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(Verano 2000)
el esc
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ptico
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por una, sino haciendo hinca-
pié en los mecanismos menta-
les que nos predisponen a creer
en lo maravilloso: nuestra –en
general– muy deficiente com-
prensión de la estadística, las
limitaciones de nuestro cere-
bro para aprehender conceptos
como las distancias astronómi-
cas o los tiempos geológicos,
nuestra tendencia a ver obje-
tos –sobre todo caras– en su-
perficies irregulares... y, sí,
también los ovnis.
Hay dos capítulos del libro
que el autor dedica a las teo-
rías que le tocan más de cerca.
Por un lado, una reexposición
simplificada de su teoría del
cooperador egoísta y, por otro,
el ataque a las ideas de Ste-
phen Jay Gould. De hecho, se
trata de un ataque bastante fu-
ribundo y de doble filo. Daw-
kins reconoce la habilidad de
Gould como escritor, pero in-
dica que es precisamente esa
habilidad la que posibilita que
las teorías de Gould sean mal
interpretadas, aparte de seña-
larnos también lo que él consi-
dera errores de bulto. Es una
especie de bache en el libro,
porque queda un poco forzado
y porque es demasiado especí-
fico como para pensar que es
un ejemplo inocente escogido
al azar. Para quienes también
admiramos los libros de Gould,
es la parte que más cuesta de
todo el libro.
Dawkins redondea su obra
con estilo, recordando su
tema principal: que nada hay
más poético que las ideas y
conceptos que la ciencia nos
descubre, y que destejer el arco
iris
no le roba la belleza. Al
contrario, no hace más que
añadir maravilla sobre mara-
villa, prodigio sobre prodigio
y abre mundos nuevos y nue-
vas formas de pensar y de en-
tender el universo. El len-
guaje es sencillo, aunque los
conceptos no lo sean, y el au-
tor consigue estimular al lec-
tor e inspirarle el deseo de en-
tender y de saber más.
Destejiendo el arco iris es,
junto con
El Mundo y sus de-
monios, uno de los mejores li-
bros que se han publicado últi-
mamente acerca de las posibi-
lidades de la ciencia y de su ca-
pacidad para estimular la
mente y hacer que alcance su
máximo potencial –cosa que la
ciencia consigue, no impide,
como algunos parecen pen-
sar–. Y, si es posible mostrarse
en desacuerdo con algunas de
las cosas que Dawkins de-
fiende, mejor: fomentar un de-
bate y un intercambio inteli-
gente de ideas es una de las
mejores cosas que un libro
puede aspirar a conseguir.
ADELA TORRES
Falsificaciones
históricas
P
P
odríamos pensar que la
falsificación de documen-
tos del pasado para influir en
el presente o para obtener un
beneficio económico es algo
propio de nuestros días. Nada
más alejado de la realidad.
Los supuestos diarios de Hi-
tler o de Jack el Destripador
son, tan sólo, los últimos es-
labones de una cadena que
comienza con la invención
de la escritura. Los reyes su-
merios no vacilaron en in-
ventarse antepasados semi-
divinos –como Gilgamesh– y
los faraones hacían borrar las
inscripciones conmemorati-
vas de sus antecesores en al-
gunos templos para inscribir
su propio nombre –Ramsés II
era un especialista en cons-
truir monumentos... que ya
estaban edificados–. Men-
ción aparte merece la narra-
ción de la batalla de Kadesh
–entre hititas y egipcios–
que, de manera casi mila-
grosa, ganaron ambos bandos:
¿un antecedente de las no-
ches electorales?
Quizá resulten más conoci-
dos por el gran público fraudes
foráneos como la Donación de
Constantino
o los Protocolos de
los sabios de Sión
; pero en Es-
paña también hemos cocido
habas. A desvelar estas mixti-
ficaciones dedicó su
Historia
crítica de los falsos cronicones
José Godoy Alcántara, histo-
riador decimonónico cuya
persona y obra han caído en
un olvido injusto, por cuanto
una lectura atenta nos mues-
tra un escritor de sorpren-
dente modernidad y de recon-
fortante escepticismo. En su
estudio de las falsificaciones
históricas en la España de los
siglos XVI y XVII, comienza
por el hallazgo de la Torre
Turpiana en Granada: “...una
caja de plomo, que abierta
mostró contener reliquias y
un pergamino grande. Servian
de cabeza á este documento
cinco cruces en forma de cruz,
y en caracteres arábigos decia
ser aquella una profecía de san
Juan evangelista... luego po-
nía la profecía en caracteres
castellanos del tiempo”. Go-
doy apunta: “Anacronismos
tan torpes como poner al
frente del escrito cruces... su-
poner las lenguas castellana y
arábiga habladas en el siglo
primero en España, y el pobre
ingenio con que todo estaba
tejido, revelan claramente la
mano de un grosero falsario”.
