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cerrado de ideas, pretende estar en posesión de la verdad.
Realmente, en el problema del espiritismo caben dos so-
luciones: una consiste en admitir, con sus iniciadores
americanos, que es un sistema perfecto y adecuado a la
veracidad, a prueba de objeciones y sarcasmos, y la
opuesta estriba en reputar los hechos, la doctrina y sus
consecuencias, amasijo de necedades, engaños y supers-
ticiones, que ha de ser destruido como obra inútil para el
progreso de la cultura. Entrambos extremos absolutos no
son acertados ni justos, porque el espiritismo acaso com-
prenda lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo útil
y lo perjudicial y, por lo tanto, el hombre de ciencia debe
proponerse el hallazgo de la verdad y aprovecharla des-
pués de hallada.” Es una argumentación muy bonita,
pero, hoy en día, todavía seguimos esperando saber en
qué consisten esos hechos que darían alguna validez cien-
tífica al espiritismo.
Sin embargo, hay ocasiones en las que el autor aban-
dona ese erróneo punto medio entre fe ciega y escepti-
cismo para caer en la irracionalidad absoluta: “Eliphas
Lévy, uno de los mayores apologistas de la magia, y al
propio tiempo uno de los escritores que trataron de ella
con mayor conocimiento de causa y con un criterio más
científico, dice: La magia existe por sí misma, como las
matemáticas, ya que es la ciencia exacta y absoluta de la
naturaleza y sus leyes... La magia reúne en una misma
ciencia lo que la filosofía puede tener de más cierto y lo que
la religión tiene de infalible y eterno: ella concilia perfec-
ta e indiscutiblemente conceptos, al parecer tan opuestos
como fe y razón, ciencia y creencia, autoridad y libertad
”.
Si unimos a ello errores históricos tan garrafales
como el párrafo siguiente sobre los templarios: “Mientras
Jerusalén estuvo en poder de los cristianos, la sede prin-
cipal fue esta ciudad; después fue trasladada a París, en
donde construyeron unos grandes edificios que perdura-
ron con su propio nombre hasta 1610, en que fueron de-
rribados” podríamos pensar que nada positivo puede
aportar esta obra. Este juicio no sería correcto. Contiene
elementos muy interesantes como son el intentar diluci-
dar los orígenes y la evolución de distintas sociedades se-
cretas como los francmasones, Rosa-Cruces, neo-Tem-
plarios o jakinistas así como establecer las diferencias y
similitudes entre ellos, algo necesario por cuanto hoy son
términos que se emplean casi como sinónimos debido a
que se ha producido un cierto sincretismo entre sus res-
pectivas creencias que hace muy compleja su diferen-
ciación.
En el apartado de aciertos, debemos hacer notar la
gran cantidad de información que contiene sobre los fun-
dadores o discípulos de los más diversos campos de la
pseudociencia. Por sus páginas desfilan alquimistas, as-
trólogos, cabalistas... algunos muy conocidos como Fla-
mel, Saint-Germain, Lascaris o Cagliostro y otros casi des-
conocidos como Vicente de Beauvais o Bus-Robert. Entre
unos y otros compendian la historia de las pseudociencias
desde la Edad Media hasta el siglo XIX en el que apare-
cen otras creencia nuevas como el espiritismo en la figu-
ra de León Hipólito Denizart Rivalt más conocido por su
pseudónimo de Allan Kardec y con casos a caballo entre
los siglos XIX y XX como el de Eusapia Palladino.
Otro punto que resulta destacable es la inclusión de
extensas citas de obras del siglo XIX hoy casi imposibles
de encontrar pero que fueron importantes en la evolución
histórica de las pseudociencias.
Es de lamentar que en esta edición no se haya inclui-
do un índice onomástico lo que unido a un cierto desor-
den interno hace muy difícil la búsqueda de datos con-
cretos.
(J. L. C. B.)
EL REVERSO
DE LA HISTORIA
VOL. III
DUDAS Y ENIGMAS
DE LA HISTORIA
Pedro Voltes
Círculo de Lectores, 1993
Con excesiva frecuencia tendemos a identificar credulidad
con desconocimiento. En este libro tenemos un inmejorable
ejemplo de que la anterior afirmación es una simplificación
inadmisible.
D. Pedro Voltes es persona de inmensos saberes. Es, o ha
sido, Licenciado en Filosofía y Letras, Derecho, Ciencias
Económicas, Ciencias Políticas y Ciencias de la Infor-
mación, catedrático de Historia Económica en la Univer-
sidad de Barcelona, miembro de las Reales Academias de
la Historia y de Ciencias Económicas y director del Ins-
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tituto Municipal de Historia de Barcelona. Como vemos,
un impresionante curriculum en el que nada hacía pensar
que fuera capaz de escribir un libro tan falto de sentido
crítico como el que nos ocupa. Esta sensación de asom-
bro aumenta si consideramos que el Sr. Voltes es también
autor de una gran cantidad de textos sobre divulgación
histórica. Esto debiera haberle servido para distinguir las
afirmaciones falsas de las auténticas o, al menos, para co-
nocer que hay terrenos que es preciso recorrer con una
gran dosis de escepticismo a cuestas.
