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N
o figura todavía en ningún dicciona-
rio; pero ya se codea con el mons-
truo del lago Ness, el Pies Grandes o
el Yeti. Debutó en Orocovis, en pleno cora-
zón de Puerto Rico, en marzo de 1995. Sus
primeras víctimas fueron ocho ovejas, una
vaca y un toro. Y, aunque la Policía y las
autoridades concluyeron que las bajas en
la cabaña local habían sido causadas por
perros realengos, ya que así lo demostra-
ban las mordeduras que presentaba el ga-
nado en cuello y patas [Matos, 1995], hubo
lugareños que las atribuyeron a seres ex-
traterrestres.
Los reporteros de lo paranormal relacio-
nan todavía hoy en día el episodio de Oro-
covis con el monstruo que en agosto del
mismo año volvió a las andadas en la loca-
lidad portorriqueña de Canovanas, donde
murieron 150 animales de
granja. Una matanza cuyas
peculiaridades y dimensiones
traspasaron pronto los lími-
tes de la pequeña isla caribe-
ña. No era para menos. Los
cadáveres estaban, según
sus propietarios, totalmente
secos: no tenían ni una gota
de sangre. Aparentemente, el
humor vital había escapado
por unos pequeños orificios
practicados, a juicio de los
campesinos, por un animal
desconocido de comporta-
miento vampírico. Un ser es-
quivo que eludió el ojo huma-
no hasta septiembre de 1995, cuando los
lugareños lo bautizaron como chupacabras,
vista su predilección por estos mamíferos, y
empezaron a dar las primeras descripcio-
nes del predador que supuestamente diez-
maba sus rebaños.
¿Cuál es la apariencia del chupacabras?
A pesar de lo mucho que se ha escrito, de
decenas de artículos en revistas esotéricas
y cerca de tres mil referencias en Internet,
todavía no existe consenso sobre su fisono-
mía: ha sido descrito como un ser de alre-
dedor de un metro de altura, bípedo, “con
la piel como de un dinosaurio”, los ojos “del
tamaño de huevos de gallina” y crestas
espinosas en el cráneo y la espalda; como
un monstruo “de apariencia extraterrestre”
ignoro qué apariencia tienen los extrate-
rrestres, si es que existen
y canguroide,
con poderosas patas traseras y que despide
un “fuerte olor sulfuroso”; como una cria-
tura con “cráneo de mono”, grandes ojos
rojos, boca sin labios, lengua de serpiente,
manos palmeadas y terminadas en tres ga-
rras curvas, y con espinas dorsales iridis-
centes; como un “murciélago gigante, pelu-
do y de ojos muy brillantes”; como un hu-
manoide de 60 centímetros de altura, sin
un solo pelo en el cuerpo y de tacto gelati-
noso. En fin, que, si hay algo claro, es que
es un monstruo.
Pero la fisonomía del supuesto predador
era algo secundario, y así lo entendió el al-
calde de Canovanas, José Soto Rivera, que
organizó varias batidas en busca del ani-
mal, infructuosas, aunque en
algunas llegaron a participar
hasta doscientos cazadores.
Todo hay que decirlo: al al-
calde los ataques del chupa-
cabras y la histeria latente le
fueron de perlas para, a po-
cos meses de las elecciones
locales, desviar la atención
de la opinión pública de los
graves problemas del munici-
pio, con varias zonas sin
agua desde semanas antes.
Al igual que en Orocovis,
los científicos achacaron los
ataques de Canovanas a pe-
rros asilvestrados o animales
exóticos, como panteras, introducidos ile-
galmente en la isla. Y es que los exámenes
de los cuerpos revelaron que las muertes de
ganado no seguían un único patrón, sino
que se debían a mordeduras, traumatis-
mos, infecciones... Héctor García, director
de la división de Veterinaria del Depar-
tamento de Agricultura de Puerto Rico,
consideraba que no había nada extraordi-
nario tras las muertes de los animales de
granja [Carroll, fecha desconocida]; pero,
una vez más, la realidad quedó relegada
por la ficción gracias a Jorge Martín, hasta
noviembre de 1995 un oscuro ufólogo por-
torriqueño y desde entonces el principal
abanderado del chupacabras, la autoridad
58
(Verano 1999)
el escéptico
El viaje trasatlántico
del ‘chupacabras’
Un monstruo cuya principal característica es que habla castellano,
aunque, paradójicamente, no haya entrado todavía en
el diccionario de la Real Academia Española
LUIS ALFONSO GÁMEZ
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mundial sobre el misterioso ser.
