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E
scribo esto desde la ventanilla de un
avión que me lleva de París a Marsella,
en lo que será el segundo de mis
numerosos viajes a la zona de St. Rémy de
Provence y Salon, buscando la verdad acerca
de Michel de Notredame y sus profecías.
Según miro el suelo desde estos 11.000
metros de altitud veo, en medio de un área
aparentemente salvaje, un cuadrado de bos-
que denso, como de medio kilómetro de lado,
que resalta con su color verdeamarillento. No
veo caminos ni pistas que se internen en esa
zona y, por alguna razón que no puedo ima-
ginar, esos árboles parecen haber resistido
las primeras heladas, el cada vez menos
intenso Sol otoñal que ha tornado el resto del
paisaje en un tono rojo, amarillo o marrón.
¿Por qué? ¿Acaso ese pequeño terreno
provenzal fue cultivado hace tiempo, y ahora
su vegetación se nutre mejor? ¿Se habrá
plantado allá por alguna razón especial un
tipo de árbol que resiste mejor el otoño?
Quizá el gobierno francés está llevando a
cabo un experimento agrícola, o incluso ha
decidido de manera perversa confundir a los
extraños que pasan por encima volando... No
tengo ni idea, ni creo que pudiera llegar a
saber nunca la razón de esta maravilla.
En cualquier caso, el avión sigue su curso
y pierdo de vista ese misterio que permane-
cerá, para mí, sin resolver.
Es la naturaleza de nuestra especie mara-
villarse sobre cuestiones como ésta.
Buscamos soluciones a cada pregunta que
podemos inventar, y buscamos regularida-
des y orden en la información que se nos pre-
senta. Misterios sin resolver, preguntas sin
respuesta, orden dentro del caos, bucles en
el tejido de nuestro universo... todo ello nos
da que pensar.
Soy un individuo singularmente curioso,
quizá me atraigan más las anomalías que al
resto de la gente. Un trozo de bosque verde es
sin duda uno de los misterios menores que
me he ido encontrando en los últimos sesen-
ta años, y apenas se puede comparar con lo
que me trae a Francia. Pero me he dado
cuenta de que los misterios más grandes se
reducen, durante su proceso de solución, a
una serie de preguntas menores, menos
poderosas, y eso parece que sucede con lo
que me propongo estudiar. El misterio que
lleva el nombre propio de Nostradamus.
La búsqueda comienza...
El hombre, su educación, su medio, la cul-
tura en que nació y vivió, los miedos y espe-
ranzas de sus días... Estos y otros aspectos
deberán ser resueltos para, al menos parcial-
mente, poderle quitar la máscara a
Nostradamus.
Y sospecho que cuando lo hagamos, la
cara del Adivino de la Provence estará son-
riéndonos...
Hay una inscripción en latín en mármol,
colocada en la pared de una iglesia de Salon
de Provence, que dice:
“Aquí descansan los restos mortales del
ilustre Michel Nostradamus, único entre los
mortales juzgado capaz de registrar con su
casi divino lápiz, bajo la influencia de las
estrellas, los sucesos futuros de todo el
mundo. Vivió 62 años, 6 meses y 17 días.
Murió en Salon en el año de 1566. Que la
posteridad no disturbe la paz de sus restos.
22
(Verano 1999)
el escéptico
La máscara
de Nostradamus
La gama de sensaciones que nos puede proporcionar la ciencia es
muy amplia y va desde la más emocionante sorpresa hasta
el mayor de los desconciertos. Puede satisfacer perfectamente
nuestra humana necesidad de misterio y maravilla
JAMES RANDI
informe especial
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Anne Pons Gemelle desea a su marido la ver-
dadera felicidad”.
Bien... quizá en nuestra búsqueda debere-
mos disturbarlos un poco.
“De noche, sentado y en secreto estudio.
Tranquilo y solo, en la silla de bronce:
Exigua llama saliendo de la soledad,
Hace prosperar lo que no debe creerse en vano.
La vara en la mano entre los sacerdotes de
Apolo
Por la onda bañada la orla y el pie:
Un miedo y una voz vibran por las mangas:
Esplendor divino. El divino se sienta a mi lado.”
Con estos versos comenzó este notable
francés del siglo XVI su obra maestra, las
Centurias, novecientas cuarenta cuartetas
extrañas que pretendidamente profetizan
sucesos importantes de la historia del mundo
hasta el completo fin del mismo, que los
estudiosos de sus escritos han fechado entre
el 1999 y el año 7000. Lo cierto es que la
interpretación de Nostradamus no es una
ciencia exacta.