Este tercer volumen de su serie El Reverso de la His-
toria no trata sólo de pseudohistoria o de pseudociencia.
También hay capítulos dedicados a anécdotas y enigmas
históricos como el dedicado a las andanzas del pene de
Napoleón o a la identidad del enmascarado de la Bastilla.
Éste último, es popularmente conocido como el Hombre
de la Máscara de Hierro aunque en realidad portaba una
especie de antifaz de tela. El cambio de material fue una
invención de Voltaire, después llegó Dumas y...
Mientras don Pedro se mantiene en este campo pura-
mente histórico, la obra resulta, cuando menos, divertida.
El problema surge cuando el Sr. Voltes habla de cuestio-
nes como la astrología, los sueños premonitorios, la com-
bustión espontánea, el Arca de Noé... En todos ellos, hace
gala de una credulidad sorprendente que afecta la credi-
bilidad del conjunto de la obra. Veamos algunos ejemplos.
Hablando sobre la astrología dice: “Todo esto, dejando a
un lado como realidad inatacable el influjo positivo, cuan-
tificado y profundo del Sol y de la Luna en los acaeci-
mientos de la Tierra”. ¿En qué consisten tan positivos
efectos? Los de nuestro satélite son, entre otros: “...el éxi-
to de las operaciones agrícolas, como las podas e injertos,
y el nacimiento de los niños y las crías, y tantos más ca-
pítulos de la Naturaleza”.
Aún hay más. Narrando la vida de Elisabeth Ebertin
nos cuenta que: “Se dedicó a su consultorio privado has-
ta noviembre de 1944, en que la mató una bomba en un
ataque aéreo. Ella lo había previsto, según revela su hijo
Reinhold, distinguido astrólogo también, pero no tomó
medidas para no molestar ni asustar a sus vecinos”. Si
ésta no es la excusa más idiota que he oído en mi vida se
le acerca mucho. Si yo supiera que se va a producir un
bombardeo sobre mi barrio lo que haría es comunicárse-
lo a los vecinos para que pudieran ponerse a salvo. Por lo
visto, lo inteligente es callarse y morir todos juntos (muy
tranquilos y nada molestos eso sí).
No sólo nos influyen el Sol y la Luna, otros cuerpos
celestes también: “A estas indicaciones dio apoyo el geo-
físico de renombre mundial Rudolf Tomaschek, tras haber
examinado estadísticamente los datos de ciento treinta y
cuatro grandes terremotos. Según descubrió, en cada uno
de ellos se había registrado una peculiar presencia en el
cielo de los planetas Júpiter, Urano o Neptuno, o de más
de ellos.” Añade: “Por supuesto, se ha efectuado muchas
veces el experimento de entregar a un astrólogo un lote de
horóscopos con el nombre en blanco y una lista de per-
sonas concretas, con sus biografías. Y cuando el astrólo-
go en cuestión conocía su oficio, ha puesto en correlación
ambas listas con un porcentaje de éxito muy superior al
que ofrece la casualidad o la intuición.”
En otros campos más de lo mismo. Sobre la combus-
tión humana espontánea afirma: “De vez en cuando, se da
el caso de que una persona se incendie espontáneamen-
te, arda como una pira y en breve tiempo quede conver-
tida en un montoncito de ceniza, sin que los objetos que
tiene cerca hayan participado en su fuego ni sufran gran
daño por efecto de él”. Como pruebas absolutamente irre-
futables de esta aseveración cita testimonios de Mark
Twain, Herman Melville, Frederick Marryat y Charles
Dickens.
Sobre los presuntos fantasmas de la Casa Blanca:
“...han dado señales de vida a lo largo de las décadas, y
han sido vistos por jefes de Estado y personalidades de la
más alta significación.” En esta nómina espectral figuran
Abraham Lincoln y su hijito Willie, el padre del presi-
dente Garfield, Anna Surratt suplicando el perdón de su
madre Mary –ejecutada por el asesinato de Lincoln– y
Andrew Jackson.
Llegados a este punto, uno piensa en recordarle al au-
tor la máxima que reza: “Afirmaciones extraordinarias re-
quieren pruebas extraordinarias”. Es innecesario. El Sr.
Voltes nos asombra con una dosis superlativa de escepti-
cismo al hablar sobre la Gran Muralla China. Afirma: “La
Gran Muralla de China no existe.” Asombroso, realmen-
te portentoso. Acabo de quedarme sin palabras.
(J. L. C. B.)
Coordinado por José Luis Calvo Buey
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