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(Otoño 1999)
el esc
é
ptico
E
l 2000 será un año de celebraciones: podre-
mos celebrar los cincuenta años del primer
juego de ordenador; los cien del nacimiento
de la física moderna o de la invención del dirigible
o del descubrimiento de los grupos sanguíneos; los
doscientos de la invención de la pila de Volta; los
setecientos de la primera destilación de licores, y
también que, con el inicio de 2000, todos los dígi-
tos del año van a cambiar. Sin embargo, desafortu-
nadamente, no podemos celebrar la entrada en un
nuevo milenio. La razón se relaciona con el origen
de nuestro calendario y es una extraña mezcla de
astronomía, matemáticas, política, religión y erro-
res fortuitos.
Los pueblos de la antigüedad, que estaban liga-
dos a las actividades agrícolas, debían llevar un
cómputo lo más preciso posible del paso de las es-
taciones para asegurar
su subsistencia. El re-
torno del Sol al punto
de Aries marcaba la
vuelta al equinoccio de
primavera y el inicio de
otro ciclo estacional.
Este gran ciclo, el año
trópico, compartía pro-
tagonismo con otros dos
ciclos básicos, presentes
en cualquier cultura por ser evidentes: la alternan-
cia del día y la noche proporcionaba el día solar, y
el ciclo de las fases lunares, el mes lunar.
El problema radicaba, y radica, en que no había
un número entero de días en un mes lunar, ni un
número entero de lunaciones en un año trópico. El
año trópico tiene 365 días, 5 horas, 48 minutos y
45,98 segundos, es decir 365,242199 días, mientras
que el periodo sinódico de la Luna, el mes lunar o
sinódico, tiene 29 días, 12 horas, 44 minutos y 3
segundos, es decir, 29,530589 días. Distintos pue-
blos y culturas optaron por contar el paso del
tiempo de distintas maneras intentando cuadrar
entre sí los distintos ciclos.
Por ejemplo, en un calendario luni-solar, bas-
tante usado en la antigüedad, se dividía el año en
doce meses, con seis de 30 días y otros seis de 29.
Este año tenía una duración de 354 días y, para
ajustarlo al ciclo estacional de casi 365,25 días, se
añadía un mes adicional de 30 días cada tres, cinco
y ocho años. Esto conducía a un ciclo de ocho
años en el que el año y el mes tenían una duración
media de 365,25 y 29,52 días respectivamente, va-
lores muy cercanos a las duraciones reales del año
trópico y del mes sinódico. Otros calendarios se
basaban en el ciclo de Metón y aprovechaban la cir-
cunstancia de que, en 19 años trópicos, hay, muy
aproximadamente, 235 lunaciones.
E
L CALENDARIO JULIANO
Nuestro calendario actual hunde sus raíces en el
antiguo calendario solar egipcio, que empezó a
usarse alrededor del siglo XIV antes de nuestra era.
En éste, cada año constaba de 365 días, ya que era
el intervalo aproximado entre dos salidas helíacas
de Sirio -apariciones de la
estrella en el amanecer
después de su periodo de
invisibilidad-; por lo tanto,
las estaciones se retrasaban
casi un día cada cuatro
años. Como no se tomaba
ninguna medida correc-
tora, con este calendario se
obtenía un principio móvil
de las estaciones. Esta si-
tuación perduró hasta que, en 238 antes de Cristo,
bajo los auspicios de Alejandro Magno, se intro-
dujo un día adicional cada cuatro años. Así, en
este calendario alejandrino la duración media del
año era de 365,25 días.
Por su parte, en la Roma republicana, estaba
en uso un calendario que descendía del de Numa.
Constaba de un periodo básico de 355 días -en lu-
gar de 354, que habría sido más correcto-, repar-
tidos en meses de 31, 29 y 27 días, al que se aña-
día un mes de 22 ó 23 días cada dos años para
ajustarlo al ciclo estacional. Como estos ajustes
no se realizaban de manera sistemática, el calen-
dario romano resultaba ser bastante caótico. En
este sistema, los años se contaban a partir de la
fundación de Roma y se designaban como AUC -
por Ab Urbe Condita, después de la fundación de
la ciudad-.
¿Se acaba el milenio?