Martín fue el primero en hablar del chu-
pacabras como una mascota de los tripu-
lantes de los ovnis o un producto de experi-
mentos genéticos terrestres o extraterres-
tres. Sus exóticas teorías
mantiene que
los alienígenas visitan Puerto Rico atraídos
por el radiotelescopio de Arecibo
incluyen,
¡cómo no!, una conspiración gubernamen-
tal, la captura de varios ejemplares de chu-
pacabras y las consiguientes autopsias.
Unos exámenes post mortem cuyos resulta-
dos serían secretos, pero, curiosamente, co-
noce Martín, que mantiene que los análisis
de la sangre del misterioso animal arrojan
unos resultados incompatibles con todo lo
conocido. ¡Lástima que nadie más tenga
constancia de lo que sostiene el ufólogo!
De monstruo a negocio
La entrada en escena de este imaginativo
autor marcó un punto de inflexión en la
historia del chupacabras: pasó de producto
más del pensamiento supersticioso campe-
sino a negocio para fabricantes de miste-
rios, prensa, vendedores de camisetas y lla-
veros, y organizadores de visitas a los luga-
res donde la mascota de ET
como la llama-
ron en Miami
había perpetrado sus más
sangrientos ataques. El chupacabras mul-
tiplicó su actividad a partir de noviembre
de 1995, y sus fechorías ocuparon páginas
enteras en los diarios portorriqueños y de-
cenas de horas de radio y televisión. Un ca-
mino hacia el estrellato para el que la isla
caribeña se quedó pronto pequeña, y así, a
principios de 1996, el fenómeno saltó a Mé-
xico, Miami y Costa Rica. Y en agosto, tras
entrar a España por el País Vasco, llegó
hasta Yocavén, una pequeña localidad si-
tuada a 140 kilómetros al sudoeste de San-
tiago de Chile.
El alcalde de Canovanas había justifica-
do sus batidas diciendo del chupacabras:
“Hoy ataca animales, pero mañana podría
atacar a la gente”. Una vez en México, la fa-
ma del monstruo se disparó tras cumplirse
el vaticinio de Soto Rivera. Teodora Ayala
Reyes aseguró haber sido víctima de la
criatura en el estado de Sinaloa y mostró a
todo el país a través de la televisión unas
marcas en la piel que parecían, más que
mordiscos de un misterioso ser, desgarro-
nes de la piel o quemaduras. Como otros
campesinos de la región, la mujer creía
que, tras las muertes de ganado que ha-
bían comenzado a registrarse, se ocultaba
el chupacabras. Y la histeria se adueñó de
México hasta tal punto que algunos auto-
res han comparado las escenas vividas en
el país norteamericano con las de las ma-
sas enfervorecidas en busca del monstruo
de películas como Frankenstein y Drácula.
A pesar de que también en México el De-
partamento de Agricultura achacó los ata-
ques a coyotes o felinos, la psicosis llegó a
límites preocupantes y la Universidad
Autónoma Metropolitana reunió a veterina-
rios, biólogos y antropólogos para que estu-
diaran el asunto. Los científicos, en un
extenso informe de 113 páginas, quitaron
todo el misterio a los ataques a ganado, al
recordar que en las zonas rurales afectadas
había muchos perros abandonados.
Veraneo en Euskadi
Pero eso no impidió la expansión del chu-
pacabras, que llegó a España en el verano
de 1996, según Bruno Cardeñosa y Javier
Sierra, que escribieron sendos artículos so-
bre ataques del extraño ser registrados en
el País Vasco en Año Cero y Más Allá, dos
revistas que dan pábulo a todo tipo de dis-
parates. Para que se hagan una idea, la
segunda de ellas ha tenido durante más de
un año como colaborador a un presunto
extraterrestre llamado Geenom, que, cual
señorita Francis intergaláctica, respondía a
las más delirantes consultas de los lecto-
res. Cardeñosa publicó en Año Cero un
artículo titulado “El chupacabras ataca en
el País Vasco”. Tres páginas dedicadas a la
odisea vasca de un extraño ser que, según
el autor, había acabado con “cien ovejas,
desangradas a través de un orificio en el
cuello”. “Las primeras noticias sobre el ca-
so llegaron a la redacción de Año Cero el 21
de agosto”, explicaba el ufólogo aragonés
antes de preguntarse si estábamos ante
“un nuevo ataque” del monstruo surgido en
lo más profundo de Puerto Rico a principios
de 1995 [Cardeñosa, 1996].
