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el esc
é
ptico
(Primavera 2000)
editorial
H
emos dicho, por activa y por pasiva, que la crítica a
la religión como tal no tiene sitio en estas páginas.
Sin embargo, también hemos dejado bien claro, en
la corta vida de EL ESCÉPTICO, que no rehuiremos pro-
nunciarnos cuando las afirmaciones religiosas trasciendan el
campo de la fe para adentrarse en el de las afirmaciones
comprobables. Este segundo es el caso de la revelación que
el Vaticano hizo a mediados de mayo cuando dio a conocer
el denominado tercer secreto de Fátima, una supuesta profe-
cía mariana que la Santa Sede interpreta como el anuncio,
a principios de siglo, del atentado que sufrió el papa Juan
Pablo II en 1981. Si algo produce la interpretación realizada
por el cardenal Sodano en Fátima el pasado 13 de mayo, es
“pena y vergüenza. Ajena y propia”, tal como ha apuntado
el sacerdote y periodista Manuel de Unciti. Y no porque,
como ha indicado Eugenio Scal-
fari, “la identificación de Juan
Pablo II como predilecto de Ma-
ría, elegido como mártir de la fe y
por ella sustraído a las potencias
del mal para preservar su acción
evangélica, contiene todos los
elementos para que sea procla-
mado lo antes posible beato y, se-
guramente, santo”; sino por lo
que supone de vuelta a una religiosidad infantil basada en
hechos sobrenaturales de tan nula credibilidad como los
protagonizados por Rappel, Aramís Fuster o Uri Geller.
El Vaticano, que en varias ocasiones ha arremetido con
dureza contra los brujos de la Nueva Era, ha empleado en
esta ocasión sus mismas argucias. Porque la interpretación a
posteriori de las presuntas profecías atribuidas a la Virgen no
se diferencia en nada de lo que suelen hacer los astrólogos.
Así lo tiene que admitir cualquiera que esté mínimamente
al corriente del caso de Fátima. Nadie, excepto la vidente
que todavía vive, conocía los presuntos mensajes de la Vir-
gen hasta 1941. O, lo que es lo mismo, ya habían muerto sus
dos primos y estallado la Segunda Guerra Mundial cuando
Lucía dos Santos aseguró que María le había anunciado en
1917 ambos hechos, más una conversión de Rusia que sigue
siendo un mero futurible. Y las cosas no mejoran respecto al
tercer secreto, ya que no tiene ningún misterio adaptar una
predicción cuando ya han ocurrido los hechos y de acuerdo
con los intereses de quienes han custodiado el secreto. Adi-
vinar el pasado es fácil.
Pero, siendo la actitud oficial del Vaticano disparatada,
siendo un auténtico insulto a la inteligencia, como escépti-
cos también hemos de volver los ojos hacia la prensa. Los
principales medios de comunicación españoles se volcaron
con la visita del Papa a Fátima y la revelación de la profe-
cía, pero pocos de ellos hicieron gala de un mínimo espíritu
crítico. Asumieron, en general, lo dicho por
el Vaticano como una verdad incuestionable,
la mayoría de los editorialistas pasaron del
asunto –cuando no se deshicieron en elo-
gios– y, como mucho, algún articulista le
hincó el diente. El catolicismo de finales del
segundo milenio retrocedió en el tiempo ha-
cia un mundo milagrero de apariciones divi-
nas a creyentes semianalfabetos, plagado de
curaciones imposibles y temores milenaristas;
cayó en los mismos vicios que los adoradores
de Nostradamus, los marcianos y demás sím-
bolos del panteón esotérico, y, en su caída,
arrastró a muchos medios de comunicación
hacia el abismo mágico. Que, cuando la pro-
pia Iglesia advierte
que ningún cristiano
está obligado a dar
crédito ni a las apari-
ciones ni a los su-
puestos mensajes
anexos, lo hagan el
Papa y la Curia, con
el visto bueno de
quienes se supone
que velan por la veracidad de la información
en una sociedad democrática como la espa-
ñola, resulta paradójico e inquietante.
Tan vergonzante espectáculo de unos –la
jerarquía vaticana– y de otros –los medios de
comunicación de masas– es posible que se sus-
tente en el deseo de agradar a una mayoría ca-
tólica que, sin embargo, se ha sentido ofendida
por la actitud del Vaticano. Porque, mientras
los no creyentes se han asombrado ante la tor-
peza de la Santa Sede, los creyentes no mila-
greros –que son los más– se han indignado al
comprobar que nada diferencia el modo de
proceder de la Iglesia respecto del tercer secreto
del de los brujos televisivos o el tan mentado
como errado Nostradamus. Ésa ha sido la prin-
cipal revelación de Fátima y del mensaje del
cardenal Sodano: que la cúpula de la Iglesia
Católica todavía tiene necesidad de recurrir a
una religión milagrera. Con Fátima, lo que pa-
recía del pasado es más del presente que nunca
y los modos de Roma se equiparan a los de
cualquier apóstol típico de la Nueva Era, vol-
cándose en la explotación de una fenomeno-
logía sobrenatural ante la que el escepticismo
científico sí tiene mucho que decir
Secretos reveladores
s
Con Fátima, lo que parecía del
pasado es más del presente que
nunca y los modos de Roma se
equiparan a los de cualquier
apóstol típico de la Nueva Era