Con el inicio del año 2000, no podemos celebrar la entrada en un nuevo milenio: sólo
habrán pasado 1.999 años desde el comienzo de nuestra era
FERRAN TARRASA
Los pueblos de la antigüedad, que
estaban ligados a las actividades
agrícolas, debían llevar un
cómputo lo más preciso del paso
del tiempo para asegurar su
subsistencia
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En el año 708 AUC, que más
tarde sería 46 aC, el antiguo calenda-
rio romano se había retrasado 90 días
respecto al ciclo estacional y Julio
César, bajo el consejo de Sosígenes,
astrónomo de Alejandría (Egipto),
adoptó el calendario alejandrino.
Como primera medida, para volver a
ajustarlo con el ciclo estacional, aña-
dió 90 días a ese año, que paso a tener
445, y fijo un ciclo de cuatro años con
tres comunes de 365 días y un cuarto
bisiesto de 366. El día adicional se in-
troducía entre el 24 y el 25 de febrero
como un día repetido.
En este calendario, los meses te-
nían ya la misma duración que en el
actual. Se denominó calendario ju-
liano en honor a Julio César, quien
además cambió el nombre del quinto
mes, que pasó de denominarse Quin-
tillis
a llamarse Julio, también en su
honor. Sin embargo, un error en la
interpretación del edicto de cambio
de calendario llevó a que, desde 709
AUC hasta 744 AUC, se introdujera
un bisiesto cada tres años en lugar de
cada cuatro. La solución a este pro-
blema no llegó hasta que el empera-
dor Augusto decretó que los años
comprendidos entre 745 AUC (9
aC) y 756 AUC (3 dC) fueran, todos
ellos, comunes. Para no ser menos
que su predecesor, cambió el nombre
del sexto mes, cuya denominación
pasó de Sextillis a Augustus.
E
L CALENDARIO GREGORIANO
Con todo, el calendario juliano, al igual que el ale-
jandrino, era ligeramente más largo que el año tró-
pico -11 minutos y 15 segundos más largo-, de
modo que la fecha del equinoccio de primavera se
iba adelantando ligeramente con el paso de los
años. En el Concilio de Nicea, que tuvo lugar en
325, se había establecido la fecha del equinoccio
de primavera en el 21 de marzo. Sin embargo, a fi-
nales del siglo XVI, el equinoccio de primavera se
había adelantado diez días y caía el 11 de marzo.
Este punto era fundamental para el cómputo de
una festividad religiosa de importancia capital
como la Pascua, que tenía que celebrarse el do-
mingo siguiente al primer plenilunio después del
equinoccio de primavera.
Éste fue el motivo por el que el papa Gregorio
XIII decretó en 1582 una reforma del calendario
elaborada, entre otros, por Luigi Lilio, Egnazio
Danti y Christopher Clavius. Con esta reforma, se
saltaron diez días de octubre de 1582, de modo que
al jueves 4 de octubre de 1582 le siguió el viernes
15 de octubre. Además de ajustar el calendario
existente con el equinoccio de primavera, se esta-
bleció que se perdieran tres años bisiestos cada
cuatrocientos años. La regla adoptada fue que los
años terminados en doble cero fuesen bisiestos sólo
si eran divisibles por cuatrocientos, es decir, los
años 1600 y 2000 serían bisiestos, pero 1700, 1800
y 1900 no lo serían. Así se conseguía que, en un ci-
clo de cuatrocientos años, la duración promedio
del año civil fuera de 365,2425 días, valor mucho
más cercano a la duración del año trópico que la
que se obtenía con el calendario juliano. Por otra
parte, la reforma también estableció un método
muy preciso para calcular la fecha de Pascua ba-
sado en la epacta o edad de la Luna para el primer
día del año -es decir los días transcurridos desde el
último novilunio.
Detalle de abril tal como se representaba en el
calendario romano con las tablas de Preneste.