Los periodistas esotéricos basaban sus
reportajes en dos pilares: la información fa-
cilitada por la Policía autónoma vasca y los,
para ellos, mucho más fiables testimonios
de los afectados. “La Ertzaintza
escribía
Cardeñosa
aseguró que, desde el pasado
13 de junio, se habían formalizado cinco
denuncias en sus dependencias, confir-
mando oficialmente la muerte de 16 ovejas
el escéptico (Verano 1999) 59
Retrato-robot del ‘chupacabras’, según algunos testigos.
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y la desaparición de otras 22. Sin embargo,
las cifras reales rondan el centenar de
reses”. Seguidamente, advertía que “éste no
ha sido el único punto oscuro en las inves-
tigaciones orquestadas por el Departamen-
to de Interior del Gobierno vasco. El infor-
me que la Ertzaintza ha facilitado a esta re-
vista está plagado de errores y, en algunos
aspectos, falta a la verdad”. ¿Qué llevaba a
Cardeñosa a hacer tan graves acusaciones?
El propio autor desvelaba las causas de
su despecho. El parte de la Ertzaintza no
sólo hablaba de un número de ovejas
muertas muy inferior al centenar, sino que
apuntaba la presencia de “cánidos asilves-
trados o no controlados”, y de dos tipos de
heridas en las ovejas, “mordeduras de cáni-
dos en cuello y patas, y heridas punzantes
en cuello, según las manifestaciones de los
propietarios, ya que al presentar las de-
nuncias los animales ya habían sido co-
midos por los buitres”. El informe oficial
añadía, asimismo, que un ganadero había
visto “un perro grande y oscuro”, y que los
veterinarios que habían examinado algu-
nos cuerpos no habían podido precisar las
causas de las heridas.
Inquieto y desconfiado, Cardeñosa había
viajado hasta Las Encartaciones para ha-
blar con Ricardo Bárcena, uno de los gana-
deros afectados. “Desde junio
apuntaba
ya ha perdido a una veintena de ovejas y a
una yegua. Una mañana encontró a algu-
nas de sus ovejas muertas y a otras heri-
das. Según las declaraciones del ganadero,
las ovejas «tenían un pinchazo en el cuello,
limpio y de unos cinco centímetros de pro-
fundidad, sin sangre apenas, pero las ha-
bía destrozado por dentro»”. Y, lo que es
particularmente grave, “al contrario de lo
que asegura la Ertzaintza, en ninguna de
estas muertes se han detectado mordedu-
ras de cánidos. Ni las heridas del cuello
siempre un orificio perfecto y profundo
ni
las de las piernas -cortes limpios y superfi-
ciales
responden a las características de
las producidas por ningún animal”. Es de-
cir, que de perros, nada.
Por si fuera poco, el misterioso escenario
se completaba con la muerte de una yegua,
hecho que el reportero calificaba de “in-
quietante”. “En su vientre
señalaba
se
distinguía un corte limpio, meticuloso y
profundo, cuya trayectoria de entrada tenía
forma triangular”. Que la Policía autónoma
hubiera considerado el fallecimiento del
equino “un hecho aislado”, un posible acci-
dente, poco importaba al colaborador de
Año Cero, que dedicaba la parte final de su
reportaje a señalar que el análisis veterina-
rio de uno de los cuerpos no había servido
para precisar la causa de las heridas. Sin
embargo, él había conseguido hablar con el
veterinario que había examinado el cuerpo
y descartaba el origen animal de la lesión,
que, en su opinión, “tampoco tenía las
características de un arma blanca”.
