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(Otoño 1999)
el esc
é
ptico
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pesar de su buena voluntad, Dionisio cometió dos
errores graves, uno imputable a él y otro, inevitable,
del cual no fue responsable. En primer lugar, es im-
posible que Jesús naciera en 73 AUC porque en esa
fecha Herodes ya había muerto -murió en el 750
AUC ó 4 aC- y, si nos hemos de fiar de los Evan-
gelios, Herodes era gobernador de Judea cuando na-
ció Jesús. Así pues, Dionisio erró en sus cálculos bí-
blicos y Jesús debió de nacer como mínimo cuatro
años antes, quizá incluso más pronto. Esto nos lleva
a la curiosa frase de que Jesucristo nació antes del
año 4 antes de Cristo, frase aún más curiosa que la
de que la Revolución de Octubre sucedió en no-
viembre.
El segundo error es la ausencia del cero en la
nueva cronología. La manera correcta de fijar la
nueva cronología hubiera sido emparejar el año
cero con 753 AUC, siendo 754 el año 1 y 752 el
año 1 aC; otra buena opción podría haber sido asig-
nar el año cero de la nueva era a 754 AUC. Sin em-
bargo, Dionisio no se molestó en emplear el año
cero por una razón clara y fundamental, en esa
época, el número cero era desconocido en occi-
dente, donde este guarismo no se introduciría hasta
el siglo XII a través de los árabes y proveniente de
India.
¿C
UÁNDO SE CELEBRA EL INICIO
DEL TERCER MILENIO
?
El hecho de no contar con un año cero que separe
las cuentas aC de las cuentas dC puede ocasionar
errores cuando se calculan intervalos de tiempo que
empiezan en la zona aC y terminan en la zona dC y
es, además, la razón por la cual el siglo XXI y el ter-
cer milenio de nuestra era no empezarán hasta 2001.
Por ejemplo, una persona que hubiera nacido el año
40 aC y hubiera muerto el año 40 dC habría vivido
79 años y no 80, ya que el año cero jamás existió.
Estando así las cosas, dado que nuestra era em-
pezó con el año 1, y no con 0, al final de 1 dC ha-
bía transcurrido un año de nuestra era. Al final de
C
omo ya sabes, el universo contiene unos
100.000 millones de galaxias, cada una de
las cuales posee un número similar de estrellas.
La Tierra, un planeta que órbita alrededor de
una de esas estrellas en una de esas galaxias, es
un lugar insignificante en el universo.
Si comprimimos la historia de la Tierra en
un año de modo que la formación del planeta
se consolide a comienzos de enero, las prime-
ras formas de vida ya aparecen a mediados de
febrero. Los organismos pluricelulares no sur-
gen hasta noviembre. Los dinosaurios se ex-
tinguen el día de Navidad y nuestra especie
hace su aparición 6 minutos antes de que sue-
nen las doce campanadas que marcan el fin de
año.
Nuestros primeros calendarios datan de
hace unos tres milenios. Hace dos mil años,
apareció una religión que en pocos siglos pasó
de una docena a varios millones de seguidores.
De esta religión, surgió un calendario que, tras
múltiples ajustes y modificaciones, se usa hoy
en el mundo occidental. Otras culturas em-
plean unos cuarenta calendarios distintos, cada
uno de los cuales ha establecido de forma arbi-
traria el día desde el que se empieza a contar.
Es creencia habitual entre los humanos -en
cualquier época- que nos encontramos en un
momento histórico crucial. También es común
la sensación de que acaba de ocurrir una terri-
ble catástrofe y otra peor es inminente. Los hu-
manos confundimos con facilidad los momen-
tos cruciales y las catástrofes personales, colec-
tivas y globales.
Habrás deducido que el mundo de nuestro
fin del mundo milenarista se limita a este mi-
núsculo planeta perdido alrededor de una es-
trella cualquiera (una entre miles de millones)
en una galaxia cualquiera (una entre miles de
millones). En el resto del universo, permane-
céis ajenos a nuestras preocupaciones.
Según nuestro calendario particular, el 1 de
enero de 2000 sólo habrán transcurrido 1.999
años desde el día en el que situamos el arran-
que de nuestro calendario y, por tanto, faltarán
365 días para completar dos milenios. Entre los
logros de la civilización occidental, no figura la
libertad de contar como uno quiera, pero sí la
libertad de celebrar eventos anodinos, insigni-
ficantes o incluso reprobables.
MARCOS PÉREZ
es técnico
de la Casa Ciencias de La Coruña.
Explicando el fin del milenio
a un extraterrestre