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ptico
El calendario gregoriano fue adop-
tado inmediatamente por los países
más ligados al catolicismo, pero tardó
más tiempo en imponerse en otras
naciones. Esto puede ocasionar pro-
blemas a los historiadores, ya que al-
gunas fechas resultan ambiguas si no
se especifica a qué calendario se están
refiriendo. Así, la coincidencia en el
mismo año, 1642, del nacimiento de
Newton y la muerte de Galileo sólo
es válida a medias. En Inglaterra, aún
estaba en vigor el calendario juliano
y, según éste, Newton nació el 25 de
diciembre de 1642 mientras que, se-
gún el calendario gregoriano, ese día
era el 5 de enero de 1643. Otro ejem-
plo aún más notable es que la revolu-
ción bolchevique de Octubre tuvo
lugar, para el resto de Europa, en no-
viembre. Y es que en Rusia aún se
utilizaba el calendario juliano, de
modo que el 25 de octubre de 1917
según este calendario fue el 7 de no-
viembre de 1917 según el gregoriano.
¿C
UÁNDO SE INICIA
LA CUENTA DE LOS AÑOS
?
El calendario gregoriano guarda una
estrecha correspondencia con el año
trópico y eso evita que la fecha del
equinoccio de primavera se avance o
retrase en exceso -o al menos se re-
querirán 3.322 años para que se des-
fase un solo día-. Sin embargo, queda
pendiente una cuestión capital. Si el
calendario romano contaba los años a
partir de la fundación de Roma ¿a
partir de qué año estamos contando
los años? La historia que responde a
esta cuestión se remonta a 1285 AUC
cuando el teólogo y matemático Dio-
nisio el Exiguo, tras un detallado es-
tudio de la Biblia llegó a la conclusión
errónea de que Jesús había nacido el
25 de diciembre de 753 AUC. Dioni-
sio, que preparaba una cronología
para el papa Juan I, propuso que una
nueva era comenzase el 25 de marzo
de 754 AUC, por lo que a ese año se
le denominó 1 después de Cristo.
¿Y por qué empezar el año un 25
de marzo? Porque, si Jesús había na-
cido un 25 de diciembre, la concep-
ción debería haberse producido el 25
de marzo anterior. De este modo,
1285 AUC se convertiría en 532. A
¿Por qué
se inicia el año
el 1 de enero?
ALFONSO LÓPEZ BORGOÑOZ
E
l inicio del año
varió grande-
mente a lo largo de
la historia y según
las zonas geográfi-
cas. En el mundo ro-
mano, el día pri-
mero de cualquier
mes era el de las ca-
lendas
. La razón por
la que se eligió fi-
nalmente el 1 de
enero fue de tipo
militar -como pasa a
menudo-, según in-
forma Juan Antonio
Belmonte en su libro Las leyes del cielo. Astronomía y
civilizaciones antiguas
(Ediciones Temas de Hoy,
1999).
Parece ser que en el mundo romano, al principio,
se celebraba normalmente -aunque no en todas las
partes del imperio- el inicio del año en el mes de mar-
tius
-marzo, dedicado a Marte-, dado que era el mes en
el que el ejército se preparaba para entrar en guerra, al
ser el último del invierno -en dicha estación las tropas
solían estar acampadas, sin entrar en combate- e ini-
ciarse la primavera. También dicho mes, por ser el pri-
mero en esa época, era cuando los cónsules, que diri-
gían también el ejército, y otros mandatarios tomaban
posesión de sus cargos.
A mediados del siglo II aC, con Roma en guerra
con casi todo el mundo mediterráneo, se pensó que
era mejor adelantar la fecha del inicio del año a un
momento anterior de la estación invernal, ya que así
los cónsules tenían tiempo de entrenar al ejército a su
gusto, en lo que podríamos denominar como la pre-
temporada, y no ir a la guerra con una tropa que no les
conocía de nada. Y, por ello, se decidieron por la pri-
mera calenda posterior al solsticio de invierno -que en-
tonces tenía lugar el 25 de diciembre-, ya que, por una
parte, era un día 1 y, por otra, era del mes de januarius
-dedicado al dios Jano, el de las puertas-, con lo cual
la cosa parecía tener sentido.