“Estas declaraciones eliminaban cual-
quier atisbo de duda: las autoridades poli-
ciales habían mentido” concluía Cardeño-
sa, que anunciaba que el misterio conti-
nuaba. “El 5 de septiembre
decía
, una
veintena de ovejas era atacada en la aldea
portuguesa de Touloes, cerca de la frontera
española por la zona de Beira Baja”. Y has-
ta allí fue, ¡cómo no!, Javier Sierra por en-
cargo de Más Allá, que también le costeó
unos días en Las Encartaciones para que
escribiera el reportaje de rigor.
La conspiración
Sierra habló con las mismas perso-
nas que Cardeñosa y llegó a diferen-
tes conclusiones; aunque también
misteriosas. “Según pude comprobar
durante mi rastreo a lo largo de la sie-
rra de Las Encartaciones
escenario
natural entre Burgos y Vizcaya donde
se ha concentrado el mayor número
de agresiones
, durante estos meses
se han mezclado al menos dos clases
bien diferentes de agresiones: las ya
tradicionales atribuibles a perros
asilvestrados y las muertes con aguje-
ros. En estas últimas
reconocía el
enviado especial de la revista dirigida
entonces por José Antonio Campoy
,
y a diferencia de lo que sucede con el
chupacabras caribeño, el agresor no
desangra totalmente a sus víctimas”
[Sierra, 1996]. Es decir, que la va-
riante vasca del chupacabras no chu-
paba la sangre. Sierra añadía que un
60
(Verano 1999)
el escéptico
En el caso vasco, los ‘periodistas
especializados’ en lo paranormal
recurrrieron a misteriosos seres y
conspiraciones a pesar de
la concluyente investigación
de la Policía autónoma
A pesar del título, este reportaje de ‘Enigmas’, publicado en noviembre de
1996 como respuesta a las exclusivas de la competencia sobre el ‘chu-
pacabras’ en España, alimenta más el mito de las ‘criaturas asesinas’.
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portavoz de la Ertzaintza le había informa-
do que la mayoría de los casos se referían a
“mordeduras de perros”, que sólo uno de
los animales había fallecido por un pincha-
zo en el cuello y que, en ningún caso, había
aparecido el cuerpo seco, sin sangre. Lo
más curioso no era esto, sino que este
autor asumiera como propias las tesis poli-
ciales, las mismas que Cardeñosa tildaba
de falsas. ¿A qué se debía?
No dudaba Sierra en su reportaje de que
cien ovejas hubieran aparecido muertas en
Las Encartaciones, pero llegaba a diferente
puerto que su colega. “A diferencia del chu-
pacabras americano no hay testigos que
describan ningún ser bípedo con caracte-
rísticas extrañas
concluía
, ni sus vícti-
mas han sido desangradas por completo. El
único nexo de unión sólido entre el chupa-
cabras americano y el pretendido espéci-
men ibérico es el método empleado en sus
agresiones... que, más que hacernos sospe-
char de alguna extraña clase de animal,
nos obliga a pensar en actividades huma-
nas que se desarrollan al margen de la ley
y de la ciencia”. Como siempre, este perio-
dista
para quien el invento del transistor
se basa en tecnología alienígena de un ovni
estrellado en Roswell en 1947
rechazaba
una fantasiosa hipótesis para asirse con
sensacionalista desesperación a otra aún
más rocambolesca.
Nada más leer ambos artículos, recordé
haber visto en agosto una noticia acerca de
muertes de ovejas en la zona de la que ha-
blaban Cardeñosa y Sierra, así que llamé al
delegado del periódico El Correo en Las En-
cartaciones para preguntarle por los he-
chos. “Me parece recordar que se dijo que
las muertes podían deberse a rencillas en-
tre ganaderos”, me advirtió. Tras pedirle
una copia de la información publicada en la
edición de la comarca, telefoneé al gabinete
de prensa del Departamento de Interior pa-
ra que me dieran su versión de los hechos.
El agente de la Ertzaintza que me atendió
me prometió que tendría la información
solicitada en unos días; pero mis sospechas
se empezaron a hacer realidad en cuanto
llegó a mis manos una copia de la noticia
publicada en el periódico en el que trabajo
el 25 de agosto.