Escribir un libro que apoye la idea de que
Nostradamus fue un profeta requiere poca
experiencia o trabajo. Tantos expertos inge-
nuos, a lo largo de estos siglos, han ojeado
sus versos para expurgar cualquier posible
oscuridad que cualquiera se encuentra ahora
con miles de páginas sobre las que copiar,
refundir, o hiperbolizar. Analizar este tema
bajo un punto de vista racional es algo dife-
rente...
Resulta demasiado sencillo explicar cier-
tos aspectos de la fama de una persona afir-
mando que “vivió en una época prodigiosa”.
Todas lo son, normalmente por los hombres y
las mujeres que en ellas vivieron. Haber naci-
do en un tiempo ventajoso no es una distin-
ción reservada por Fortuna a los grandes
artistas, filósofos, académicos y hombres de
estado. En el caso de Nostradamus, aunque
no creo que se trata de una excepción a mi
anterior observación, es cierto que algunas
circunstancias de su tiempo simplificaron su
existencia, favorecieron su éxito y le permitie-
ron sobrevivir hasta hoy como una leyenda,
un enigma y un héroe de proporciones
inusuales.
El decía que había escrito su obra princi-
pal, las Centurias, como una colección de
cuartetos proféticos sin orden cronológico.
Junto con otros textos, almanaques proféti-
cos de gran extensión, cartas, “presagios”,
sextetos y notas, los versos han fascinado a
todos aquellos que los han ido leyendo o sabi-
do de ellos, junto con Homero, Shakespeare,
los autores de la Biblia y unos pocos más. El
Profeta de Provence, tras cuatrocientos años,
sigue siendo reeditado. Desde su muerte en
1566 se han publicado más de cuatrocientos
libros y ensayos sobre sus profecías realiza-
dos por casi otros tantos autores, junto con
un buen número de comentarios, artículos y
otros textos en casi todos los idiomas. Un
record notable, que nos hace preguntarnos
por la razón de tan persistente popularidad.
El siglo XVI comenzó con una revolución
intelectual. En lo académico, la excitación
que produjeron los nuevos conocimientos lle-
garon a dar vuelta con lo que se sabía de
medicina, astronomía, matemáticas o filoso-
fía, algo que intoxicó a la generación de
Nostradamus. La misma visión del Universo
estaba comenzando a cambiar, y con ella
también la del papel del Hombre en su des-
arrollo y en su propia existencia. Tales cam-
bios en el mundo intelectual rompieron la
estabilidad emocional de las personas cultas,
hasta entonces acostumbradas a depender
de autoridades que, de repente, comenzaban
a parecer mucho menos divinas que hasta
entonces.
En lo político, Nostradamus existió en un
tiempo violento, peligroso, en el que cualquie-
ra podía ser acusado por intentar escapar de
la mediocridad. Las penas por tales transgre-
siones eran bárbaras como pocas en otras
épocas: los héroes de entonces bien se gana-
ban su nombre. Francia e Italia estaban en
conflicto permanente, en un estado de guerra
de baja intensidad, lo que provocó una seve-
ra depresión económica en Francia. Nuestro
hombre vivió en un periodo histórico bien difí-
cil.
Aparte de estas influencias obvias en la
vida de Nostradamus, hay otro aspecto fun-
damental: el medio social -la atmósfera per-
sonal diaria- en el que se movió, algo que he
intentado investigar, queriendo saber más
acerca de una persona tan ilustre, que bien
podría haber sobrevivido en la historia de su
país sin el añadido de su búsqueda de los
conocimientos arcanos. Aunque gran parte
de la información de que disponemos sobre
su vida es como mucho fragmentaria y lo que
es peor normalmente ficcionaliza en gran
parte, debemos intentar ordenarla, para
alcanzar un perfil razonablemente correcto.
Las fechas de los sucesos de la vida tem-
prana de Nostradamus son desconocidas.
Muchos recuentos milagrosos, gestas fabulo-
sas que le han atribuido sus admiradores a lo
largo de los siglos tienen escasa o ninguna
base documental, por lo que debemos obviar-
los. Aunque existen numerosas copias impre-
sas de sus escritos, comenzando con un tra-
tado sobre cosmética en 1552, no se conser-
va copia manuscrita alguna. Incluso las pri-
meras ediciones de sus textos proféticos se
han perdido, por lo que tenemos que confiar
en la exactitud e integridad de quienes le han
transcrito. Se han publicado numerosas falsi-
ficaciones, algunas para probar asuntos no
originalmente previstos por el Profeta, y otras
sencillamente para aprovecharse de un públi-
co hambriento de cualquier cosa que lleve el
marchamo nostradamiano.
