background image
4
el esc
é
ptico
(Invierno 2000)
editorial
L
L
a ignorancia está en el origen del auge de las pseudo-
ciencias; pero hay otra ignorancia también preocu-
pante. Recientemente, hemos presenciado en algunos
foros de Internet como autodenominados escépticos se jac-
taban de su sabiduría al tiempo que demostraban un pro-
fundo desconocimiento acerca de lo que hablaban, confun-
diendo, por ejemplo, a los cultivadores de la astroarqueolo-
gía -pseudociencia bajo cuyo paraguas se cobijan los defen-
sores de visitas extraterrestres en la antigüedad- con los es-
tudiosos de la arqueoastronomía, disciplina científica sobre
la que este número de EL ESCÉPTICO incluye un intere-
sante artículo. No es algo nuevo. Siempre ha habido quie-
nes, escudándose en una presunta racionalidad, han creído
que criticar algo exime de conocerlo, que basta con acusar
airadamente para tener razón. Es más, quienes llevamos años
en el escepticismo organizado hemos comprobado para
nuestro pasmo cómo, en ocasiones contadas, supuestos es-
cépticos han recurrido a argumentos falsos en intercambios
de opinión con creyentes o divul-
gadores pseudocientíficos. Y eso
es inadmisible.
Si de algo tiene que hacer
gala quien dice defender la racio-
nalidad, es de honradez. Recurrir
a la mentira, a la falsedad, a la
fuente inventada, al estudio in-
existente, no sólo resulta indigno, sino que coloca a quien
lo hace a la misma altura moral que aquéllos a los que dice
combatir, los charlatanes que tergiversan la realidad. El fin
no justifica los medios. Difícilmente podrá un escéptico
mantener su credibilidad si hace trampas como las apunta-
das o si ni siquiera se molesta en conocer aquello acerca de
lo que va a pronunciarse. Este tipo de actitudes no son ha-
bituales. Sin embargo, aun cuando se trata de casos aislados,
nos alarman, ya que reflejan ignorancia y desprecio hacia el
público. La opinión ha de estar cimentada en el conoci-
miento y, si no, es mejor callarse. De opinión basada en la
ignorancia están las revistas y los programas esotéricos lle-
nos. La primera obligación de todo escéptico no es pronun-
ciarse públicamente sobre tal o cual asunto; es conocerlo.
Lo contrario, emitir juicios a priori sin haber examinado los
hechos o afirmaciones y haber reflexionado sobre ellos, está
en las antípodas del escepticismo cientítico.
El conocimiento y la racionalidad están, por el contra-
rio, en los cimientos del texto central de este número de EL
ESCÉPTICO. Gestado desde el humanismo secular -una
corriente de pensamiento con la que el escepticismo tiene
indudables puntos en común-, el Manifiesto humanista
2000 se basa en algo que siempre hemos defendido en esta
revista y en ARP: los Derechos Humanos como punto de
partida hacia un mundo mejor. Pero no se queda ahí. Se
trata de un texto comprometido con el libre-
pensamiento, la justicia social y la toleran-
cia, y por eso ha recibido ya numerosas adhe-
siones tanto en su versión anglosajona como
en la española. El hecho de que esta revista
publique por primera vez en castellano ínte-
gramente este documento hay que atribuirlo
a Alberto Hidalgo Tuñón, filósofo y miem-
bro de ARP, quien impulsa en nuestro país la
recogida de firmas de apoyo.
“Somos los únicos responsables de nues-
tro destino colectivo. Para resolver nuestros
problemas, necesitaremos de la cooperación
y la sabiduría de todos los miembros de la co-
munidad mundial. Está dentro de las capaci-
dades de cada ser humano marcar una dife-
rencia. La comunidad planetaria es nuestra
propia comunidad y cada uno de nosotros
puede ayudar a hacer
que florezca. El fu-
turo está abierto.
Está en nuestras ma-
nos elegir. Juntos po-
demos llevar acabo
los más nobles fines
e ideales de la Hu-
manidad”, dicen las últimas líneas de un ma-
nifiesto que hunde sus raíces no en la tan tra-
ída y llevada globalización económica o me-
diática, sino en la convicción de que los
6.000 millones de humanos navegamos en
un mismo barco y de que si éste hace aguas
nos afectará a todos y cada uno de nosotros;
aunque la vía se abra a miles de kilómetros de
nuestras casas.
Al igual que la ciencia no tiene fronteras,
el sentimiento humanista tampoco. De ahí
que, desde estas páginas, animemos a suscri-
bir el llamamiento en favor de un huma-
nismo planetario a todos aquéllos que asu-
man como propios los racionales argumentos
expuestos en un Manifiesto en el que la rei-
vindicación de la ciencia y del pensamiento
crítico frente a la superstición ocupa un lugar
destacado. Quienes estén de acuerdo con los
principios generales de este documento re-
dactado originalmente por el filósofo nortea-
mericano Paul Kurtz, pueden dejar constan-
cia expresa de ello dirigiéndose a ARP, bien
sea a la dirección postal o a la de correo elec-
trónico
Peligrosa ignorancia
n
La primera obligación de todo
escéptico no es pronunciarse
públicamente sobre tal o cual
asunto; es conocerlo