El título hablaba de “medio centenar de
ataques al ganado”, la mitad que los censa-
dos por Sierra y Cardeñosa; el subtítulo lla-
maba la atención sobre un importante
detalle: “Los afectados atribuyen las muer-
tes a rencillas con ganaderos de otras pro-
vincias” [Domínguez, 1996]. José Antonio
Bárcena, hermano del ganadero citado por
Cardeñosa en Año Cero, decía haber perdi-
do de mayo a agosto “más de 50 ejempla-
res”, a los que sumaba 30 de su hermano y
otras 12 de los demás vecinos. El autor de
la información, José Domínguez, no toma-
ba el testimonio del campesino como pala-
bra de Dios, sino que lo ponía en cuarente-
na y prefería llevar al titular no las especu-
laciones numéricas de uno de los afecta-
dos, sino los casos denunciados ante la Po-
licía vasca. El afectado, por su parte, esta-
ba convencido de que las muertes de ovejas
tenían su origen en “rencillas con los gana-
deros de Burgos”. “El problema
apuntaba
el periodista
radica en la ausencia de lími-
tes claros que marquen la frontera entre los
pastizales de Burgos, Álava y Vizcaya”.
Cosas de perros
Cada vez más seguro de que estaba persi-
guiendo fantasmas, aproveché un rato libre
para rebuscar en la biblioteca, entre los
periódicos de la segunda quincena de agos-
to, la noticia que había alertado a Carde-
ñosa y Sierra. Cuando di con la informa-
el escéptico (Verano 1999) 61
La investigación
policial
El 25 de octubre de 1996, el autor recibió la siguiente
respuesta del Departamento de Interior del Gobierno
vasco respecto a los presuntos ataques del chupacabras
en Vizcaya:
“En relación a la muerte de ganado registrada en la
demarcación de la comisaría de Balmaseda, pasamos a
facilitarle los siguientes datos:
Denuncias recogidas por la Ertzaintza: 5.
Balance de esas denuncias:
Ovejas muertas: 16
Ovejas heridas: 4
Ovejas desaparecidas: 22
Periodo en el que se registraron los hechos: entre el
1 de junio y el 24 de julio de 1996.
Nada más tenerse conocimiento de los hechos, regis-
trados entre los montes Arbalitza e Ilso, la Ertzaintza
realizó las siguientes gestiones:
estudios de las denuncias e inspecciones oculares;
entrevistas con los denunciantes para ampliar
información;
entrevistas con ganaderos de la zona en busca de
pistas sobre cánidos incontrolados;
inspección sobre el terreno en busca de huellas e
indicios; y
vigilancia de la zona.
Las pistas encontradas apuntaban desde el principio
a la presencia de cánidos asilvestrados o no controlados
entre los montes Arbalitza a Ilso.
Se observaban dos tipos de heridas diferentes en las
ovejas:
en todos los casos menos en uno, mordeduras de
cánidos en cuello y patas.
en un caso, herida punzante en el cuello.
En el momento de recoger la denuncia, algunos de
los animales ya habían sido comidos por los buitres.
Conclusiones: Todos los casos, menos el de la herida
punzante, han quedado aclarados. Los causantes de las
muertes son perros asilvestrados y domésticos. En al-
gunos casos los dueños de estos últimos han llegado a
acuerdos sobre indemnizaciones.
Existe un caso aislado de una yegua muerta, que
presentaba una herida de 20 centímetros en el abdo-
men, en su parte trasera derecha, no pudiendo determi-
narse si la herida se había producido de forma volunta-
ria o casual. Se cree que alguien pudo causar la lesión
con un objeto cortante, aunque no se descarta la posi-
bilidad de un accidente”.
background image
ción de El Mundo que les había atraído
hasta Vizcaya, lo entendí todo: “Cien ovejas
aparecen muertas en Vizcaya con un pin-
chazo en el cuello”. Allí estaba la mágica
cifra, el número que ambos ufólogos habían
dado por bueno, a pesar de que la Ertzain-
tza tenía constancia de menos de la mitad
de casos, entre fallecimientos y desapari-
ciones. “La gran parte de los pinchazos pa-
recen ser de un animal con un solo colmi-
llo, pero lo que
está claro es
que tiene que
estar mandado
por alguna
persona que
actúa por la
noche”, indica-
ba Ricardo
Bárcena al ro-
tativo madrile-
ño [Zaballa,
1996]. En la
información,
los afectados
achacaban los
hechos a un
p s i c ó p a t a
acompañado
de un animal,
y se hablaba
de que medio
centenar de
ovejas de José
Antonio Bár-
cena habían “resultado muertas de un pin-
chazo en el cuello y una de ellas degollada
con un cuchillo”, y la yegua de su hermano
cuyo fallecimiento tanto había inquietado
a Cardeñosa
“había aparecido muerta de
un hachazo en el vientre”.
