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tsia española ha visto en esta ocasión tam-
bién la paja en el ojo ajeno, pero no la viga
en el propio, quizás cegado por un fenóme-
no astronómico que puso en evicencia en
agosto el eclipse de la razón en el que está
sumida la Europa de la Ilustración desde
hace decenios. Pocas han sido las voces
que se han alzado contra quienes pueden
infligir a los usuarios del sistema sanitario
español un daño similar al que los creacio-
nistas han infligido a los escolares de
Kansas; contra quienes quieren incluir,
entre las prestaciones de la Seguridad
Social, terapias cuya efectividad no ha sido
demostrada científicamente y aducen,
como argumento de peso, su popularidad.
Una anticientífica razón que serviría tam-
bién para abrir las puertas de la financia-
ción pública a la consulta a todo tipo de vi-
dentes. No nos engañemos, el recurso a la
aceptación pública no es sino un disfraz
para sacar adelante una medida electora-
lista de cara a la ciudadanía y muy renta-
ble para determinados colectivos.
Tras sucesivos medicamentazos en los
que las arcas públicas españolas han deja-
do de costear determinados
tratamientos y productos
por su inefectividad, ahora
se quiere hacer entrar por
la puerta de atrás a unas
terapias que no han de-
mostrado nada, pero que
mueven enormes cantida-
des de dinero. El aval con
que cuentan las llamadas
prácticas alternativas por parte de algunos
colegios de médicos y farmacéuticos y de
universidades es consecuencia de que se
han convertido en la salida laboral de mu-
chos licenciados; mientras que, en el plano
político, resulta difícil desligar los intereses
de la poderosa industria farmacéutica del
hurto a la sociedad de un debate que debe
ser exclusivamente cientifico.
Introducir terapias en la Sanidad públi-
ca no por criterios científicos, sino por mo-
tivos electoralistas, corporativistas y em-
presariales, es jugar con la salud de la po-
blación. Todavía estamos a tiempo de que
la comunidad científica se movilice para
evitar que nos ocurra algo parecido a lo su-
cedido en Kansas, para que el debate sobre
las medicinas alternativas se sitúe en sus
justos términos, los científicos, y para que
la racionalidad no sea sacrificada a los in-
tereses de lobbies empresariales y colecti-
vos profesionales. Lo contrario sería echar
a la ciencia de nuestra Sanidad.
E
n Estados Unidos, los ultraconservadores han con-
seguido en Kansas excluir la teoría de la evolución
de los currículos escolares. Un disparate al que to-
davía no dan crédito los científicos, los educadores y la la
batalla que han perdido en las instituciones democráticas
ciudadanía culta, que esperan ahora vencer en los tribu-
nales al desentenderse de la política y dejar que los fun-
damentalistas se hagan con el control de entes como el
Consejo de Educación de Kansas. En España, los socia-
listas andaluces pretenden que la Sanidad pública finan-
cie las medicinas alternativas y todos los partidos políti-
cos catalanes han hecho una piña para legalizar este tipo
de prácticas; en ambos casos, el argumento esgrimido ha
sido la cada vez mayor aceptación social de la acupuntu-
ra, la homeopatía y otras terapias similares. Dos mues-
tras, una a cada orilla del Atlántico, de lo que puede lle-
gar a ocurrir cuando la comunidad científica no participa
en la vida pública y deja a los políticos las manos libres
para cometer todo tipo de tropielías. Al margen de colores
ideológicos, está claro que, como recientemente ha escri-
to Antonio Muñoz Molina, “la reacción más rancia y el
progresismo más ficticio hacen causa común contra el
pensamiento racional”. Los ejemplos del fundamentalis-
mo protestante en Estados Unidos y de los socialistas en
España resultan palmarios. Aunque los puntos de parti-
da sean diferentes, ambas situaciones hacen que se dis-
paren todas las alarmas.
El ejemplo americano
parte del integrismo reli-
gioso más recalcitrante, de
una lectura literal de la Bi-
blia y de un intento de im-
poner sectariamente a to-
da la sociedad el credo de
una parte de la población
por encima de la evidencia
científica. Que un colectivo de bases tan irracionales co-
mo el creacionista haya logrado hacer valer su palabra de
Dios en el diseño de la enseñanza pública en Kansas no
es para tomárselo a broma. Significa que existe un sector
de la sociedad estadounidense que no dudaría en retroce-
der dos milenios, volver a regirse por el dictado del An-
tiguo Testamento y sumir a la primera potencia del pla-
neta en el analfabetismo científico y el oscurantismo más
brutales. No es fácil que ocurra tal cosa pero la amenaza
está ahí, personificada en George Bush Jr., un candidato
a la Casa Blanca partidario de que en las escuelas “los
niños conozcan las dos teorías, el evolucionismo y el cre-
acionismo”. Por eso, es de esperar que la comunidad cien-
tífica y la progresía bien entendida reaccionen en EE UU,
se decidan a participar activamente en la vida pública y
pongan coto a los demanes del integrismo religioso.
A Darwin, le han salido en nuestro país durante este
verano multitud de defensores, en forma de editorialista y
articulistas que han puesto el grito en el cielo ante lo que
sólo cabe interpretar como un preocupante retroceso de la
racionalidad en el sistema educativo norteamericano. Sin
embargo, como ya sucedió cuando salió a la luz que
Ronald Reagan consultaba a una astróloga, la intelligen-
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el escéptico (Primavera 1999)
De Kansas a Andalucía
editorial
Introducir terapias en la
Sanidad pública por motivos
electoralistas, corporativistas y
empresariales es jugar con la
saluda de los españoles