El secreto del éxito
No es difícil descubrir los secretos de los
profetas. El escritor Eugene Parker lo hizo
el escéptico (Verano 1999) 23
Escribir un libro que apoye la idea de
que Nostradamus fue un profeta
requiere poca experiencia o trabajo
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bastante bien en un ensayo publicado en
1920, en el que resume los métodos genéri-
cos de nuestro vidente:
“El método profético [de Nostradamus] es
tripartito. En primer lugar, toma sucesos
pasados y los colorea a su aire, de manera
que queden irreconocibles, colocándolos
después en tiempo futuro. En segundo
lugar, describe una serie de posibilidades
bien elegidas, basadas en las condiciones
contemporáneas, Y en tercer lugar, hace
una serie de tiros al azar que son improba-
bles, pero aún así posibles”.
Hay una serie de reglas bien asentadas
que pueden permitirle a uno ganarse fama
de profeta.
Regla Número Uno: Haz muchas predic-
ciones, esperando que alguna se cumpla. Si
es así, hazlo notar con orgullo. E ignora las
otras.
A lo largo de cuatro años, un grupo de
investigadores
examinó las pre-
dicciones publi-
cadas de los prin-
cipales videntes
que escribían en
el tabloide
N a t i o n a l
Enquirer. Había
364 predicciones,
de las cuales sólo
cuatro eran
correctas. Esto
quiere decir que
los psíquicos (todos ellos profesionales muy
famosos) estaban equivocados en un 98,9%
de las veces. Sin embargo, siguen con sus
negocios, todos excepto uno que falleció... A
juzgar por sus estadísticas, seguro que fue
incapaz de predecir tampoco esto.
Incluso el editor de Nostradamus, Jean
Brotot, que le pedía material nuevo, se
lamentaba de lo prolijo del trabajo que reci-
bía. A finales de 1557, con las Centurias
comenzando a crear una gran demanda
sobre el autor, Brotot le escribía:
“Acabo de recibir, el 9 de septiembre, dos
pronósticos. Estoy estupefacto por su verbo-
sidad. Hoy es moda usar menos palabras.
Por ello he decidido publicar sólo uno de
ellos -elija cuál- aunque añadiendo algunos
elementos del otro”
Regla Número Dos: Sé muy vago y ambi-
guo. Afirmaciones definidas pueden demos-
trarse erróneas, pero cosas “posibles” siem-
pre se pueden reinterpretar. Usa modifica-
dores como éstos allí donde sea posible:
Siento que... Tengo la imagen de... Podría
ser que... Acaso... Busco... Percibo...
El escritor inglés William Fulke escribió
en 1560 sobre los graves efectos políticos
que podían tener las profecías de
Nostradamus sobre el nuevo gobierno de
Isabel I. El público británico estaba leyendo
los almanaques de Nostradamus que, tradu-
cidos, se conseguían fácilmente. La adminis-
tración de la reina Isabel, comenzando
entonces a salir del bache que se había vivi-
do con el desastroso reinado de María la
Sangrienta, necesitaba cualquier cosa por
pequeña que fuera para conseguir el apoyo
popular, y las predicciones de Nostradamus,
entre otras calamidades como terremotos y
asesinatos, presentaban un reinado muy
corto para la nueva reina. Fulke hacía notar
la ambigüedad del trabajo del vidente fran-
cés:
“¿Qué? ¿Debemos permanecer en silen-
cio viendo como lenta y fríamente la gente,
durante el año pasado, seducida por las
locas profecías de Nostradamus llegaban a
olvidarse de la verdadera adoración que han
de tener a Dios y a Su religión? Buen Señor,
¿qué agitaciones hubo? ¿Qué miedos? ¿Qué
expectaciones? ¿Qué horrores? [...] Pero
nuestro hacendoso Nostradamus, arropó
sus profecías en tal manto de oscuridad que
hombre alguno podría desvelarlas, y obtener
conocimiento cierto. Sin duda oyó hablar del
oráculo de Apolo, ese ídolo diabólico de
Delfos a quien se pedía consejo, pero que
siempre contestaba
de manera oscura y
doble, de forma que
siempre se podía
interpretar de
varias maneras”.
