma? Si a alguien le
hicieran esta pregunta en un concurso de televisión, pro-
bablemente contestaría que ambos temas saltan a los titu-
lares de los medios un día sí y otro también, y estaría en lo
cierto. Detalles frívolos aparte, el hecho es que las teleco-
municaciones –y por ello la exploración espacial– y el estu-
dio del genoma, no serían posibles sin la Teoría de la
Información, creada por el recientemente fallecido mate-
mático Claude E. Shannon en 1948. Por aquel entonces,
Shannon trabajaba para los Laboratorios Bell, un centro
privado donde se realiza investigación básica –toda una
rareza– y publicó en la revista de los laboratorios (Bell
Technical Journal) un artículo titulado Teoría matemáti-
ca de la comunicación.
Poca gente podría imaginarse que
un artículo con un título tan poco
llamativo pudiera tener tanta
influencia. Shannon logró cuanti-
ficar algo tan abstracto como la
información, y fue capaz de antici-
par –cuando la tecnología de comu-
nicación estaba casi en la prehis-
toria– cuáles serían los límites de
la capacidad de transmisión de
cualquier medio de comunicación.
Estas leyes son válidas incluso para
medios de transmisión que no ha-
bían sido inventados en aquella
época, como las comunicaciones ópticas, columna verte-
bral de las redes telefónicas y de Internet.
La teoría de la información ha permitido además el
desarrollo de códigos capaces de reconstruir automática-
mente un mensaje dañado. Gracias a uno de ellos, por
ejemplo, un disco compacto puede reproducirse sin erro-
res con un agujero de un milímetro de diámetro y con una
cantidad moderada de polvo. También juegan un papel
fundamental en la exploración espacial; sin ellos, sería
completamente imposible recibir las débiles señales emi-
tidas por las sondas interplanetarias.
Con el estudio del genoma, se han descubierto siste-
mas similares en el ADN. Nuestros genes disponen de
mecanismos de corrección de errores que evitan gran par-
te de los fallos de replicación que darían lugar a muta-
ciones. La teoría de la información es ahora una herra-
mienta de una importancia capital para poder comprender
el funcionamiento de nuestra maquinaria reproductiva.
Basándose en su teoría, en 1949 publicó otro influyente
artículo: La teoría de la comunicación aplicada a los sis-
temas de codificación
, que inauguró una nueva era en el
campo de la criptografía. Se transformó de arte en ciencia
y pasó de ser un secreto cuidadosamente custodiado, sola-
mente al alcance de los gobiernos, a convertirse en un
campo más de la investigación científica, que se realiza
de forma pública. El desarrollo del comercio electrónico
o las comunicaciones inalámbricas, por citar dos ejem-
plos, sería inimaginable sin la ayuda de la criptografía.
Conocido por su excentricidad –aún se recuerda su
afición a hacer juegos malabares, montado en un mono-
ciclo, en los laboratorios–, su insaciable curiosidad le lle-
vó a explorar muchos más campos. Fue uno de los pione-
ros de la electrónica digital –que hoy hace funcionar
nuestros ordenadores– y también hizo algunas incursio-
nes en el campo de la inteligencia artificial, diseñando
máquinas que jugaban al ajedrez o trataban de resolver
laberintos.
Shannon era una figura completamente desconocida y
de hecho su fallecimiento, el pasado 26 de febrero, ha
pasado completamente desapercibido. Nada sorprenden-
te, por otra parte, teniendo en cuenta su especialidad y el
hecho de haber llevado una vida tranquila desde 1972,
alejado del mundanal ruido. Sin embargo, sus importan-
tes contribuciones le sitúan sin discusión posible entre
los científicos más influyentes del siglo XX, compartien-
do honores con nombres como Einstein, Schrödinger,
Watson, Crick, o Feynman. Una frase suya describe a la
perfección su carácter inquieto: “Solamente me pregun-
taba cómo encajaban las cosas”.
(B.M.)
el esc
é
ptico
otoño - invierno 2000
PRIMER CONTACTO
12
Sección coordinada por Pedro Luis Gómez Barrondo,
con la colaboración de Carlos J. Álvarez González,
José Luis Calvo Buey, Jorge Javier Frías Perles,
Luis Alfonso Gámez, Sergio López Borgoñoz,
Carlos López Borgoñoz y Borja Marcos.
ARCHIVO
Claude E. Shannon