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(Otoño 1999)
el esc
é
ptico
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Cuaderno de Bitácora
N
o sé ustedes, y perdónenme el atrevimiento de di-
rigirme directamente a ustedes, aunque sé que los
directores de esta publicación son clementes con
esta zona de opinión dentro de EL ESCÉPTICO,
pero uno anda un poco sorprendido por la trayectoria que
llevamos. Seis números de una revista pensada como ampli-
ficador de las actividades de una agrupación pequeña que in-
tenta promover el pensamiento crítico, pero sobre todo como
elemento de referencia, o de juicio, de muchos temas que
conforman la realidad, el día a día, en esto tan ambiguo de la
divulgación de las ciencias, de las pseudociencias, del pensa-
miento sobre este mundo cambiante...
¿Son muchos? Por un lado, sí, y es de agradecer que la res-
puesta del creciente número de lectores lo corrobore. Por
otro lado, todo ello no deja de marcar ese carácter de mino-
ría, aunque sea minoría informada, que tenemos. Y eso que
uno siempre está tentado de poder acceder al gran público, al
consumidor (sufridor) de tanta tontería que se nos viene en-
cima. Quién pudiera... No es fácil, desde luego, y por el mo-
mento tampoco tenemos una plantilla tan amplia como para
poder permitirnos ese lanza-
miento. Por otro lado, y en eso
habrá mucha gente de acuerdo,
algo como EL ESCÉPTICO tam-
poco puede llegar a ser un fenó-
meno de masas.
(¿O me equivoco de medio a
medio? En un país con escasa tra-
dición en la divulgación de la
ciencia, hay, sin embargo, un sec-
tor editorial al que no le va nada mal vendiendo al gran pú-
blico cosas –al menos en parte– de ciencia. Quizá, poco a
poco, una iniciativa editorial que apostara no sólo por la
ciencia, sino por el pensamiento escéptico podría hacerse un
hueco... Por el momento, seamos más cautos, somos minori-
tarios.)
No crean que no lo sabía, aunque me duela un poco: ya
saben, uno siempre desea no sólo estar en posesión de la ra-
zón, o al menos razonablemente creer que tiene razón, sino
además que la gente lo reconozca, llámenle veleidades u op-
timismo más o menos desaforado. Pero lo sentí en mis carnes
-y en las de algún colega de esta historia- recientemente en
un programa de televisión de un canal público autonómico.
Se hablaba de la conveniencia o no de que la Sanidad pú-
blica acogiera las especialidades pseudomédicas. En un bati-
burrillo al uso, se mezcló el mundo de los curanderos, de los
naturistas no titulados en medicina y de los médicos dedica-
dos a vivir de estas historias. Frente a ese mundo donde todo
parecía maravilloso, donde lo único que no funcionaba -peor
aún, funcionaba como una nueva inquisición- era la medi-
cina científica, andábamos un médico muy escéptico, y un
servidor, muy escéptico, pero no médico. Del
otro lado, pueden imaginárselo, desde perso-
nas sencillas que empleaban remedios de la
abuela
, a magos mediáticos montando grandes
empresas para mayor gloria del beneficio eco-
nómico. Y, en medio, un representante de un
colegio oficial de médicos entusiasmado por la
idea de seguir ganando dinero a base de licen-
cias de sus titulados... intentando contrarrestar
sólo y exclusivamente el intrusismo de los no
titulados.
No hace falta que cuente más para que
puedan entender que las posturas racionales,
las que abogaban por una mejor medicina
frente a una alternativa, por una responsabili-
dad de instituciones y colegios ante un pro-
blema sanitario de primer orden, ante un ele-
mental criterio de evidencias científicas frente
a la tradición ancestral o lo natural, argumentos
tan pobres como peligrosos, quedamos como
un extremo de un
abanico donde lo
más aceptable era
una especie de vía
de enmedio
, de ti-
rar de todo lo que
a la gente plazca y
dé contento.
Una vía de
enmedio que se
vende a menudo no sólo en temas sanitarios:
la hemos tenido que soportar en los ufólogos
que no se desmarcan de las tonterías de los
vendedores de revistas paranormales, en los ti-
bios ante la astrología, la videncia o los ex-
traordinarios -por inexistentes- poderes de la
mente. Siempre es lo mismo: a un lado los ne-
gativistas escépticos, al otro los horteras, y en
medio quienes viven del asunto de vender
misterios más o menos inexplicados, pero que
además parecen necesitar el reconocimiento
de que son los más guapos, los mejores, los más
sabios... los más populares y avalados por la
media de la población.
Pues, no... Mal que nos pese, la demografía
no nos vale a la hora de establecer criterios de
validez. Porque sabemos que, por muchos que
digan algo, pueden estar equivocados. Son co-
sas que pasan, lo triste es que pasen demasiado
a menudo. Y, ¡ay!, seguirán pasando a pesar de
estos números de EL ESCÉPTICO.
Siempre es lo mismo: a un lado los
negativistas escépticos, al otro los
horteras, y en medio quienes viven del
asunto de vender misterios más o
menos inexplicados
Cosas que pasan
JAVIER ARMENTIA