background image
4
el esc
é
ptico
(Verano 2000)
editorial
G
G
ardel tenía razón. El tiempo pasa deprisa. Una década
discurre en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, du-
rante uno de esos
parpadeos, cambian muchas cosas.
Miremos a nuestro alrededor y volvamos la vista atrás, a aque-
lla España que hace ya más de veinte años empezaba a sabo-
rear la libertad, a vivir en color tras los blanquinegros años de
la dictadura franquista. Por fortuna, aquel país, que trastabi-
llaba en sus primeros pasos democráticos después de casi cua-
renta años de tiranía, camina ahora con paso firme, aunque
haya sufrido tropezones y hasta caídas durante un proceso de
aprendizaje que continúa. Y, con él, han evolucionado sus
habitantes. Pero no todos. Para algunos, las agujas del reloj se
detuvieron en la segunda mitad de los años 70.
Es el caso de los cultivadores de lo paranormal. Da igual
que sean jóvenes o veteranos. Periódicamente, sacan del baúl
de los recuerdos enigmas que ya hace dos décadas eran viejos,
los desempolvan e intentan seducir a la juventud del mo-
mento con las mismas mentiras con las que sus antecesores
engatusaron a sus padres. Quienes tenemos memoria histó-
rica sabemos que la rueda del miste-
rio gira, gira, gira... y los enigmas se
repiten. Como apunta Julio Arrieta
en su interesante reflexión de este
número de EL ESCÉPTICO, lo in-
creíble no es que se hable de los
templarios, las caras de Bélmez, la
Atlántida, los fantasmas o el trián-
gulo de las Bermudas, sino que se diga lo mismo que hace
veinte años, que no se aporte nada nuevo y que se ignoren las
sólidas críticas que han desmontado los presuntos misterios.
Ahora, por ejemplo, se habla de psicoimágenes donde an-
tes se hablaba de
psicofonías. Un cambio menor que no inva-
lida las críticas hechas a la verosimilitud de las últimas, que
son, por otra parte, extensibles a las primeras. El mito se mo-
derniza, pero no por ello deja de ser mito. Tomemos los ov-
nis. La creencia en esos objetos que surcan los cielos no ha
cambiado en esencia desde hace dos décadas, aunque ahora
los ufólogos hablen de grises, conspiraciones gubernamenta-
les y otros cuentos inventados para vender más revistas. Es
más, la creencia no ha evolucionado en el medio siglo de
vida que tiene. Lean el artículo de James Oberg sobre el
asunto y, cuando lleguen al final, comprobarán que veinte
años no es nada. Es más, seguro que, dentro de veinte años,
el texto de Oberg sigue siendo casi totalmente válido, a no
ser que a la ufología le ocurra lo que a la creencia en las ha-
das, que evolucionó para convertirse en la creencia en visi-
tas alienígenas.
Por desgracia, no son los seguidores de lo esotérico los úni-
cos que se han quedado anclados en el pasado. A otro nivel,
están quienes nunca han sabido entender lo que significa vi-
vir en democracia y castigan violentamente desde hace déca-
das a la sociedad española por no rendirse a sus
designios. Son los herederos ideológicos del
viejo general, que, al igual que él, ponen a
su
democracia adjetivo –antes era orgánica, ahora
es
vasca; pero nunca democracia– e instrumen-
talizan los derechos humanos de acuerdo con
sus intereses: reclaman todo tipo de derechos
para sus correligionarios en prisión y al mismo
tiempo animan a pistoleros a que sieguen las
vidas de quienes no piensan como ellos. ¿Cabe
mayor perversión? Seguramente, no.
Quienes asesinan, quienes les respaldan
con sus votos y quienes atacan a bienes y per-
sonas por disentir son la plasmación humana
del fracaso del sistema educativo a la hora de
formar ciudadanos capaces de pensar crítica y
racionalmente. Podrá decirse que los que lle-
van a la práctica esas perversas acciones son
cuatro, pero los votantes de la formación po-
lítica que considera
“héroes”, “compañe-
ros” y “patriotas” a
los criminales son un
sector significativo
de la sociedad vasca.
Y, entre ellos, hay
numerosos jóvenes
que han pasado recientemente por la escuela,
el instituto y hasta la universidad, y han ca-
ído, sin embargo, en las garras del fanatismo.
¿Qué ética se está inculcando a las nuevas ge-
neraciones para que haya tantos jóvenes que
consideren normal responder a los argumen-
tos del otro con el tiro en la nuca, el coche
bomba o el vandalismo?
Esta situación, que nos convierte en una
triste curiosidad en el mundo desarrollado, re-
clama desde hace tiempo una profunda refle-
xión de aquéllos con responsabilidades en un
sistema educativo que debería empezar por
ahondar en lo que nos hace humanos, en los
valores universales contenidos en textos como
el Manifiesto humanista 2000. Son principios
que en nuestro país a muchos les están cos-
tando la vida, a otros –como nuestro querido
compañero Raúl Guerra Garrido– ver trunca-
dos proyectos personales o tener que vivir con
el miedo pegado a los talones, pero a los que
no puede ni debe renunciar ningún hombre de
bien, ningún ser humano digno de ser consi-
derado como tal
Anclados en el pasado
s
Para algunos, las agujas
del reloj se detuvieron en la
España en la segunda mitad
de los años 70