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pesar de su buena voluntad, Dionisio cometió dos
errores graves, uno imputable a él y otro, inevitable,
del cual no fue responsable. En primer lugar, es im-
posible que Jesús naciera en 73 AUC porque en esa
fecha Herodes ya había muerto -murió en el 750
AUC ó 4 aC- y, si nos hemos de fiar de los Evan-
gelios, Herodes era gobernador de Judea cuando na-
ció Jesús. Así pues, Dionisio erró en sus cálculos bí-
blicos y Jesús debió de nacer como mínimo cuatro
años antes, quizá incluso más pronto. Esto nos lleva
a la curiosa frase de que Jesucristo nació antes del
año 4 antes de Cristo, frase aún más curiosa que la
de que la Revolución de Octubre sucedió en no-
viembre.
El segundo error es la ausencia del cero en la
nueva cronología. La manera correcta de fijar la
nueva cronología hubiera sido emparejar el año
cero con 753 AUC, siendo 754 el año 1 y 752 el
año 1 aC; otra buena opción podría haber sido asig-
nar el año cero de la nueva era a 754 AUC. Sin em-
bargo, Dionisio no se molestó en emplear el año
cero por una razón clara y fundamental, en esa
época, el número cero era desconocido en occi-
dente, donde este guarismo no se introduciría hasta
el siglo XII a través de los árabes y proveniente de
India.
¿C
UÁNDO SE CELEBRA EL INICIO
DEL TERCER MILENIO
?
El hecho de no contar con un año cero que separe
las cuentas aC de las cuentas dC puede ocasionar
errores cuando se calculan intervalos de tiempo que
empiezan en la zona aC y terminan en la zona dC y
es, además, la razón por la cual el siglo XXI y el ter-
cer milenio de nuestra era no empezarán hasta 2001.
Por ejemplo, una persona que hubiera nacido el año
40 aC y hubiera muerto el año 40 dC habría vivido
79 años y no 80, ya que el año cero jamás existió.
Estando así las cosas, dado que nuestra era em-
pezó con el año 1, y no con 0, al final de 1 dC ha-
bía transcurrido un año de nuestra era. Al final de
C
omo ya sabes, el universo contiene unos
100.000 millones de galaxias, cada una de
las cuales posee un número similar de estrellas.
La Tierra, un planeta que órbita alrededor de
una de esas estrellas en una de esas galaxias, es
un lugar insignificante en el universo.
Si comprimimos la historia de la Tierra en
un año de modo que la formación del planeta
se consolide a comienzos de enero, las prime-
ras formas de vida ya aparecen a mediados de
febrero. Los organismos pluricelulares no sur-
gen hasta noviembre. Los dinosaurios se ex-
tinguen el día de Navidad y nuestra especie
hace su aparición 6 minutos antes de que sue-
nen las doce campanadas que marcan el fin de
año.
Nuestros primeros calendarios datan de
hace unos tres milenios. Hace dos mil años,
apareció una religión que en pocos siglos pasó
de una docena a varios millones de seguidores.
De esta religión, surgió un calendario que, tras
múltiples ajustes y modificaciones, se usa hoy
en el mundo occidental. Otras culturas em-
plean unos cuarenta calendarios distintos, cada
uno de los cuales ha establecido de forma arbi-
traria el día desde el que se empieza a contar.
Es creencia habitual entre los humanos -en
cualquier época- que nos encontramos en un
momento histórico crucial. También es común
la sensación de que acaba de ocurrir una terri-
ble catástrofe y otra peor es inminente. Los hu-
manos confundimos con facilidad los momen-
tos cruciales y las catástrofes personales, colec-
tivas y globales.
Habrás deducido que el mundo de nuestro
fin del mundo milenarista se limita a este mi-
núsculo planeta perdido alrededor de una es-
trella cualquiera (una entre miles de millones)
en una galaxia cualquiera (una entre miles de
millones). En el resto del universo, permane-
céis ajenos a nuestras preocupaciones.
Según nuestro calendario particular, el 1 de
enero de 2000 sólo habrán transcurrido 1.999
años desde el día en el que situamos el arran-
que de nuestro calendario y, por tanto, faltarán
365 días para completar dos milenios. Entre los
logros de la civilización occidental, no figura la
libertad de contar como uno quiera, pero sí la
libertad de celebrar eventos anodinos, insigni-
ficantes o incluso reprobables.
MARCOS PÉREZ
es técnico
de la Casa Ciencias de La Coruña.