Sin embargo, el autor no se
limita a exponer y demostrar
las falsificaciones históricas,
sino que también denuncia
–cuando ello es posible– a sus
autores, revela los móviles
que les incitaron –a veces
económicos, pero más fre-
cuentemente religiosos– y en
qué obras anteriores se basa-
ron para elaborar sus fraudes,
así como la influencia que tu-
vieron estas invenciones en la
desde el sillón
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historia y la literatura españo-
las. Con auténtico espíritu
crítico, Godoy sólo tiene un
compromiso: la verdad. Sor-
prende en la España de su
tiempo el que al autor no le
temblara la mano al desvelar
falsedades cometidas por
miembros de la Iglesia cató-
lica. Así, al hablar de la
Histo-
ria Universal atribuida a un tal
Flavio Marco Dextro –mal
empezamos, el nombre de-
biera ser Marco Flavio Dex-
tro– y dedicada a Paulo Oro-
sio –continuamos aún peor, la
P. que antecede al nombre
Orosio es la inicial de pres-
byter,
no de Paulo–, revela
que su autor fue un sacerdote
jesuita, el padre Jerónimo Ro-
mán de la Higuera, cuyo
único proposito fue dar funda-
mento histórico a la legenda-
ria visita del apóstol Santiago
a Hispania, episodio que, por
supuesto, estaba contenido en
dicha obra. No contento con
esta mixtificación, el padre
De la Higuera continuó su ca-
rrera de redactor de documen-
tos
históricos con el descubri-
miento de la carta de Don Silo
al arzobispo Cixila.
Tras ocuparse de este per-
sonaje, Godoy la
emprende
con otros textos como los
Li-
bros plúmbeos de Granada, los
escritos de San Braulio y de
Heleca o el
Cronicón de Luit-
prando, todos ellos más falsos
que una moneda de veinti-
siete pesetas. Aunque el autor
haga siempre gala de una eru-
dición notable, no debemos
pensar que su único propósito
fuera el estudio del pasado.
Concluye su obra con una
breve nota de una falsedad
contemporánea para él: “Al
escribir estas líneas (octubre
de 1867), una de estas corres-
pondencias conmueve al
mundo sabio. Philaretes
Chasles ha encontrado, no se
ha podido averiguar dónde,
como un centenar de cartas de
Pascal, de las que resulta fué
el descubridor de la atracción
universal... De las cartas apa-
rece que Pascal corresponde-
ria con Newton en época en
que éste tendria once años de
edad; que el uso del café esta-
ria extendido en Francia en
1652 cuando consta que fué
en 1669...” Hoy, el paso del
tiempo nos permite completar
la historia. Chasles, científico
afamado en su tiempo –mate-
mático y astrónomo, miembro
de la Academia de Ciencias
de Francia, profesor de la Es-
cuela Técnica Superior de Pa-
rís y oficial de la Legión de
Honor– había sido engañado
por un embaucador, un tal
Vrain-Lucas, quien comenzó
por venderle una carta de Pas-
cal dirigida al químico inglés
Robert Boyle, fechada en
1648, en la que se atribuía el
descubrimiento de la ley de la
gravedad y terminó despa-
chándole, aunque parezca in-
creíble, cartas de Pascal diri-
gidas a Newton y fechadas en
1654 –Newton tenía once
años en esa fecha–, una carta
de Alejandro Magno dirigida
a Aristóteles, otra de Pitágo-
ras a Safo, una más de Julio
César a Vercingetorix y, en el
colmo del surrealismo, una de
Lázaro a Jesús escrita después
de la resurrección de aquél. La
detención de Vrain-Lucas
–fue condenado a dos años de
cárcel– impidió que rematara
su estafa con la nueva carta
que tenía preparada: estaba
escrita por Caín y destinada a
Abel. Chasles se convirtió en
el hazmerreír de la comunidad
científica de su tiempo y
nunca pudo recuperar su pres-
tigio ni su dinero: se cree que
pagó por tan peregrinas misi-
vas una suma superior a
100.000 francos de la época.
Las palabras con que Go-
doy cierra su obra son un
aviso que resultó premonito-
rio: “Los siglos venideros obten-
drán sin duda acerca del nuestro
lo que sus aficiones y curiosidad
demanden, dando no menos ma-
teria á la investigadora crítica de
mis continuadores”.
¿Qué no
hubiera podido escribir hoy
en día?
JOSÉ LUIS CALVO BUEY
desde el sillón
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el esc
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ptico
(Verano 2000)
Godoy Alcántara, José [1868]:
Historia crítica de los falsos cro-
nicones
. Editorial Universidad de
Granada. Granada 1999. 448
páginas.
Portada de la obra original de
Godoy Alcántara, editada en 1868.