Lo que parecía evidente, según iba com-
pletando el rompecabezas, es que las mis-
teriosas muertes
que no eran cien
esta-
ban causadas tanto por mordeduras de cá-
nidos como por pinchazos en el cuello. ¿En
qué proporción? Tuve que esperar al infor-
me policial para saber si los sensacionalis-
tas titulares de Más Allá y Año Cero se co-
rrespondían a la realidad (ver recuadro). Y
ocurrió lo previsible: toda la historia de
Cardeñosa y Sierra se fue abajo. No había
misterio por ningún lado. Las muertes se
debían, en su mayoría, a la acción de pe-
rros incontrolados
algunos de los dueños
de los canes habían reconocido su respon-
sabilidad
; sólo una
había sido causada
por un pinchazo en
el cuello, y los perio-
distas esotéricos la
habían multiplicado
por cien.
Ni Cardeñosa ni
Sierra destacaban
en sus reportajes
del carácter emi-
nentemente rural de la comarca de Las
Encartaciones, que linda con Burgos,
Cantabria y Alava, y del problema que
suponen el lobo y los canes asilvestrados
para los ganaderos de la zona. De hecho, a
principios de octubre de 1996, el entonces
diputado de Agricultura de Vizcaya, Patxi
Sierra-Sesumaga anunció un plan especial
para acabar con los ataques del lobo a los
rebaños en la zona occidental de la pro-
vincia y, en el último año y medio, los ata-
ques del lobo en la comarca se han cobra-
do la vida de más de una veintena de ove-
jas, tres carneros y varios potros. De todo
esto, obviamente, no se ha dicho nada ni en
Año Cero ni en Más Allá, revistas para las
que el único problema de Las En-
cartaciones es el chupacabras, un ser del
que los ganaderos no sabían nada hasta
que los expertos de turno llegaron a la zo-
na dispuestos a convertir la muerte de una
oveja en un ataque con cien lanudas vícti-
mas y del que nunca después han vuelto a
hablar. ¡Pura filfa, vamos!
Sierra iba más allá en su artículo y,
basándose en las especulaciones de un tal
Ramón Oroz, a quien presenta como inves-
tigador
en realidad, se trata de un aficio-
nado a lo paranormal
, extendía los su-
puestos ataques del chupacabras hasta la
localidad navarra de Falces, aunque adver-
tía que “los casos de muertes por agujero
no se han prodigado demasiado en Nava-
rra, donde incluso han surgido testigos que
creen haber visto merodear a lobos por sus
tierras”. Fíjense en la sutileza de la cons-
trucción sintáctica: el fenómeno extraordi-
nario en Navarra es el lobo. Una tergiversa-
ción más, como puede comprobar cualquie-
ra que esté al corriente de la realidad de la
comunidad foral, donde el lobo dista de ser
un desconocido. Pero es que, además, en
abril de 1997 se constató la existencia de
esporádicos ataques de buitres leonados a
ganado vivo; un oso diezmó algunos reba-
ños en el Valle de Roncal durante la pri-
mavera de 1998; y los lobos multiplicaron
meses después sus ataques a ovejas en la
zona de Lerín. Algo que, cuando ocurrió en
el Valle de Arán en 1997, se atribuyó a la
osa Giva, reintroducida en el Pirineo por la
Generalitat de Cataluña.