Fulke arremetió
contra más de seis-
cientos videntes
que según él usa-
ban las mismas
técnicas para su
engaño, aunque
Nostradamus era a
quien más atención dedicó. Los nostrada-
mianos, como Charles Ward, suelen acudir
rápidamente con la clásica excusa para esta
ambigüedad de su profeta. Piensan que así
se elimina la crítica:
“Respecto a su oscuridad, el propio
Nostradamus admite que es algo que se ha
de cultivar tanto en sus tiempos como en los
futuros. Nadie puede realmente negar que
oscuridad y profecía son casi términos simi-
lares e intercambiables. Las profecías de las
Escrituras también son ambiguas [...] Hay
quienes mantienen que las profecías son
inútiles, sólo porque no pueden ser plena-
mente comprendidas hasta que se han cum-
plido.”
Ward procede posteriormente a explicar a
sus lectores una de las paradojas clásicas:
“Es obvio que muchas profecías son de
tal naturaleza que, si se comprendieran cla-
ramente con anterioridad al suceso, podrían
prevenir de su propio cumplimiento, y así
dejar de ser profecías: lo que se había pre-
visto nunca habría sucedido”.
Debemos hacer notar que Nostradamus,
en un texto en prosa contenido en su
Epístola al rey Enrique II, que aparece justo
antes de la Octava Centuria de su obra, pro-
porciona uno de los pocos momentos donde
profetiza de forma bastante específica algu-
nos sucesos que pueden ser ahora cotejados
con lo que sucedió. No hay ambigüedad por
lo tanto en estas afirmaciones, y los nostra-
damianos suelen evitar cuidadosamente dis-
cutir esta parte del trabajo del vidente.
Como observa Leoni:
24
(Verano 1999)
el escéptico
“Nostradamus arropó
sus profecías en tal manto de
oscuridad que hombre alguno
podría desvelarlas, y obtener
conocimiento cierto”, escribió
William Fulke el 1560
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“Se comprueba que en la gran cantidad
de predicciones que se hacen en esa texto en
prosa no hay ni una sola que se haya cum-
plido. La datación de dos calamidades sirve
para desacreditar por completo su obra”.
Las dos catástrofes a que se refiere Leoni
son las predicciones de Nostradamus de la
virtual desaparición de la raza humana en
1732 y la culminación de una persecución
religiosa larga y violenta para 1792. Y hemos
de notar que ambos sucesos están fechados
para haber sucedido mucho después de que
el vidente estuviera tranquilo en su tumba.
La oscuridad de Nostradamus se ganó a
veces la crítica de sus clientes. En una carta
que se conserva de uno de ellos, llamado
François Bérard, de 1562, la queja es clara:
“He leído cuanto ha escrito en torno al
anillo, pero no he comprendido nada.
¿Podría ser más claro?”
Regla Número Tres: Usa mucho simbo-
lismo. Sé metafórico, utilizando imágenes de
animales, nombres e iniciales. Pueden enca-
jar con muchas cosas a los ojos de los cre-
yentes.
El escritor John Hogue sugiere, por ejem-
plo, que una clarísima referencia de
Nostradamus a Neptuno significa realmente
Inglaterra. Por supuesto, hace notar, un
león también puede simbolizar a Inglaterra,
o bien a la monarquía en general. Aunque
también se puede referir a la ciudad de Lyon
en Francia. Un lobo puede referirse tanto a
Roma como a Italia, pues Rómulo y Remo,
los mitológicos fundadores de Roma fueron
amamantados por una loba. Pero invasores
como los Nazis actuaban como lobos, así
que uno podría aplicarles la metáfora tam-
bién. El nostradamiano James Lever dice a
sus lectores que “el leopardo, por supuesto,
significa Inglaterra”. Y así hasta ciento...
Regla Número Cuatro: Cubre cada
situación en ambos sentidos y selecciona la
opción ganadora como la intención “real” de
tu afirmación.
Jeane Dixon, (una de las videntes más
famosas de nuestra época, a quien podemos
emplear como ejemplo de estos mecanismos
de los videntes que también usara
Nostradamus), tras más de diez años de
publicar profecías fallidas, predijo en 1953
la muerte de un presidente del Partido
Demócrata de los Estados Unidos que se ele-
giría en el año 60 y que tendría los ojos azu-
les. En 1956 reiteraba que ganara quien
ganara las elecciones presidenciales del 60,
fuera o no Demócrata, “sería asesinado, o
bien moriría durante el cargo”, aunque no
necesariamente en su primer periodo.