Explicando el fin del milenio
a un extraterrestre
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10 dC, habían transcurrido diez años y, por lo
tanto, la segunda década empezó al iniciarse 11
dC. Análogamente, al final del año 100 dC, ha-
bían transcurrido cien años y, por lo tanto, el se-
gundo siglo empezó al iniciarse 101 dC. Está claro
que, al final de 2000, habrán transcurrido dos mil
años desde el inicio de nuestra era y que la nueva
década, el nuevo siglo y el nuevo milenio empeza-
rán con el año 2001 dC y no en 2000.
Este modo de contar los años contrasta clara-
mente con el de contar las horas. A medianoche de
cualquier día, mi reloj digital marca las cero horas
y, aunque tras la medianoche estamos dentro de la
primera hora del día, mi reloj seguirá marcando las
cero horas hasta que no se haya cumplido una hora,
momento en que marcara la una. Cuando mi reloj
marque las diez, habrán transcurrido diez horas
desde la medianoche; pero, por el contrario,
cuando el calendario marque el inicio de 2000 dC,
sólo habrán transcurrido 1.999 años desde el co-
mienzo de nuestra era. Será necesario esperar a que
termine el año 2000 y entremos en 2001 para po-
der celebrar el comienzo del nuevo milenio.
Pero, un momento, ¿qué queremos celebrar con
el nuevo milenio? ¿Que han transcurrido dos mil
años desde el nacimiento de Jesús? Entonces, ¡lo es-
tamos haciendo mal! Jesús nació en 4 aC o antes,
así que los dos mil años se cumplieron, como muy
tarde, en 1997. Por otra parte, si queremos celebrar
los dos mil años de nuestra era, ¿deberíamos tener
en cuenta que se omitieron diez días en 1582? En
este caso, la entrada en el tercer milenio ¡tendría
lugar el 11 de enero de 2001!, en lugar del 1 de
enero.
Mi predicción personal, que puede estar equivo-
cada, es que la mayoría de la gente va a celebrar,
erróneamente, la entrada en el tercer milenio a las
cero horas del 1 de enero de 2000, pagará precios
astronómicos por la velada y seguro que lo pasará
en grande. Unos cinco o seis meses después, empe-
zará a difundirse la noticia de que el nuevo milenio
empezará, realmente, en 2001 porque el año cero
no existió nunca y los dos mil años de nuestra era
finalizarán al acabar el año 2000. La gente será re-
ceptiva a este mensaje, así que las agencias de via-
jes y los organizadores de fiestas volverán a subir los
precios, la gente volverá a pagar precios astronómi-
cos por la velada y lo volverá a pasar en grande.
Por mi parte, celebré la entrada de 2000
como se merecía, ya que los setecientos años
cumplidos desde la primera destilación de lico-
res es un hecho muy significativo y también ce-
lebraré la entrada del nuevo milenio, como debe
hacerse, en 2001.
A partir del 12 de enero, en los quioscos
M
Muuyy EEssppeecciiaall
Fenómenos extraños
¿Existe un mundo mágico, inexplicable
o paranormal detrás de la realidad palpable?
Poderes de la mente; fenómeno ovni;
mancias; astroarqueología; sanación por la fe;
fantasmas y espíritus; milagros de la Biblia;
criptozoología y un amplio ‘dossier’ escéptico.
Adéntrese en el mundo del misterio de la mano
de Jorge Alcalde, Javier Armentia,
Vicente-Juan Ballester, Luis Alfonso Gámez,
Miguel Ángel Nieto, Pepa Mosquera,
Óscar Menéndez y Carlos Tellería, entre otros.
Gould, Stephen Jay [1998]: Milenio. Trad. de Juan Pedro Cam-
pos y Joan Domènec Ros. Editorial Crítica. Barcelona. 192
páginas.
Tempesti, Piero (Ed.) [1983]: “El calendario”. En El universo:
Gran Enciclopedia Sarpe de la Astronomía. Vol. 5. 1660-1679
Vives, Teodoro, [1999]: “¿Cuándo empieza el tercer milenio?” Tri-
buna de Astronomía y Universo (Madrid). Nº 5 (noviembre).
REFERENCIAS
FERRAN TARRASA es miembro del Departamento de Física e
Ingeniería Nuclear de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros
Industriales de la Universidad Politécnica de Cataluña.