Un ‘asesino’ hispano
Lo que está claro, tras este somero re-
corrido por la vida y milagros del chupaca-
bras, es que este ser existe en la imagina-
ción popular y en las revistas pseudocientí-
ficas, pero no en la realidad. “El chupaca-
bras
según el ve-
terinario Ramiro
Ramírez, director
del estudio realiza-
do por la Uni-
versidad Autónoma
Metropolitana de
México
no es más
que otro digno pro-
ducto del pensa-
miento populache-
ro” [Bazán, 1996]. “Desde que apareció la
fiebre del chupacabras
apuntó en 1996 el
sociólogo Roger Bartra
, los sufridos mexi-
canos tuvieron otro tema de plática diaria,
62
(Verano 1999)
el escéptico
El ‘comecogollos’ y el
‘comepanties’ son versiones
anteriores, también
exclusivamente hispanas, del
mismo monstruo
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y luego, cuando se le restó gravedad, lo
transformaron en un factor x, un recurso
para el albur facilón y el chiste bobo, como
representar a Carlos Salinas, que absorbe
mucho del descontento popular”. En la
actualidad, el mito ha remitido en México
hasta tal extremo que la mayor parte de la
ciudadanía cree que el vampiro extraterres-
tre es un invento del Gobierno o de Televisa
para desviar la atención de los graves pro-
blemas del país. Todo esto, obviamente, ha
sido sistemáticamente silenciado por las
revistas esotéricas españolas, que, sin
embargo, importaron el chupacabras en
cuanto tuvieron la mínima oportunidad.
Que el salto trasatlántico del chupaca-
bras haya sido uno de tantos engaños ur-
didos por los espabilados de turno, a partir
de hechos más o menos ciertos y más o
menos tergiversados, es totalmente compa-
tible con la corta historia de este ser indu-
dablemente hispano. Porque el chupaca-
bras es un monstruo muy singular: actúe
en Puerto Rico, México, Estados Unidos o
España, sólo ataca a animales de ganade-
ros hispanos. Curioso, ¿no? Marvette Pé-
rez, conservadora del Museo de Historia
Americana de la Institución Smithsoniana,
y de origen portorriqueño, no duda de que
el chupacabras “parece ser un fenómeno
caribeño, especialmente de las islas hispa-
nas. Es parte de nuestro folclore. Es intere-
sante que el chupacabras no se encuentre
en las islas angloparlantes, y que sólo mi-
gre a lugares donde la población hable es-
pañol” [Friedman, 1996].
Sus preferencias idiomáticas. Ése es el
verdadero atractivo de esta nueva leyenda
nacida en Puerto Rico y cuya expansión
hay que atribuir a la superstición campesi-
na, los intereses políticos por desviar la
atención de asuntos realmente graves, los
lucrativos de los negociantes de lo oculto e
Internet. Por primera vez, nos encontramos
con un monstruo hispanoparlante, aun-
que, paradójicamente, no haya entrado to-
davía en el diccionario de la Real Academia
Española.
El chupacabras, no obstante, no es el
primer ser que surge en lo más profundo de
Puerto Rico, sino que es el último
y el más
famoso gracias a Internet
eslabón de una
ya larga dinastía, que comenzó con el vam-
piro de Moca, que en los años 70 hizo de las
suyas en el extremo oriental de la isla. Años
después, el abuelo del chupacabras
al que
el pueblo bautizó como comecogollos
se
dedicó a devorar y dejar totalmente agos-
tados los plataneros, mientras que su hijo
comepanties lo llamaron
fue conocido co-
mo un insaciable consumidor de las me-
dias que las mujeres ponían a secar en los
colgadores. Con el chupacabras ya en la
España de la posmodernidad, sólo nos que-
da una esperanza, que la especie continúe
su evolución hasta el chupacaraduras y se
extienda rápidamente por todo el mundo
hispano.
Referencias
Bazán, Mercedes G. [1996]: “La fiebre del chupa-
cabras”. El Correo (Bilbao), 8 de septiembre.
Cardeñosa, Bruno [1996]: “El chupacabras
ataca en el País Vasco”. Año Cero (Madrid),
Nº 75 (octubre), 40-42.
Carroll, Robert Todd [Fecha desconocida]:
“Chupacabra”. En Carroll, Robert Todd: The
skeptic's dictionary. http://wheel.dcn.davis.
ca.us/go/btcarrol/skeptic/chupa.html
Domínguez, José [1996]: “La Ertzaintza investi-
ga medio centenar de ataques al ganado en
Las Encartaciones”. El Correo (Bilbao), 25 de
agosto.
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