Posteriormente, a finales de 1960 predijo
que veía a un joven de ojos azules y cabellos
castaños como el próximo presidente, y que
John Kennedy no iba a ganar las elecciones.
Obviamente, en contra de lo que se suele
decir, ella no predijo el asesinato de
Kennedy, sino de otro candidato que tendría
éxito. En un cierto momento, predijo que ese
puesto iba a ser para Richard Nixon.
La predicción de Dixon “ser asesinado o
morir” no menciona el nombre de Kennedy,
ni siquiera sus iniciales, ni la ciudad de
Dallas, ni épocas o fechas. Es probable que
su predicción se basara en esa idea de la
maldición presidencial de que los presiden-
tes electos cada 20 años (a partir de
Harrison) morirían en el cargo. Ronald
Reagan confundió a los “expertos” sobrevi-
viendo a un atentado...
Regla Número Cinco: Da crédito a Dios
por los aciertos y acúsate de cualquier inco-
rrecta interpreta-
ción de Sus divi-
nos mensajes. Así,
tus detractores
tendrán que
luchar contra
Dios.
Algo que
muchos videntes
hacen, incluyendo
a Jeane Dixon,
que se prepara así
en caso de equivo-
cación.
Regla Número
Seis: No importa
si te equivocas fre-
c u e n t e m e n t e ,
sigue como si
nada. Los
Creyentes ni se
darán cuenta de
tus errores, y con-
tinuarán siguién-
dote palabra por
palabra.
Jeane Dixon
dijo, entre dece-
nas y decenas de
predicciones erró-
neas, que el presi-
dente de los EEUU
Richard Nixon
sobreviviría al
escándalo Watergate, haciendo su vuelta
política en 1976; que Rusia pondría el pri-
mer hombre en la Luna, e invadiría Irán en
1953 y Palestina en 1957; que la China roja
comenzaría la III Guerra Mundial en 1958,
aunque sería admitida en las Naciones
Unidas en 1959; que Jackie Kennedy no se
casaría (primero), y tras haberse casado con
Onassis, y muerto su marido, que sí se casa-
ría; que Rusia invadiría Irán de nuevo en
1960; que Fidel Castro caería en 1961 y que
posiblemente moriría en 1966; que
Eisenhower no gobernaría en 1956; que
Spiro Agnew “aumentaría de estatura”; o
que la guerra del Vietnam acabaría el 5 de
agosto de 1966... La lista es muy larga, y es
sólo una selección. Pero la Dixon continúa
con su reputación de una profetisa que
acierta.
Regla Número Siete: Predice catástrofes;
se recuerdan más fácilmente y son, sin
duda, mucho más populares.
Jeane Dixon se ha especializado en gue-
rras, revoluciones, asesinatos, terremotos y
demás tragedias, asustando a sus lectores.
En 1970 predijo que en los 80 un cometa
chocaría contra la Tierra causando grandes
cataclismos: enormes terremotos y ondas de
el escéptico (Verano 1999) 25
Portada del libro de James Randi dedicado
a Nostradamus.
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marea. De manera similar, las profecías de
Nostradamus, allí donde pueden ser desci-
fradas, se dedican casi exclusivamente a
hablar de guerras, líderes, enfermedades,
inundaciones, hambrunas, caballeros, sol-
dados y realeza, copiando, en algunos
aspectos, el estilo cataclísmico de la Biblia.
Predecir terremotos, como ha hecho
notar el escritor Charles Cazeau, es de lo
más seguro, salvo que tengas que especificar
cuándo y dónde. La corteza terrestres está
constantemente en movimiento, originando
miles de sismos de mayor o menor grado
cada año, con uno importante cada dos o
tres semanas en algún lugar del mundo. En
1989, por ejemplo, se registraron ochenta de
gran magnitud.
La astrología enseña que aunque hay sig-
nos y aspectos catastróficos y benéficos, los
primeros suelen tomar precedencia sobre los
otros. En un análisis sobre la técnica de
“desastres” de Nostradamus, Edgar leroy ha
observado:
“Es fácil ver, incluso en una lectura rápi-
da y superficial de las Centurias, que deben
mucho de su increíble reputación a su con-
tenido un tanto catastrófico. Solemos recor-
dar muy poco de los tiempos felices del
pasado; pero conservamos memorias exqui-
sitas y poderosas de las antiguas desgra-
cias... [Los lectores] perciben claramente -
muy claramente, si tenemos en cuenta la
jerga empleada- que se anuncian incluso
más miserias y cataclismos. Así son las pro-
fecías de Nostradamus: cuantas más trage-
dias predicen, más probables parecen.”
Regla Número Ocho: Cuando se hace
una predicción después de los hechos, pero
aparentando que la profecía precedió a
aquellos, sé erróneo lo bastante para parecer
inexacto en los detalles concretos; una pro-
fecía demasiado buena es sospechosa...
Tenemos un ejemplo reciente de esta téc-
nica que resulta excelente: el 30 de marzo de
1981 los medios de comunicación estaban
llenos de datos acerca del intento de asesi-
nato del presidente estadounidense Ronald
Reagan por un hombre llamado John
Hinckley. Y gran parte de la atención se cen-
traba en una psíquica profesional de Los
Angeles, Tamara Rand, que supuestamente
había profetizado el suceso dos meses antes
durante una entrevista de televisión en Las
Vegas. Rand había predicho que el intento
de asesinato tendría lugar durante la última
semana de marzo y que el nombre del asesi-
no fallido sería “algo parecido a Jack
Humley”, según las noticias.
La fecha y el nombre estaban muy próxi-
mos a la realidad, aunque no eran perfectos.
La técnica de Rand era la clásica. Como se
pudo descubrir posteriormente, la profecía
era un completo engaño: había hecho la
cinta de vídeo de su predicción el día
siguiente al atentado, y había puesto espe-
cial cuidado en equivocarse en algunos deta-
lles justo para conseguir el sabor exacto de
una profecía. Nostradamus empleó a menu-
do esta misma técnica.
Una regla que también usó Johnatan
Swift, el escritor satírico inglés autor de los
Viajes de Gulliver, quien protagonizó una
sonora bofetada a la astrología al publicar la
obra titulada “Predicción para el año de
1708, por Isaac Bickerstaff, Caballero”. Bajo
el pseudónimo, pretendidamente creía en su
arte astrológico, pero a la vez ponía de mani-
fiesto los absurdos que implica. Y lanzaba
un dardo a un conocido astrólogo londinen-
se de la época, llamado Partridge, en forma
de predicción astrológica:
“Mi predicción no es sino una bagatela,
aunque debo mencionarlo para mostrar
cuán ignorantes son esos pretenciosos
astrólogos incluso en sus propios asuntos:
me refiero a Partridge, el hacedor de alma-
naques. He consultado las estrellas de su
nacimiento con mis propias técnicas y he
encontrado que de manera infalible morirá
el 29 de marzo próximo hacia las 11 de la
noche de una terrible fiebre. Lo que digo
públicamente para que arregle todo para la
fecha”.
En el “ensayo” de Swift, aparecía una
carta de un caballero anónimo que describía
la muerte del astrólogo Partridge en esa
fecha y casi a la hora prevista, es decir, cum-
pliendo la regla octava.
En vano, el astrólogo Partridge protestó
en la prensa a su público diciendo que esta-
ba vivo, incluso adjuntando un acta notarial
como prueba. Como respuesta, Swift regañó
públicamente al que decía que era un men-
tiroso, y se permitió contestar los argumen-
tos de Partridge, probando que realmente
estaba muerto. La repercusión de tan deli-
cioso fraude siguió durante bastante tiem-
po... aunque la astrología, claro está, sobre-
vivió al ataque.
Hay muchos otros métodos para tener
éxito en el negocio de la profecía, pero los
que he resumido son los principales que uno
debe saber. Si se comparan los métodos de
Nostradamus con los que los videntes de
hoy en día usan para dar la impresión de
que tienen poderes pronosticatorios nos
damos cuenta de que están aplicando las
mismas fórmulas del Vidente de Provenza,
de hace más de cuatrocientos años. Métodos
que incluso eran antiguos ya en época de
Nostradamus.
Pero reconozcamos que independiente-
mente de los métodos, hay que conseguir la
atmósfera adecuada para tener éxito como
profeta, y en eso Nostradamus sí que es
sobresaliente...
26
(Verano 1999)
el escéptico
James Randi
, conocido como El Asombroso
Randi, es ilusionista, showman, conferenciante,
uno de los más prestigiosos estudiosos de lo pa-
ranormal, presidente de la Fundación
Educativa James Randi y autor, entre otros
libros, de Fenómenos paranormales, The truth
about Uri Geller y The faith healers.
Este artículo es un extracto de su libro The
mask of Nostradamus, publicado por la editori-
al Prometheus (1990), y se reproduce con auto-
rización del autor, a quien agradecemos su
generosidad.
Versión española de Javier E. Armentia.